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Actualizado:Las cifras varían según los estudios pero la horquilla no deja de ser preocupante; recurrimos al teléfono entre 80 y 110 veces al día. Por lo general no buscamos nada, anhelamos —más bien— una gratificación. Se trata de un comportamiento compulsivo inducido ya sea por una expectativa de notificación, un timeline vertiginoso o la necesidad de un me gusta que aplaque nuestro ego insaciable. Se trata de un hábito que, según los expertos, se mantiene gracias al llamado reforzamiento aleatorio (Randomly reinforced behaviour).
Y de esa pugna por satisfacer nuestros deseos infinitesimales, una certeza: el nuevo escenario tecnológico genera dispersión, una mente saltarina incapaz de focalizar en una sola cosa durante largo tiempo. Rafael Guerrero, doctor en Educación y director del centro Darwin psicólogos, apunta a un problema de hiperestimulación como la base de todo. “El nivel de inputs recibidos a lo largo del día es muy difícil de gestionar. Tenemos constantemente el whatsapp en ebullición, las redes sociales, los anuncios… Vivir así no es tarea fácil”.
Carr: "La mente lineal que ha estado en el centro del arte [...] Puede que pronto sea la mente de ayer"
Pero, ¿qué ocurre en el cerebro para que interrumpamos nuestra concentración?, ¿qué es eso que nos llama y no puede esperar? Pues según los expertos se llama dopamina y se revela en forma de descargas, las mismas que incitan al fumador a encenderse un cigarrillo. Un vaivén atencional inducido por el nuevo paradigma tecnológico que irremediablemente cuestiona nuestro propio entendimiento, así como la capacidad de analizar y reflexionar como se ha hecho hasta ahora. Los más agoreros sitúan aquí poco menos que el fin del desarrollo intelectual de la civilización.
En ese sentido, sostiene el investigador Nicholas Carr en su libro Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? (Taurus) que lo que hacemos cuando estamos en "modo multitarea", o lo que es lo mismo, inmersos en las redes digitales no es más que "la adquisición de un conocimiento superficial". Según este académico, el tipo de pensamiento que ha sido capaz de desarrollar el libro ha posibilitado "la mente lineal y literaria que ha estado en el centro del arte, la ciencia y la sociedad [...] Puede que pronto sea la mente de ayer", zanja apocalíptico.
Carr no es el único que contempla el conocimiento del libro y su legado como un bien en peligro de extinción. El temor a la vorágine digital ha abierto la veda y muchos son los académicos que advierten de la posibilidad de convertirnos en seres eficientes procesando información pero incapaces de profundizar en ella. Un déficit que hacen extensivo también a formas de pensamiento que requieren reflexión y contemplación. Otros investigadores, en cambio, se decantan por el matiz.
Rodríguez: “No se trata de superioridad o inferioridad, sino de otras capacidades"
Es el caso, por ejemplo, de Joaquín Rodríguez, doctor en Sociología y director de tecnologías para el aprendizaje en la Institución Educativa SEK. “No se trata tanto de establecer comparativas, sino de comprender que estamos ante tecnologías diferentes que requieren de disposiciones cognitivas diferentes”. Así, si el libro y su lectura requieren y terminan desarrollando capacidades como la deducción, la reflexividad o la concentración, las nuevas herramientas tecnológicas requieren de nosotros otras habilidades, como por ejemplo la simultaneidad. “No podemos hablar en términos de superioridad o inferioridad, se tata de cerebros con capacidades diferentes. Lo que nos tiene que preocupar es cómo hacemos para vincular esas dos tecnologías en nuestro mundo, cómo hacemos para que nuestros hijos sean bitextuales”, incide Rodríguez.
Una “bitextualidad” que pasa, como es lógico, por la necesidad de una doble alfabetización que permita a las nuevas generaciones gestionar con la misma solvencia un ensayo filosófico de 150 páginas, sin renunciar a las competencias multitarea que les son inherentes por el simple hecho de ser nativos digitales. “Mantener esos dos niveles de lectura es clave, no debemos enfrentarlos sino hacerlos compatibles”.
Guerrero: "Somos incapaces de gestionar lo que sentimos y esto influye en cómo consumimos cultura"
Pero cómo conseguir esto si, como explica el investigador Nicholas Carr en su libro Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? (Taurus), “son las nuevas tecnologías las que rigen la producción y el consumo, las que guían el comportamiento de la gente y terminan gobernando sus percepciones”. La respuesta por parte de los especialistas consultados es unívoca: educación.
Para el psicólogo Rafael Guerrero todo pasa por un ejercicio de autorregulación emocional: “Somos incapaces de gestionar lo que sentimos, hasta el punto de que muchas veces no sabemos si lo que nos atenaza es la ira o la tristeza. Esto influye lógicamente en el modo en que consumimos cultura, ya que no alcanzamos ese estado de tranquilidad necesario para poder entregarnos a una lectura”.
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