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Actualizado:Las secuelas de un “parto violento”, tal y como lo definen las defensoras de los derechos sexuales y reproductivos, trascienden el cuerpo. “A veces, las consecuencias físicas se solventan con ayuda de matronas y fisioterapeutas, pero cuando una mujer han sufrido un trauma grave necesita la ayuda de una psicóloga”, explica Jesica Rodríguez Czaplicki, presidenta de la Asociación Española de Psicología Perinatal, quien estima que un porcentaje “considerable” de las parturientas desarrollan trastornos de estrés postraumático tras dar a luz.
Casos aislados en función del volumen de nacimientos, pero que, según ella, deben ser tenidos en cuenta porque requieren intervención psicoterapéutica. “Ahora bien, no todas reaccionan igual, porque mientras algunas sufren tocofobia [miedo irracional al embarazo y al parto] o no desean tener más hijos para evitar una situación similar, otras padecen efectos a largo plazo”, añade.
“En el Reino Unido y otros países anglófonos, la cifra oscila entre el 1,5% y el 6%", concreta la psicóloga, basándose en la investigación Trastorno por estrés postraumático debido al parto: las consecuencias, realizada por Cheryl Tatano Beck, profesora de la Escuela de Enfermería de la Universidad de Connecticut. "En España es complicado estimar los datos de prevalencia, pues no se ha estudiado en profundidad”, asegura. “Ahora bien, el trauma en el parto no se tiene por qué producir únicamente debido a la intervención en sí. De hecho, en algunos muy intervenidos y medicalizados —pues se alejaban de la fisiología y los procedimientos eran absolutamente necesarios—, la mujer no ha tenido sensación de sentirse vejada, ni de que hubiese un riesgo para su vida y la del bebé”.
Jesica Rodríguez: "Tras el parto, pueden darse las secuelas propias de un trauma. Reviven el momento y la situación, tienen miedo, les cuesta relacionarse con el bebé y sienten hasta extrañeza, pues no lo ven como suyo y les cuesta vincularse a su propio hijo"
Sin embargo, en otras ocasiones, pese a la ausencia de peligros, “han tenido una sensación de vulnerabilidad, o se han sentido desinformadas y hasta fuera de control”, razona Rodríguez, formada en el campo perinatal y en lactancia materna. “No obstante, a la larga pueden darse las secuelas propias de un trauma. Reviven el momento y la situación, tienen miedo, les cuesta relacionarse con el bebé y sienten hasta extrañeza hacia él, pues no acaban de verlo como suyo y les cuesta vincularse a su propio hijo. Y eso, claro, genera un trauma mayor, que no tiene por qué producirse en los meses siguientes, sino que puede llegar más tarde y durar años”.
Otras veces, las situaciones traumáticas comienzan a vivirse “nada más dar a luz y pueden influir hasta en la lactancia”, añade. El estado de ánimo es “muy lábil y fluctuante: va de la tensión a la tristeza”, subraya la psicóloga y madre de dos niñas. La casuística es amplia: hay quien no se perturba y quien experimenta enfado, no sólo con el sistema sanitario, sino también con sus acompañantes y hasta con ellas mismas, porque consideran que no han sido capaces de frenarlo, aclara la también psicopedagoga. “Mujeres que, de algún modo, sienten que no han dado a luz a sus hijos o que se los han quitado. Yo no no lo he parido, me lo han parido, piensan. Me han robado mi parto”.
Rodríguez Czaplicki deja claro que “es imprescindible tener en cuenta las percepciones subjetivas, es decir, las vivencias propias de cada mujer”. Por eso, pone otros ejemplos en los que, en nacimientos con riesgo que implican una mayor intervención, “la atención al parto ha sido óptima y la mujer se ha sentido protegida”. Y, para reforzar su argumento, cita a Cheryl Tatano Beck: “El trauma del parto reside en la mirada de quien lo percibe, lo que implica que trauma es lo que a cada mujer le resulta traumático durante su experiencia de parto”.
