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Hay sentencias que son la excepción a la regla de la justica patriarcal. La de Sol Mayor (nombre ficticio), una joven estudiante madrileña de 20 años y apasionada por la música, es una de los miles que hay. A ella, D.G.C, su profesor de lenguaje musical del Conservatorio de la Comunidad de Madrid, le robó mucho más que la adolescencia. "Fui abusada sexualmente y maltratada psicológicamente por él".
Ahora la Audiencia Provincial de Madrid le ha declarado culpable de delito continuado de abuso sexual a una menor de 16 años, así como contra la integridad moral, y le condena a 12 años de prisión. Además, le suspende de empleo y sueldo, le inhabilita para cualquier profesión u oficio, sea o no retribuido que conlleve contacto regular y directo con menores de edad por un tiempo de 14 años y le obliga a indemnizar a la víctima con 22.000 euros por daños morales. La fianza para la misma ya ha sido ingresada.
Así mismo el victimario estará con libertad vigilada durante seis años y tiene prohibido aproximarse a Sol a 500 metros durante un periodo de 12 años o comunicarse por cualquier medio con ella.
Cuando las piezas encajan
El resultado de esta sentencia, que aún no es firme, es como describe Nuria Cruz Ucieda, la abogada que la ha peleado, "todo un éxito por el peso decisorio del testimonio de Sol que ha sido tomado en cuenta por el tribunal como principal prueba de cargo. Además, es un hito porque se reconoce el daño moral que se le ha causado y cómo este abuso le ha afectado en el libre desarrollo tanto de su personalidad como de su indemnidad sexual, ya que se realizó en unas condiciones que afectaron gravemente a la dignidad de la víctima y que le llevaron a una despersonalización e incluso a querer acabar con su vida", comenta a Público por teléfono.
Una experiencia muy traumática que Sol resume en tres sentimientos: "Mucha rabia, impotencia y asco", y que la llevaron a sentir "pura indefensión ante la vida". Tanto que a día de hoy reconoce que cuando lee la sentencia todavía es incapaz "de asimilar que una persona pueda hacer semejante daño a una menor y que tenga tal nivel de narcisismo, egoísmo y de impunidad, para decir, tras cinco horas de juicio escuchando todas las barbaridades que me ha causado, que lo hizo porque me quería. No entiendo cómo puede dormir por las noches siendo completamente consciente del daño que me ha hecho, tanto a mí, como a mi familia".
Por eso, para esta joven música el trabajo de su abogada ha resultado básico. "Su labor ha sido impresionante. Ha respetado en todo momento mi proceso terapéutico, cosa que estoy segura de que muchos otros abogados no hubiesen hecho. Conmigo ha hablado siempre desde la comprensión, consultando a mi psicóloga si podía abordar o no ciertos temas, para causarme el menor daño posible, teniendo presente que pasar por un proceso judicial implica revivir todo el trauma. Me he sentido arropada y cuidada en todo momento, y admiro enormemente el trabajo que ha hecho con el caso y su implicación para mostrar que la peor parte no son los abusos, sino la manipulación psicológica a la que me sometió".
Al trabajo de esta curtida abogada feminista (lleva dos décadas ejerciendo), Sol suma el de las dos psicólogas de la Unidad de Atención Integral Especializada a Mujeres Adolescentes Víctimas de Violencia de Género con las que ha llevado a cabo su terapia. "Ambas han hecho un trabajo excepcional. Con la segunda he desarrollado además un vínculo de confianza y cariño muy sólido que me ha permitido, entre otras muchas cosas, tocar las partes más dolorosas, cuestionarme a mí misma y aprender a quererme. Todo con la certeza de que ella siempre está ahí para sostenerme, apoyarme y para ayudarme a curar heridas muy dolorosas. Es una persona muy muy importante para mí, y una profesional extraordinaria".
