Jorge Berástegui
Periodista e investigador
Cuando era pequeño, a los niños de la clase media canaria, Cubillo nos sonaba a ogro. O a loco. Por aquella época, en los ochenta, ETA se despachaba a gusto con bombazos cada día y ponía los pelos de punta la sola idea o el recuerdo de un grupo armado con base en Canarias, como el MPAIAC (Movimiento para Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario), fundado por Cubillo en 1964. También estaba en la memoria el accidente del aeropuerto de Los Rodeos, el 27 de marzo de 1977: el MPAIAC había colocado una bomba en el aeropuerto de Gran Canaria y se desviaron los aviones a Tenerife. Entre el colapso, la niebla y el despiste de los controladores, dos 747 chocaron en la pista y murieron 583 personas. El MPAIAC ya nunca se recuperó de estar asociado a aquel horror con olor a carne quemada.
El tiempo pone las cosas en su sitio y Cubillo fue ganando una cierta simpatía. Los hay furibundamente independentistas, pocos, que siguieron considerándolo un padre de la patria y lo acompañaron en sus sueños de convertir el guanche —que sería reconstruido a partir de lenguas bereberes— en lengua de la república canaria. Los hay muy españolistas y conservadores, muchos, que dejaron de temerle, porque simplemente lo consideraban un excéntrico. Y los hay, bastantes también, que agitan la bandera tricolor —blanco, azul claro y amarillo— que él creó en 1976, en celebraciones deportivas y actos populares, con sus siete estrellas verdes en honor a las siete islas Canarias y al verde que simboliza el continente africano.
Pero luego está la historia, la de un joven abogado que se puso del lado de las luchas obreras en plena dictadura, que fue cercano al PCE y luego se salió por no entender el centralismo comunista, que se exilió de Canarias por la persecución del franquismo, que acabó en Argelia. Aquella era una ciudad de callejuelas y polvo que vibraba al calor del sol y las soflamas enardecidas de teóricos del anticolonialismo como Frantz Fanon, que había estudiado los efectos psicológicos del colonialismo francés en aquel país para escribir Los Condenados de la Tierra. Cubillo bebió de aquello y pensó que era el camino para Canarias. Llevó el tema de la descolonización del archipiélago a Organización para la Unidad Africana, que le hizo bastante caso, montó La Voz de Canarias Libre, una radio desde donde lanzaba soflamas. Y se jugó la vida: recibió varias puñaladas de un enviado por algunos miembros de la policía española el 5 de abril de 1978, siendo ministro Martín Villa. La audiencia nacional lo indemnizó con 150.000 euros, pero nunca se aclaró quién había sido el responsable político.
La lucha política contra durante el franquismo y el posfranquismo dejó muchos cadáveres por el camino. Y muchas biografías traumáticamente alteradas, como la de Cubillo. Con sus aciertos y desaciertos, detrás del personaje había una pregunta pertinente para la propia realidad de Canarias: ¿Qué relación debe tener un archipiélago con una metrópolis que está a 2000 kilómetros? ¿Qué quiere ser ese archipiélago? ¿Cómo puede lograrlo?
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