madrid
El FMI vuelve a inaugurar otra de sus cumbres semestrales en medio de una encrucijada de la coyuntura internacional. Fenómeno que empieza a ser habitual en sus citas. Y la de otoño de este año, que se inaugura esta semana, no iba a ser una excepción. Como no lo han sido ninguna de sus dobles encuentros multilaterales –la primaveral y la otoñal– del último trienio. Las de 2018 abordaron los efectos –críticos desde la óptica del Fondo– de la doble rebaja impositiva y el inicio de las batallas arancelarias de Donald Trump, los virajes geoestratégicos de la Casa Blanca –hacia China, pero también hacia aliados como Europa, Canadá o Australia– así como la paralización de los avances hacia la sostenibilidad por el abandono estadounidense de los Acuerdos de París; o los riesgos que el excesivo endeudamiento global y las tentaciones proteccionistas empezaba a generar en los estados financieros soberanos y de las empresas.
Un año más tarde, con un tono más contundente, proclamaba la aproximación de la economía mundial a un periodo de recesión por el parón de la industria y el receso del comercio, mientras reclamaba a los dirigentes de todo el planeta acciones concertadas para combatir el cambio climático, la otra "amenaza sistémica" que venía aireando a los cuatro vientos. La del pasado ejercicio fue la del análisis precipitado de la Covid-19. La del recetario ante crisis sanitarias. En medio de la Gran Pandemia. De la que salió con un mensaje nítido de robustecer la presión fiscal y modernizar los sistemas tributarios para adecuarlos a las necesidades de la Revolución Industrial 4.0 y de la neutralidad energética que llegó a ser catalogado como "doctrinario de socialdemócratas" por la cohorte de economistas neoliberales y abordar, con el esperado excedente de recursos, el reforzamiento de los modelos sanitarios. Con los que atender más que posibles epidemias futuras.
Las cumbres de 2021, sin embargo, han tenido un sabor agridulce. De proclamar el ingreso de la economía en un ciclo de negocios postcovid que, a expensas de la evolución de las campañas de vacunación, iba a recibir un impulso de alta intensidad para el despegue de la actividad –como se corroboró durante el periodo estival– a reconocer que una serie de negros nubarrones se han instalado en el horizonte. Con esta parte de compleja climatología que se avecina es con la que van a lidiar los expertos de la institución que calibrarán a la baja sus previsiones económicas y al alza su barómetro de amenazas a la coyuntura global. Ya lo anticipaba su directora gerente, la economista búlgara Kristalina Georgieva, en su discurso virtual de hace unas fechas ante Mario Monti, excomisario de Competencia, con pasado de primer ministro de Italia y actual presidente de la Universidad Bocconi de Milán en la conferencia organizada por esta entidad académica. En el que quiso profundizar en que "la crisis provocada por el coronavirus aún cojea", pese al inicio de la recuperación, por la "gran divergencia entre las vacunaciones masivas registradas entre las potencias industrializadas y la parálisis que las inoculaciones están teniendo entre las naciones emergentes y en desarrollo".
"Todavía no somos capaces de caminar hacia adelante de una manera apropiada"
Pero también por fenómenos como el repunte de la inflación y la elevada carga de deuda. "Todavía no somos capaces de caminar hacia adelante de una manera apropiada, autónoma; es como caminar con piedras en nuestros zapatos", reconocía Georgieva antes de avanzar un retroceso de la predicción de crecimiento del PIB mundial para este ejercicio y que en la cita primaveral del Fondo se situó en el 6%. Un cálculo complejo de evaluar si se tiene en cuenta que, mientras EEUU y China siguen siendo los "motores vitales", aunque con un ritmo "algo más ralentizado" frente al "despegue notable" en Europa y ciertos mercados emergentes, la tónica general entre las economías en desarrollo es de "paulatino empeoramiento del clima de negocios por las dificultades de acceso a vacunas y las restricciones presupuestarias".
