madrid
En marzo de 2020 la periodista ecuatoriana Blanca Moncada comenzó un hilo en Twitter que horas después se volvió viral. Durante varias semanas, en una larga secuencia de mensajes, la mujer fue publicando direcciones de sitios en Guayaquil donde había cadáveres sin recoger.
"Calle 34 y Augusto González. Fallecido lleva cuatro días", "Barrio El Astillero. Fallecida adulta Mayor. Está embalada en el féretro y ya lleva una semana. El olor empieza a molestar". Mensajes como este, decenas, algunos con fotografías. Nombres, apellidos, si es que se conocían, dirección, para que la funeraria pasase a recoger.
Todas esas personas fueron víctimas de la covid-19, muy al inicio de la pandemia. Desde que se registró el primer caso en Ecuador, tan solo unos días fueron suficientes para que el sistema sanitario colapsara. Y el sistema sanitario
desbordado arrastró a las funerarias que no daban abasto. Así, muchísima gente moría sin que la viese un médico, en su casa, o incluso en colas para los centros médicos esperando a ser atendida, y luego su cadáver permanecía días en el mismo lugar donde había caído muerta.
América Latina representa el 8% de la población mundial, pero es allí donde se produjo casi un tercio de todas las muertes globales por el coronavirus, según datos de Amnistía Internacional. Los modelos sanitarios de la aplastante mayoría de los países latinoamericanos ya eran endebles, y la pandemia solo lo puso de manifiesto.
Las razones de ese desastre sanitario son múltiples. Una encuesta del Instituto Centroamericano de Administración de Empresas hecha a trabajadores de la salud en 18 países de América Latina reveló que la principal inquietud de los médicos regionales es el desabastecimiento de medicamentos, insumos, la falta de capacidad en los sistemas de salud, la falta de laboratorios, de clínicas, de hospitales, las listas de espera de varios meses por falta de profesionales, el robo y el fraude.
La OMS estableció que para que un sistema sanitario público resulte eficaz, los gobiernos deberían invertir al menos el 7% del PIB del país en él. Sobraría aclarar que la aplastante mayoría de los países de Latinoamérica no llegan a ese umbral, salvo tres de los que les hablaré más adelante. Por ello, según la Organización Panamericana de la Salud, el 30% de la población de América Latina y el Caribe no tienen acceso a la salud pública gratuita. Así que si llegan a enfermar, tendrán que cubrir sus gastos en salud con sus ahorros, si es que los tienen (recuerden que hablamos de uno de los continentes más desiguales del mundo). Si no los tienen, la alternativa ya sabéis cuál es.
Como en la sanidad pública no se invierte lo suficiente, la percepción popular es que es un servicio para pobres: limitado, desbordado, ineficiente. Si perteneces a la clase media alta, ya pagas la privada. Por lo tanto, no hay consenso social sobre la necesidad de invertir en lo público: si yo tengo dinero, ya me pago lo mío. Un modelo sanitario que refleja y refuerza aún más la desigualdad.
Según datos de New York Times, la sanidad privada latinoamericana mueve unos 200.000 millones de dólares y cuenta con un respaldo político importante. Los seguros privados no invierten en Atención Primaria, con todas las consecuencias que eso conlleva, no se integran con el sector público, manteniendo a los ricos alejados de los pobres.
Denunciaba hace unos años la directora de la Organización Panamericana de la Salud que el alto coste de un seguro médico, que no permite acceder a un servicio sanitario a esas casi 200 millones de personas, provoca, por ejemplo, unas altísimas tasas de muertes de madres en el parto, sobre todo en zonas rurales y pobres: mujeres que no pudieron llegar al hospital a tiempo porque está lejos, o porque el equipo médico no las contactó o porque no tenían dinero. "Una forma común de dejar de ser clase media en México es enfermarse de algo caro", escribe en New York Times la analista política mexicana Viri Ríos en una columna titulada "La salud pública en México es eso que nadie quiere usar".
El gasto público en salud en México no llega a ese 7% establecido por la OMS. Aunque con AMLO ha ido aumentando, luego de años y años de recortes. Por ejemplo, una de las medidas de su gobierno fue dejar de pagar seguros privados a funcionarios públicos, que suponían unos 11.000 millones de pesos anuales al erario.
También se aumentaron inversiones en IMSS Bienestar, un programa gubernamental de asistencia médica a personas de bajos recursos sin acceso a seguro. Sin embargo, un gigante como México necesita un aumento drástico de gastos en salud y sobre todo, un cambio en la percepción popular de que la salud pública es un servicio de segunda.
Los tres países que mencionaba al inicio serán una sorpresa para muchos, puesto que en algunos casos muy concretos nuestras cloacas mediáticas se esforzaron demasiado en pintarlos como Mordor.
Cuba, primera en la lista. El 28% del gasto público va destinado a la asistencia médica. Es cierto que, en parte como resultado del embargo que mantiene desde hace 6 décadas EEUU contra la isla, el acceso a insumos se complica. No obstante, se trata del único país latinoamericano y el único país hispanohablante que ha desarrollado sus propias vacunas contra la covid, y no una, sino dos -y con datos de efectividad a nivel de Pfizer y Moderna-. Y seguramente con menos chips, siguiendo la teoría conspiranoica que afirma que son reprogramadores genéticos.
Otro país que llega a los mínimos aconsejados por la OMS de inversión en sanidad pública es Costa Rica, que además es líder en programas de prevención de enfermedades como la malaria y la tuberculosis y uno de los países con la esperanza de vida más alta de la región.
Y finalmente, Uruguay, donde varios gobiernos consecutivos han mantenido un nivel de inversión en salud bastante elevado, en torno al 9% del PIB. De hecho, Uruguay registra los índices de mortalidad maternal más bajos de la región.
Ninguno de los países laboratorios neoliberales por excelencia están en ese top 3 porque el neoliberalismo en lo económico prácticamente impone que la sanidad sea un bien de consumo más, como cualquier otro. Solo puedes acceder a él si te lo puedes permitir. Igual que la educación. Dejar la sanidad en manos del libre mercado, algo que hasta hace unos años parecía una aberración casi distópica en buena parte de Europa y que ahora se ha convertido, como sabemos, en un discurso aceptado y común por parte de la derecha.
Y hay algo que cada vez resulta más claro en países como España: un vez que los seguros privados no tienen la competencia de la sanidad pública empieza a funcionar la misma ley de la selva que rige en cualquier otro sector, solo que en este, lo que puedes o no puedes pagarte, no es un iPhone. Es tu pierna, tus pulmones o tu propia vida.
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