madrid
Actualizado:Rosa es profesora de matemáticas en un instituto de secundaria. Un estudiante le pide salir al aseo. Tras observar que ha pasado un largo rato, sale preocupada a buscar a su alumno. Cuando se asoma, le ve apoyado en los lavabos manejando su teléfono móvil. Al levantar la cabeza y verse sorprendido, el alumno se defiende con tono culpable argumentando que "tenía una notificación de Instagram".
Conocimos la historia de Rosa en uno de los grupos de discusión con profesionales de EMO-Child, un proyecto que toma el pulso de la salud mental infantil indagando entre quienes están en contacto diario con escolares. La sensación general de los docentes es que la experiencia de Rosa es la norma y no la excepción. Los docentes se quejan de que el uso de los teléfonos móviles con fines recreativos en el horario lectivo es un problema en aumento.
¿Pero qué tienen los teléfonos móviles para generar esta dificultad en los adolescentes para controlar su uso? Dan acceso a un sinfín de información, a redes sociales, juegos, vídeos… y eso supone una estimulación positiva muy reforzante. Existe además el miedo a perderse algo, lo que genera preocupación, especialmente en unas edades en las que estar integrado en el grupo y contar con la aprobación de los iguales es muy relevante.
Escapar en lugar de afrontar la realidad
Conviene plantearse en qué momento un menor está preparado para gestionarse bien con una herramienta tan potente, sabiendo que un uso inadecuado genera efectos adversos, especialmente en etapas vulnerables como la infancia y adolescencia. Un estudio con más de 1.000 adolescentes concluyó que uno de cada tres utiliza internet cuando se siente mal o para escapar de estados emocionales negativos.
El teléfono móvil puede funcionar, por tanto, como un escape de la realidad y de las emociones relacionadas con ella, lo que supone una estrategia de regulación emocional poco adaptativa que puede interferir en el desarrollo de otras estrategias más adecuadas.
Tener el móvil a mano reduce el tiempo de atención efectivo o funciona en muchas ocasiones como una forma de escape a estados de aburrimiento o cansancio: no solo afecta al funcionamiento académico y social del estudiante, sino que tiene implicaciones en el ajuste emocional y conductual.
Imposibilidad de autocontrol
La capacidad que tiene el teléfono móvil para proporcionar refuerzo positivo en forma de estimulación novedosa, unida a la dificultad de regular estados emocionales negativos en los adolescentes, complica enormemente su uso controlado y supone todo un desafío para las familias y el contexto educativo.
Algunos estudios han analizado las estrategias de autocontrol en el uso de las nuevas tecnologías que los jóvenes llevan a cabo. Un 52% de los jóvenes pone en práctica estrategias de prevención parcial del uso, como por ejemplo "alejar" el teléfono metiéndolo en un cajón o en la mochila, mientras que un 46% aplica estrategias de prevención total, eliminando cualquier posibilidad de utilizar el teléfono, por ejemplo, dejando el móvil en casa de un amigo o yendo a sitios en los que no haya conexión a Internet.
Las estrategias preventivas son más eficaces que las reactivas: prohibir el teléfono en el centro supondría una estrategia proactiva y preventiva que sería más efectiva que intervenir para penalizar el uso. Es una política consecuente con los datos, que indican que la interferencia de los dispositivos móviles en la atención y el aprendizaje se produce incluso sin utilizarlos, simplemente al tenerlos accesibles o cerca.
La postura de UNESCO y PISA
Distintos organismos internacionales alertan sobre los peligros de usar el teléfono móvil en los centros educativos y la conveniencia de prohibirlos. Por ejemplo, la UNESCO ha hecho un llamamiento a los gobiernos de todo el mundo para restringir el uso del teléfono móvil en las aulas. También el informe PISA ha encontrado relación entre el uso inadecuado del móvil y un peor desempeño escolar.
Países como Francia, Italia, Portugal, Suecia y Reino Unido ya han tomado medidas para regular el uso del móvil en las aulas y otros tienen previsto hacerlo pronto, como Finlandia y Países Bajos.
Este tipo de medidas han mostrado efectos positivos en estudios realizados en Reino Unido y Australia, encontrando una mejora en el rendimiento de los estudiantes tras la prohibición de los teléfonos móviles en los centros educativos.
¿Existe el término medio?
Las pantallas y el móvil tienen mucho que aportar como tecnologías emergentes y como recursos educativos. Pero nos encontramos en un escenario en el que los educadores necesitan una regulación al respecto. Y esta regulación no sirve si se queda a medio camino.
Dejando por un momento al margen el debate actual sobre la edad mínima para tener un móvil, si algo tenemos claro es que el uso de teléfonos móviles en centros de educación primaria y secundaria no es conveniente por no ser necesario ni estar justificado. Ni por la maduración cognitiva de los escolares, que no están preparados para un uso controlado, ni por los efectos negativos en forma de distracciones, mayor riesgo de futuro abuso cuando hay un inicio temprano, acceso pese a los controles a contenidos inapropiados o implicación en actividades con desconocidos.
Sería normal preguntarse si es posible un término medio: permitir el móvil en la escuela a partir de cierta edad, con supervisión, como herramienta para la enseñanza o como forma de contacto con sus familias. Y la respuesta es no. Las razones han quedado arriba expuestas, y se resumen en que las desventajas de tener el móvil en clase superan con creces a los potenciales beneficios.
Siempre es preferible no limitarnos a prohibir y apostar por enseñar buenos hábitos. Por eso las familias necesitan más información sobre los riesgos y habilidades para educar en el buen uso de las pantallas. ¡Perdón! Tenemos que dejarle, nos está sonando el móvil.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation
*Jonatan Molina Torres (Universidad Miguel Hernández) / José Pedro Espada (Universidad Miguel Hernández) / Mireia Orgilés (Universidad Miguel Hernández) / Marta Labrador Méndez (Universidad Complutense)
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