a coruña
Actualizado:El verbo "borbonear" no existe en el diccionario de la Real Academia Española. Ni en el de la Real Academia Galega. Tampoco hay en una entrada en ninguno de los dos para "bribonear". Pero ni más acá ni más allá de Pedrafita y O Padornelo precisa nadie de diccionario para entenderlos.
Juan Carlos I eligió Galicia para regresar a España por primera vez tras casi dos años de autoexilio en Emiratos Árabes, el país que a su vez había escogido para huir de los escándalos de faldas, mordidas y cuentas en paraísos fiscales que estaban empodreciendo la monarquía y que le forzaron a abdicar, que es como la realeza conjuga la sucesión secular de sus corruptelas.
Como si el borbónico latrocinio pudiera borrarse combinando saraos en los palacios de Oriente y regatas en las rías de Occidente, sin poner en duda ni la dolce vita de la que el exjefe del Estado sigue disfrutando ni la arquitectura que sustenta todo el sistema.
"Yo briboneo", dijo Juan Carlos nada más aterrizar en Galicia aquel 19 de mayo de 2022, antes de descender por la escalerilla del lujoso jet Gulfstream G450 con el que cubrió los 6.000 kilómetros que separan la península Arábiga del aeropuerto de Vigo.
Abu Dabi-Vigo, 100.000 euros
El coste de aquel viaje rondaba los 100.000 euros, y desde entonces lo ha repetido en una decena de ocasiones. Nadie sabe quién, cómo y por qué se pagan esos desplazamientos.
El emérito tiene en Galicia un feudo de defensores irredentos, de buenas amistades y socios afines, entre los que se cuentan el presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, y el alcalde de Sanxenxo, Telmo Martín, que se fotografían y se vuelcan con él cada vez que aparece por allí.
En su primera visita desde su acomodado exilio voluntario, en mayo de 2022, el regidor lo recibió junto a un centenar de acólitos y cuatro docenas de periodistas a las puertas del elitista Real Club Náutico de Sanxenxo, donde tiene su base el Bribón.
"¡Viva el rey!" le gritaron desde un grupo de personas, reducido sí, pero representativo de todos esos súbditos a las que no parece importarles que el rey sea de verdad un vivo capaz de robarles.
Pedro Campos
Sanxenxo es un sitio de contrastes. Se la toma por la capital del veraneo chic de Galicia, y por ella pasan cada verano multitud de famosos con dinero, como Juan Carlos, que suele alojarse en el chalé de su amigo Pedro Campos, empresario y regatista.
En julio y en agosto la villa llega a multiplicar por diez su población, pero justo entonces se queda sin médicos. Sus dos centros sanitarios públicos están infradotados desde hace lustros, la Xunta no cubre a los que se cogen vacaciones o caen de baja y los vecinos que no tiene seguro privado se quedan entonces sin atención. Regatear con la inversión en sanidad, que se paga con los impuestos de todos salvo de los defraudadores, tiene esas cosas.
Es un suponer que a Juan Carlos le importa un bledo todo eso porque cuando viaja a Sanxenxo acostumbra a pasar antes por Vitoria, donde se somete a revisiones médicas periódicas poniéndose en manos de un prestigioso dentista que le trata desde hace años la boca y de otro afamado traumatólogo que vigila sus problemas de huesos. Ambos en una clínica privada, claro está.
Cuando llega a la villa gallega, al monarca se le nota que está a gusto. Le visitan muchos de sus amigos y parientes más próximos, especialmente sus hijas, nietos y sobrinos con quienes disfrutas de mariscadas y regatas: se deja incrustar en la bañera del velero y a bribonear como si nada.
Bribonear
El primer día que se dejó ver en público tras su abdicación, se mostró igual que cuando reinaba a la vez que sacaba dinero a paladas a sus cuentas en el extranjero: campechano y cordial, chistoso y sonriente, como si lo de tener una fortuna fuera del país labrada a base de comisiones y de evadir impuestos ni siquiera le sonroje. ¿Explicaciones? ¿De qué? Pues en eso consiste lo de bribonear.
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