La familia lo es todo
Pero quien la ha sostenido de puertas para dentro y también para afuera es sin duda su familia. Sin ella Sol tiene claro que el final feliz de su historia habría sido otro. "Me siento muy afortunada por todo el círculo que mis padres han tejido a mi alrededor, porque no suele ser la norma. De entrada, tener una familia que no te culpa es crucial y esto es algo que no tienen todas las víctimas, lo que hace que el proceso de recuperación sea muchísimo más complicado. Sin la ayuda de mi madre y también de mi padre no hubiese podido sobrevivir a esto. Mi madre fue capaz de mantener la mente fría en todo momento y de hacer las cosas de la mejor manera que pudo, sobre todo para evitarme a mí más sufrimiento, muchas veces a costa de sufrir ella. Mi padre fue el que se encargó de mantener la familia unida".
Y es que el paso de romper el silencio fue dado por sus padres. "Yo empecé a tener crisis de ansiedad en casa, enfrentamientos constantes con ellos, me ponía a llorar por cualquier cosa... Mi madre, al principio, y casi hasta el día que se descubrió todo, pensaba que estaba desarrollando una enfermedad mental. Empezaron a poner el foco en el maltratador al darse cuenta de que no estaba teniendo un comportamiento que cabría esperar de un profesor. Cuando por fin descubrieron todo lo que estaba ocurriendo, pusieron inmediatamente una denuncia para protegerme a mí y a otras posibles víctimas, aunque luego el juez no puso ninguna medida cautelar, dejándome completamente desprotegida".
Quizá por ello, porque le duele casi más el sufrimiento de sus seres queridos que el suyo propio, y porque siente que su historia puede ser el espejo en el que otras chicas puedan verse reflejadas, ha decidido dar el enorme y valiente paso de contarlo todo. "A todas ellas, me gustaría decirles que no están solas, que el camino es muy duro, pero hay luz al final del túnel y se puede ser feliz. Les quiero decir que se quieran a sí mismas, que se permitan sentir y que se apoyen tanto en profesionales, como en personas que sepan escucharlas y valorarlas como se merecen. Juntas somos más fuertes", recalca la joven.
El momento de renacer
El proceso en el que Sol pasó de víctima a superviviente fue dos años después de la denuncia, en 2019. "Mientras tanto mantuve contacto con él a través de redes sociales, y por tanto se mantuvo la manipulación. Me fui desvinculando emocionalmente de forma involuntaria, sobre todo por falta de tiempo. Cursaba segundo de bachillerato a la vez que estudiaba en el conservatorio, así que tenía mucha carga lectiva y poco tiempo. Puse fin a la relación en mayo, porque me sentía atada y me angustiaba pensar en el inevitable enfrentamiento con mis padres si al cumplir los 18 decidía irme con él. Tres meses más tarde descubrí a Marina Marroquí, una profesional imprescindible, y, tras escuchar su testimonio, se rompió la burbuja en la que estaba metida y fue cuando empecé a entender y asimilar lo que había vivido. Ya me había cuestionado cosas antes, pero ese momento fue un antes y un después".
A partir de entonces Sol comenzó a poner nombre a todo y a ser consciente de la violencia que había sufrido. "Esta fue una de las partes más difíciles, reconocerme como víctima, porque implica un cambio de visión radical. Con mucho trabajo de autocuestionamiento e introspección, guiada por mi psicóloga, he ido poco a poco integrando lo que he vivido. Todavía sigo en ello".
Para ella, mientras que la sociedad no deje de ver como tabú el abuso sexual a menores, muchas jóvenes más sufrirán su mismo dolor. "Tenemos que dejar de mirar hacia otro lado de una vez. La realidad es muy desagradable, pero si no la afrontamos, la analizamos y ponemos medios para prevenir que ocurra, estamos desprotegiendo a un montón de menores y mujeres que van a vivir un verdadero infierno con el que van a tener que cargar durante toda su vida. Y lo más terrible de todo es que parte del tabú pasa por justificar los actos del agresor, sobre todo cuando ocurre en un entorno cercano o familiar, y esto es intolerable".
