¿Alguien se acuerda de Norman Schmidt? A finales de 2007 le cayeron 330 años de cárcel por un timo financiero de 38 millones de dólares. Desde entonces se está pudriendo en una penitenciaría de Texas. ¿Y Sholam Weiss? En 2000, el hombre de negocios neoyorquino fue condenado a 850 años por un fraude algo más cuantioso: 450 millones de dólares desaparecidos en el agujero de una compañía de seguros. Cumple condena en una prisión de alta seguridad en el norte de Pensilvania.
Los 150 años a los que fue sentenciado Bernard Madoff hace una semana parecen pocos en comparación, especialmente por la magnitud de la rapiña. Y sobre todo porque Madoff se ha convertido en el símbolo extremo de una era de extraordinario dinero fácil y absoluto fracaso de las instituciones regulatorias.
'Históricamente las crisis siempre han acabado en algún tipo de proceso judicial contra una compañía, un individuo o ambos', dice Dave Kansas, autor de El fin de Wall Street tal y como lo conocemos. En el mundo financiero, añade Kansas, lo llaman 'el sacrificio ritual a los dioses del mercado'.
Es el inicio de un gran ejercicio de purificación. 'La sentencia de Madoff manda un mensaje muy claro: los crímenes de cuello blanco se van a tratar de forma muy seria. Esto ya no es como antes. Estamos en una nueva etapa', asegura Merrit Fox, uno de los directores del Centro de Derecho Empresarial de la Universidad de Columbia.
Pero el caso no está cerrado ni mucho menos ¿Dónde está el dinero y quién más está involucrado? Son preguntas que han quedado sin contestar.
De momento, Madoff no va a caer solo. Hace unas semanas, la SEC (Securities and Exchange Commission), el órgano regulador de la bolsa, acusó de fraude al presidente y a la directora de operaciones de una firma íntimamente relacionada con el financiero neoyoquino, Maurice Sonny Cohn y su hija Marcia Cohn, y a un asesor de inversiones y filántropo californiano, Stanley Chais, que habría canalizado casi mil millones de dólares al fondo de Madoff.
Luego están los hijos de éste, Mark, de 45 años, y Andrew, de 42. Ambos trabajaban en los negocios legales de su padre, la perfecta tapadera de su timo, en el Lisptick Building de Nueva York, dos pisos más arriba de la oficina desde donde Madoff gestionaba su estafa. Han jurado y perjurado que no sabían nada. Ruth, su esposa, que el New York Times calificaba recientemente de mujer más solitaria de la ciudad (ya no puede salir a ningún lado sin que la insulten), ha quedado de momento al margen del escándalo.
En estos meses han surgido otros minimadoff que han pasado relativamente desapercibidos. El más notorio, el millonario tejano Allen Stanford, que el pasado febrero fue detenido por esfafar, en otro esquema Ponzi, a más de 30.000 inversores desde su banco de Antigua, por un total de 7.000 millones de dólares. Stanford, un bon vivant que empezó su vida empresarial con una cadena de gimnasios, llevaba siendo vigilado desde hacía más de 20 años por Hacienda, el FBI y la SEC. Detenido el pasado febrero, espera su sentencia en una prisión de Houston.
La SEC, la agencia que se creó durante la Gran Depresión precisamente para controlar los excesos de Wall Street, ha salido muy mal parada en toda esta historia. Pocos días después de la detención de Madoff el pasado diciembre, entonó su mea culpa al reconocer que no había hecho caso de las múltiples denuncias. 'La investigación preliminar ha dado resultados muy preocupantes', reconocía compungido el entonces director de la SEC, Christopher Cox. 'Recibimos acusaciones acerca del señor Madoff pero no supimos actuar con decisión', lamentó. Harvey Goldschmid, uno de los consejeros de la SEC de 2002 a 2005, asegura a Público que la agencia 'tiene graves problemas de procedimiento interno. Recibe miles de denuncias y es muy difícil distinguir las buenas de las malas. Pero está claro que hubo fallos graves; en la primera denuncia muy seria que llegó a la oficina de Boston en 2000 y luego en 2005. Resulta bastante incomprensible'.
Goldschmid achaca los errores al fallo de las personas y del sistema. 'El programa de inspección necesita ser revisado porque está claro que no funciona'. Madoff escapó también del radar 'porque tenía muy buena reputación y un negocio legítimo. No hay que olvidar que fue director del Nasdaq durante un tiempo', añade Fox. Y eso en Wall Street cuenta mucho. Más incluso que las cuentas.
¿Incompetencia o corrupción? Quizás algo de ambos. El New York Times publicaba hace poco que el jefe de los investigadores de la SEC que examinó las cuentas de Madoff a finales de los 90, se casó en 2007 con una de las sobrinas del estafador.
En todo caso, la nueva directora del órgano regulador, Mary Schapiro, tiene muy claro que debe partir sobre nuevas bases. El pasado abril reconoció que necesitaba 'hacer cambios, porque si no somos lo suficientemente serios, corremos el riesgo de desaparecer'.
De momento no será éste órgano quien asuma la gran reforma regulatoria lanzada por Barack Obama hace unas semanas, sino la Reserva Federal. La Fed se encargará de regular bancos y otras instituciones que puedan suponer un riesgo para toda la economía si llegaran a encontrarse en apuros, lo que también ha creado algunas inquietudes.
'Tradicionalmente, la Fed ha sido estructurada para permitir una amplia influencia de los grandes bancos. Ahora necesitaría ser más independientes y neutra', dice Goldschmid. Sobre todo, añade Merritt Fox, si las principales entidades financieras 'no parecen tener un estado de cuentas tan bueno como aseguran'.
¿Crisis cíclica o auténtica hecatombe capitalista? Las opiniones varían. 'Es cierto que los mercados han experimentado profundos cambios, esencialmente tecnológicos, que han acelerado la circulación del dinero, pero tras las etapas de bonanza suelen llegar las vacas flacas que revelan todo lo que no se quería ver. En ese sentido, esta crisis no difiere de las anteriores', asegura Fox.
El Nobel de EconomíaJoseph Stiglitz es bastante más categórico. 'Nuestra influencia va a disminuir y ya no nos verán como un modelo a seguir', escribía recientemente en la revista Vanity Fair. Y concluía: 'Estados Unidos solía jugar un papel central en el mercado de capitales, porque otros pensaban que teníamos un talento especial para gestionar el riesgo y repartir recursos financieros. Ahora ya nadie lo piensa'.
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