MADRID
La Transición no llegó a las cloacas del Estado. No, al menos, con la contundencia que uno espera de una democracia. Franco murió en la cama en noviembre de 1975, pero muchos de sus altos cargos en Policía y Guardia policiales continuaron ejerciendo con toda la protección del Estado. El objetivo era la guerra sucia contra ETA, que para muchos comenzó el 5 de octubre de ese mismo año y no terminó hasta casi los 90, pero también frenar la democratización del Estado. O, al menos, limitar la apertura del régimen que nacería con la Constitución de 1978.
Prueba de ello es la historia de Jean Pierre Cherid, un mercenario francés, que fue miembro de la organización terrorista francesa de extrema derecha Organización del Ejército Secreto y que trabajó como sicario de las cloacas del Estado desde 1975 hasta su muerte en 1984, ya con un gobierno socialista en La Moncloa. Asesinó a miembros de ETA, participó en los sucesos de Montejurra en 1976 y no dudó en salir en dirección al Congreso un 23 de febrero de 1981. Pero no sólo eso. Prestó servicios en Argentina, Chile, Venezuela y una larga lista de lugares como un integrante más de una especie de internacional fascista que combatía el avance, ya sea de la democracia, del socialismo o del comunismo en medio mundo.
Su vida y su obra han sido retratadas con todo lujo de detalle en el libro Cherid. Un sicario en las cloacas del Estado (El Garaje Ediciones). Ha sido posible gracias a la investigación de la periodista Ana María Pascual y al relato en primera persona de Teresa Rilo, viuda del terrorista y madre de dos de sus hijos, que cuenta las acciones de Cherid y sus relaciones con miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, como el conocido torturador Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, quien fue uno de sus mejores amigos; el guardia civil Manuel Pastrana o el capitán Juan Manuel Rivera Urruti.
“Mi marido era un cazaetarras. Cuando Jean Pierre me contó, a principios de 1976, poco después de instalarnos en Madrid, que iba a trabajar para la Policía en labores de información contra ETA, no me pareció mal; al fin y al cabo, no podía tratarse de nada ilegal si era la propia Policía la que lo contrataba. Viajaba a Francia con frecuencia para detectar los refugios de los etarras. Tenía sus confidentes”, escribe Rilo en la obra, en la que deja en evidencia cómo la llegada de Felipe González al poder no supuso ningún cambio significativo en las cloacas del Estado. “El PSOE potenció con más presupuesto y más personal la estructura parapolicial heredada del gobierno de Adolfo Suárez, según me explicó mi marido”, prosigue Teresa Rilo.
Ana María Pascual, por su parte, apuntala esta idea: “El cacareado cambio socialista no se notó en las cloacas del Estado; al contrario: resultaron reforzadas y ampliadas”. Así, por la obra desfilan un sinfín de nombres que de una u otra manera sonarán al lector. Es el caso del exministro Rodolfo Martín Villa; de Vera y Barrionuevo; de Carlo Cicuttini, que participó en la matanza de los abogados de Atocha; o de Stefano Delle Chiae, un ultraderechista italiano que trabajó para varias dictaduras en Latinoamérica y en España y que llegó a asegurar que la matanza de Atocha “había sido instigada por sectores de la Policía”.
Pero Cherid no fue únicamente un sicario que acataba órdenes. Fue uno de los primeros en practicar la llamada guerra sucia contra ETA, que continuaría hasta casi los 90. Pero tal y como creció su popularidad también lo hicieron sus enemigos. Tal y como narra su viuda, en el Día del padre de 1984, Cherid acudió a hacer uno de sus últimos trabajos para el Estado español antes de partir a continuar su causa ultraderechista en Sudáfrica. La Guardia Civil le había encargado recoger un coche en Biarritz que él mismo había aparcado cargado de explosivos. Le pedían que regresara a España con el automóvil. Sin embargo, según cuenta la viuda, cuando Cherid fue a abrir la puerta salió por los aires. En mil pedazos.
Durante años, los que habían sido amigos de Cherid en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado dijeron que había sido asesinado por ETA. Pero la organización terrorista jamás reivindicó este atentado y poco a poco Teresa Rilo comenzó a sospechar de los propios GAL, con los que había colaborado su marido. A día de hoy, aún se desconoce quién decidió matar a Cherid y por qué. “Jamás conoceré la verdad sobre la muerte de Jean Pierre”, escribe Teresa Rilo.
Se trata de un misterio más de una Transición de la que solo se conoce una ínfima parte de la verdad. Y eso que Rilo preguntó e indagó. A actores tan importantes en las cloacas del Estado como a Manuel Pastrana o a Billy el Niño, que llegó a comprar una administración de Lotería para que fuera regentada por Teresa como viuda de Cherid. “A esas alturas, la única persona relacionada con mi marido en la que confiaba era Antonio González Pacheco. Mi querido Billy el Niño no me traicionaría jamás”, llegó a escribir Rilo. Pero se equivocaba.
La obra se presenta este viernes en Madrid en el Hogar Vasco de Madrid a las 19.30 horas. Acudirán las dos autoras, Bonifacio de la Cuadra y Adolfo Fernández.
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