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Actualizado:En junio de 1983, Barcelona estrenaba la Plaza de los Países Catalanes, frente a la Estación de Sants. El espacio, concebido por los arquitectos Helio Piñón y Albert Viaplana, inauguraba un modelo minimalista de actuación pública basada en el hormigón, el mármol y el granito.
La plaza presentaba un diseño lineal, sin apenas mobiliario urbano ni rastro de vegetación. Un año después, en 1984, recibió el premio FAD de Arquitectura e Interiorismo y pronto se convirtió en un prototipo del denominado urbanismo duro, que se expandió como la pólvora a lo largo de la geografía española en las siguientes décadas.
Cuarenta años después, la ya indiscutible amenaza del calentamiento global está sacudiendo los presupuestos tradicionales del urbanismo contemporáneo y abriendo serios interrogantes sobre el tipo de ciudades que hemos configurado y las estrategias municipales que tenemos que implementar en el futuro para combatir el cambio climático.
París se ha propuesto desmantelar el 40% del asfalto y plantar 170.000 árboles en tres años
En ese contexto, el uso masivo del coche y el urbanismo duro se han revelado como una auténtica trampa mortal para la vida en las ciudades.
Hace unos días, París anunció un cambio de paradigma drástico de cara a los próximos años. Con previsiones inquietantes de temperaturas por encima de los 40 grados, se ha propuesto desmantelar el 40% del asfalto de la gran urbe europea, plantar 170.000 árboles en tres años y eliminar plazas de aparcamiento para reconvertirlas en zonas verdes. El calentamiento urbano es ya, para el Ayuntamiento galo, el "desafío número uno" de la gran capital europea.
Cientos de kilómetros al sur, las expectativas climáticas son notablemente más dramáticas, según indican todos los expertos. Hoy la Plaza de Sants de Barcelona se hubiera diseñado con toda seguridad a partir de otras coordenadas bien distintas. "Si únicamente analizáramos el factor ambiental, ahora claramente no sería concebible ese espacio", admite el arquitecto Oriol Muntané, profesor de la Escuela Técnica de Arquitectura del Vallés.
El urbanismo duro, sustentado sobre grandes superficies de pavimento de hormigón o piedra, es un modelo radicalmente contraindicado en el contexto del calentamiento global. "Al estar sometido a la radiación solar, absorbe muchísimo calor", argumenta Muntané. "Durante el día no son espacios confortables, porque difícilmente habrá zonas de sombra, y luego acaba reemitiendo todo el calor acumulado".
El urbanismo duro puede provocar incrementos de temperatura de entre tres y cinco grados
Según sus cálculos, este tipo de diseño urbano puede provocar incrementos de temperatura de entre tres y cinco grados. El efecto es más intenso durante la noche, indica el arquitecto catalán, por la capacidad de reemisión calórica de los pavimentos de piedra. "En una zona boscosa, como no se ha fijado el calor, baja rápidamente la temperatura", precisa Muntané.
De hecho, los expertos han constatado este mismo agosto que Madrid ha registrado hasta 8,5 grados más de calor en zonas urbanas con poca vegetación que en la periferia de la Casa de Campo, donde hay un 89% de superficie verde.
La reforestación urbana es un imperativo municipal si queremos mitigar el calentamiento global, afirma Oriol Muntané. "Las ciudades están insuficientemente arboladas. Hay que plantar vegetación allí donde se pueda y crear ejes importantes de espacio verde", sugiere.
Pero ¿qué se puede hacer con todo ese urbanismo duro construido en las últimas décadas? Muntané propone algunas soluciones. "Se podrían generar espacios de sombra, poner fuentes o implementar sistemas de humidificación. Y, si no hay parkings subterráneos, replantar vegetación, pero no estética sino ambiental para mitigar la radiación solar".
Mil kilómetros más al sur, en Sevilla, el desafío del cambio climático sube unos cuantos grados. El valle del Guadalquivir es una de las zonas más amenazadas por el calentamiento global, conforme revelan todos los estudios. En muchos puntos de Andalucía ya se registran más de 30 días al año por encima de 40 grados y casi 70 días superando los 35.
Servando Álvarez es catedrático de Ingeniería Energética y lidera el grupo de Termotecnia de la Universidad de Sevilla. Además, dirige un proyecto pionero que replica un sistema persa de hace 3.000 años para rebajar la temperatura urbana sin coste energético.
Su opinión sobre el urbanismo duro desplegado en las últimas décadas es clara y sin contemplaciones: "Me parece un disparate. Y las consecuencias de ese disparate las estamos viendo: olas de calor, fallecimientos, gente encerrada en casa y un consumo energético que mucha gente no se puede permitir".
