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La pandemia propicia que España sea el mayor consumidor de tranquilizantes del mundo por segundo año consecutivo

El uso de ansiolíticos y pastillas para dormir ha repuntado desde 2020, lo que organizaciones profesionales de la medicina y la psicología achacan a las carencias de la Atención Primaria agravadas con la covid y también a patrones sociales de consumo arraigados.

Tabletas de distintos medicamentos se agolpan sobre una mesa
Tabletas de distintos medicamentos se agolpan sobre una mesa. Pixabay

Por segundo año consecutivo, España figura como el país del mundo donde se toman más benzodiazepinas, es decir, ansiolíticos, sedantes y pastillas para dormir, según el último informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) de Naciones Unidas publicado este mes. La Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) del Ministerio de Sanidad refleja esta tendencia en sus estadísticas, que revelan un crecimiento de más de diez puntos del uso de los tranquilizantes en la última década en nuestro país, un incremento que se ha acentuado durante la pandemia tras un periodo de estancamiento del consumo.

La JIFE, que se encarga en este caso de colaborar con los Gobiernos para garantizar la disponibilidad de sustancias sujetas a control fiscal internacional pero destinadas a usos médicos, señala en su último informe, referido al año 2020, que España es el país que ha comunicado un mayor uso de benzodiazepinas en unidades diarias por cada mil habitantes, seguida de Bélgica, Portugal, Israel, Montenegro y Hungría. Y entre los medicamentos de este tipo más consumidos se encuentran el alprazolam, diazepam, lorazepam y oxazepam.

En 2019, el año previo a la pandemia de la covid, España ya había sido líder mundial en el uso de tranquilizantes e hipnóticos de acuerdo con los datos de consumo que aportó después de haber estado tres años sin notificar a a JIFE sus estadísticas de consumo de estos fármacos. Con respecto a ese informe, sólo nuestro país y Hungría repiten ahora entre los cinco primeros con un consumo de benzodiazepinas situado por encima de las 50 dosis diarias por cada mil habitantes.

España es la más consumidora, pero no figura, en cambio, entre los mayores productores de tranquilizantes e hipnóticos, que son Italia, India, Suiza, China y Estados Unidos, países que acaparan el 95% de la fabricación mundial de estos fármacos, que en 2020 superó las 72 toneladas.

Los datos que aporta España se constatan en la estadística de la Agencia Española de Medicamentos, que refleja un crecimiento del uso de ansiolíticos, hipnóticos y sedantes con receta médica desde el año 2010, cuando el índice era de 82,50 dosis diarias por cada mil habitantes, hasta 2021, en el que llegó a 93,04, lo que supone un incremento de más de diez puntos. Esa estadística revela, además, que el estancamiento del consumo que se había registrado entre 2014 y 2019 se rompió en 2020, el año en que comenzó la pandemia del coronavirus, con un notable incremento de casi cuatro puntos, y continuó en 2021, con otra subida de 2,5 puntos.

La encuesta sobre salud mental de los españoles durante la pandemia que publicó en febrero de 2021 el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) revela que el 8,8% de la población española ya tomaba antes de la aparición de la covid-19 algún tipo de medicación para tratarse un problema de salud mental, fundamentalmente ansiolíticos, antidepresivos y reguladores del sueño. La mayoría, casi el 69%, dice que ha estado con ese tratamiento más de tres meses y el 77% reconoce que lo seguía tomando tiempo después de que se lo prescribieran.

La pregunta que vuelve a surgir con el nuevo informe de la JIFE es por qué España, que no figura entre los productores de estos medicamentos, es el país que más los usa, donde más se recetan, puesto que los datos de los organismos nacionales e internacionales citados corresponden a un uso lícito de los tranquilizantes e hipnóticos que se prescriben en las consultas médicas para tratar, fundamentalmente, casos leves de ansiedad, insomnio o trastornos emocionales. ¿Tiene la población española muchos más problemas de este tipo que la de otros países del mundo?

