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Actualizado:Por más que pasen los años a “Pepa”, y ya van 62, hay una fuerza que le sigue brotando como el primer día. Es la de la lucha por un mundo dibujado y escrito a través de dos palabras que van unidas: justicia social. Y es que Josefa Rodríguez Sereno, “Asturias”, tal y como la llamaban como militante en el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota desde que comenzó a militar a los 18 años (mote que le pusieron por su complexión), ni puede ni quiere olvidar un pasado de tanto sacrificio y que hoy “muchos en este país quieren mantener en una cuneta o silenciado”, reconoce. ”En mi caso como activista del FRAP salía de la fábrica en la que trabajaba y me dedicaba a hacer panfletos, pintadas y lo que fuera necesario. Se trataba de romper el miedo a la dictadura fascista que se había implantado en España. Y eso se exigía respuestas. Por eso comencé a luchar”, explica.
Una lucha de la que nos habla en su cocina en un bajo de Carabanchel entre una pila de libros que lee de dos en dos, “militar en la dictadura me abrió las puertas del saber y la cultura y eso es algo que sigo cultivando”, un neceser azul a rebosar de medicamentos con los que calmar sus dolencias y con la sonda del oxígeno a la que se enchufa cada día dos veces por su dificultad para respirar. “Leer y pensar nos hace seres libres y dignos. No hay mayor cárcel que la ignorancia”, añade.
“Hablando busco que se haga justicia con la última generación de mujeres olvidadas que como yo estuvimos en la cárcel de Yeserías", afirma Pepa
Para ella conversar es dignificar una batalla que se pasea entre el olvido y el total desconocimiento de una sociedad que no conoce o no quiere conocer su historia más reciente. “La palabra ha sido y es es mi única y gran arma”, cuenta a Público mientras se quita la sonda y se enciende un cigarrillo. “Hablando busco que se haga justicia con la última generación de mujeres olvidadas que como yo estuvimos en la cárcel de Yeserías durante el tardofranquismo por defender la libertad y fuimos mortificadas por torturadores compulsivos como Antonio González Pacheco, alias Billy El Niño, que siguen libres, felices por las calles y amparados por los poderes de este país que les pagan medallas y pensiones”, recalca con su voz enérgica.
La cárcel de las mujeres “rojas”
"Se me abren las carnes pensando que a día de hoy mis torturadores siguen libres, tomando vinos y cobrando pensiones que pagamos de nuestro bolsillo”, comenta Pepa
Y es que Yeserías, un edificio construido en 1920 como asilo de mendigos y que hasta 1991 funcionó como prisión femenina, encerró tras sus paredes y rejas las historias de centenares de mujeres que como Pepa acabaron allí “por rojas” y por luchar contra el franquismo con todas sus fuerzas. “Fue una experiencia que te marca para el resto de tus días”, reconoce. “Durante los últimos años del franquismo esta cárcel estaba masificada ya que allí nos juntamos todas las que caímos de todos los partidos y sindicatos más compañeras que provenían de otras prisiones como las de la fuga de Segovia. Allí vivimos demasiadas cosas que duelen muy hondo. Por eso se me abren las carnes pensando que a día de hoy mis torturadores siguen libres, tomando vinos y cobrando pensiones que pagamos de nuestro bolsillo”, comenta Pepa.
Asturias, fue apresada después de ser delatada. “Quien diga que no habló ni delató a otros compañeros o compañeras miente. Doy fe de ello y lo hago porque cuando te están torturando y causando tanto dolor es humano reaccionar hablando”. Así las cosas cuando Pepa fue apresada, nada más tomar filiación fue recibida por el torturador Billy El Niño. “La bienvenida fue horrible. Nada más entrar él me dijo: ¡Hombre Asturias! Y yo le respondí que yo no era esa Asturias de la que hablaba. Acto seguido llamó a su ayudante El Moro quien de su manga sacó una barra de madera con la que me quiso dar en los riñones. Yo la esquivé y me golpee contra una máquina de escribir. Al romperla les saqué aún más su furia y recibí incontables y considerables golpes”, rememora.
