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Actualizado:La muleta por el todo. El sostén de una pierna amputada que logró eclipsar la masiva manifestación estudiantil convocada en Madrid el 23 de enero de 1987 contra la selectividad, los numerus clausus y la subida de las tasas académicas. El rompedor broche a una dilatada huelga que tuvo sus réplicas en las principales ciudades españolas, donde los miles y miles de jóvenes fueron solo uno a ojos de los medios: Jon Manteca Cabañes, un punki centrifugado del sistema que por no tener nada solo tenía el apodo, el Cojo.
- ¿Pero tú dónde estabas cuando ocurrió aquello? —le pregunta un año después Jesús Quintero en El Perro Verde, de TVE.
- En Cibeles, pidiendo dinero en el metro.
Jon Manteca (Mondragón, 1967 - Orihuela, 1996) acababa de llegar de Euskadi y los disturbios lo pillaron junto al Ministerio de Educación, entre el vuelo disparatado de las piedras de los agitadores y las pelotas de goma de la Policía, que hirió de bala a una adolescente. El Cojo, quien corría libre como una liebre de tres patas, no dudó en sumarse a los destrozos. Las cámaras lo captaron alzando su muleta para frenar el tiempo con su estocada a un reloj-termómetro, inconsciente de que estaba inmortalizándose.
Las agujas dejaron de marcar la hora en la zona del Banco de España, cuya boca de metro se vio perjudicada, pues también quebró el letrero de la estación. Figuró en la portada del Herald Tribune. Su mote pudo leerse al comienzo de un artículo en The New York Times: "He is known as El Cojo, the crippled one" ("Lo conocen como..."). En España fue pasto de periódicos y de la tele, cuando la tele solo era TVE, cuyas cámaras lo convirtieron en un mito viviente y cojeante. El símbolo de la huelga estudiantil no era un estudiante, sino un punk que andaba por allí.
"¿Qué pasaba en aquella España de finales de 1986 y principios de 1987?", se preguntaba el periodista Alberto Gayo, testigo de una protesta "pacífica" hasta que llegaron las algaradas y las cargas, en su blog de la revista Interviú. "El paro casi llegaba al 17%, el Gobierno socialista aumentaba las tasas universitarias mientras el gasto en Educación disminuía, el tejido industrial se reconvertía, las bolsas se desplomaban…".
Y llegó la huelga, que derivó en aquella histórica manifestación. Los antidisturbios tiraron de porras y proyectiles. Los alborotadores hicieron del cemento arma y, cuando terminó todo, en los alrededores del paseo del Prado y de las calles Alcalá y Gran Vía fueron destrozados decenas de semáforos, señales de tráfico, cabinas telefónicas, vallas metálicas, verjas del Banco de España y motos de la Policía. Hubo incendios y un coche fue quemado. Los heridos se contaron por decenas.
"Me puse a romper cristales porque me cabreó que los maderos sacasen las pistolas. Se pasan mucho", relataba dos meses después Jon Manteca al reportero de Interviú Javier Ángel Preciado. "Paso de estudiantes: lo que me gusta es tirar piedras", titulaba la revista sobre una foto de Roberto Villagraz a doble página que mostraba a "una leyenda con muletas" rodeado de palomas y con una cresta por montera.
"Mientras se vertían ríos de tinta sobre él, recorría casi dos mil kilómetros, visitaba cuatro comisarías y tres juzgados de guardia, sufría dos prisiones preventivas y salía en la portada del Herald Tribune. Nunca ser cojo y salir en televisión rompiendo cristales y anuncios había dado para tanto", anticipaba la publicación, cuya entrevista fue recuperada por Gayo en su bitácora, donde bucea en los orígenes del mondragonés, "cuarto de seis hermanos, hijo de un obrero de la fundición".
A los dieciséis años le amputaron la pierna al caerse de un poste tras recibir una descarga del cable de alta tensión. Su pasatiempo juvenil: subirse a las torretas a "oír el zumbido de la electricidad", comentaba al programa Astekaria de TVE. "Con dieciocho se fue de Mondragón, no le gustaba como le trataba su padre. Iba de casa abandonada en casa okupada, pedía dinero por las calles. Y de repente recala en Madrid y coincide con la manifestación estudiantil", escribía Gayo. "No me hacen falta piernas mientras tenga los dos brazos", le había contado a Preciado.
