madrid
Rezwana Sekandari era una niña cuando sus padres tuvieron que huir del Afganistán previo al regreso de los talibanes. Era una niña cuando cruzó al amparo de la noche y el cansancio las fronteras con Irán y Turquía, cuando compartió el apretado maletero de furgonetas y autobuses con decenas de familias como la suya, cuando saltó la helada agua de los ríos vigilados por la policía de fronteras.
Lo era cuando subió en una playa turca al viejo barco de madera abarrotado de refugiados, cuando empezó a zozobrar, cuando el agua llenaba el vientre del navío, cuando vio a su padre y a su hermana pequeña arrastrados por el mar furioso, cuando alguien tiraba hacia abajo de sus piernas para evitar ahogarse, cuando todo eran gritos sumergidos en el agua fría de silencio y muerte, entre Turquía y Grecia.
Solo tenía 13 años cuando fue consciente de que sus padres, su hermano y sus dos hermanas habían sido engullidos por el extremo oriental del Mediterráneo, como tantos lo fueron aquel siniestro 2015, año de la llamada crisis de los refugiados hacia Europa.
Huérfana a las puertas de Europa
Ella fue la única de su familia que sobrevivió al naufragio. A bordo del barco iban más de 300 personas. Se recuperaron 43 cadáveres, se desconoce el número de desaparecidos y se rescató a 274 supervivientes. El arpón de un pescador turco fue el salvavidas de Rezwana. Ahí dejó de ser una niña para convertirse en "un expediente europeo", un nombre sobre un papel con letras griegas que, con el tiempo, pasó a ser una cadena que la ataba al país de sus peores recuerdos.
Ese expediente y "lo absurdo de la aplicación ciega de las leyes de asilo" la alejaron con fuerza legal de la única familia que le quedaba en Europa, derrumbó los andamios por los que estaba logrando escalar de nuevo, ya en Suecia, donde su padre había puesto la cruz en el mapa antes de venderlo todo en Kabul y comprar un billete rumbo a la muerte. En Suecia vivía desde hacía años su tía abuela –a la que Rezwana no conocía hasta entonces–, que acogió a la niña tras años de vaivenes, soledad y angustia en Grecia.
"El libro no es una historia triste, a pesar de que es trágica y de que lo vivido por su protagonista va más allá de lo que nadie puede imaginar. Pero el camino de Rezwana también está lleno de personas anónimas que hacen lo imposible en sus respectivos ámbitos de actuación para que no sea todo tan sombrío", confiesa Mariangela Paone, periodista de eldiario.es. Entre esa gente hay activistas, abogados, profesores y periodistas, como la propia Paone, que sin querer se convirtió en la encargada de convertir fantasmas en recuerdos tan concretos y duros como el mármol de la tumba de su madre.
Allí, entre las malas yerbas de un improvisado cementerio de refugiados en la isla griega de Lesbos, una Rezwana de ya 18 años pudo llorar en silencio su pérdida. Una hasta entonces "ambigua", como se conoce en el leguaje técnico y frío a esa sensación de vacío que supone no poder enterrar a los tuyos, no tener una lápida a la que llevar flores, no saber del todo si alguien ha muerto y guardar para siempre una pequeña esperanza de que siga vivo, de alguna forma, en algún lugar ignoto, como le ocurría a Rezwana con su padre.
Todo un camino por centros, tres familias de acogida, escuelas, ONG, burocracia y tribunales se ha convertido en una especie de desordenado diario escrito a cuatro manos por Paone y la propia Rezwana que ahora publica la editorial Libros del KO. Rezwana. Un expediente europeo es algo más que una historia sobre la crisis de los refugiados hacia Europa. Es un collage de testimonios que la sociedad se resiste a escuchar, pero que siguen resonando en la actualidad.
Naufragio tras naufragio en el Mediterráneo
Cuando Paone escribía este libro, otro barco con más de 750 refugiados se hundía frente a las costas griegas. Se calcula que más de 600 personas, entre ellas más de un centenar de niños, se ahogaron en las atestadas bodegas de la embarcación, bajo la atenta mirada de los guardacostas griegos y de los equipos de vigilancia de Frontex, la agencia europea de control de fronteras.
Paone: "Casi todas estas tragedias serían evitables, tambien la de Rezwana"
Los paralelismos son evidentes y casi una década después dan fe de que Europa no quiere tomar medidas para evitar que niños como Rezwana y sus hermanos mueran o se queden solos, desamparados en un mundo que les obliga a jugarse la vida simplemente para estar a salvo.
