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Éste es un relato en primera persona, por lo que primará la voz de su protagonista. Quizás algún lector reprobará la profusión de entrecomillados. Tal vez alguna lectora no repare en el detalle, identificada con una experiencia que suele permanecer relegada en el silencio. Iria Pinheiro nació mujer, eligió ser actriz y decidió ser madre, hasta que llegó el día del parto. Lo que sigue no fue su propósito: ella se considera víctima —una entre tantas, una entre muchas— de la violencia obstétrica. ¿Qué significa eso? Una vez que ingresas en el materno-infantil, trato inhumano y prácticas invasivas durante el parto, según las defensoras de los derechos sexuales y reproductivos, aunque el término no agota aquí sus acepciones.
Iria Pinheiro, dos puntos.
“El 5 de mayo de 2016 entré en el hospital con rotura de bolsa amniótica. Estaba embarazada y, como se dice comúnmente, rompí aguas. Se me dio una información muy justa y no tenía casi poder de decisión ni de participación. Desembocó en un parto inducido, instrumentado, que terminó con un corte en la vagina —una episiotomía— para que el bebé saliera más rápido. Me echan del hospital, pasa el tiempo y noto una serie de secuelas. Siento mucho dolor: para dormir, para conducir, para estar de pie, para estar sentada, para trabajar, para escribir... El corte también me afectó a las terminaciones nerviosas del clítoris y me provocó incontinencia urinaria. Estas secuelas no fueron reconocidas en las revisiones médicas y me tuve que buscar la vida por mi cuenta. Entonces, empiezo a investigar y descubro que hay un montón de mujeres en todo el mundo que padecían estas secuelas y que todo esto recibe un nombre: violencia obstétrica, una violencia de género que se produce en el ámbito hospitalario”.
El extracto pertenece a un vídeo grabado durante el desarrollo del proyecto Anatomía dunha serea. Es una obra de teatro documental, pero no sólo: producida por Berberecheira, el criadero alternativo de Chévere, detrás de ella hay una experiencia personal, mas también un trabajo de campo y un diálogo con la comunidad. “Yo misma me siento identificada con el proceso por el que atraviesa Iria, al igual que otras mujeres que han participado en los talleres, donde compartimos el proceso de creación con la gente interesada en la temática”, explica Patricia de Lorenzo en nombre de la compañía. “Entre todas, guiamos una conversación sobre las distintas experiencias de parto, para que no quede nada sin hablar. Una herramienta importante de cara a la puesta en escena, porque en las charlas surgen matices que enriquecen un trabajo ya planificado”.
Pinheiro saltó a la palestra en marzo cuando denunció por acoso sexual a un director de un programa de la Televisión de Galicia. De eso no hablará en la obra. La prensa tampoco habló de ella cuando estrenó Uralita. “Hubo periodistas que me dijeron que si no abordaba esa denuncia, tampoco difundirían la pieza”. Luego pensó que su paso por el hospital podía ser narrada sobre las tablas. “En cuanto nos comentó la idea, no tuvimos ninguna duda”, recuerda De Lorenzo, también actriz. “Buscamos temas pendientes de contar desde un punto de vista escénico, sobre todo cuando proceden de una experiencia personal, porque ése es uno de los ingredientes principales de Berberecheira”.
Iria —intérprete, directora, cantante, cabaretera y presentadora con una dilatada experiencia en teatro, cine y televisión— salpimienta la entrevista entre ensayo y charla. Después de Teo, el municipio santiagués donde la compañía tiene fijada su residencia, toca Moaña, el pueblo de Iria, ubicado en la costa pontevedresa. “Las mujeres no conocen el concepto de violencia obstétrica, pero cuando les ponemos ejemplos se dan cuenta de que muchas han sufrido experiencias similares”, añade la portavoz de Chévere. “Simplemente hablar resulta importante. Anatomía dunha serea es un espectáculo muy necesario, porque muchas de nosotras necesitamos conversar sobre ello o, al menos, escucharlo en boca de otras. Entonces, todas nos damos cuenta de muchos aspectos del parto de los que no éramos conscientes”.
