Madrid
Actualizado:Por más que pase el tiempo siguen sin hacerse a la idea de que Kiká -como llamaban cariñosamente a Mar en casa-, no vuelva a entrar por la puerta riendo o contándoles todos los planes que tenía por delante. A sus 21 años, esta estudiante de tercer curso de Filología Hispánica, decidió decir basta al maltrato físico y psicológico de su pareja para seguir adelante con su vida y dio el paso de dejar la relación. "Quería ser una gran modelo y también psicóloga porque decía que tenía el don de ayudar a todo el que lo necesitaba", recuerda triste su madre María del Mar Chambó.
Sin embargo, José Miguel Fernández -con brotes psicóticos y permiso de armas-, se encargó de mostrar, una vez más, quién mandaba en la relación. La asesinó de un disparo en la nuca en el campo de tiro granadino que frecuentaba y después se suicidó con otro tiro en su cabeza. "Ese día tenía planeado estudiar en casa y después iba a quedar con una amiga. La achicharró a mensajes hasta que consiguió que quedara con él. El día de antes, él llamó a sus amigos. Les dijo que les invitaba a lo grande a comer porque iba a hacer algo importante: era matar a mi hija. Si yo llego a saber algo habría puesto remedio. ¿Cómo es posible que un enfermo tenga una licencia de armas?", se sigue preguntando.
"Un malnacido cogió, le pegó un tiro porque quiso y acabó con el porvenir de una joven que se comía el mundo. Teníamos comprados sus billetes de avión. Se iba a ir a Suiza un mes con unos familiares y no fue posible. Tras su asesinato me enteré por los wasaps de su móvil de que sus amigas lo sabían, que él la llegó a arrastrar de los pelos por el pueblo. También supe que los padres del asesino sabían todo. En lugar de ayudar a mi hija, cuando decía que quería cortar la relación era chantajeada por la propia madre que la llamaba para que se reconciliara de nuevo con él e incluso le daba Diazepam para relajarla".
"Un malnacido cogió, le pegó un tiro porque quiso y acabó con el porvenir de una joven que se comía el mundo"
Con esa pesadilla en su cabeza y en su alma María del Mar Chambó se agarra a su pasión de madre como la tabla que la mantiene a flote. "Sigo adelante por la pasión que tengo por mi hija pequeña Tessa, y por Kiká. Lucho para que no haya más familias rotas y porque en lugar de que se vea la foto de las víctimas de violencia de género, a las que se las trata como los pobrecitas, se vean las caras de los culpables: los asesinos. Por eso en cada manifestación a la que he ido en memoria de mi hija he llevado la foto de él. Se tiene que conocer públicamente la cara de quien causa tanto dolor", dice a Público.
En plena reconstrucción y con la herida abierta
Para esta madre la vida no sigue. Reconoce que murió el mismo día que asesinaron a uno de los dos amores de su vida. "El día que la mató me mató también a mí. Ahora mismo estoy en reconstrucción. Cada día es un intento de seguir viviendo. Pero lo cierto es que es insoportable. Cuando trabajo en la residencia las horas son más llevaderas, aunque, cuando llego a casa, pienso que mi niña está de viaje, miro a la puerta y creo que entrará en cualquier momento, pero sé que no y me tumbo en el suelo a llorar con un desconsuelo que no tiene fin. Las lágrimas y la presión casi ni me dejan respirar. Soy puro desconsuelo. El dolor es indescriptible".
"Cuando llego a casa, pienso que mi niña está de viaje, miro a la puerta y creo que entrará en cualquier momento, pero sé que no"
Por eso pide que la sociedad abra los ojos. "Somos simples titulares en las noticias. Nadie sabe lo que significa que te arranquen la vida así. Que te quedes hueca sin tu hija mayor que para mi era como mi madre, que a Tessa le hayan quitado a su hermana que era un referente en todo para ella. Ayer mismo me dijo: Mamá, no puedo dormir bien, me falta Kiká. O que mi marido también se haya quedado con el dolor de perder a una de sus hijas. Llevo dos años y medio muriéndome todos los días. Tengo el corazón con una mitad que ya no existe. Tenía una hija y ahora solo me queda una urna a la que mirar con sus cenizas".
Aun con ese dolor, Mar tira para adelante. "Lo hago por mi hija pequeña. Si yo no estoy, ¿quién la levanta a ella? Saco fuerzas de dónde no tengo para decirle que ella no es la sombra de Kiká. Ella es su luz. Ella brilla por sí misma, no por el recuerdo de su hermana. Al mismo tiempo, ella me cuida a mí. Cuando me ve alicaída, me achucha, me hace reír y me sube el ánimo. En realidad, nos ayudamos las dos. Durante dos años hemos dormido juntas en la misma habitación, porque mis hijas dormían juntas y Tessa no podía soportar el vacío de la cama de su hermana", revela.
La necesidad imperiosa de feminismo
En ese difícil camino, Mar denuncia "lo innombrable de un sistema con falta de formación y sensibilidad feminista, reflejo de la profunda desigualdad aún existente entre hombres y mujeres". Y ejemplos le sobran. "Como cuando la Policía llamó a las puertas de mi casa esa noche y no fue capaz de decirnos la verdad. Vinieron a las once y nos dijeron que teníamos que ir a la comandancia de Armilla porque nuestra hija estaba allí. Al preguntar si le había pasado algo, me dijeron que el teniente nos diría allí, y cuando llegamos nos dijeron que estaba en un calabozo por algo malo en lugar de decirnos que había sido asesinada. Después, y sin tener ni siquiera una psicóloga a solas nos dijeron que había muerto y que no nos podían decir más, ya que todo era secreto de sumario. Que me tomara una pastilla. Me tuve que enterar por Granada Digital de lo que había pasado porque nos dijeron que al día siguiente tendríamos que ir a reconocer su cadáver a las nueve de la mañana. A las seis de la mañana leí la noticia en Granada Digital".
