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El poder político ha tomado diversas formas a lo largo de la historia. Algunos de ellos han tenido un carácter más democrático, mientras que otros han destacado por su corte autoritario. En este sentido, la Revolución francesa de 1789 supuso el gran corte en la historia, al chocar frontalmente contra el régimen monárquico. Sin embargo, todavía hoy, la figura del monarca convive con sistemas democráticos, como puede ser el caso de España o Reino Unido. Así que, ¿en qué se diferencia la república de la monarquía? ¿Qué valores defienden cada una?
Empecemos por la monarquía. Los regímenes monárquicos se destacan, sobre todo, por su carácter patrimonial, unipersonal y dinástico. Es decir, el poder político recae en una única persona y este trasmite su "responsabilidad” a sus descendientes. Normalmente, esta designación tiene un carácter divino. La mayoría de las monarquías europeas hacían un símil entre el altar y el trono, convirtiendo al rey en elegido de Dios.
El carácter patrimonial significa que el monarca posee el territorio, como si de un bien personal se tratase. A diferencia de las democracias, en las que el pueblo es el soberano de la nación. Si bien no todas las monarquías se han sustentado en su linaje, por ejemplo, en la monarquía visigoda los diferentes miembros de la nobleza designaban a su nuevo monarca.
No obstante, a partir del s. XV hasta bien entrado el XIX, las monarquías absolutas comienzan a tomar mayor peso. Estos regímenes destacaban porque el monarca reunía todos los poderes en sus manos. Felipe V en España, Luis XVI en Francia o Jacobo II de Inglaterra, fueron algunas de las figuras más reconocidas. En estos sistemas comienza a haber un desarrollo de las burocracias, funcionarios monárquicos, embajadores...
Sin embargo, el control del rey era tan sumamente totalitario que muchas naciones comienzan a plantearse una limitación de su poder. De manera destacable, en Inglaterra fueron pioneros a la hora de impulsar una monarquía parlamentaria en el XVII. A grandes rasgos, este sistema plantea un equilibrio de poder entre el Ejecutivo, liderado por el monarca, y el Legislativo, del que se ocupa el Parlamento. Esta forma ha ido evolucionando hasta nuestros días, dejando la posición del rey en un rol testimonial. España, mismamente, es un ejemplo de esto, ya que Felipe VI tan solo es el jefe de Estado.
Igualdad, libertad fraternidad, principios republicanos
En el caso de la república, los primeros planteamientos filosóficos se remontan a la Grecia clásica. Platón en su célebre tratado La República expone su concepción de la justicia, la virtud, la política. Desde el siglo VI a.c. hasta el 322 a.c., Atenas estuvo gobernada por una democracia directa, organizada mediante el sistema del sorteo.
Los romanos, aunque con diferencias, toman la idea de la democracia ateniense. Durante el periodo de la república romana (509 a.C. hasta el 27 a.C.), el poder político de Roma estaba en manos de dos cónsules, quienes eran elegidos anualmente y tenían poderes ejecutivos, legislativos y judiciales.
Roma y Atenas fueron las fuentes de las repúblicas modernas. A pesar de algunas experiencias históricas, el gran periodo republicano arranca con la Revolución francesa de 1789. Los tres principios básicos de una república son la igualdad, la libertad y la fraternidad. Estas ideas son plasmadas en la Constitución, garante de estos derechos y libertades.
En cuanto al sistema político, el depositario del poder son los ciudadanos. Estos tienen el derecho de elegir sus representantes, así como la posibilidad de ser elegidos. En esta línea, los gobernantes, al ser elegidos por el pueblo, deben rendir cuentas de sus actuaciones. La teoría republicana busca que haya una separación de poderes equilibrada entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Algunos pensadores, como Antoni Domènech defienden que el republicanismo se opone a la dominación y defiende la autonomía y la libertad individual y colectiva.
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