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Dicen que si le vino fortuna por compartir pechos con el rey.
No, espera, igual mejor empezamos de otra forma.
A ver, segundo intento.
Sobre Pero Niño. La historia de Pero Niño. Que es cosa antigua, a caballo entre el siglo XIV y el XV. Hace mucho, mucho rato. Pero merece la pena, tienen ustedes mi palabra. Hay fraudes, piratas, fiestas sacrílegas, reyes majetes, reyes no tan majetes, un Londres demasiado chiquitín y dos o tres golfadas de nivel superlativo. Quien quiera extrapolar comportamientos y modos... sea él responsable.
A ver, por concretar. Tiempos difíciles. Luchas internas, nobles que caen en gracia y desgracia dependiendo de si entra nordeste o regañón. ¿Saben eso de la Reconquista, lo que cuentan algunos metiendo aire y sacando pecho? Pues bien, sí, pero sobre todo nos metíamos buenas hostias entre nosotros. Reinos cristianos del norte contra reinos cristianos del norte. O facción ante facción, si prefieren. Menos torres defensivas hay para proteger de Al-Andalus que para cubrirnos del linajudo que se acerca. Solo que vende menos.
En esas estaba el devenir histórico cuando nació Enrique III. El futuro Enrique III, que habría de ser rey castellano. Y de nodriza le pusieron a Inés Lasso. Vamos, que monarca y Pero Niño fueron hermanos de leche, y luego compartieron ayo. Venía el tal Pero de linaje fermoso pero venido a decaer. Resumiendo, que decía emparentar con los reyes de Francia (invención), pero estaba su padre relegado a ojos de la Corona por un quítame allá esos apoyos palaciegos (y esto es de verdad). Así que, para humillar al buen hombre, hagamos ama de cría a su mujer. Y de allí salió, paradoja, fortuna para el mozo. Amiguete de Enrique, compañero, tipo en quien confiar.
Hizo por ello, cuidao. Hombre de armas, de letras, de pendencias y alcobas. O tres de cuatro, ejem. Apoyo siempre a Enrique, medrar rápido en el reino. Bautismo de sangre cuando asedio de Gijón... sí, de Gijón, vuelvan a leer lo de cascarnos entre primos y aspirar a tronos. Digamos que allí Pero mostró buen temple, y fue subiendo escalones en la baraja del rey. Amigo, talento militar, arrojo, también cierto porte, que luce mucho en los cantares de ciego. El porte nunca es imprescindible, pero luce...
Sucede que la soldadesca es caprichosa, y tiende a prometer lealtades a quien ve cerquita y no al que gobierna desde un trono. Vamos, que de lugarteniente a caudillo hay salto bien pequeño, y nuestro protagonista podía lanzarse a él, para buen disgusto del tal Enrique. Que hizo lo más inteligente en estos casos... Mira, Pero Niño, a ti te gusta un huevo la mar, y dices que sueñas con gestas gloriosas allí, entre galernas... Así que te nombro almirante, te pongo al frente de unos barquitos y te firmo, hop, esta preciosa patente de corso. Y, mira, ya puedes ir a recorrer el inmenso azul y arramplar con cuanto enemigo de Nos te encuentres, que no serás pirata exhibiendo tal signatura, fíjate, fíjate, es algo digno del mejor taumaturgo. No solo actúas conforme a Derecho, sino que son tus gestas algo para recordar orgullosos. Y esto, queridos lectores, es lo que hacen las palabras... De pirata a corsario.
Claro que, una vez metidos en harina, pues resulta labor el diferenciar unas naves de otras, y gastando recursos y nudos marineros para perseguir tal o cual pabellón pues es una pena desaprovechar abordaje, ¿no? Vamos, que corsario las más de las veces, pero pirateo algunas otras, tampoco vamos a andar mirando la letra pequeña. Sobre todo en el Mediterráneo. Que no vean ustedes la de cosas que hizo Pero Niño, en el Mediterráneo. Para recordar. Perseguir infieles, desembarcar por zona bereber, asaltar ciudades y pueblitos, pasar noches en un sitio que le decían cementerio de cristianos, salir por patas para no sentir alfanjes, enterrar el tesoro, volver después y no recordar exactamente dónde narices dejamos esto, que es una cosa normalísima, que a mí me pasa con el coche en los parkings.
Eso frente a los hijos de Alá. Con los de su mismo credo... bueno, digamos que a veces cruzábase un barquito frente a las goletas del almirante y, pum, abordemos, siempre habrá tiempo después para decir que no sabíamos, pensamos que eran musulmanes, somos nuevos, perdónenos vuesa merced y ponemos rumbo a Castilla. Le pasó en Marsella, por ejemplo, cuando quiso meter mano a unas naves que navegaban bajo protección de, nah, una fruslería, el Papa. Ya ven, como para no agachar gesto.
Claro que un buen corsario mira también al Atlántico, porque allí hay más olas, y un agua más azul, y salen más ricos los percebes. Debió pensar eso Pero Niño (igual lo de los percebes no), porque pidió embarcarse a hacer un poco de caos allá por costas de lo que hoy es Francia y lo que hoy es Inglaterra, que no era sencillo, entonces, definir la una y la otra, y la primera estaba en alianza con Castilla pero era la segunda enemiga mortal. Así que se metió un par de expediciones graciosísimas por toda la vertiente atlántica, acosando las costas de Gironda (terreno inglés), quemando pueblecitos por Cornualles e incluso conquistando la isla de Jersey, que puso bajo pabellón castellano, solo que los de Jersey le dijeron: mira, Pero Niño, te pagamos diez mil coronas sin factura en caso de que nos dejes libres, y vio Pero Niño que era buen negocio, pues en Jersey siempre fueron de hacer las cosas con alegría, y pilló las monedas sin hacer siquiera recibí, quedando Castilla sin paraíso fiscal.