Los expertos consultados no ven ahí la causa del creciente uso de las benzodiazepinas en nuestro país, sino en una falta de recursos de la sanidad pública, sobre todo en la Atención Primaria, para abordar con más profundidad y tiempo los casos que han de zanjarse ahora con la prescripción de un fármaco, carencias que se han agudizado con la pandemia. Y también lo achacan a un fenómeno cultural, social, que no ha sabido ser abordado desde las estructuras sanitarias.

"La hermanita pobre del Sistema Nacional de Salud"

El Consejo General de la Psicología de España, en el que están representados los colegios profesionales de psicólogos y psicólogas, tiene una primera respuesta sencilla para aclarar el supuesto enigma de las benzodiacepinas en nuestro país: "La salud mental es siempre la hermanita pobre del Sistema Nacional de Salud", dice su vicepresidente, Fernando Chacón.

Esta organización colegiada lleva años demandando más recursos humanos, más profesionales de la psicología, aunque también considera que faltan en psiquiatría y enfermería especializada en salud mental para responder a la creciente demanda de atención en este ámbito que hay en los centros de salud y hospitales españoles. La cifra la han repetido hasta la saciedad, pero nadie les ha hecho caso todavía: en el Sistema Nacional de Salud de España hay una ratio de entre 5 y 6 psicólogos clínicos por cada 100.000 habitantes que se halla muy lejos de los 18 que hay en otros países del entorno de la Unión Europea. Y con esa ratio resulta imposible, advierten, atender la demanda de atención a problemas de salud mental que llega cada día a los centros sanitarios. Ni siquiera a una mínima parte de ella.

Según Fernando Chacón, esa ratio obedece a que en España aún no se ha incluido la psicología clínica en la cartera de servicios del sistema público de salud, algo que únicamente han hecho algunas comunidades autónomas, pero con programas experimentales y eventuales. Y a falta de personal psicólogo que pueda hacerse cargo de muchos de los casos leves que se acaban resolviendo con una receta de benzodiazepina, son los médicos de cabecera de la Atención Primaria, a la que llegan este tipo de casos, quienes tienen que sacar las castañas del fuego.

El problema es que esos médicos apenas disponen de tiempo para sus consultas en una Atención Primaria generalmente saturada, falta de suficientes recursos, un tiempo que luego, paradójicamente, se alarga cuando el caso, si es grave, se deriva a un especialista, psiquiatra a quien el paciente tardará en ver entre tres y cuatro meses. "Es una aberración, porque los problemas de salud mental se van enquistando, se van agravando con el tiempo si no reciben una atención", explica el vicepresidente del Consejo General de la Psicología.

El Consejo llevó a cabo un ensayo clínico en ocho comunidades autónomas mediante intervenciones psicológicas grupales en Atención Primaria con 1.691 pacientes con trastornos emocionales, el PsicAP, que demostró, a su entender, la mayor eficacia de este tipo de tratamiento con respecto al habitual, al reducir los síntomas de ansiedad, depresión y somáticos de las personas atendidas. Es un modelo similar al que, según Chacón, se desarrolla desde hace unos diez años en Inglaterra con resultados satisfactorios. "En España se ha optado, en cambio, por administrar sólo psicofármacos, que palían los síntomas, pero no los solucionan. Es sólo un remedio paliativo. Si al paciente no se le enseña cómo afrontar el estrés, a mejorar sus habilidades sociales, el problema seguirá", advierte el responsable del Consejo General de la Psicología.

Una "cultura de la medicación" arraigada en España

En la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (SEMFYC) admiten que hay una falta de recursos en la Atención Primaria que puede propiciar la prescripción de benzodiazepinas, pero consideran que hay también otros factores que influyen en los altos índices de uso de estos medicamentos que registra España. Caterina Vicenc forma parte del grupo de Utilización de Fármacos de la SEMFYC y lleva desde 2005 trabajando en una investigación sobre reducción del uso de benzodiazepinas, Benzored, que se lleva a cabo en Baleares, Catalunya y Comunidad Valenciana. A su juicio, y después de la experiencia adquirida en la materia, son múltiples las causas de este problema.

