barbate (cádiz)
Actualizado:Se llama Mohamed Koroma, pero todo el mundo le llama Med. No tiene ni idea de qué es el barco Aquarius ni de las últimas medidas del Gobierno español para las personas migrantes. No sabe qué es eso del efecto llamada del que hablan algunos periódicos y políticos españoles. Seguramente hubiera estrechado la mano de Pablo Casado si éste hubiera visitado la nave industrial de atún de Barbate (Cádiz), donde Med pasó tres días junto a otras 76 personas rescatadas de una patera en el Estrecho. Su travesía en el Mediterráneo duró pocas horas, pero su viaje comenzó hace más de dos años, mucho antes de que Pedro Sánchez llegara a la Moncloa.
Med es un joven alegre al que no le importa contar su historia. Tiene 23 años y dejó su país natal, Sierra Leona, sin saber muy bien dónde iba a terminar. De hecho, cuando relató a Público su viaje, aún retenido por la Guardia Civil el pasado miércoles, seguía sin tener claro su destino final. "Quería venir a Europa porque aquí no se maltrata a la gente. Me quedaré aquí si puedo, quizás vaya a Barcelona, no lo sé todavía. Sólo quiero protección", comenta.
"Sé que uno de mis amigos se ha ahogado. Salió en patera hace un mes y nunca llegó"
Su travesía por el Mediterráneo fue corta, apenas unas horas desde que salió de una playa de Tánger (Marruecos) hasta que fue rescatado por Salvamento Marítimo. Iban 53 personas a bordo y en el algún momento pensó que no lo lograrían. "Tuvimos mucho miedo. Sé que uno de mis amigos se ha ahogado. Salió en patera hace un mes y nunca llegó. Yo sabía que podía morir en el mar pero no iba a dar marcha atrás cuando estaba tan cerca", explica.
Su ciudad, Kenema, está a más de 5.000 kilómetros de Barbate. Huyó de ella en 2016, poco después de que muriera su padre. Según cuenta, heredó un pedazo de tierra, no muy grande pero, al parecer, muy codiciado por su tío. "Quería quedársela y contrató a unos tipos para que me mataran. Vinieron una noche y me atacaron con cuchillos", recuerda el sierraleonés al tiempo que se señala en el costado izquierdo. Bajo la camiseta gris que le ha dado Cruz Roja está la cicatriz de aquella puñalada. No es muy grande, de unos tres dedos de largo. Pudo escapar y recuperarse, pero no quedarse allí, así que cogió todos sus ahorros y emprendió la huida.
Cuatro meses secuestrado en Burkina Faso
Al principio se movió rápido, hacia Guinea, el vecino del norte. Tardó un día en cruzar hasta Malí y otros dos en atravesarlo hasta llegar a Burkina Faso, de donde no guarda buen recuerdo. "Es un país difícil para vivir, aunque sea poco tiempo", dice. Un día fue secuestrado por un grupo de hombres armados. "No eran militares ni eran policías. No sé quiénes eran, pero me golpeaban y me encerraron en una prisión. Me pedían dinero para dejarme ir. Pasé cuatro meses en una cárcel hasta que les di todo lo que tenía", unos 3.000 dólares, dice.
"El viaje es largo y caro. Trabajas hasta que ahorras lo suficiente para el próximo destino"
Cuando salió empezó a caminar sin rumbo hasta que vio una casa donde le dieron comida y pudo continuar su viaje. "Es largo y caro. Todo cuesta mucho dinero. Trabajas hasta que ahorras lo suficiente para el próximo destino", explica.
La siguiente parada fue Niamey, en Níger, y después, Agadez, la gran sala de espera de los migrantes que ansían Europa. Malvivió en las calles de esta ciudad en pleno desierto del Sáhara donde las mafias del tráfico de personas se llenan los bolsillos con la desesperación de subsaharianos como Med. Agadez es la última parada hacia Libia o hacia Argelia. "A Libia es más fácil llegar, pero también es más peligroso", remarca el joven, que tuvo tiempo para decidir qué ruta elegir.