Georgieva citó expresamente, en varias ocasiones, el término divergencia. Para explicar no solo la brecha entre "fortunas" que se están tornando "persistentes", sino los episodios inflacionistas promovidos desde la energía y los alimentos. Los dos componentes que se excluyen en los IPC subyacentes -y que difieren (otra divergencia)- de los indicadores generales; de los que dijo que espera su vuelta a la normalidad "a lo largo de 2022". Dejando traslucir una tenue esperanza de que las presiones inflacionistas podrían ser "pasajeras" coyunturales. Sin embargo, la división de la que habla Georgieva es también el hilo conductor de otros obstáculos a la recuperación. Por ejemplo, la de la deuda. O la de las inversiones en tecnología y sostenibilidad para configurar nuevos patrones de crecimiento. Todo ello conducirá a "un dinamismo más moderado" en 2021, que podría tener traslación en un aminoramiento del empleo. "El retraso en el asentamiento del ciclo traerá consigo mayores dificultades a largo plazo con las que evitar el descarrilamiento de la economía". Sobre todo, en empleabilidad de jóvenes, mujeres y trabajadores que operan con empleos informales.
La estanflación, el factor de mayor preocupación
Aun así, el foco de mayor preocupación del FMI es el peligro de estanflación (estancamiento económico con alza de los precios y aumento del desempleo); un fenómeno que empezaba a ser inaudito. Tras medio siglo sin que el fantasma del crecimiento exiguo con altos índices de subidas de precios haya reaparecido. Desde la crisis energética de los setenta. Incluso premios Nobel como Paul Krugman o economistas como Lawrence Summers, exsecretario del Tesoro con Bill Clinton llegaron a decir que la inflación era una reliquia económica del pasado. Aunque Summers se ha retractado en los últimos meses. Tras preguntarse por qué en los últimos 600 años, el repunte medio de la inflación mundial apenas ha sido del 1%, mientras que el precio del dinero se ha situado rozando el 5%. La irrupción en escena de la subida de los precios de las energías –y su repercusión inminente sobre los recibos de la electricidad de hogares y empresas– han devuelto al espectro inflacionista al centro del escenario económico.
El FMI muestra su preocupación por la escalada de los precios energéticos y su contagio a otros bienes y servicios esenciales.
Para la IEA, la Agencia Internacional de la Energía, detrás de las presiones inflacionistas está el "fuerte incremento del gas natural". Debido a varios factores concatenados. Entre otros, a "un repunte mayor de lo esperado de la demanda energética global, y muy en especial, del gas", para satisfacer el vigor con el que empezó el ciclo de negocios postcovid, "después de un largo y frío invierno" –el pasado– que "drenó los inventarios". Así como a las distorsiones del clima, que "han disminuido la generación de fuentes renovables, como la eólica, en las últimas semanas", y que agravaron las necesidades energéticas en Asia Oriental y América del Norte, con las oleadas de frío del primer trimestre del año, a las que ha seguido episodios de calor extremo en Asia y de sequía en otras latitudes del planeta, como Brasil. A lo que hay que unir un déficit de planificación y retrasos en la reanudación de cadenas de valor tras la epidemia, que crearon rebajas productivas del gas natural licuado (LNG).
Aunque "sería un enorme error", basado en "una inexactitud", culpar de esta prueba de alta tensión en los mercados energéticos a los procesos de transición a la energía limpia, advertía Faith Birol, director ejecutivo de la IEA la semana pasada. En alusión a unos descontados índices de precios energéticos desorbitados –en especial, del gas– hasta la próxima primavera; sobre todo, si el próximo invierno es especialmente gélido. Este diagnóstico lo recogerá el FMI en su cumbre. Francesca Caselli y Prachi Mishra, del área de Análisis Económico del Fondo, de donde emana el World Economic Outlook (WEO) con los datos de previsiones globales, admiten abiertamente en un blog oficial del organismo que la inflación "no solo ha asustado por sorpresa" a la incipiente y "dubitativa" recuperación económica, sino que tiene visos de crear una "espiral" de menor dinamismo y reducción de la creación de empleo tanto en las potencias industrializadas como en los mercados emergentes.
Con independencia de si resulta más acertada o incierta las doctrinas económicas que avisan de un episodio puntual, aunque prolongado en los meses, o su contrapunto, la de las voces que atisban que el fenómeno inflacionista pasará a ser estructural. Porque, en cualquier caso, alterará la demanda mundial. Y contagiará a sectores como el de la alimentación, el del transporte, el de comunicaciones o el de la moda. De forma preliminar, auguran que el IPC medio de las naciones de rentas altas va a elevarse hasta el 3,6% en los últimos meses de este año, para revertir la situación y situarse ya en el ecuador de 2022 en el 2%. Es el argumento de los grandes bancos centrales, que continúan defendiendo oficialmente una pausa todavía temporal en los tipos de interés próximos a cero e inclinándose por prolongar los programas de estímulo monetario.
