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Actualizado:"Si conocemos qué ocurrió en el Cretácico ¿qué es lo que estamos haciendo ahora?" se pregunta Laia Alegret, paleontóloga e investigadora de la Universidad de Zaragoza que acaba de publicar, junto con científicos británicos, estadounidenses y alemanes, una investigación cuyas conclusiones resultan tan reveladoras como inquietantes: lo que provocó la extinción masiva de especies tras el impacto del meteorito Chicxulub en la península de Yucatán hace 66 millones de años no fue, como la comunidad académica daba por hecho hasta ahora, el apagón global de la fotosíntesis por el oscurecimiento de la atmósfera que provocó la descomunal polvareda sino una acidificación de los océanos similar a la que, de mantenerse el actual ritmo de emisiones de CO2, se repetirá a finales de este siglo y que entonces cortocircuitó la cadena trófica hasta acabar con el 70% de las especies.
El artículo, publicado esta semana en la revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences USA) y firmado por catorce científicos, supone una llamada de atención al vertiginoso deterioro del planeta y, en especial, al de los océanos, que generan la mitad del oxígeno de la atmósfera y absorben un tercio del CO2.
"La paleontología es una herramienta para conocer el funcionamiento del planeta y prever cómo puede responder al proceso actual" de calentamiento global, explica Alegret, que comenzó a investigar los microfósiles del fondo marino a finales de los años 90, cuando preparó su tesis doctoral, en el inicio de una prolífica trayectoria divulgadora.
Los foraminíferos del fondo del mar
Los científicos llevan décadas especulando con los efectos del impacto del meteorito, entre los que desde los años 80 se da por sentada la existencia de algunos como un descomunal tsunami, erupciones volcánicas, incendios de escala planetaria, el oscurecimiento del planeta y la emisión de varios gases nocivos: el ácido nítrico por la fricción del bólido con la atmósfera, el ácido sulfúrico por la abundancia de yesos en el Yucatán y el CO2 (dióxido de carbono) por haberse producido el impacto en una plataforma carbonatada.
Alegret lleva más de veinte años investigando sobre los microfósiles y los efectos del impacto del asteroide. Universidad de Zaragoza
La teoría más extendida hasta ahora, aunque no aceptada de manera unánime en cuanto a las causas ni a los efectos, apuntaba a que el oscurecimiento global impidió a las algas realizar la fotosíntesis y provocó su muerte, lo que desencadenó la del resto de especies hasta acabar con el 70% de las existentes.
Sin embargo, Alegret se percató de un detalle sobre los foraminíferos, una especie de amebas acuáticas y microscópicas, que cuestionaba esa teoría, la cual quedó en entredicho a partir de la publicación de otro artículo en PNAS en 2012: murieron las planctónicas, las que vivían en la superficie del océano, mientras sobrevivían las benctónicas, que habitaban los inhóspitos fondos marinos, sin apenas luz, con temperaturas de un grado y donde apenas llega un 1% del alimento que se produce en la zona superior.
La extinción de los dinosaurios
"La emisión de gases no fue suficiente para afectar a toda la masa oceánica, pero sí a la superficial", explica la paleontóloga, cuyo equipo achaca el desencadenamiento de la extinción a "un proceso de acidificación provocado por la emisión de gases que afectó a la zona superior de los océanos". Eso provocó la muerte de los foraminíferos planctónicos y de las especies que se alimentaban de ellos, como los amonites, una especie de calamar que medía entre 20 y 160 centímetros, y, consecutivamente, de los que se comían a unos y otros, caso de grandes reptiles marinos como los mosasaurios y de los dinosaurios en general.
Alegret: "La emisión de gases no fue suficiente para afectar a toda la masa oceánica"
Sin embargo, especies emparentadas con los amonites que vivían más alejados de la superficie también sobrevivieron. Estas, y otros organismos oportunistas, fueron después ocupando el espacio que dejaban las que se iban extinguiendo. "La actividad orgánica no cesó, solo cambió", matiza la investigadora.
Por otro lado, la acidificación de un ambiente altera la fijación del carbonato cálcico en los esqueletos de las especies que lo habitan, lo que, en este caso, también contribuyó a acelerar la extinción.
Lluvia ácida sobre el planeta
Los investigadores dan por hecho que el oscurecimiento global existió, aunque consideran que fue "geológicamente instantáneo", lo que supone que pudo durar un máximo de dos años. "Eso no era suficiente para causar esos efectos", señala Alegret, que apunta, por otro lado, que algunas especies eran capaces de suspender su actividad orgánica para recuperarla al cesar un evento de ese tipo, lo que habría facilitado su supervivencia.
"Creemos que la producción de ácidos comenzó inmediatamente después del impacto y que en los días siguientes se produjo una intensa lluvia ácida" por todo el planeta, explica la paleontóloga, que añade que, según se desprende de los miles de microfósiles de la cueva de Geulhemmerberg (Holanda) que han estudiado, “la acidificación duró entre cien y mil años” y las extinciones fueron “instantáneas en el plano geológico".
El restablecimiento del ecosistema tuvo un ritmo mucho más lento. "Comenzó a los 40.000 años, y los valores previos no se alcanzaron hasta 60.000 años después", mientras que “la recuperación de la vida y de las especies en el océano tardó varios cientos de miles de años, hasta medio millón según algunos científicos”, señala, pese a que la "rapidez" con la que resurgió el plancton .
Una acidificación más intensa
El análisis de los microfósiles holandeses, y de otras muestras procedentes de EEUU y de sondeos en el Atlántico y el Pacífico, ha permitido obtener, según la Universidad de Zaragoza, "la primera medida empírica sobre los mecanismos que desencadenaron las extinciones" y provocaron el colapso ecológico de los océanos hace 66 millones de años.
Paralelamente, esos estudios también han aportado datos que apuntan a un inquietante futuro para el planeta.
Así, los análisis geoquímicos de las conchas de los foraminíferos apuntan a que a finales del cretácico, coincidiendo con el impacto del meteorito, el ph de las aguas cayó 0,3 unidades mientras la presencia de CO2 en la atmósfera se disparó hasta las 700 partes por millón (ppm).
Y, en la actualidad, las previsiones del IPPC, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU, apuntan a un descenso de hasta 0,5 unidades a finales de este siglo con las emisiones de CO2 derivadas de actividades humanas como principal causa.
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