Michel Laclotte tenía 14 años cuando París celebró su primera exposición tras la II Guerra Mundial. 'Era una muestra de Picasso. Lo recuerdo como si estuviera paseando ahora mismo por las salas', cuenta el antiguo director del Museo del Louvre (1987-1995), que impartió ayer una clase magistral en la Cátedra del Prado.
El temprano contacto del joven Laclotte con la obra de Picasso es algo más que una anécdota. Nos proporciona claves para entender su postura sobre dos asuntos artísticos de actualidad: la autenticidad de El Coloso de Goya y la existencia de exposiciones que no siguen a rajatabla los criterios históricos establecidos por el Prado y el Reina Sofía.
Respecto a lo que si fuera una película se llamaría El coloso en llamas, Laclotte, que disertó en su ponencia sobre la figura del connoisseur el especialista que decide sobre la autenticidad de una obra se muestra, primero, prudente: 'No soy especialista en Goya'. Luego, más incisivo: 'Me gusta la cartela que han puesto junto al lienzo, donde se explica que se cree que no es de Goya. Es una decisión valiente y correcta'. Y, finalmente, con la contundencia propia del que lleva educando su mirada desde su más tierna juventud: 'Para poder autentificar una obra hay que tener un don especial', cuenta.
'Primero tienes que revisar la obra con un ojo bien educado y luego, tras identificar al autor, y no antes, puedes recurrir a toda la tecnología que quieras radiografías, etc. y empezar a argumentar. Pero la técnica nunca podrá reemplazar al ojo humano, a la memoria visual. Es más, confío en que nunca se invente un aparato que sustituya al ojo', dice como si fuera uno de los afortunados portadores de un don milenario.
'Me especialicé pronto en la pintura del siglo XIV, pero, al hablar de Picasso como catalizador de mi temprana vocación, quiero subrayar que siempre he defendido el arte contemporáneo', cuenta. La diversidad de sus intereses artísticos le lleva a respaldar que se 'mezclen las épocas': 'La exposición de Bacon en el Prado está justificada: Bacon se inspiró en Velázquez y en la pintura antigua. Es bueno que se refleje ese diálogo'.
Desde luego, nadie podrá acusarle de no estar bregado en los debates sobre la colisión entre lo moderno y lo antiguo, ya que protagonizó en 1989 una de las polémicas más estruendosas que se recuerdan: la de la pirámide de acceso al Louvre. Todavía le están pitando los oídos. 'Se criticó sin freno que se pusiera un objeto moderno en un entorno antiguo', recuerda. 'Pero tenía sentido: iluminaba un espacio falto de luz. Los visitantes no tienen así la sensación de estar entrando en el metro', dice.
La paradoja es que, pasados los años, el éxito puede convertir a la pirámide en algo peor que una estación japonesa en hora punta. El Prado recibe 2 millones de visitas anuales y el Louvre ¡ocho! '¡Es una locura! Mis sucesores estudian cómo recibir a toda esta masa', zanja.
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