madrid
Actualizado:Un 14 de diciembre irrepetible. Centenares de miles de trabajadores abarrotaron las calles en las movilizaciones convocadas por los sindicatos, y desde las 0.00 horas decenas de piquetes se apostaban en las puertas de las fábricas para concienciar a los compañeros de la importancia de parar la producción un día como aquél, en 1988, durante el segundo mandato de Felipe González, seis años después de que llegara al Gobierno.
Poco tiempo después, teniendo la certeza de que la huelga había cosechado un seguimiento del 95%, el gobierno socialista se vio obligado a rectificar su Plan de Empleo Juvenil. Aquella medida fue la gota que colmó un vaso que no soportaba más cesiones al liberalismo que había empezado hace tiempo con la reconversión industrial y las primeras liberalizaciones de empresas, hasta el momento, de gestión pública.
González acabó negociando con CCOO y UGT, las grandes centrales sindicales. Unas conversaciones que fueron fructíferas: al año siguiente el Gobierno equiparaba las pensiones con el IPC, una demanda que goza de plena actualidad, y subía el salario a los trabajadores públicos.
¿Sería posible convocar una huelga general a día de hoy y cosechar ese apoyo? La fragmentación de la clase obrera, el individualismo, el sentimiento competitivo que impera en la sociedad mercantilista, y la pérdida de los grandes paradigmas tanto de producción (amplios centros fabriles, industrias altamente localizadas…) como de consumo (marginación del pequeño comercio, compra por internet…) indican que el seguimiento sería mucho menor.
Aún así, todavía persisten voces que defienden la huelga como un elemento clave de protesta social, aunque con ciertos matices y no sin proponer antes alternativas que consigan que las demandas de los trabajadores puedan ser escuchadas por los gobernantes.
Jaime Cedrún, secretario general de CCOO en Madrid, equipara las posibles demandas del 88 con las que se podrían poner encima de la mesa ahora: “En la huelga del 14D veníamos de una crisis económica durísima, como en estos momentos, y la gente veía que la riqueza cosechada tras entrar en el mercado económico europeo no se estaba distribuyendo. Lo que queríamos era la repartición justa de esa riqueza, al igual que sucede en la actualidad”, concluye.
El componente simbólico de la huelga general
Cuestionado por posibles alternativas a la huelga general, el sindicalista sigue apostando por el cambio político. “Las leyes se cambian en el Parlamento, y la reforma laboral se eliminará desde el BOE, algo que se conseguirá con la movilización tanto social como laboral”, declara Cedrún a Público.
Confrontando la opinión del secretario general de CCOO de la capital, un sindicato que fue protagonista hace 30 años, con el punto de vista de Enrique Hoz, secretario general de CNT, que sigue fiel a su ideario basado en el anarcosindicalismo, se pueden apreciar ciertos matices. “La huelga general es la herramienta histórica más efectiva que ha tenido la clase trabajadora para enfrentarse al capital, pero —continúa el cenetista— esta herramienta está devaluada”, comenta Hoz.
El militante anarquista basa estas declaraciones en que “las últimas huelgas generales no han valido para nada, se ha visto que las reformas laborales se han ido imponiendo”, en sus propias palabras. Por eso, aunque en ningún momento desecharía la convocatoria de una huelga general por su componente simbólico, la alternativa que propone es empezar a militar en sindicatos: “El movimiento vecinal puede hacer muchas cosas, pero todo está vertebrado en torno al trabajo, nos guste o no, por lo que la clave es el sindicato”, argumenta Hoz.
La reivindicación en la calle, por otro lado, no está muerta. Así lo demuestra constantemente el movimiento feminista, de donde tendrían que aprender otros movimientos para que sus demandas lleguen a buen puerto, según indica Carme Freixa, activista en Comunicadoras 8M y periodista en Catalunya Press, un grupo formalizado procedente de 'Las periodistas paramos', que organizó y aglutinó a centenares de profesionales de la información de cara a la histórica huelga feminista.
Crear nuevas redes entre activistas
“Lo esencial es buscar y tejer redes, encontrar alternativas de cómo enfrentarnos al sistema”, dice Freixa. Aunque también opina que “los sindicatos son importantes porque aglutinan la conciencia de clase”, aboga por que cada individuo luche dentro de sus posibilidades. Y es justo aquí donde entra de lleno el consumo, una cuestión que también se trató desde el movimiento feminista del 8M, llamando a la huelga de consumo.
"Tenemos que pensar que el tiempo es nuestro, no de las empresas"
La periodista defiende el comercio de proximidad, medidas como que si alguien tiene en su mano contratar a una persona, sea una mujer que si no fuera por ese contrato estaría fuera del mercado laboral. Para Freixa “el secreto está en la toma de conciencia, y en esa parte también tenemos que tener presente el tiempo, que no se reivindica como nuestro, sino como de las empresas”.