A los once días del asesinato, Mar se incorporó a su trabajo. "No podía estar en casa con la urna de mi hija y no poder decirle nada. Trabajar me evadía el dolor asfixiante. No quise tomar pastillas porque mi dolor no se pasa con medicación. Porque, cuando se para, el efecto la realidad está ahí. Al mes, la psicóloga que me atendió me dijo que lo que tenía que hacer era olvidar, pasar página y cambiarme de casa y de aires".
"Necesitamos una sociedad que no proteja a los maltratadores, a los asesinos. Que los jueces y juezas estén formados y den castigos ejemplarizantes. Tiene que quedar claro que en caso de maltrato la ley va a caer con todo su peso y el siguiente no lo va a intentar. Que tampoco se permita que unos padres como los del asesino supieran que tenían un hijo con brotes psicóticos y que era un maltratador y aun así tuviera licencia de armas y practicara con ellas en el campo de tiro. Que se eduque a la sociedad y se lancen mensajes de no maltratar a ninguna mujer. Nos están matando y exterminando. Tengo que luchar. Mientras pataleo y lucho no me hundo", asegura.
"Hay que pensar que esa mujer o esa menor que se lee en los titulares puede ser cualquiera de nosotras, de nuestras hijas o hermanas"
Mar también pide que la sociedad, en lugar de estigmatizar a las víctimas, señale al único culpable. "Hay que aislar al maltratador. No reírle las gracias. Hay que pensar que esa mujer o esa menor que se lee en los titulares puede ser cualquiera de nosotras, de nuestras hijas o hermanas. Que lo piensen, por favor". Por eso esta madre lucha contra el sistema apoyada por La Volaera, la asociación que sabe lo duro de la verdad patriarcal. "Lucho para que nada de esto vuelva a pasar".
El legado de una hermana
Tessa Contreras, la hermana pequeña de Mar, es otra de las víctimas de la violencia machista que apenas se ve. Acaba de acceder al doble grado de Política y Derecho en Granada. Y lo ha hecho por una sola razón. "Mucha gente me pregunta por qué quiero ser abogada y algún día jueza. La respuesta es porque quiero salvar vidas, quiero que se haga justicia, ya que a día de hoy no la hay", explica. "Un día corriente un trozo de metal se calentó y mi hermana fue asesinada. Es muy triste porque alguien que no tenía derecho a nada le arrebató la vida, su futuro".
Una elección que, para María Martín, presidenta de La Volaera, es de admirar. "Es toda una lección que una niña como ella quiera entregar su vida a esta lucha en honor a su hermana. Cada víctima es un fracaso social. Mientras no concienciemos a la sociedad, seguirá siendo un fracaso. Tenemos que denunciar todas y todos a los maltratadores de los que seamos conocedores y Tessa nos está dando una gran lección".
Para esta joven, llegar a la universidad es todo un logro. "Estudiar me cuesta un sobreesfuerzo porque no me concentro. Ahora ya lo llevo mejor que cuando estaba en el instituto. Aun así, sigo sintiendo una mezcla de odio, ira, impotencia, ganas de llorar, gritar, no lo sé. Batallo contra la culpabilidad de haber podido hacer más. De haber podido hacer todo. Yo la escuchaba cuando llegaba por las noches y me contaba todo lo que pasaba. Lloraba mucho. Me decía que se peleaban todo el tiempo. Me dijo que lo había dejado. Y ahí descansé. Me quedé tranquila", recalca.
Tessa también cuenta que cuando la violencia machista te golpea sin miramiento no queda otra que madurar. "En la fragilidad de la vida me fijo en las cosas y en lo que me pasa con otra profundidad. Mar era mi referente, le contaba todo, era como mi madre. Sin embargo, veo a mi madre en una situación que no se puede describir. Le han quitado a su hija. Sé que no tendría razón de vivir sino fuera por mí. Le sirvo de ancla, como ella a mí. Somos la una para la otra el lugar de seguridad. Intento apoyarla como puedo. Animándola. El dolor también es el mismo para mi padre. Ésta y no otra es la realidad de la violencia de género".
Otra de las secuelas que esta joven reconoce que le ha quedado es el miedo. "No soy de irme de fiesta y si salgo cuido que no me hagan nada o me pase nada. Cada día vemos noticias de lo que significa ser mujer y de la inseguridad que tenemos en todos los lados. Me he convertido en la hermana mayor. Mi madre también tiene ese miedo y ha tenido que aprender que tiene que dejarme salir, que no me puede tener en una urna de cristal".
Asímismo, Tessa lanza un mensaje a todas esas personas que se ponen el lazo morado como el que se cambia de zapatos. "Hacen mucho daño". Por eso, ella misma está empezando a luchar poniendo en su boca una palabra de la que tenía otra idea: la de feminista. "Estoy empezando a averiguar lo que es porque desconocía lo que la palabra significa de verdad. La sociedad nos enseña a propósito a señalar la palabra como algo malo cuando en realidad solo es bien. Tenemos que defender a las mujeres de tanto daño", recalca.
"Cuando te toca de cerca la violencia machista todo duele más. Como cuando me preguntan por qué llevo el collar que me regaló mi madre con las cenizas de mi hermana y no quiero contarlo porque sientan lástima de ti. Quiero que la gente se acerque por quién soy, no por lo sucedido. He aprendido que voy dando pasitos y que mi vida es el mejor homenaje a mi hermana, y en ello estoy", finaliza.
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