madrid
Muy pocos recordarán que la película "La Guerra de las Galaxias" fue estrenada en 1977 en Madrid, en el Real Cinema, donde por aquella época se registraban largas colas de gente para ver la aclamada producción de George Lucas.
Quizás sean más los que sepan ahora que ese cine, inaugurado por Alfonso XIII, y que en el próximo mes de mayo cumplirá cien años, está siendo derribado para construir un hotel de lujo de la cadena OD Hotels, propiedad de un sobrino del también empresario hotelero Abel Matutes, que en 2017 adquirió el edificio por 17 millones de euros.
Mientras la piqueta actúa, organizaciones como Madrid, Ciudadanía y Patrimonio (M,CyP) han denunciado el atentado que supone acabar con un edificio centenario, anterior a 1936, que está protegido como Bien de Interés Cultural por la Ley 3/2013 de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid.
Por su parte, la Consejería de Cultura y Turismo mantiene que en el cine se hicieron reformas exteriores e interiores en los años 1940, 1943, 1964 y 1992, por lo que no quedan elementos estructurales originales que puedan ser objeto de protección y conservación.
El caso del Real Cinema, un local que lleva once años cerrado y está ubicado en la plaza de Isabel II, frente al Teatro Real, es el último de una larga lista de salas que han desaparecido de la capital como consecuencia de la crisis económica, la piratería, la alta fiscalidad del sector, los intereses inmobiliarios y el auge de las grandes series de las productoras norteamericanas de televisión.
Eliminar la protección especial
Otro factor determinante fue la decisión tomada por el Ayuntamiento de Madrid en 2005 de eliminar la protección especial con que contaban los cines, que entonces estaban blindados administrativamente para su uso exclusivo como salas de proyección.
Si en 1969 la capital contaba con un total de 161 cines, diez años más tarde el número se redujo a 137 y en la actualidad solo se mantienen abiertos 31. Zonas que históricamente han albergado muchos cines, como la Gran Vía y Fuencarral, han visto cómo paulatinamente han ido desapareciendo estos locales.
La Gran Vía, que llegó a contar con 13 cines, ha perdido lugares muy entrañables para los amantes del séptimo arte como el Azul, convertido en una hamburguesería; el Avenida, que es ahora un centro comercial; el Imperial, que alberga tiendas, o el Pompeya, que ha dado paso a una cafetería.
En la zona de la calle Fuencarral, donde había siete salas, han desaparecido del mapa el cine Bilbao, que comparte ahora una sala de ensayos y una zona comercial, o el cine Fuencarral, que fue derribado para construir pisos.
Otras salas del centro de Madrid también han tenido igual suerte, como es el caso del Bogart o los cines Madrid, que han pasado a mejor vida; el Tívoli, que también fue derribado para edificar casas y el Benlliure, donde hoy se localizan varias tiendas.
Carlos Osorio, fundador de la plataforma "Salvemos los cines", ha explicado a este diario que la crisis empezó a partir de los años noventa y se ha agudizado en la primera década de este siglo. "Han coincidido muchos factores", subraya, "y se ha creado una especie de tormenta perfecta para la desaparición de las salas: el consumo de cine en el hogar, la disponibilidad de cine gratuito en internet o la supresión de las ayudas al cine y la subida de los impuestos en el sector".
En su opinión, solo algunas salas enclavadas en zonas de ocio, o bien los cines de versión original, que tienen un público adulto muy fiel, son las únicas que están sobreviviendo a la crisis.
"A partir de los años noventa", indica Osorio, "coincidiendo con esa progresiva desprotección legal que afectaba a los cines, algunos buitres olfatearon lo que se avecinaba y empezaron a comprar salas con la finalidad de cerrarlas y ofrecérselas a firmas de ropa o cadenas de restauración".
La plataforma "Salvemos los cines", defensora de los cines y teatros como espacios culturales y de convivencia cultural, concentró en su día todas sus energías en mantener algunos locales emblemáticos como el Palacio de la Música, pero se encontró con un muro infranqueable formado por los políticos, los empresarios y los propietarios de los cines, que, como relata Osorio, ante la crisis de entonces solo estaban interesados en vender al mejor precio los inmuebles.
Contra viento y marea
Osorio, que es escritor y ejerce como guía en visitas a Madrid, no incluye en este grupo a los dueños de las salas Renoir o Verdi, "que son amantes del cine y no son gente que solo están por el dinero y han sabido mantener las salas contra viento y marea".
A su juicio, el caso del Real Cinema es paradigmático. "Se trata de un edificio interesante desde el punto de vista del patrimonio, se le empieza a desposeer de sus elementos histórico-artísticos, como las torres y balcones, se deja una fachada más sobria y luego se pone a la venta".
Osorio lamenta que vaya a desaparecer un cine que daba servicio al barrio de Ópera, que es una zona de mucha concentración ciudadana y con muchas posibilidades culturales. Igualmente, rechaza la proliferación de hoteles en el centro de Madrid, "que está ocasionando un abandono de esa zona por parte de los vecinos y está generando un parque de ocio para turistas".
"Es un cine que tiene que ver con la historia de Madrid porque fue el primero que proyectó películas sonoras. Además, tenía un gran aforo y disponía de una gran pantalla y una maquinaria en ese momento muy novedosa", resalta Osorio.
Otro de los perjuicios que ocasionará la desaparición del Real Cinema tiene que ver con el diseño urbanístico y patrimonial de la plaza de Ópera, "que va a perder su fisonomía con un hotel de traza contemporánea, en forma de edificio contenedor".
En cuanto al futuro que aguarda a las salas que todavía permanecen abiertas en la capital, Osorio destaca que el lugar ideal para ver cine es una sala amplia y confortable, y que la gente que tiene esa "sensibilidad cultural" va a seguir yendo al cine "y otros muchos acabarán desencantados de las series de televisión que triunfan ahora".
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