Unos golpes que Pepa, y el resto de mujeres de Yeserías, sintieron en múltiples ocasiones y que se perpetraban con un ritual humillante y punzante por parte de sus torturadores. “Te descalzaban y con varias barras a la vez te golpeaban en la planta del pie. Eran tantos los palos que te daban que ni te tenías en pie, ni podías sentarte. Además no te dejaban compresas. Te meabas del miedo, olías fatal y al mismo tiempo escuchabas los gritos de otras compañeras a las que también les estaban torturando en sitios cercanos”, recuerda triste. “En otras ocasiones era con un rodillo pequeño de madera con el que te daban en la planta del pie, en los hombros y en todo el cuerpo. Acababas completamente amoratada y sin fuerzas”, añade.
De esos duros momentos Pepa recuerda no solo los golpes. “Me acuerdo del olor de Billy el Niño. Tenía el olor de la sobreexcitación cuando te torturaba”, rememora con los ojos encharcados. “También recuerdo sus manos. Todas las mujeres que fuimos torturadas por él recordamos lo mismo. Sus manos. Por eso que siga libre es un insulto para nosotras. Nos han escupido en la herida”, añade.
“Hay zonas por las que no puedo entrar o pasar porque emocionalmente me están vedadas", nos confiesa Pepa
Un insulto que solo quienes han padecido su infierno saben lo que significa. “Sigo sin poder dormir de las pesadillas. Tampoco me puedo duchar porque el agua cayendo sobre mis hombros, que los tengo abiertos de los golpes, me duelen muchísimo”, cuenta. Por si esto fuera poco Asturias siente otro dolor. Es el de no poder pasar por ciertos lugares de Madrid como la calle Correos, justo detrás de la Puerta del Sol, ya que allí recibían las torturas y entraban con los coches a los calabozos. “Hay zonas por las que no puedo entrar o pasar porque emocionalmente me están vedadas. No ha habido justicia. Somos una generación olvidada”, repite. Además Pepa se indigna con algo como la casualidad. Y es que ya le ha ocurrido haberse encontrado en un bar con su torturador y haber salido corriendo del lugar del miedo que le produjo volver a tenerle cerca. “¡Que yo tenga que salir asustada de allí mientras que él hace su vida normal y se toma unas cañas o vinos es algo que me supera! ¡Es tan injusto que a día de hoy siga huyendo de él!”, recalca.
Las madres, las otras torturadas
Pero Pepa nos insiste en hablar y hacer homenaje a otras mujeres que aunque no estaban tras los barrotes de Yeserías también sufrieron su condena. “Son nuestras madres. De ellas nunca se habla y fueron la verdadera resistencia del franquismo. Eran las que aceptaban la lucha que habíamos elegido nosotras y las que la padecían en silencio. Eran las que nos llevaban los paquetes de comida para todas. Ellas son las verdaderas heroínas”, recalca Pepa. “Si no es por ellas nos habríamos muerto de hambre y de frío. Yo recuerdo que mi madre se fue andando desde Orcasitas a Yeserías con barro hasta arriba para llevarnos paquetes. Repartíamos el contenido entre las compañeras que eran de fuera de Madrid y que no tenían familia que pudieran traerles nada. Ellas son las verdaderas heroínas. Las que se plantaban ante los jueces para exigirles que nos tomaran declaración. Las que iban a la puerta de la Dirección General buscándonos cuando no nos encontraban. Y hacer eso en plena dictadura te aseguro es un ejercicio que va más allá de la valentía”, recalca esta superviviente.
"Ellas son las verdaderas heroínas. Las que se plantaban ante los jueces para exigirles que nos tomaran declaración", asegura Pepa
Una valentía que en el caso de la madre de Pepa la llevó durante veinte días a buscar acompañada de su prima a su hija hasta que dio con ella en la Dirección General de Seguridad (DGS). “Esas mujeres son las que mantuvieron el fuego. Las madres de Vallecas por ejemplo que no se las mencionan en esta resistencia y eran toda una institución. Cuando había gente de fuera en las cárceles ellas llevaban los paquetes. Ellas eran las que nos mantenían con el espíritu de lucha y combativas”, subraya Pepa.