Volvamos a la Iria actriz. O a la Iria parturienta. O a la Iria mujer, lo único que no escogió en su vida. ¿Por qué el altavoz de lo íntimo? “Lo que me mueve, lo primario, es cambiar este tipo de situaciones. Por eso lo cuento: es una denuncia pública, esto tiene que parar. ¿Un grito? Sí, además es un grito, aunque uso el teatro para encontrar una razón, para entenderlo, para ayudarme a superarlo”. Hablar y que me escuchen todas —y todos: “Cuando hay violencia obstétrica, nuestras parejas también sufren”— a modo de terapia. Pueden llamarlo catarsis.
Si bien el vídeo de presentación de la obra, que se estrenará en octubre, está ligeramente guionizado, la actriz cree que demandar a la sanidad es una empresa quijotesca, pues considera que resultaría muy difícil probar que las secuelas han sido causadas por el tratamiento recibido. “Mi fisioteropeuta y mi matrona las detectaron, pero nadie del Servizo Galego de Saúde me lo ha reconocido abiertamente. Nunca”. Por eso dice que, tras consultar con su abogado, decidió que sería más eficaz denunciarlo sobre el palco que en los tribunales. “Si reclamase, no me valdría el testimonio de mi matrona ni de mi fisioterapeuta, sino el de un médico que ejerciese de perito. Desistí de acudir a la Justicia porque, tras el parto, estaba muy dolorida y cansada. No me apetecía atravesar por otro calvario. También se trataba de una cuestión económica, pues el informe de un profesional privado me supondría un desembolso que no me podía permitir. Por eso, decidí destinar mis ahorros a una fisioterapeuta de suelo pélvico que me ayudase a recuperarme”.
Más entrecomillados: son Iria Pinheiro.
“No me interesaba presentar una demanda para obtener dinero, sino para evidenciar mi situación. Casi no podía moverme y, con un bebé en brazos, me sentía indefensa y sumida en una precariedad absoluta. ¿Podré seguir trabajando?, me preguntaba. Tras dos años de rehabilitación, ha sido un largo camino y aún no estoy recuperada. Sí, ahora estoy mejor, pero al setenta por ciento. Hay cosas que no acaban de ponerse en su sitio...”.
También hay como un silencio. Un silencio sin preguntas. Iria confiesa que le duele. Le duele todo, y le duele cuando lo hace. Si quiere hablar, que hable Iria.
Cuenta cosas sólo conocidas por quienes las sufrieron. A veces, pregunta si el interlocutor conoce el término, si sabe el significado de eso. De eso y de todo. Cosas que si le pasasen a tu compañera, o a tu pareja, o a tu chica, o a tu novia, o a tu hermana, o a tu madre, te darían ganas de no sé qué. Cosas que no te van a pasar a ti, y en las que prefieres no pensar, porque sabes que tu tolerancia del dolor es mínima. Y, si la resistencia fuese mayor, igualmente te darían miedo. Quizás Iria lo cuente en la obra. Quizás por ello merezca la pena escucharla, aunque no sea necesario, del mismo modo que tampoco lo es reproducirlo aquí.
Una actriz ensaya en su pueblo porque conducir hasta Santiago le duele. Dolor físico. El otro dolor va por dentro.
Una mujer habla en primera persona, pero no duda en tomar distancia. Exige a la sanidad pública que le remita su expediente, en vano. Apenas cinco líneas, que lee en voz alta:
“Paciente que tras parto (6-5-2016) presenta debilidad en el suelo pélvico con cistocele e incontinencia urinaria de esfuerzo, por lo que se le recomienda realizar ejercicios de Kegel. Debido a la persistencia de dolor en la zona de la episiotomía y dispareunia, se remite para tratamiento fisioterapéutico con el objetivo de mejorar la elasticidad cicatricial y recuperación de la fuerza y resistencia en el periné. Tratamiento se remite al servicio de ginecología para evaluación”.
Si no tienen el diccionario a mano, episiotomía significa “incisión quirúrgica en la vulva que se practica en ciertos partos para facilitar la salida del feto y evitar desgarros en el perineo”. Pinheiro y otras mujeres creen que los médicos cortan por lo sano, valga la paradoja. También que se practican cesáreas innecesarias. Y que todo incluso es peor cuando son madres primerizas: las tratan como niñas, aunque esto lo cuenta ella luego. Al diccionario, pese a que la búsqueda sea infructuosa; un diccionario, el académico, hecho por hombres: no recoge dispareunia, tampoco coitalgia. La palabra apunta maneras: el coito doloroso. Es frecuente en el puerperio: “Período que transcurre desde el parto hasta que la mujer vuelve al estado ordinario anterior a la gestación”, según el Diccionario de la Real Academia Española.
