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Actualizado:Por momentos parece un psiquiatra que enumera los síntomas con la frialdad del que ha visto y oído de todo. A veces suena más como un historiador narrando los estragos de una guerra, se apasiona en algunos puntos, reflexiona en otros. Y después está ese halo de cura de pueblo, sencillo, sonriente, que se sienta, cruza las piernas y se presta a escuchar.
Luis Alfonso Zamorano (44 años) es misionero y sacerdote; lo muestra en ese crucifijo de madera que cuelga de su cuello. Lo muestra en las casi dos horas de conversación salpimentadas con frases del Papa Francisco, de los evangelios, de las enseñanzas de Jesús.
Luis Alfonso Zamorano es palentino. También es chileno: "No solo de corazón, también nacionalizado". La mitad de su vida la pasó en el país latinoamericano. Primero como misionero, después como sacerdote, y hasta tuvo tiempo para la música: "Saqué tres discos entre la balada y el rock pero con letras cristianas", nos aclara.
En Chile fue donde escuchó por primera vez la palabra "pederastia". Al menos la primera vez que recuerda que le llamó la atención. Dice que tendría unos 26 años, y que hasta entonces nunca había pensado en ese problema. Mucho menos relacionado con la Iglesia.
En Chile conoció los paisajes "más bellos" que ha visto nunca: "Lagos enormes y al fondo humeando el volcán, con la cima nevada como si fuera un cucurucho de helado", nos dice. En ese país largo y estrecho también palpó "atrocidades". Fue allí donde entendió lo que era el terror, el trauma del abuso, el dolor de "cosas inenarrables".
El encuentro con Luis Alfonso Zamorano es en la cafetería de la facultad de Geografía de Historia de la Universidad Complutense de Madrid, donde también trabaja como capellán. Es la mañana que nos enteramos que el tesorero del Vaticano, el cardenal George Pell, ha sido condenado a seis años de prisión por pederastia. Hablamos de Pell, pero estamos aquí porque este sacerdote, que volvió a España hace un par de años, ha dedicado muchas horas de su vida a acompañar a víctimas de abuso sexual: "Abusadas por miembros de la Iglesia y por otros también", nos corrige. "No nos olvidemos que la gran mayoría de los abusos se dan en el seno de las familias". Hablamos con él y nos dice que no tiene reparo en entonar el mea culpa por los delitos cometidos dentro de la Iglesia. Nos dice que la institución a la que pertenece "debe ser aún más transparente, escuchar más a las víctimas y comprometernos con su proceso de sanación".
Luis Alfonso Zamorano parece el eslabón perdido entre las víctimas y una Conferencia Episcopal Española (CEE) que por ahora se niega a investigar y a poner a nombre a los agresores: "Cualquier sacerdote que haya escuchado alguna una de estas víctimas, el dolor que han pasado, tiene que empatizar con ellas. Es imposible no hacerlo".
De tanta empatía pasó de escucharlas a querer estudiarlas. Un master de psicología en acompañamiento psico-espiritual y una tesis en forma de libro que se publicará en dos semanas en la que cuenta todo lo que vio y escuchó con los abusados de Chile: "No te llamarán abandonada: acompañamiento psicoespiritual a supervivientes de abuso sexual" es el título. De los supervivientes, de la guerra, de la devastación empieza a hablar.
"El abuso sexual es el Everest de todos los traumas. No lo digo yo, sino el pianista James Rhodes, y te puedo asegurar que lo he constatado. Es como un bombazo en el aparato psíquico del menor con consecuencias impredecibles. Fíjate que los psiquiatras para describir las consecuencias psicológicas que sufren estas víctimas usan el término de estrés post traumático, el mismo que se da a los supervivientes de las guerras. Los abusados son auténticos supervivientes, es una hazaña seguir adelante después de algo así".