La vida encarcelada
Pepa también recuerda a Público cómo transcurrían los días en Yeserías. “Era una organización muy sectaria. Te decían que estuvieras con las de tu partido. Que no te mezclaras con otras. Cuando por ejemplo llegaron las compañeras del PCE con los pies morados y los hombros hechos polvo, como eran del partido a mí me daba igual y me juntaba con ellas. Yo no acataba aquello porque pensaba que todas éramos represaliadas”, recuerda.
"Si por ejemplo nos llegaba algún paquete con comida o ropa pero venía sin nombre se quedaban con él, yo me rebelaba", afirma Pepa
Además dicha represaliada nos explica la jerarquía de las presas políticas. “Por un lado estaban las presas políticas de la Calle Correos, que ya tenían su estatus ganado por todo lo que padecieron y teníamos conflictos con ellas porque se adueñaban del nombre de las todas las presas. Si por ejemplo nos llegaba algún paquete con comida o ropa pero venía sin nombre se quedaban con él. O si por ejemplo llegaba un paquete a nombre de una de ellas de parte de Amnistía internacional también se lo quedaban. Y yo me rebelaba”, describe.
Asimismo Pepa cuenta cómo cuando llegaban de ser torturadas en la DGS “los popes” o jefas, les preguntaban “qué habían cantado y yo les decía lo que no me ha quedado más remedio que hablar. Yo hablé, yo caigo porque una compañera habla, ante unas torturas se habla. Me convertí en la Pepita Grillo. Estaba harta de la disciplina de la cárcel”, añade.
Otra de las cosas con las que Asturias no podía era con las madres que estaban con sus hijos encarceladas. “Me acuerdo de una compañera que se llamaba Susana que me decía que si yo salía antes que ella me llevara a su hija conmigo. Afortunadamente ella salió antes que yo. Era inhumano ver como unos menores tenía que estar allí cumpliendo al condena de sus madres. O de cómo otra compañera dio a luz allí. La cárcel no es lugar para parir”, cuenta Pepa. “También me acuerdo del miedo que pasamos cuando nos avisaron de que los fascistas iban a tomar la prisión. Nos organizamos haciendo rondas y usamos las perchas que teníamos a modo de arma para defendernos. ¡Imagínate que defensa iba a tener!”, cuenta entre la risa y la pena.
Esta “obrerista convencida” también se acuerda de una triste decepción con la actual alcaldesa de Madrid
Esta “obrerista convencida”, tal y como ella misma se define, también se acuerda de una triste decepción con la actual alcaldesa de Madrid. “A Carmena la tengo en cuarentena. Me hace mucha gracia personas que como ella se llenen la boca de decir que son antifascistas y que luego no lo sean de verdad”. Y es que Asturias conoció a la hoy política y entonces abogada, recién salida de la prisión al buscó quien la defendiese de sus cargos y encontró en ella la negativa a hacerlo. “Iba con otro compañero buscando defensa y al yo ser del FRAP y ella del PCE, el partido que ya estaba pactando la falsa transición, se negó a defendernos. Yo le decía que cómo era posible que se negara a defendernos. Dada su negativa tuvimos que buscar a un abogado independiente porque aquel septiembre del 75 nos iba a llegar el juicio y nos íbamos a encontrar que nos iban a defender los mismos que nos habían acusado”, rememora.
Decepciones personales aparte lo que Josefa Rodriguez siente es el convencimiento de que su lucha valió la pena. “Pelear por un mundo mejor mereció y merece siempre la pena. Luchar por cambiar el mundo es un veneno que no cambio por nada. La militancia para mi me dio la libertad, me abrió las puertas al conocimiento y cerró las de la ignorancia. Construir con mis manos un mundo en el que hoy mis hijas y nietos no tengan que pelear por la libertad, me compensa de todo”, finaliza.
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