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Actualizado:Pormishuevismo: dícese del "falso movimiento artístico creado por el artista Erik Harley (Tarrasa, 1993) con el fin de explicar aquella arquitectura especulativa, corrupta, gentrificadora y salchichera". La definición es bastante gráfica, pero si hace falta más concreción, Harley lleva tiempo organizando paseos guiados por ese urbanismo rancio y altanero que, para muchos, también es marca España.
Tras su éxito en redes sociales y su paso por programas como El Hormiguero, Harley, graduado en Bellas Artes y posgrado en Estudios Urbanos, ha llevado sus diferentes recorridos por el lacerante urbanismo patrio al formato libro. Pormishuevismo. Rutas por la España del ladrillo (Anaya Touring) es un hilarante recopilatorio del despropósito y la soberbia, una cuidada enciclopedia de cemento, testosterona y sobrecostes o, como él lo define, un "catálogo nacional de obras pormishuevistas".
Abarca balnearios ilegales, rascacielos de estilo aleatorio, "milagros económicos" que se convirtieron en pufos, incendios más que sospechosos o ruinas prematuras que iban a ser vanguardia. De norte a sur y de este a oeste. Una ruta por la Barcelona de la "quimera olímpica", una visita a la neoyorkina Benidorm, una parada en el Bilbao post Guggenheim o un merecido descanso en esa ciudad de vacaciones llamada Marina d'Or.
La que más éxito tiene, reconoce Harley, es la ruta madrileña. Un poco agradable paseo por la Castellana de casi tres kilómetros que empieza en Nuevos Ministerios (ese gran homenaje al comunismo, según el programa Cuarto Milenio), donde el autor cita a la prensa. Termina en las Torres Kio y el Obelisco de Calatrava, única obra en la capital del afamado (sobre todo para mal) arquitecto Santiago Calatrava, buque insignia del pormishuevismo, al que le dedica en exclusiva su recorrido valenciano.
"Cuando empecé con las rutas venían sobre todo estudiantes de arquitectura y urbanismo, pero ya llega todo tipo de público, salvo turistas", explica Harley. Hizo el primer recorrido en 2020, como una forma de encontrarse en persona con su audiencia en redes sociales. Ahora hace cuatro recorridos al día durante los fines de semana. "Hay interés, la gente que vive aquí quiere saber por qué se hicieron estas cosas, quiere conocer su contexto urbano", sostiene el autor.
De AZCA al incendio de la torre Windsor
La vuelta se detiene fundamentalmente en el complejo financiero AZCA, una acrónimo de "Asociación mixta de la Zona Comercial
de la Avenida del Generalísimo". Si no sabías el nombre real, opina Harley, no es casualidad. Viviendas, oficinas, comercios y aparcamientos se entremezclan sin sentido aparente en este lugar anodino que el arquitecto Antonio Perpiñá diseñó en los años 50. Entonces "acogía al pijerío madrileño", aunque en los 80 anidó en sus bajos la epidemia de la heroína para dar lugar en los 2000 a los monumentales botellones y foco de "peleas, violaciones, tráfico de drogas, cruising".
Que el complejo no se parezca al diseño de su arquitecto, que se inspiró, como pudo, en el Rockefeller Center de Nueva York, se debe a la especulación del conglomerado empresarial Grupo Unión de Explosivos Río Tinto. En el 68 compró toda la manzana y 17 años más tarde, explica Harley, la vendió a un precio muy superior. El quiebre de estilos en lo que se construyó después era inevitable.
En la zona puede contemplarse la torre Castellana, 81, que lleva la firma de su arquitecto, Javier Sáenz de Oiza, en la base de una de las puertas giratorias de su entrada. Harley recuerda que este arquitecto situaba su firma ahí porque decía que "el ego del arquitecto tiene que estar donde mean los perros". Aunque también fue el ideólogo del criticado edificio con forma de herradura de Motaralaz, cientos de viviendas de protección oficial que muchos comparan con una cárcel y cuyos habitantes estuvieron a punto de linchar a Saénz de Oiza durante una visita a su obra en la que le explicaron lo difícil que era amueblar una casa con las paredes curvas.
Pero si hay una historia que a Harley le gusta contar de este recorrido es el de la desaparecida Torre Windsor, 106 metros que ardieron una noche de febrero de 2005 mientras las siluetas de varias personas se dibujaban en sus ventanas. No está claro qué o quién quemó la torre terminada en 1979, lo que sí está claro es que la familia Reyzábal, dueña de la construcción, se embolsó unos 600 millones de euros gracias al seguro.
Julián Reyzábal, un empresario "hecho a sí mismo" que aprovechó la posguerra para enriquecerse, fue quien encargó la obra después de una vida "llenado de billetes armarios y armarios", explica Harley. El estilo de la construcción se explicaba, en parte, por la personalidad del propietario. Montó una sala de cine en pleno destape y le fue tan bien que acabó creando una productora, unos laboratorios de cosméticos y perfumes, discotecas, restaurantes y salas de fiestas. Llegó a producir una película con Charlton Heston y Carmen Sevilla, Marco Antonio y Cleopatra. Su único interés era dejar un legado que mantuviera la riqueza en su familia, pero según relata el autor, no salió nada bien el plan.
El INE se cae a cachos y el Palacio de Congresos resiste
El paseo se detiene también en el Palacio de Congresos de Madrid, levantado en 1970, pero totalmente vacío desde 2012. Su historia también ha estado marcada "por el fuego y la especulación". A tiro de piedra del estado Santiago Bernabéu (otra obra considerada pormishuevista), durante el Mundial del 82 fue sede de la prensa y se conectó con el estadio con una pasarela elevada que luego se usó para una carretera madrileña.
No es casual que este edificio se cerrara en 2012, poco después de la tragedia del Madrid Arena. Las condiciones no eran mucho mejores en este local y lo que iba a ser una clausura temporal se convirtió en eterna. Incendios intencionados y planes de pelotazos inmobiliarios en el solar que lo sostiene han tratado de echar abajo esta obra de Pablo Pintado Riba. Pese a las protestas vecinales contra el proyecto de rascacielos que se avecinaba, lo único que ha salvado esta reliquia arquitectónica del franquismo han sido sus azulejos. Un mural diseñado por Joan Miró es lo que lo convierte en patrimonio nacional protegido, para disgusto de los especuladores (de momento).
Lo que sí se cae a pedazos es el edificio que solía albergar el Instituto Nacional de Estadística (INE). Se levantó en 1969 con Diego Méndez a las planos, quien también puso su granito de arena en el diseño del antiguo Valle de los Caídos. Era la sede del ministerio franquista de Planificación y Desarrollo, pero acabó reconvertido en sede del INE en 1972.
En 2005 se acometió una reforma y ampliación a cargo de los arquitectos César Ruiz-Larrea y Antonio Gómez Gutiérrez. Tras una inversión pública de 22 millones de euros, Harley se pregunta qué es este bloque de colorines. "¿Un edificio diseñado por un arquitecto en pleno ataque epiléptico? ¿Una mastodóntica escuela infantil?
¿Una catedral hecha con piezas de Lego?".
Sea lo que fuere, el caso es que ahora está vacío. Por lo que sea, algo no salió bien. Los trabajadores se quejaban de filtraciones de agua, de escaso aislante, de grietas en las paredes y un sinfín de problemas. La plantilla trabaja en otros edificios mientras la sede se repara, pero las obras avanzan poco o nada tras denuncias cruzadas entre el INE y Ferrovial, la constructora que realizó las obras. Con el poder del ladrillo hemos topado.
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