Apuntar al causante
Además, Sol remarca la necesidad de que la sociedad deje de mirar a otro lado o pensar que no va con ella. "Hacer esto es ser cómplices. Puede que a muchas personas les moleste esto, pero es así, porque la baza del agresor es el silencio. Hay que dejar de hablar de víctimas y empezar a hablar de maltratadores, colocarles en el centro del debate social y señalar a los que están ejerciendo esta violencia tan horrenda, porque así acabamos con la impunidad que siguen teniendo".
En el caso de su abusador, solo espera que cumpla la pena y acabe entrando en prisión durante doce años. "Para mí, la cárcel es la única garantía absoluta de que no le va a poder destrozar la vida a otra niña; mientras tanto una parte de mí siempre estará en tensión. Imagino que aprenderé a vivir con ello, pero uno de los miedos que sigo cargando es ese, también por mi propia seguridad, porque me lo puedo cruzar por la calle, y no quiero imaginar lo que podría ocurrir. No puedo evitar pensar que ha podido haber otras después de mí, porque ha tenido tres años hasta que se ha celebrado el juicio, al igual que no descarto que haya habido otras víctimas antes que yo".
Una sensación que también comparte Valeria López (nombre ficticio), la madre de Sol, y que le hace pensar en todas las progenitoras que puedan estar pasando por lo mismo que ella tuvo que vivir con Sol. "Lo más difícil de gestionar emocionalmente es ver que a tu hija la están destruyendo, que puedes llegar a perderla, física y afectivamente, y que todo lo que puedes y debes hacer te enfrenta con ella. Es duro gestionar el enfrentamiento con tu propia hija y la distancia emocional que ella crea. Ver que se escapa su vida y que rechaza cualquier muestra de amor por parte de su familia porque eso le genera más angustia", recalca.
"Las Lolitas de toda la vida"
Además, Valeria subraya "la falta de conciencia en la sociedad sobre la gravedad de este tipo de delitos cuando la implicada es una menor de entre 14 a 16 años, las lolitas de toda la vida. Aunque la ley ha elevado la edad del consentimiento, nuestra sociedad no reprueba con la misma intensidad este tipo de delitos, entendiendo que ya se pueden dar relaciones de enamoramiento entre un adolescente y un adulto, especialmente o exclusivamente si son hombres con niñas".
Una mentalidad que en el caso de su hija "provocó cuando se pidieron las medidas cautelares al interponer la querella, que el juez no considerase ni siquiera que debía poner una orden de alejamiento, al declarar la niña que todo había sido voluntario y que no tenía miedo. Por supuesto que en ese momento los que teníamos miedo éramos su padre y yo".
Sea como sea, lo que ahora Sol tiene claro es que va a apostar por ella. "Una de las cosas más importantes en la vida es aprender a conocerse, escucharse y a respetarse. En definitiva, a construir una autoestima sólida que dependa únicamente de mí. Esto es una de mis prioridades día a día para ser feliz y estar en paz conmigo misma".
Por eso, aunque tiene "todos los sueños por cumplir", reconoce que el principal es "el de contribuir en la medida de lo posible y de la forma que sea a que el machismo y todo tipo de formas de opresión y discriminación desaparezcan".
Para ella hacer esto es también "una manera de saldar la deuda histórica con las mujeres que nos precedieron. Ellas lucharon, muchas veces a costa de su propia vida, para asegurarnos a nosotras una vida mejor. Y aunque ese avance es incuestionable, a día de hoy sigue habiendo muchísima violencia que hay que erradicar. Creo que la única forma de saldar esa deuda es seguir luchando, seguir siendo inconformistas y teniendo claras nuestras metas. Nosotras no lo vamos a ver, pero recuperando uno de los lemas del 8M que llevan nuestras abuelas: Lo que no tuve para mí, que sea para ellas", finaliza.
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