La primera medida que propone para combatir el calentamiento urbano es reducir de forma drástica el tráfico motorizado. "Hay que crear zonas libres de combustión", sostiene. Y, luego, la renaturalización de las ciudades. Pero, claro, para la reforestación se necesita tiempo. "Para hacer algo significativo hay que contar con un margen de crecimiento de los árboles", puntualiza.
"El mantenimiento de la masa vegetal es infinitamente mas caro que barrer una plaza dura. Es un problema de dinero y de trabajo"
El problema es la falta de voluntad política de los ayuntamientos. La reforestación urbana tiene un mayor coste de mantenimiento y causa sustancialmente más problemas que un pavimento de piedra.
Servando Álvarez pone un ejemplo: "Yo vivo en una urbanización de viviendas unifamiliares. El 80% de los vecinos no tienen césped. No tienen vegetación. ¿Por qué? Porque es un rollo. Hay que regarlo, hay que podarlo y ensucia. ¿Y qué es lo que tienen? Una especie de patio con baldosas con cuatro macetas de mala muerte. Lo que han hecho los gestores urbanos es lo mismo. El mantenimiento de la masa vegetal es infinitamente mas caro que barrer una plaza dura. Es un problema de dinero y de trabajo".
En su opinión, además, los alcaldes tampoco apuestan por la reforestación porque para ver los frutos hay que esperar 15 o 20 años. "Y cuando aquello esté realmente vistoso será cuatro elecciones más tarde, y vete a saber quién lo va a rentabilizar".
Con todo, Servando Álvarez cree que los ayuntamientos están obligados a reconvertir el urbanismo duro en las próximas décadas. "Es su mayor apuesta. Casi lo único que pueden hacer de cara al cambio climático. Esa sería una actitud seria. Pero es una apuesta a largo plazo, que se hace para la siguiente generación".
Lo que este catedrático propone para mitigar el efecto de la isla de calor urbano es una acción de choque. Su equipo trabaja desde hace años en la creación de refugios climáticos o zonas oasis dentro de la ciudad.
Su proyecto más emblemático es el conocido como Cartuja Qanat, que se fundamenta en el uso de técnicas milenarias de enfriamiento del aire a partir de conductos subterráneos que se proyectan en espacios públicos determinados. En un anfiteatro y un zoco público de la Cartuja, en Sevilla, se han conseguido rebajas del termómetro de hasta diez grados.
El arquitecto cordobés Curro Crespo sostiene que el actual modelo urbano tiene un responsable incuestionable: el uso masivo del coche tras la reconstrucción de las ciudades después de la Segunda Guerra Mundial. "Ese movimiento cultural e industrial en el que una persona joven se compraba su vehículo con el primer salario generó la transformación del modelo urbano".
Para el arquitecto Curro Crespo, el actual modelo urbano tiene un responsable incuestionable: el uso masivo del coche
La ciudad inició un proceso de expansión en consonancia con las necesidades de movilidad del vehículo a motor, lo que promovió grandes avenidas y la puesta en marcha de voluminosas operaciones de viviendas.
"Es un tamaño urbano que desincentiva la movilidad peatonal", señala Curro Crespo, cuyo estudio de arquitectos trabaja ahora en la redacción del Plan de Gestión del Casco Histórico de Córdoba.
A su juicio, la vulnerabilidad de la ciudad de la Mezquita frente al cambio climático viene derivada por la confluencia de todos estos factores. Y también por la proliferación del urbanismo duro en la intervención del espacio público desarrollada en las últimas décadas. "Ese modelo, como el implementado aquí en la Plaza de la Corredera y otros lugares, no se puede entender sin la genealogía que proliferó a partir de la Plaza de Sants", explica.
Aparte del ahorro de costes en mantenimiento, el urbanismo duro se expandió porque permitía una mayor visibilidad de la obra arquitectónica. "En ese tipo de espacios las decisiones de diseño son mucho más visibles, con lo que el protagonismo del arquitecto y sus fantasías formales quedan mucho más evidentes", admite Crespo.
En ese marco, la vegetación es un elemento de "carácter problemático". "Los arquitectos y los ingenieros solemos tener problemas de comprensión de cómo trabajar con elementos vivos en el espacio público".
"El fenómeno del calentamiento global no es reversible. Lo que hay que hacer es buscar estrategias de minimización de su impacto"
Esa tendencia se acentúa en ciudades de naturaleza patrimonial y turística, como Córdoba, que priorizan la monumentalización del paisaje. "Y los árboles tapan la visión de ciertos edificios que queremos que se vean".
¿Y qué se puede hacer para reconducir el urbanismo duro? "El fenómeno del calentamiento global no es reversible. Lo que hay que hacer es buscar estrategias de minimización de su impacto".
