BARCELONA
Actualizado:Daniela y Paola llevan unos meses notando como, por fin, pueden descansar por la noche. Dormir ocho horas, o las que quieran, sin el miedo a que alguien las agreda o les robe lo poco que tienen. "En un cajero no puedes descansar bien", dice Daniela. Tiene 31 años y desde hace seis meses vive en un equipamiento municipal de Barcelona para personas sin hogar con adicciones. Se trata de un centro "pionero" y único tanto en la ciudad como en el conjunto del Estado porque no exige a los usuarios que dejen el consumo antes de entrar, a diferencia del resto de albergues y recursos para personas sin hogar.
El albergue, que está en Les Corts pero pronto se trasladará a Horta-Guinardó, ofrece un techo y también un espacio con acompañamiento profesional para realizar un consumo de drogas supervisado. Y ha demostrado tener resultados: en tres meses, los usuarios reducen entre un 50% y un 70% el consumo de alcohol y otras sustancias. "Sin una vivienda estable es muy difícil conseguir otros objetivos", explica Montse Bartroli, responsable del Servicio de Prevención y Atención a Drogodependencias de la Agencia de Salud Pública de Barcelona
(ASPB).
Daniela: "En un cajero no puedes descansar bien"
Abierto poco después del estallido de la pandemia, en abril del 2020, ofrece una
cincuentena de plazas y hasta 200 personas se han alojado ya ahí. 30 de ellas han podido realizar una transición hacia otros espacios para hacer una vida más autónoma, como pisos tutelados. Es lo que le gustaría a Daniela: "Mi proyecto y deseo es encontrar trabajo pronto y salir de esta situación, levantarme". Explica, sin embargo, que ser una mujer trans es de los mayores obstáculos que afronta: "Para chicas como yo es más difícil, la sociedad no está preparada".
Éste es uno de los motivos que la llevó a vivir a la calle, o de sofá en sofá, durante siete años en Barcelona. Se marchó de Italia, donde vivía con su familia, porque no la aceptaban y quería hacer su vida. La dureza de la "situación precaria", como ella lo define, que ha vivido durante estos años la llevó a consumir principalmente crack. "Como no descansaba bien, fumaba para tener energía durante el día. Es agotador, vivir en la calle. Te drogas para olvidar".
Drogas y calle, de la mano: "La situación es tan dura que ayuda a seguir adelante" (Montse)
Como bien explica, drogas y calle van a menudo de la mano: "A veces se consume porque la situación de calle es tan dura que ayuda a seguir adelante", añade Bartroli. Aproximadamente el 40% de las personas con drogodependencia que atiende la Sala Baluard, un espacio de consumo supervisado en el Raval, viven en la calle.
Aunque duda sobre si ha reducido el consumo desde que está en el centro, Daniela sí reconoce que lo hace de forma más segura. "La diferencia es abismal, no te afecta tanto al cuerpo". De esta forma, puede dedicarse también a otras cosas, como a ordenar su documentación y centrarse en buscar trabajo. Esto era imposible cuando se drogaba en narcopisos o en la calle, rodeada de desconocidos.
Consolidado y en vías de trasladarse a Horta-Guinardó
Este albergue, con un coste de 2,5 millones de euros anuales y financiado tanto por el Ayuntamiento de Barcelona como por la Generalitat, es una de las medidas recogidas en el Plan de Acción sobre Drogas y Adicciones 2021-2024 de la ciudad. Se abrió de forma provisional durante la pandemia, pero ahora se ha consolidado en la ciudad.
Este equipamiento es de baja exigencia, es decir, no tiene los mismos requisitos que otros recursos para personas sin hogar, como dejar el alcohol o las drogas, irse a las ocho de la mañana o hacer unos horarios concretos. "Si ponemos el objetivo de la abstinencia de entrada, dejamos fuera a gente que quizás todavía no está preparada", dice Ester Aranda, miembro de la dirección de Servicios de Drogas de la Asociación para el Bienestar y el Desarrollo (ABD), la entidad que lo gestiona. Todo ello facilita que los usuarios se queden, que es uno de los objetivos.
Se trata de un modelo avalado internacionalmente
Es un modelo avalado internacionalmente por las organizaciones que trabajan con personas
drogodependientes. "Se trata de respetar el camino de cada uno", añade José Salvador, coordinador del espacio.
Ubicado en un albergue para jóvenes de la Fundación Pere Tarrés en Les Corts, en marzo se trasladará a Horta-Guinardó. Allí lo gestionará la misma entidad, la Asociación para el Bienestar y el Desarrollo (ABD). Esta noticia no ha estado exenta de polémica ya que la cercanía del nuevo centro con una escuela ha despertado rechazo entre algunas familias. Profesionales y usuarios, sin embargo, piden respeto y señalan la falta de incidentes en los dos años que lleva funcionando en Les Corts, cerca de cinco escuelas, como confirmó también el director de una de ellas.
Daniela explica que uno de los motivos por los que ha decidido salir a los medios es para luchar contra el estigma y demostrar que son "gente normal y corriente". "Somos personas, no monstruos", añade Paola, otra usuaria, dolida por el trato social y mediático de la noticia. "Somos la casa de 50 personas, y ellas son las primeras que quieren que todo funcione muy bien", dice Aranda. Además, recuerda que hay una treintena de profesionales velando por el equipamiento. "El estigma es una piedra y ese recurso es importante para romperlo", añade.
Recuperar la dignidad y la motivación
Paola está muy satisfecha con los progresos que ha hecho desde que está en el albergue, donde ha bajado y "ordenado" el consumo de drogas. "Siento que he recuperado la dignidad, porque a veces, en la calle, una mujer la pierde", explica. Con 53 años, se ha drogado prácticamente toda la vida, explica, y al final esto la llevó a estar en la calle cinco años. "La calle te arrastra", dice.
La inseguridad y el miedo eran dos sensaciones constantes en su día a día, y explica que todavía tiene pesadillas después de haber sufrido dos agresiones graves mientras dormía. "Ahora estoy más fuerte, he engordado", celebra con una sonrisa. Ha hecho un curso de manipulación de alimentos, se ha arreglado los dientes, y su objetivo es empezar a trabajar en verano para hacer la temporada como camarera. De momento, vende mecheros en la calle. "Aquí he recuperado la motivación. Si estuviera en la calle, no podría pensar en todo
esto", explica.
"Vemos una recuperación de hábitos y de la vida cotidiana", explica Aranda. El trabajo para crear una mayor vinculación con la red, tanto familiar como de servicios, como la atención primaria, facilita "una recuperación de derechos muy básicos".
Otro de los aspectos innovadores que le diferencia de otros recursos para personas sin hogar, normalmente muy masculinizados, es la incorporación de la perspectiva de género de forma transversal. Un 50% de las plazas están reservadas para mujeres y se vela para que se sientan bien: "Regularmente preguntamos a las mujeres si lo perciben como lugar seguro", asegura Bartroli. Además, hay grupos tanto de mujeres como de hombres para trabajar las violencias machistas y las masculinidades, y los profesionales también asisten.
Todo ello contribuye a crear un clima de seguridad que facilita ir dejando atrás la adicción y rehacer la vida. "En la calle no puedes dormir tranquila. Es una jungla, te hace desconfiar de la gente. Aquí puedo descansar, hacer mis cosas", concluye Daniela.
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