La entrevista, rememoraba el periodista madrileño, fue en una venta de Jérez tras salir de la cárcel. Antes, "ya se dedicaba a vagabundear por España, de ciudad en ciudad, un perroflauta de los de ahora pero sin pierna". Su padre le había comprado una ortopédica, aunque se la robaron en unas fiestas del Pilar. En Madrid lucía chupa de cuero con la leyenda Mata curas, verás el cielo bajo el símbolo de la paz de Gerald Holtom. "Era un punki de manual, que robaba cadenas de las cisternas del WC para ponérselas en la bota militar y que no tenía DNI".
"Una durísima advertencia al PSOE"
Meses atrás, la huelga y los disturbios obligaron a las autoridades a sentarse a la mesa. Juan Ignacio Ramos, líder del Sindicato de Estudiantes, exigió concesiones por parte del Ejecutivo. Aunque arrancó algunas reclamaciones, no logró sus objetivos —las matrículas universitarias siguieron encareciéndose y la selectividad ahora se llama EVAU—, pero la revuelta terminaría llevándose por delante en 1988 al ministro de Educación, José María Maravall, quien la calificó como "la puesta de largo reivindicativa de la primera generación de la democracia".
"Aquella explosión fue una durísima advertencia al PSOE de que la juventud quería una política realmente de izquierdas, no una política que en la práctica no se diferenciaba mucho de la derecha", declaraba Juan Ignacio Ramos al Telediario dos décadas después de la lucha, cuya pancarta aquel día rezaba Contra la política educativa del Gobierno. Su interlocutor era el secretario de Estado Alfredo Pérez Rubalcaba, si bien las críticas también arreciaron sobre el ministro del Interior, José Barrionuevo, por la represión policial.
Jon continuaría siendo carne de rotativa durante los siguientes ocho años, entre sus salidas y entradas en prisión por robar o insultar a vírgenes, aunque en Bilbao a punto estuvo de que lo tirasen al Nervión por realizar gestos obscenos a la banda municipal. Pasó a la historia, sin embargo, por atentar contra el mobiliario urbano —cabina telefónica incluida— al calor de los botes de humo lanzados durante el pulso de los estudiantes al presidente Felipe González.
Un imitador en Palma
Hasta le salió un imitador en Palma, rebautizado como él, que traía en jaque a los comerciantes del carrer del Olms por quebrar las lunas de sus escaparates. Fue desterrado de Baleares, pero continuó con su afición en Barcelona y Valencia. Pese a los obstáculos —se desplazaba en silla de ruedas porque la poliomielitis había lisiado sus piernas—, logró burlar los controles del aeropuerto para entrar de nuevo en la isla.
Oriundo de Vallecas, buscaba ser detenido para poder comer y dormir bajo techo entre rejas, aseguró al diario Última Hora. Lo hizo para siempre en 1999, cuando estaba encerrado en el penal catalán de Quatre Camins (La Roca del Vallès) después de una carrera que había comenzado precisamente el año de la huelga estudiantil, en cuya protesta se infiltraron ultraderechistas que repartieron estopa entre los universitarios.
"La invisible bandera del descontento"
Manuel Alcántara, en una brillante semblanza publicada en El Correo, lo elevó hasta las cielo de las farolas de la contestación: "Todo el mundo protesta por algo, pero él protestaba por el mundo. Enarbolaba sus muletas, que eran como la tizona y la colada de este campeador suburbano y alcanzaba los más altos objetivos. Era un amateur del destrozo, un D'Artagnan de los escaparates, un Atila de las aceras. Cojo como Lord Byron, como Quevedo, pero sobre todo cojo como Silver, el pirata de La isla del tesoro, se sumaba gustosamente a todas las manifestaciones".