Caterina Vicenc admite que los profesionales de la Atención Primaria disponen de poco tiempo para atender correctamente sus pacientes -"las consultas de cinco minutos no favorecen que se reduzca la prescripción de estos medicamentos, la presión asistencial favorece la medicación", dice-, pero señala que otros países también padecen esa presión, esa falta de medios en su sistema sanitario, y no registran a un uso tan elevado de benzodiazepinas. De ahí que, a su entender, intervengan otros factores culturales y sociales que propician este consumo tan alto de tranquilizantes y pastillas para dormir.

La representante de la Sociedad Española de Medicina Familiar habla de una "cultura de la medicación" con este tipo de fármacos que está arraigada en el sur de Europa, en Portugal, Italia, Francia o España, a diferencia de otros países como Holanda o Gran Bretaña, que registran un uso de las benzodiazepinas hasta siete veces menor. De tal forma ocurre que la pastilla para dormir que aquí se acepta con total normalidad, sobre todo entre las personas mayores, en esos otros países con un menor consumo está muy mal vista.

El proyecto Benzored, realizado mediante encuentros informativos personalizados con pacientes que toman ansiolíticos y pastillas para dormir, ha permitido, según su responsable, que el 45% de los participantes haya dejado de usarlas, un porcentaje que se reduce al 15% entre el grupo de contraste que no participó en las consultas donde se informaba de los riesgos de un consumo prolongado de las benzodiazepinas y de las técnicas para ir dejando de consumirlas de una forma gradual. "El mayor problema es la retirada del medicamento –explica Caterina Vicenc-. Si tomas las pastillas durante unas pocas semanas, no tiene que pasar nada. Pero si las tomas durante más tiempo, generan una dependencia. Aparece de nuevo el insomnio, la ansiedad, y luego le pides al médico que te recete otra caja. Por eso es importante explicar al paciente desde el principio que el uso es temporal, que tiene riesgos si se prolonga. Hay gente que lleva tomándolas 20, 30 años, y es muy difícil retirárselas".

Según la portavoz de la Sociedad Española de Medicina Familiar, proyectos como Benzored han contribuido a aumentar en los últimos años la concienciación de profesionales y pacientes contra el uso excesivo de las benzodiazepinas y a acercar la información sobre los riesgos que entraña una utilización prolongada de estos medicamentos, una labor que se tradujo en el estancamiento del consumo que registra la estadística de la AEMPS entre 2014 y 2019. Esa tendencia, sin embargo, se vino al traste -se lamenta Vicenc- con la pandemia del coronavirus, que originó un repunte de los casos de ansiedad e insomnio por el confinamiento de la población y la enfermedad y muerte de miles de personas.

Ese repunte de casos se topó, además, con una Atención Primaria que también hubo de confinarse contra la covid y atender las consultas a través del teléfono, lo que, a juicio de esta experta, hubo de propiciar una mayor prescripción de ansiolíticos e hipnóticos ante la imposibilidad de una atención médica presencial.

Consultas de psicólogos privados, "llenas y con listas de espera"

La realidad es que la pandemia ha acabado de poner sobre la mesa la situación de la salud mental en España y de la atención que se le presta. El vicepresidente del Consejo General de la Psicología asegura que las consultas privadas de psicólogos y psicólogas "están llenas como nunca, incluso con listas de espera", con bastantes dificultades para encontrar una cita para abordar casos de ansiedad, depresión, trastornos de alimentación, autolesiones... Sin embargo, la propia organización estatal que representa a estos profesionales considera que este sistema de atención a la salud mental "es inequitativo", puesto que deja fuera a quienes tienen menos recursos económicos.