Las medidas pueden ser múltiples, indica el arquitecto cordobés. Por ejemplo, el uso de otro tipo de morteros constructivos o la recuperación de suelos terrizos, que tienen la facultad de retener más humedad y emitirla al ambiente a lo largo del día. Justo el fenómeno inverso que la piedra. "Y la vegetación. Eso será fundamental".
Curro Crespo considera, no obstante, que con la intervención en el espacio público no será suficiente. "Hay una especie de consenso en que es necesario introducir vegetación, generar suelos permeables y apostar por otro tipo de materiales en los edificios".
Y la sombra. Ese es ya el objetivo fundamental para ciudades con exposiciones solares intensas, como es el caso del valle del Guadalquivir. "Los distintos escenarios del cambio climático dibujan para Córdoba en el año 2100 un panorama donde la sombra es absolutamente prioritaria", alerta el experto.
"Yo creo que vamos un poco tarde. Y es una cuestión de supervivencia", señala el arquitecto Curro Crespo
Montreal o Toronto han desarrollado mecanismos de protección frente al frío extremo con la construcción de pasajes subterráneos. "Nosotros vamos en la dirección contraria y tendríamos que buscar ejemplos en ciudades de otras latitudes. Y habrá que pensar en entoldar el espacio público durante la mitad del año". ¿Y qué están haciendo los ayuntamientos? "Yo creo que vamos un poco tarde. Y es una cuestión de supervivencia".
El decano del Colegio de Arquitectos de Madrid, Sigfrido Herráez, asegura que el modelo urbano de espacios de piedra sin sombra ya viene heredado de las plazas castellanas del siglo XV, que se prolongaron hasta el XIX. "Entonces no existía esa valoración de las zonas verdes. Y ya en el XIX se empiezan a poner árboles de pequeño porte en los ensanches urbanos de Barcelona o Madrid", señala en conversación telefónica.
En los años ochenta, se diseñaron algunos espacios como Madrid Sur, con escasa arboleda y sin áreas de recreo para niños, según subraya Herráez. En su opinión, las grandes masas arbóreas de Madrid están concentradas en áreas concretas, como la Casa de Campo, pero amplias zonas urbanas, que, además son las más habitadas, adolecen de espacios verdes.
"Yo creo que hay que seguir extendiendo el confort que proporciona el árbol. Pero no cualquier árbol. El de hoja caduca no lo quiere ni ver el Ayuntamiento, porque da mucho trabajo en otoño, pero realmente es el árbol más indicado para este tipo de climas extremos continentales. ¿Por qué? Porque pierde la hoja en invierno, que es cuando necesitamos los rayos del sol, y se puebla de hojas en verano, cuando necesitamos sombra".
Sobre la polémica intervención de la Puerta del Sol, con un diseño muy contestado por su ausencia de vegetación y sombras, el decano del Colegio de Arquitectos aclara que se trata de un proyecto que resultó ganador de un concurso donde compitió con otras soluciones. "Y que fue muy alabado por parte de los arquitectos", añade.
Sigfrido Herráez opina que, en general, las ciudades no se están preparando frente al desafío del cambio climático. Poblaciones como Madrid, Córdoba o Sevilla ya no garantizan el confort de sus habitantes durante cien días al año.
"En los ayuntamientos hay departamentos que están trabajando en esa dirección. Aunque no sé si de forma suficiente. El urbanismo puede hacer mucho para rebajar la temperatura de las ciudades. Por ejemplo, orientar los edificios hacia los vientos dominantes. En Madrid, hay calles donde puedes estar en pleno agosto porque hay una brisa suave y hay otras donde no".
El arquitecto madrileño duda de que todos los ayuntamientos dispongan de capacidad presupuestaria para acometer las reformas que el urbanismo climático necesita. La reforestación o la reconversión del pavimento de piedra en otros suelos más permeables, tal como se plantea París, exige sustanciosas inversiones para las que muchos consistorios no están preparados.
El calentamiento global es ya uno de los desafíos urbanos del futuro. Y no parece haber demasiado margen de tiempo para implementar estrategias eficaces que mitiguen el efecto del aumento de la temperatura en los próximos años.
"No es solamente un problema urbanístico", avisa Oriol Muntané. "También es un problema de salud. Igual que durante muchos años hemos estado preocupados por el frío, ahora también deberemos estar preocupados por el calor".
El arquitecto y profesor barcelonés avisa: "No es solo una cuestión de los ayuntamientos, sino también de todas las instituciones políticas del país". "Y como siempre", lamenta Muntané, "las soluciones vendrán después de las desgracias".
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