madrid
Actualizado:Siete millones de toneladas de carne. Es la cifra anual, según los últimos datos oficiales del Ministerio de Agricultura, de producción ganadera española. Este peso es el equivalente al sacrificio de unos 70.000 millones de animales al año, es decir, unos 1.500 animales por cada habitante del Estado español. La mayoría de las piezas se envían al exterior, a pesar de que el consumo cárnico es entre dos y cuatro veces superior a las recomendaciones sanitarias. Estos números –datos oficiales que fueron recogidos por el ministro de Consumo, Alberto Garzón– tienen un coste social y ambiental importante en el territorio: despoblación, desplazamiento de ganadería y agricultura tradicional, contaminación olfativa, degradación de los acuíferos y falta de agua potable. Pero tras este modelo productivo se esconden también otros impactos que se externalizan. Una degradación social y ambiental que viene de la mano del alimento industrial que nutre el crecimiento de cerdos, vacas o aves: los piensos de soja.
Un extenso informe publicado este martes por Ecologistas en Acción pone algunas cifras sobre la mesa y analiza el papel de la industria del pienso española y europea en la destrucción de las grandes selvas amazónicas de América Latina. Los cultivos de soja ya no sirven para alimentar a las personas, pues sólo el 6% de la cosecha sirve de ello. El grueso de la producción, el 70%, se asienta en amplias zonas boscosas deforestadas de Brasil, Uruguay o Argentina y va destinada a la fabricación de piensos para satisfacer el incremento de la demanda ganadera al otro lado del charco. Resumido brevemente: se deforesta medio continente americano para plantar soja que permita satisfacer el elevado ritmo productivo de las macrogranjas españolas y europeas.
El papel de España es clave, pues en su territorio se asientan las principales plantas molturadoras que trasforman la haba de soja en torta de soja, el primer paso para después convertir este producto en un pienso barato y potente a nivel proteico. Las dos plantas son propiedad de dos grandes multinacionales, Bunge y Cargill, que además concentran la actividad económica dedicada a la producción y el transporte del cultivo. De estas instalaciones, el producto es vendido a un puñado de empresas dedicadas a la fabricación de piensos: Nutreco, Grupo Fuertes, Coren, Vall Companys, bonÀrea y Costa Foods. De ahí, el pienso pasa a gran parte de las macrogranjas del Estado o se vende al exterior, a otras potencias ganaderas de Europa y del resto del mundo. España tiene un posición predominante en el sector y es el principal país productor de insumos en Europa con 37 millones de toneladas de piensos compuestos por soja producidas al año.
"España se ha convertido en una maquila, donde se reciben grandes cantidades de materias primas extranjeras baratas para ser transformadas en productos de mayor valor que son nuevamente exportados a terceros países", dice Mar Calvet, una de las autoras del informe, que denuncia que "las empresas no están asumiendo su responsabilidad en la deforestación" que hay al inicio de toda la cadena de valor.
La cifra de la destrucción de bosques y ecosistemas asociada a la soja que llega a España es difícil de redondear. Según los datos del informe, este tipo de cultivos destinados a abastecer a Europa representan el 47% de la deforestación amazónica relacionada con productos agropecuarios. Si el ritmo de las macrogranjas sigue al alza "en 2030 la expansión de la soja habrá arrasado 48 millones de hectáreas solo en Brasil", explica Isabel Fernández Cruz, otra de las investigadoras que ha colaborado en la elaboración del informe que cita datos de la propia Comisión Europea (CE).
Además, la actividad desarrollada en los campos agrarios intensivos ubicados en la denominada República de la Soja –Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia– representa el 25% de las emisiones de gases de efecto invernadero agropecuarias de la Unión Europea.
La soja se ha convertido en un insumo irrenunciable por parte del sector. Sin soja la ganadería no podría haber crecido como lo ha hecho en las últimas décadas, con un auge del 21% de las cabezas en los últimos cinco años, según los datos del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca. Abrazar este producto supone abrazar la deforestación y la externalización de los daños ambientales, pues Europa, según los datos del estudio sacados de la propia CE, sólo podría llegar a producir el 3% de la soja que necesita para satisfacer los procesos de crecimiento rápido de las macrogranjas.
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