Iria quizás sonría cuando lea lo del “estado ordinario”, porque su estado es un estadio: dos años y dos meses de molestias, dolores y penalidades. Se lo toma con humor. O con ironía: “De repente, descubrí que ahora tengo poderes y que puedo predecir el tiempo. Por ejemplo, me da en el coño que va a llover”, comenta en el vídeo. “Y cuando el coño me dice que va a llover, está comprobado que llueve”.
Como a un reumático cuando llegan la humedad y el frío con el invierno.
“Es una sensación que percibí con el tiempo”. Los reumáticos se refieren a las estaciones. Ella, al paso de los días: dos años y dos meses suman casi ochocientos. “Ojo, esto no me pasa a mí sola, sino también a otras muchas españolas, quienes sufren dolores o incomodidades incluso cuando practican sexo. Durante toda su vida, aunque no lo cuenten”.
Iria Pinheiro va a contarlo.
“Hay tantos dolores como mujeres”.
“Hay tantas secuelas como mujeres”.
A veces, sus palabras estremecen: “Cuando hay partos violentos, hay sociedades violentas”.
Le gustaría saber todo lo que le ha pasado, mas su grito no encuentra eco. “Exigí los informes y nada. Si me mandaron a ginecología, fue porque se lo pedí de rodillas. No me dejaron volver al fisioterapeuta de la seguridad social porque decían que está saturado”.
También se queja porque, según ella —según muchas— no se respeta la decisión de la paciente. O, mejor dicho, ni se le consulta: “Te ningunean. Es un tratamiento infantil hacia la mujer: Fuiste madre, el niño está bien. ¿Qué esperabas? Ahora pagarás. Hay una gran falta de respeto hacia nosotras, que nos sentimos desinformadas y abandonadas”.
Esto se lo han dicho otras y lo dice ahora Patricia de Lorenzo, actriz, además de mujer y madre. “Mi primer parto fue terrible y traumático. En el segundo percibí cierta diferencia, porque tenía más conocimiento y poder de negociación. O sea, un mayor control sobre la situación. Cuando las primerizas dan a luz en la sanidad pública, hay una infantilización de las mujeres. En el segundo parto, ya no te hablan de la misma manera. Por ejemplo, yo no dejé que me indujeron el parto, algo que no había ocurrido antes. Lo primero que importa es el bebé, mientras que la madre pasa a ser una actriz secundaria. En muchos casos, dar a luz en un hospital público es una mala experiencia, incluso a veces traumática. Y eso no lo digo sólo yo, sino que lo ves en los ojos llorosos de las compañeras que relatan su experiencia en los talleres”.
Ni Pinheiro ni De Lorenzo critican la sanidad pública por ser pública. Ni bendicen la sanidad privada por ser privada, obviamente. La primera se paga. Sin embargo, hay quien no puede pagar dos veces por su salud. “Y no estoy hablando de un problema de recursos económicos, porque hay aspectos básicos que podrían modificarse si se mejorase el procedimiento, sin que supusiese una mayor inversión económica”, matiza la portavoz de Chévere. “El proceso del parto se ha medicalizado, por lo que quizás habría que establecer otros protocolos, que pasarían por un trato personal más cercano y humano, así como por una mayor información. A veces firmamos consentimientos sin estar realmente al tanto de lo que se trata. En definitiva, las mujeres no hemos decidido que las cosas se hagan así, por lo que hay mucho que cambiar”.
En los grupos de discusión paralelos a la producción de la obra de teatro que prepara Berberecheira con vecinas de su entorno —hasta ahora, en Teo y Moaña—, ronda una conclusión a la que no cabe añadir adjetivo alguno. La frase la pronunció una matrona: “Una vez embarazada, la mujer pasa a ser un contenedor”.
Anatomía dunha serea, según Chévere: “Es el testimonio de una mujer que no renuncia a ser mujer para ser madre y que, como tantas otras, fue agredida física y psicológicamente durante su paso por el hospital".
La anatomía de una sirena, según Iria Pinheiro: “Más allá de mi experiencia personal, todo lo que se menciona en la obra tiene una base real y documentada. No me invento datos ni protocolos sanitarios. El guion toca la familia y la maternidad, pero trata directamente de la violencia obstétrica”.
No le hemos preguntado por el título de la obra.
A estas alturas, resulta una cuestión innecesárea.
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