Habla de consecuencias impredecibles porque hay muchas variables que "pueden cambiarlo todo". Depende de la edad, del periodo evolutivo del menor en el momento en que es abusado. Depende del contexto familiar de la víctima, si es apoyado o no, creído o no. Depende de la relación que tenía con el abusador "cuanto más cercano o más confianza siempre es peor". Depende del tipo de abuso: "Un toqueteo, o cosas más fuertes. Pero quiero aclarar que cualquier abuso puede devastar psicológicamente a la víctima. Siempre me acuerdo de una psiquiatra que contaba que cuando un padre desliza durante treinta segundos sus dedos sobre la braga de su hija, después de esos treinta segundos el mundo ya no es igual para esa niña".
- Como un bombazo, decía.
- Sí, durante toda su vida podrán tener crisis, momentos de reviviscencia en los que reviven todo lo que sufrieron. Les acompañan las pesadillas, la ansiedad, la depresión. Algunos terminan suicidándose. En esos periodos agudos muchos tienen que dejar de trabajar o de estudiar, no pueden hacer nada.
Luis Alfonso Zamorano es prolijo a la hora de describir el perfil habitual del abusador. Nos dice que son narcisistas, que muy pocos se dan cuenta de que hacen algo malo porque no tienen capacidad de empatizar con la víctima, y que suelen ser muy manipuladores: "Por la posición de poder que tienen y por su propia perversión, tienen la capacidad de transferir la responsabilidad y la culpa de lo que hacen a la víctima. Se produce una inversión roles muy perversa. El niño o adolescente que tiene que ser protegido y cuidado, pasa con su silencio, por miedo, por vergüenza, por lo que sea a ser quien protege a la familia o a la institución".
Este sacerdote ha escuchado a decenas de supervivientes. Muchos de ellos lo contaban por primera vez. Algunos ya tenían más de sesenta años cuando se atrevían a narrarlo. Las estadísticas dicen que apenas se denuncian entre un 7 y un 10% de los abusos. Contar lo vivido, y más aún denunciar no es fácil porque supone sumergirse de nuevo en el dolor. Este misionero nos dice que muchos lo mantienen escondido porque la vergüenza, la culpa, el miedo a ser estigmatizados los devora. Los pocos que denuncian o hablan con los medios lo hacen, según Zamorano, porque el encubrimiento y negligencia de la jerarquía eclesiástica se les hace intolerable: "Quien denuncia tiene mucho que perder y poco que ganar. Piensa lo que significa exponerse así ante sus familiares, amigos…. Cuando lo hacen no es por ningún afán de querer dañar a la Iglesia como muchos dicen, sino porque no soportan ver cómo el agresor sigue campando a sus anchas y quieren evitar que haya más víctimas".
"Lo peor no es el abuso sino su negación y su encubrimiento"
Luis Alfonso Zamorano estaba en Chile cuando estalló la bomba de los escándalos de los abusos de la Iglesia que acabaron con la expulsión del padre Karadima. Nos cuenta que algunos de esos compañeros chilenos abandonaron el sacerdocio porque no soportaban pertenecer a una institución que seguía encubriendo esos crímenes: "Por favor que se entienda lo que voy a decir -aclara y coge aire-, creo que a veces lo peor no es el abuso sino su negación y su encubrimiento".
-¿Y usted ha pensado en dejar el sacerdocio por estos motivos?
- (Vuelve a coger aire y responde) Entiendo a mis compañeros, pero yo prefiero luchar desde dentro. Creo que las cosas se pueden cambiar.
Según Zamorano "la época de cambio que vivimos no tiene vuelta atrás". Hace quince días el Papa Francisco celebraba en Roma una Cumbre antipederastia para trazar líneas claras para enfrentar el problema. En enero se creó Infancia Robada, la primera asociación de víctimas de pederastia clerical en España. En el mismo mes Netflix lanzaba el documental Examen de Conciencia en el que varias víctimas narran los abusos sufridos por parte de diversos curas en España. Pasan cosas, pero en este contexto la Conferencia Episcopal Española (CEE) dijo tras la cumbre del Vaticano que no abriría ninguna investigación sobre los casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes en la Iglesia española en el pasado.
-A ver, por un lado tienen razón. Estrictamente hablando la Conferencia Episcopal no tiene competencia para investigar en cada diócesis. Pero podrían ponerse de acuerdo, como se ha hecho en Francia, en Australia y otros países- dice el palentino.