Tomó la decisión mucho antes de que Italia cerrara sus puertos a los migrantes rescatados en el mar. No fue la llegada de Salvini al Ministerio de Interior italiano lo que inclinó la balanza hacia Argelia, sino las terribles historias que llegan desde los centros de detención libios. "Quería ir a Libia para llegar a Italia, pero cuando estaba en Níger me enteré de que tres compañeros míos de viaje habían sido secuestrados en Libia, que les torturaban y que llamaban a sus familias para que pagaran un rescate". Med ya había pasado por algo parecido, no quería arriesgarse.
Cinco días caminando
Relata que "una buena persona" le dio algo de dinero para llegar a hasta la ciudad argelina de Tamanrasset, a donde le llevó un árabe en coche. Pasó cuatro meses mendigando en la ciudad, "caminando y escalando por el monte por las noches porque si nos ve la Policía nos llevan otra vez al desierto y nos maltratan. Los árabes tratan muy mal a la gente negra", apunta. No tenía nada, dice, apenas conseguía comer cada día, así que decidió hacer a pie la siguiente etapa. "Estuve más de cinco días andando. Iba con otro compañero, pero él no lo aguantó y se dio la vuelta. Yo seguía caminando y caminando hasta que un hombre me encontró ya muy cansado. Me llevó al médico y me dio algo de dinero para que pudiera llegar a Orán", al norte de Argelia, en la frontera con Marruecos.
"En Marruecos me han robado varias veces. Saben que llevas todo tu dinero encima porque no puedes llevarlo a un banco"
Allí pasó tres meses, trabajando y ahorrando para la etapa marroquí. Fue pintor y acarreó arena en la construcción hasta que decidió que tenía suficiente y se lanzó a saltar la valla fronteriza. "Fuimos por la noche, éramos 75, todos subsaharianos. Sólo lo conseguimos tres", recuerda.
Parecía que el viaje estaba acabando. O eso creía él. Llegó hasta Nador con la idea de saltar la valla de Melilla, pero los gendarmes marroquíes le cazaron, le montaron en un autobús y lo enviaron a Casablanca. "En Marruecos me han pegado y me han robado. Saben que llevas todo tu dinero encima porque no puedes llevarlo a un banco. Me han quitado el móvil cuatro veces, a otros amigos le han clavado un cuchillo para robarles. Los árabes han matado a muchos migrantes sólo para robarles", lamente el joven.
La valla de Ceuta: misión imposible
Pero Med siguió yendo hacia el norte, hacia los montes cercanos a Ceuta. "He intentado tres veces saltar la valla y nunca lo he conseguido. La policía marroquí nos pega con palos, no sólo cuando saltamos la valla, también cuando estamos en el monte", dice. Pasó tres meses en ellos. "Fue lo más duro de todo. Mucho frío, mucha hambre, si llueve te empapas. Se pasa muy mal y es difícil cruzar, así que decidí que lo mejor era probar suerte en el mar", relata.
No repetiría el viaje. Es el sacrificio que hago para que mis hermanos no tengan que hacerlo"
Con esa idea en la cabeza se fue a Tánger, se instaló en un piso con otras 37 personas. "Yo cocinaba siempre así que ahora me estarán echando de menos", bromea. No fue difícil encontrar a la persona que le lanzaría al mar. "Todo el mundo en el barrio sabe quiénes son. Sólo tienes que preguntar en una cafetería y tener 500 euros. Depende de la barca y de cuantas personas vayan", explica.
En pocos meses se embarcó hacia España y lo consiguió. "No repetiría este viaje. Es el sacrificio que yo hago para que mis dos hermanos no tengan que hacerlo. Ahora sólo quiero encontrar un trabajo y poder enviarles dinero". Med está ahora en Granada, libre, con una orden de devolución que nadie hará efectiva pero que le impedirá tener un permiso de residencia o un trabajo legal. Sus pies están en Europa, pero tendrá que caminar por sus margénes.
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