El perfil trazado por el maestro malagueño, titulado Réquiem por el Cojo Manteca, abundaba en adjetivos que lo investían como un antihéroe de aquella generación del baby boom fabricada en serie para engrosar las listas del paro. "Era un solidario del descontento y donde ponía el ojo ponía las muletas, convertidas en mástiles donde ondeaba la invisible bandera del descontento [...]. Estábamos ante un desinteresado amante del destrozo, ante un rebelde con infinitas causas [...]. El terrible cojo era como un emblema de la marginación".
"La anécdota sustituyó al análisis"
La prensa de la época no fue tan benévola, como señala José Ramón Rodríguez Prada en Conflicto y reforma en la educación (Traficantes de Sueños). "Los periódicos sesgaron u ocultaron el conflicto: los estudiantes, en la propaganda oficial de entonces, estaban representados por el Cojo Manteca, un joven que con su muleta golpeaba una cabina telefónica. La televisión repitió machaconamente la imagen [...]. Era necesario cubrir una imagen deplorable [la dureza policial con ecos franquistas, la joven herida de bala, un ministro que no daba la cara ni era respetado por los estudiantes] con otra de signo diferente".
Para ello, expone Rodríguez Prada, los destrozos de aquel punki se difundieron "hasta la saciedad, poniendo el acento propagandístico en la barbarie juvenil, la irracionalidad de la movilización, la violencia sin objeto aparente... El aspecto lumpen del muchacho, crecido en años, acentuaba las connotaciones inquietantes de aquel movimiento para las clases medias conservadoras y los exprogres [...]. Así la anécdota sustituyó al análisis. Se olvidaron las reivindicaciones de los jóvenes y las sesudas mentes de los columnistas en los periódicos y revistas insistían una y otra vez en la barbarie".
El autor del libro, que aborda la rebelión estudiantil del 87, se pregunta: "¿Por qué esa insistencia en un asunto nimio? El bombardeo de descalificaciones caía en terreno abonado. La violencia practicada por maleantes y resentidos no representaba a la juventud, eran gente equivocada, anarquistas, ocupas, barriobajeros, macarras, etcétera". La parte —o la muleta— por el todo, desplazando el foco de las reivindicaciones estudiantiles a los cristales rotos.
- Jon, ¿ser famoso te ha complicado la vida? —le pregunta Quintero en TVE.
- Sí, me ha creado muchos problemas. Con la policía, todos. Y con skins: en Madrid me pegaron dos palizas en el mismo día —responde Jon, quien confiesa que le gustaría trabajar limpiando pescado.
"Símbolo de los desplazados"
No llegaría a hacerlo. "En la calle no me faltará nunca de nada [...]. La gente se enrolla dando dinero. Tocamos la flauta, ¿no?", comentaba en el programa Astekaria cuando ya llevaba cinco años fuera de casa, rulando por ahí. "No creo en el futuro. Solamente quiero marcha", dejaba claro en El Perro Verde, donde se planteaba entre risas que podría trabajar hasta vendiendo cupones, pero que nadie se fiaba de él.
"Se le recordará durante algún tiempo como un símbolo de los desplazados, de los que no encuentran su lugar al sol ni a la sombra en una sociedad que busca la opulencia y se detiene en los escaparates iluminados del éxito. Como los que él rompía mirando luego hacia atrás con ira, por si se había dejado alguno intacto", escribía Manuel Alcántara. "Piedad para un pobre ser humano conocido como el Cojo Manteca. Un tiempo como el nuestro merece un héroe como él. Además, desde Manolete nadie ha dado mejores muletazos por alto".
Pese a que fue utilizado para desprestigiar la lucha estudiantil, no fueron los únicos elogios, hasta el punto de que el programa de Quintero lo despidió así: "Punki, famoso a su pesar, vengativo, generoso, violento, odiado, perseguido, libre. Se llama Jon Manteca, tiene veintiún años y nació en Mondragón. No conoce la hipocresía. Es una leyenda... con muletas".
Lo siguió siendo, ya bajo tierra, tras morir de sida en el hospital de Orihuela ocho años después. Llevaba un tiempo en Torrevieja, donde pedía dinero, igual que cuando lo sorprendieron las protestas estudiantiles en Madrid. Destroce en paz.
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