¿Qué puede hacer, pues, una mujer afectada? “Insistir en buscar ayuda y no conformarse con respuestas que minimicen sus consecuencias. Debe buscar ayuda profesional antes de que pase un año del parto, primero médica y después legal”, aconseja Francisca Fernández Guillén, abogada feminista especializada en salud de la mujer. El intervalo no es una cuestión baladí, aunque a una víctima de violencia obstétrica —concepto esgrimido por las activistas, pero rechazado por los profesionales de la sanidad— el calendario se le puede hacer cuesta arriba. “A veces, tardan un poco en reaccionar, debido a la invisibilización a la que estamos sometidas”, explica la psicóloga.
“Les resulta complicado decir que están mal porque al principio no son conscientes, porque tienen lagunas o simplemente porque les cuesta dar el paso. Es fundamental basarse en la evidencia y tratar de que la mujer se integre y, sobre todo, de que se desculpabilice”, añade la psicóloga perinatal. Sin embargo, el tiempo apremia: “Tarda darse en cuenta de las consecuencias porque en la consulta médica le quitan importancia y, entonces, se pasa el plazo de reclamación”, advierte Fernández Guillén. “Cuando eres consciente, es tarde o ya has perdido la posibilidad de probarlo. En todo caso, una abogada siempre buscará la mejor vía para defenderla ante los tribunales”.
La actriz Iria Pinheiro se planteó demandar a la sanidad pública, pero pronto percibió que se estaba adentrando en un camino pedregoso, debido a la dificultad de probar las secuelas supuestamente causadas por una episiotomía que le provocó incontinencia urinaria y dispareunia. Pese a que su matrona y su fisioterapeuta se las detectaron, los profesionales sanitarios no reconocieron que el daño sufrido había sido provocado por una, a juicio de la artista, mala práctica, por lo que solicitó su expediente infructuosamente.
Francisca Fernández Guillén: “La afectadas tardan en darse cuenta de las consecuencias porque en la consulta médica le quitan importancia y, entonces, se pasa el plazo de reclamación”
Apenas le remitieron un escueto parte médico que reflejaba “debilidad en el suelo pélvico con cistocele e incontinencia urinaria de esfuerzo”, dolor persistente en el periné y coitalgia. La recomendación: realizar ejercicios de Kegel y acudir al fisioterapeuta. “Y si me mandaron a ginecología, fue porque se lo pedí de rodillas. Sin embargo, no me dejaron volver al fisioterapeuta de la seguridad social porque decían que está saturado”, afirma Pinheiro.
Sin embargo, Juan Luis Delgado, miembro de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO), sostiene que la sanidad pública cubre las lesiones causadas por una episiotomía, “aunque sean mínimas”. El presidente de la sección de Medicina Perinatal también defiende que el parto cada vez se está humanizando más y cita como ejemplo de los “avances” la modificación de la ley de derechos y deberes de los usuarios de la sanidad pública emprendida por la Asamblea Regional de Murcia. Los cambios fomentarán el contacto piel con piel —que pretende evitar que se separe al bebé de la madre tras el parto— y garantizarán el derecho de los recién nacidos a su identidad sanitaria tras el primer berreo.
Pinheiro, pese a las secuelas supuestamente causadas por la episiotomía, desistió de presentar una demanda tras consultarlo con su abogado. “Si reclamase ante la Justicia, no me valdría su testimonio ni el de mi matrona, sino el de un médico que ejerciese de perito”, añade la actriz, quien prefirió denunciarlo públicamente sobre un escenario. Así nació la obra de teatro documental Anatomía dunha serea, que se ha estrenado recientemente en Galicia y cuya compañía, Chévere, pretende llevar próximamente a varias ciudades españolas.
Jesica Rodríguez: “Hay mujeres que sienten que no han dado a luz a sus hijos o que se los han quitado. 'Yo no no lo he parido, me lo han parido', piensan”
“La ley formalmente es igual para hombres y mujeres, pero no en la práctica. O sea, no es un problema legal, sino de aplicación de la norma”, cree la letrada Fernández Guillén. “La mayoría de las sentencias dictadas por algunos jueces, con honrosas excepciones, nos excluyen de la protección que la ley brinda a toda la sociedad. La violencia obstétrica no se reconoce y se reconduce a un caso de práctica clínica”.