-¿Ponerse de acuerdo cómo?
-Creo que deberíamos ser más transparentes ante la sociedad. Que se hiciera un estudio dentro de la Iglesia, y que se encargara a una comisión externa, formada por gente experta y neutral. Seguimos poniéndonos a la defensiva y tapando los escándalos. Y ya lo decía Jesús: "No hay nada oculto que no sea descubierto". Tenemos pánico a las víctimas, cuando más bien debiéramos de tener miedo a los victimarios y a sus cómplices.
Este sacerdote de la Fraternidad misionera Verbum Dei, que desde que llegó a Madrid dedica sus horas a formar a futuros misioneros en el Centro misionero de Loeches, atender la capilla de la facultad y a compartir dos días por semana en la Cañada Real acompañando a los toxicómanos, reconoce que en la Iglesia se sienten "indefensos" ante los escándalos que están apareciendo: "Hay una sensación de mucha vulnerabilidad, de que te pueden culpar en cualquier momento. Y también hay miedo a que suceda como en Estados Unidos donde algunas diócesis se arruinaron cuando se pusieron a resarcir económicamente a las víctimas. Es cierto que pueden haber denuncias falsas que hacen mucho daño y acabar con la honra de mucha gente buena, pero cuando aún estamos más preocupados de lo que nos puede pasar a nosotros, del poder y prestigio que podemos perder como Iglesia, es que aún no hemos comprendido para nada el drama de las víctimas".
El padre Luis Alfonso está a favor de que se las indemnice económicamente "como mínimo pagarles el tratamiento psicológico", pero también cree que hay que ir más allá: "Debemos pensar en todos aquellos que no consiguen mantener su trabajo por los periodos de ansiedad que viven, los que no han conseguido terminar sus carreras. Eso también es consecuencia del abuso y hay que tenerlo en cuenta".
Si le preguntamos por la crisis de confianza que sufre la Iglesia nos responde que esa crisis esta en todas las instituciones "empezando por la Política". No le preocupa perder fieles porque cree que "los auténticos", los que "han experimentado la fe y la alegría de Dios en sus corazones" saben distinguir entre los errores de la institución y lo que se refiere a lo espiritual. Pero reconoce que en estos momentos "la Iglesia se juega su futuro", y dice enérgico: "Debemos ser valientes, pedir perdón, y no temer una investigación".
Zamorano es de los que ve el vaso medio lleno: "Creo que tenemos la oportunidad de ser pioneros en la protección de la infancia, como lo fue Jesús en su época". Pero no es ingenuo y dice que para eso hay que apostar por la sinceridad, reconocer que antes se encubría estos delitos porque era la forma de actuar habitual: "Seamos claros, los abusos se encubrían en la Iglesia pero sucedía igual con los que se cometían dentro de casa, en todos los ámbitos era la reacción social cotidiana. Los tiempos han cambiado y no podemos seguir haciendo lo mismo, por eso tenemos que enfrentarlo como una nueva oportunidad para hacer las cosas bien".
En una época marcada por el blanco y el negro, este sacerdote aboga por los matices. Es categórico a la hora de defender a las víctimas y juzgar a los agresores "sean quienes sean", pero también recuerda que la mayoría de los abusadores han sido abusados alguna vez, que "ellos también necesitan ser cuidados psicológicamente". Confiesa que en estos tiempos no es fácil ser sacerdote porque "parece que vamos con el cartelito de pedófilo pegado en la frente" -se ríe, porque es de sonrisa fácil-, y después de diagnosticar los síntomas de su institución, sus afecciones y enfermedades nos dice que debemos "ser justos": "Aunque hemos venido a hablar de los abusos hay que reconocer las cosas buenas que hace la Iglesia. Tanto en España ayudando a los mayores, a los pobres, a los niños, como fuera. Piensa en los casi 13.000 misioneros españoles que hay por el mundo. Ahora mismo a los Maristas se les recuerda solo por los escándalos de pederastia, nadie se acuerda del trabajo fantástico que hicieron en Siria". Termina la entrevista y marcha hacia Cañada del Real.
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