La comunicadora incide, a raíz de ello, en que “la mejor forma de luchar contra el sistema, tal y como está estructurado, es pensar que el tiempo es nuestro, de las personas; y ahí tenemos mucho que decir las mujeres cuando nos referimos a la economía feminista”, subraya Freixa.
La huelga general más allá del movimiento obrero
Paco Morote es portavoz estatal de la PAH y fue detenido en la huelga del 14D de 1988. Le arrestaron cuando “estaba intentando que los antidisturbios dejaran de pegar a una compañera —por aquél entonces estaba afiliado a CCOO— en el piquete que hicimos en el Corte Inglés”, según su propia narración.
"La unidad de los colectivos puede llegar a lograr grandes movilizaciones"
Parafraseando al activista por el derecho a la vivienda, considera que una huelga como la de hace 30 años tan solo tendría éxito si supera las fronteras de lo estrictamente laboral para abarcar todo el espectro que está oprimido por las políticas del Gobierno. “Aunque serán los sindicatos quienes den cobertura legal a la huelga, tenemos que ser todas las personas a quienes nos hayan robado algún derecho o empeorado nuestro nivel de vida con la crisis quienes salgamos a la calle”, relata Morote.
En cuanto a las alternativas, desde la PAH asegura que han empezado a vincularse con otros movimiento sociales transversales, y pone varios ejemplos: pensionistas, mujeres, a favor de la renta básica universal… “Es importante la unidad de los colectivos porque, aunque no llegaríamos a hacer una huelga, con la organización adecuada sí que podríamos lograr grandes movilizaciones que hicieran variar el servilismo de los principales partidos políticos hacia el poder económico”, enfatiza el activista.
La constancia es fundamental
Desde su punto de vista, la clave está en la constancia: “El sistema está preparado para recibir acometidas tan fuertes como las que supusieron las Marchas de la Dignidad, pero tienen que ser continuadas en el tiempo, como han ejemplificado los pensionistas de Bilbao o los chalecos amarillos en Francia”, puntualiza el portavoz de la PAH.
"Hay que experimentar con cosas que ya existen para ver los resultados"
Desde el punto de vista de Mario Domínguez, sociólogo y profesor en la Universidad Complutense de Madrid, el repertorio de acción política ha cambiado. Una de las soluciones que propone es empezar a experimentar entre cosas que ya existen para ver en qué desembocan. “Ya lo vimos en el 15M, aunando las asambleas como la toma del espacio público”, concreta el docente.
“Estas variaciones en torno al activismo tienen que replantearse de forma que se aprenda de movimientos eficaces”, añade Domínguez. Es el caso de la PAH, que ha encontrado su fuerza en un movimiento vecinal y horizontal alejado de partidos políticos y sindicatos.
Individualización frente a conflictos colectivos
Respecto a la atomización de los individuos que el sistema hace de las personas, tanto los sindicalistas como los activistas, además del experto, coinciden: la unidad colectiva es indispensable para cambiar las cosas. Según Morote, “en la medida que no colectivizamos las respuestas a las agresiones, nos debilitamos”. Por la misma línea va Freixa cuando dice que “hay que reconocerse en el de al lado porque si no, no hay forma de derrocar aquellos que nos oprime”.
“En la medida que no colectivizamos las respuestas a las agresiones, nos debilitamos”
En el ámbito sindical también lo tienen claro. Desde el punto de vista de Cedrún, “donde hay trabajadores explotados, tarde o temprano se organizarán”. De hecho, es lo que ha pasado en algunos sectores, como los repartidores de periódicos, los trabajadores de Amazon o los falsos autónomos de Deliveroo. La toma de conciencia, por otra parte, “ahora cuesta más por la preminencia del mercantilismo y lo neoliberal”, acepta el sindicalista de CCOO.
Desde CNT, Hoz cree que “la socialización de los conflictos es clave, cualquier problema individual procedente del capital afecta a toda la clase obrera”. Domínguez va un poco más allá recordando que ya desde la Escuela de Frankfurt se insistió que estas dinámicas pueden llegar a ser peligrosas, tanto que la sociedad en la que el fascismo encontró su caldo de cultivo era una sociedad de individuos aislados donde los mecanismos intermediadores, desde el vecindario hasta los sindicatos, habían desaparecido, según recuerda el sociólogo.
Ya lo dijo Margaret Thatcher, una de las máximas exponentes del neoliberalismo imperante, con su célebre “no hay sociedad, hay individuos”; un pensamiento que dinamita la conflictividad social frente al poder. Pero también hay sitios en los que cuando la alegría se abre paso entre las opresiones se puede escuchar algo como lo que repite Nacho Vegas: “Nos quieren en soledad, nos tendrán en común”.
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