A los emergentes, el FMI les otorga un aumento de precios promedio del 6,8%, para remitir al 4% en el verano del próximo ejercicio. Los expertos de la institución, en cualquier caso, entrarán en el nudo gordiano de este espinoso asunto. Porque las amenazas de un energy crunch están en estado latente en Europa con recibos de luz que, en Alemania y España, por ejemplo, han triplicado y multiplicado por cuatro su coste, respecto a 2019 y 2020. Mientras el barril de Brent, de referencia en la UE, ha superado los 80 dólares y desde Goldman Sachs se alerta que podría alcanzar los 90 dólares a finales de año y los tres dígitos en el inicio de 2021 en caso de que "los rigores del invierno marquen su precio".
Jeff Currie, estratega de este banco de inversión estadounidense, aseguró a Bloomberg, que este escenario escenifica "la revancha de la vieja economía". La crisis energética en ciernes "no es única de Europa, ni sólo de energía, sino que surge de los clásicos problemas de la economía de producción fósil", y podría reactivar la extracción de carbón en ciertos mercados. Como ya, de hecho, ha decidido Endesa en su central coruñesa de As Pontes. Alarmas que apuntan a una fase de estanflación. Porque la "fulgurante escalada de los precios, en especial de las materias primas energéticas, se ha propagado con suma facilidad por latitudes industrializadas y emergentes debido a la contundencia de la demanda, las interrupciones de suministro y la debilidad de los inventarios en las naciones dependientes de gas y petróleo", explican en la sala de máquinas del FMI en los prolegómenos de su cumbre de otoño. Desde donde se recuerda que la inflación "no ha sido precisamente un foco de especial preocupación desde la década de los setenta", cuando se produjo "el shock exógeno del crudo" del que emergió "el fenómeno de la estanflación".
Si bien, en el lado más optimista, surgen interpretaciones como la de Norbert Rücker, analista de Julius Baer, quien alerta de que los recortes productivos de energías renovables en China, el encarecimiento de los servicios eléctricos en Europa y los cuellos de botella de los suministros de energía en Reino Unido "están confluyendo en una especie de tormenta perfecta hacia un energy crunch". Pero sin que el impacto deje de ser "temporal" por la "especial sensibilidad de los mercados energéticos a la climatología". Aunque también aprecia toma de decisiones de índole político. Y "en Reino Unido y en Europa parece que los gobiernos han empezado a mover sus cartas".
Rücker atisba, además, dos soluciones a corto y medio plazo. En Europa, los cauces de gas natural noruego y ruso "podrían recuperar los flujos y la intensidad perdida en verano"; algo que, "en parte -dice-, ya está sucediendo". Además, en el mercado europeo la eólica tiene un margen de mejora substancial en otoño, lo mismo que la hidroeléctrica en China. En esta tesitura sobre la estanflación, la duración de la crisis energética surgida en verano y que se ha consolidado en las primeras fechas del otoño y la necesidad de que gobiernos, empresas y agentes económicos y sociales no pierdan de vista la hoja de ruta hacia la digitalización y las inversiones verdes, se moverá la literatura de los informes y los diagnósticos de la cúpula política del FMI. Porque, como recordó su directora gerente en Milán, "la revolución tecnológica y los recursos en infraestructuras son la combinación perfecta" para generar mayores inversiones en Educación, Sanidad y para "emprender transformaciones estructurales hacia unas estructuras económicas más productivas" y más justas, con "sistemas impositivos más eficientes", como las que incorporarán la iniciativa para "gravar con un mínimo tipo tributario los beneficios de las corporaciones en todo el mundo". O para poner en marcha las divisas digitales oficiales desde los bancos centrales para mejorar el sistema monetario internacional, anticipó Georgieva antes de hacer una apelación de acciones conjuntas en el planeta para combatir el cambio climático, impulsar producciones inclusivas y convertir "las inversiones en prosperidad" colectiva.
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