La abogada, especializada en salud de la mujer, asegura que “en general los ginecólogos no piden el consentimiento de la embarazada para llevar a cabo ciertas prácticas invasivas”, aunque el problema no se acaba ahí, según ella. “Luego, durante el proceso, los jueces tampoco solicitan que se presente ese documento, cuando en otros procesos asistenciales —en los que los protagonistas son hombres— sí que lo exigen. Hay mil formas para que, en la práctica, las mujeres sean excluidas de la ley, como aducir que no era necesario haber pedido su consentimiento”.
La actriz afectada cree que no sólo omiten su aprobación, sino que tampoco son consultadas, ni se respeta sus decisiones.“Te ningunean. Es un tratamiento infantil hacia la mujer: Fuiste madre, el niño está bien. ¿Qué esperabas? Ahora pagarás. Hay una gran falta de respeto hacia nosotras, que nos sentimos desinformadas y abandonadas”.
¿Se escudan los médicos en que las secuelas no son debidas a sus prácticas? “Las consecuencias se desconocen porque no interesa”, explica la abogada. “Los beneficios que le atribuían a la episiotomía en realidad no existen, pero siguen sin reconocer sus efectos negativos. Cuando se producen, le quitan importancia: no los consideran algo excepcional o los atribuyen a los efectos del propio parto”.
El presidente de la sección de Medicina Perinatal de SEGO deja claro, sin embargo, que se practican “las estrictamente necesarias” e insiste en que la tendencia actual es “no forzar ni hacer maniobras intempestivas” para acelerar el nacimiento. Juan Luis Delgado recuerda que “a veces es un factor predisponente para el desgarro perineal”, por lo que se lleva a cabo cuando resulta realmente imprescindible y haya, por ejemplo, “una barrera para que el niño salga con normalidad”.
Francisca Fernández Guillén: “La mayoría de las sentencias dictadas por algunos jueces, con honrosas excepciones, nos excluyen de la protección que la ley brinda a la sociedad. La violencia obstétrica no se reconoce y se reconduce a un caso de práctica clínica”
Fernández Guillén afirma que los protocolos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Ministerio de Sanidad no son aplicados. “Cuando hay una tijera por medio, no podemos considerarlo un parto natural, pero eso los médicos no lo quieren ver”. La clave, según ella, es abolir la “discriminación” contra la mujer.
“Porque, insisto, en España tenemos unos convenios y unos protocolos extraordinarios, mas no se ponen en práctica”. La letrada feminista ahonda de esa manera en el “sesgo masculino” de la medicina y de la Justicia, como han denunciado las activistas. O sea, la violencia obstétrica como un tentáculo más de un “sistema patriarcal que somete a la mujer”.
“No cabe duda alguna de que el cambio debe partir de los profesionales”, sostiene Elena Gil, portavoz de la asociación El Parto es Nuestro. “Hay matronas que nos entienden, pero sus plantillas son irrisorias. Por ello, las administraciones deben garantizar la atención adecuada y, para ello, son necesarios más recursos”.
El cambio de modelo, según ella, es la única arma que tiene una mujer para defenderse ante la violencia obstétrica. Pese a que ha habido progresos —como sostiene Gil, si bien para otras defensoras de los derechos sexuales y reproductivos resultan insuficientes—, por ahora sólo queda la rehabilitación física y la terapia psicológica. Aunque, como sentencia Rodríguez Czaplicki, “las cicatrices del cuerpo se curan antes que las cicatrices del alma”.
Más información sobre la violencia obstétrica:
1. Las prácticas agresivas que sufren algunas mujeres en el parto.
2. La violencia obstétrica, ¿otro tipo de violencia de género?
3. Del parto inducido de Patricia a la episiotomía de Iria.
4. Los traumas psicológicos del parto violento.
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