"La primera sensación que tuve cuando sucedió el último naufragio y estaba escribiendo este libro fue de desazón", comenta Paone. "Llevamos tanto tiempo contando lo mismo que, como profesional, llega un momento en el que te preguntas para qué sirve nuestro trabajo. Lo pensé mientras escribía este libro", lamenta. "Se acaban llamando tragedias o accidentes, pero yo me resisto a hacerlo. Casi todas estas tragedias serían evitables, también la de Rezwana. Con una intervención de los medios que había en el mar en ese momento, si no estuvieran pensados para repeler a las personas, sino para socorrerlas, quizás su suerte habría sido distinta. Y en el último gran naufragio en el Jónico pasó algo parecido", recuerda la periodista.
La historia después de los titulares
El trabajo de Paone y Rezwana quiere completar una de las grandes asignaturas pendientes del periodismo generalista. Cuenta qué pasa después de la noticia, qué heridas hay debajo de los titulares trágicos y la carrera de obstáculos en las que se convierte el simple hecho de seguir viviendo y de volver a soñar con un futuro cuando se ha perdido absolutamente todo.
"Es una de esas historias que se te quedan agarradas, que no puedes dejar de acordarte de ellas", explica la periodista. Ambas se conocieron en 2015, cuando Paone realizaba un reportaje sobre los menores no acompañados. Entonces la llamó Najam para proteger su identidad. Pero desde aquel momento, Paone no dejó de preguntar por la niña a todos los que fueron cruzándose con ella.
Hoy Rezwana es la coautora de su propia historia y de la de tantos otros de los que nadie habla. "Cuando vi en Facebook que, después de todo lo que había tenido que pasar para estar en Suecia con lo que quedaba de su familia, la ley de asilo le obligaba a volver a Grecia, donde estaba sola en el país de sus peores traumas, decidí que había que ir más allá y explicar este absurdo", dice Paone.
Líneas rojas
Pero la historia le ha llevado a "cruzar algunas líneas rojas", a ir más allá de ser solo la cronista. "Los periodistas no somos cooperantes humanitarios. Cuando estás trabajando siempre pones distancia, ciertas barreras con las historias, aunque tengas siempre toda la empatía. Pero los que trabajamos en estos temas siempre tenemos algún caso que te hace traspasarlas", reconoce.
"Ninguna institución pública se encarga del tratamiento de un trauma como el de Rezwana"
"Rezwana se alegró mucho cuando le planteé la idea del libro, de que se pudiera contar su historia, pero entonces me pidió que la ayudara a saber qué había sido de su familia, si se habían encontrado sus cuerpos, si estaban enterrados en algún sitio", relata.
La tarea, le respondió la reportera, era muy complicada. "Traté de ser honesta desde el principio y le dije que yo no tenía ni idea de cómo hacerlo y que no podía prometerle nada", explica. Abogados, activistas, refugiados que dibujaron por su cuenta un mapa de los cuerpos enterrados a toda prisa, un banco de ADN con las víctimas de los naufragios, un rompecabezas difícil de armar, del que muchas veces faltan varias piezas clave.
Final en construcción
No hay un final feliz en esta historia, pero tampoco hay uno triste. "Simplemente no hay final, la vida de Rezwana se sigue construyendo. Ella sigue en Grecia, tiene un trabajo y está sacándose el carné de conducir. Para nosotros son pasos que parecen pequeños, pero para ella son saltos enromes", dice Paone. No es el final que ella y su tía abuela desde Suecia imaginaban durante el corto periodo que estuvieron juntas. Es el desenlace hacia el que las leyes que elaboran los países europeos orientan determinadas vidas.
"El mensaje del libro también pasa porque hay que replantearse qué significa exactamente ese concepto de integración del que tanto se habla", considera Paone. "Nadie se encarga del tratamiento de un trauma como el de Rezwana, no hay una red de apoyo para eso. Muchas veces todo recae en las ONG que se encargan de la acogida, pero no hay un sistema institucionalizado", señala.
"Siempre se piensa en los recursos materiales, pero la acogida no puede ser solo material, solo un lugar donde dormir y comer. Como sociedad tenemos que enfrentarnos a qué concepto de integración pueden experimentar los refugiados cuando, aún siendo niños, este proceso empieza con un policía pateando a su padre o con tu familia ahogada sin que las autoridades del país donde tienes que integrarte vayan a rescatarlos", reflexiona.
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