Le acompañó en estas andanzas un tal Charles de Savoisy, noble francés (baronía de Seignelay, ahí es nada) con quien hizo amistad Pero Niño, y en cuyo cómodo château pasó un invierno, disfrutando de los placeres del lugar. De todos los placeres del lugar, añadimos, pues era practicante Savoisy del liberalismo en lo tocante al sexo, y ambos gozaban por igual de Bérengère, esposa del francés. Al menos eso dicen las crónicas, ya verán más abajo ustedes cómo el tal Pero era bastante golfo, así que uno se cree lo justo.
Ah, tres cositas más hizo nuestro Niño en estas batidas atlánticas. Primera, cepillarse Poole, que era patria chica del pirata Henry Poole (los ingleses dicen el corsario Henry Poole, ya saben). Pieza menor, pero con su simbolismo. Segunda, ganar un torneo de campeadores en el mismísimo centro de París, por donde ahora está el Louvre. Poco menos que exhibiciones para la época, ojo, pero siempre luce. Y, tercera, demostrar que andaba algo cortito en geografía. Digamos que a Pero Niño se le había metido en la testa que molaría bastante, nah, una cosa facilona, casi travesura... que molaría bastante invadir Londres. Sí, sí, Londres, tiramos Támesis arriba y luego ya pues ciscamos la Torre de Guillermo y todo lo que pille cerca. Vamos, locurón. Vamos, un suicidio. Pero que lo tenía dentro nuestro protagonista, y (a estas alturas seguro que comprenden) no era alguien que cambiase fácil de sentir. Así que alguien tomó mandos del asunto. Alguien con más sentido común, añado. Alguien que llevó al Pero hasta Southampton y dijo: mira, allí está, ¿ves? Inexpugnable, ni ponemos proa al estuario, que nos cepillan el forro. Y tornaron para Castilla. Me esperaba más grande Londres, quizá pensó Niño.
En Castilla su suerte era... bueno, pues según viniesen aires. Respetado en Corte, temido por muchos, apreciado por el rey. Cuando éste pensó que, mira, se me ha ocurrido, por qué no hacemos durante la Semana Santa una representación de la última cena, sí, sí, y yo seré Jesús, y mis doce mejores caballeros serán los doce apóstoles… cuando el rey tiene esa idea (que me parece herética hasta a mí) Pero Niño es uno de los seleccionados. Si eso no te pone en lo más alto de la sociedad... Tenía riquezas, ascendiente, tenía carisma y bastante fama, pues era diestro en torneos y arrastraba andares de galanteo, es un truhan, es un señor. Precisamente lo que guardaba bajo su escarcela habría de darle problemática, pues anduvo en amores prohibidos y aquello gustó regular al rey. O al regente, que esto es un poco culebrón de sobremesa.
Digamos que había muerto Enrique III, y que el futuro Juan II era un chavalín, y que la regencia recaía sobre Fernando de Antequera, que era muy cuco. Este Fernando tutelaba a Beatriz de Portugal, hija del infante Juan, pretendiente al trono portugués, que andaba en aquellos tiempos un poco en disputa, porque... en fin, por lo que dijimos antes, que siempre hay ambiciones y luchas. Y el Fernando usaba ominosamente a Beatriz como moza casadera para enlaces gordos y portadas en revistas del corazón, y aquello resultaba ya un poco descarado, pues era moneda corriente, pero el de Antequera excedía en la obviedad.
Con estos mimbres (que te los pillan en esa tele que ustedes están pensando y te hacen un reality) a nadie extraña que los amores entre Beatriz y Pero Niño fueran... en fin, algo escandalosos. No gustó, no gustó, que tengo otros planes para Bea. Vamos, que cayó en desgracia él, y a ella la metieron en una cárcel. Cárcel pueblo, más bien, primero por Magaz y más tarde en Urueña, que no podía salir de sus muros, y son villas agradables, pero en habiendo amores todo se hace agobio. Claro que ustedes conocen ya de la disposición que tenía Pero Niño a los imposibles, así que, seguro, no han de extrañarse cuando sepan que asaltaba, de cuando en cuando, torres, puertas y alcobas para reunirse con Beatriz. Ay…
Finalmente tuvieron ambos perdón real, pues era Pero Niño pieza de demasiada importancia como para perderla en estos asuntos. Así que casaron. Y hasta habrían de ser condes de Buelna, porque fue intitulado Pero Niño como conde de Buelna. Último ejemplo de su personalidad. Que, en fin, a la vuelta de una de sus razzias atlánticas pasó por este bonito valle montañés (vengan a verlo, es encantador). Y gustole. Mira, qué verde. Mira, cuánta hidalguía. Mira, higueras, con lo que me gusta la mermelada de higo. Así que dijo: para mí, y dejó oficiales que cuidasen de su poder y política. No me miren de esa forma, son otros tiempos. Sucede que el monarca ponderó, dijo: oye, qué necesito más, un valle por el norte, que tengo muchos, o el apoyo de alguien como Pero. Y, oh milagro de milagros, surgieron por artes mágicas ciertos documentos antiguos que, vaya casualidad, dictaban como señorío de su familia precisamente aquel Valle de Buelna. Más o menos, no querría yo aburrirles con detalles. Aun conservan, allí, la Torre de Pero Niño (que es un poco posterior, pero más fantasía tiene Gladiator y bien que fueron al cine).
Y esta es la historia de Pero Niño, que lo mismo pueden llamarle conde, pirata o almirante. Escojan ustedes.
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