Una consulta psicológica que de media puede costar unos 60 euros para un tratamiento que puede requerir una intervención semanal durante al menos dos, tres meses para cambiar hábitos, conductas, estructuras de pensamiento, queda fuera del alcance de muchos bolsillos, advierte Fernando Chacón, los bolsillos, precisamente, de las personas que, a causa de sus dificultades económicas, familiares y personales, están sometidas a más factores de estrés y con una mayor intensidad.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, presentó el pasado octubre el Plan de Acción 2021-2014 de Salud Mental y Covid-19, que está dotado con un presupuesto de 100 millones de euros para todo su desarrollo, pero el Consejo General de la Psicología de España sostiene que es "claramente insuficiente" para paliar las deficiencias que arrastra el sistema de atención en nuestro país. En la presentación de ese plan, la ministra de Sanidad, Carolina Darias, dijo: "Tenemos que actualizar todas nuestras herramientas para poder responder desde un enfoque transversal y de salud pública a los desafíos presentes y futuros".

Efectos del uso abusivo de los tranquilizantes

En la Guía sobre el Buen Uso de las Benzodiazepinas, publicada por la Sociedad Científica Española sobre el Alcohol, el Alcoholismo y otras Toxicomanías, se detallan los riesgos del abuso de estos fármacos, que aparecieron en los años 60 como un gran avance para suplir a los barbitúricos, que ofrecían un mayor riesgo de sobredosis. "Las benzodiazepinas son la forma más rápida y barata de tratar la ansiedad y el insomnio. Pero no es menos cierto que no siempre lo más rápido y barato es lo mejor", se advierte en el prólogo de la publicación.

En la guía se hace referencia a numerosos estudios en los que se concluye que las "benzodiazepinas pierden rápidamente su eficacia como hipnóticos o como ansiolíticos" y en personas mayores de 65 años están asociadas a un deterioro del funcionamiento cognitivo, reducción de movilidad y de las habilidades para conducir, y mayor riesgo de caídas, circunstancias que se agravan con un tratamiento prolongado.

"Con frecuencia –se explica en la guía-, los beneficios terapéuticos de las BZD tienden a disminuir con su consumo continuado, debido al efecto de tolerancia. Sin embargo, los pacientes siguen tomándolas porque al dejarlas experimentan efectos de rebote y síntomas de abstinencia, que incluyen los síntomas por las cuales fueron inicialmente prescritas (ansiedad, insomnio y somatizaciones de la angustia). Y en el consumo a largo plazo, los pacientes tienen la sensación de que la medicación les está ayudando, pero en realidad el mayor beneficio es sólo el alivio de los síntomas de abstinencia".

Fernando Chacón echa de menos campañas informativas que prevengan sobre el uso de ansiolíticos e hipnóticos, dado el consumo tan frecuente y extendido que, según él, les ha convertido en la principal adicción en España, aunque carezcan del estigma que pesa sobre otras sustancias o productos adictivos. "¿Por qué no se ponen en marcha programas preventivos, campañas en las que se informe sobre el abuso de los psicofármacos?", se pregunta este experto.

La última edición de la Encuesta bianual sobre Alcohol y Otras Drogas en España, EDADES, la de 2019-2020, refleja que el 65% de la población de entre 15 y 64 años considera que el consumo de hipnosedantes una vez al mes puede producir muchos o bastantes problemas, un porcentaje que se eleva al 80% cuando el consumo es de al menos una vez por semana, índices que en ambos casos suponen un incremento de tres puntos con respecto a la anterior encuesta, de 2017.

La concepción del riesgo de tomar benzodiazepinas es mayor, según este sondeo del Plan Nacional sobre Drogas, que la que tiene la población española del consumo de alcohol, que se sitúa en el 48% en el caso de beber una o dos cervezas o copas diarias, y en el 50% si son 5-6 el fin de semana, y se coloca más o menos al mismo nivel de la percepción sobre los problemas que entraña el consumo de cannabis.

La misma encuesta revela que en 2019 el 8,6% de la población española de 15 a 64 años había tomado estos medicamentos (con o sin receta) en el último mes, el 12% en el último año. Pero en la franja de las personas de entre 35 y 64 años, el porcentaje de consumo diario se situaba por encima del 8%, que en el caso de las mujeres se acercaba al 11%. Además, el 28,6% de la población reconocía en ese momento que le resultaría sencillo conseguir en sólo 24 horas hipnosedantes sin receta, proporción algo inferior a la que se registraba en 2017, (32,8%).

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