María Ros tiene 81 años, los mismos que el próximo 25 de mayo harán que mataron a su padre, José Ros Molina, un agricultor de Redován de 27 años. Aquella niña de tan solo unos meses creció escuchando que lo asesinaron por represalias: "Los mismos vecinos y amigos lo mandaron matar; llegó la guerra y le dijeron que se tenía que ir con ellos a su partido", cuenta. "No, si yo soy un obrero", se negó su padre, "y por eso", recuerda sosteniendo una foto y dos cartas enmarcadas.
Las dos últimas misivas que escribió con trazo tembloroso antes de morir. "En la madrugada escribió una carta a su madre y otra a la mía. Sabía escribir muy bien, pero qué nervioso estaría el pobrecito". Las escondieron durante muchos años para mantenerlas a salvo de los continuos registros. "A las tres menos dos la gente del pueblo nos ponía la casa patas arriba para ver si teníamos algo", prosigue.
Décadas estuvieron tratando de localizar y desenterrar sus huesos. Al pie de la fosa María rememora que su madre murió con el anhelo de encontrarlo, y con esas ansias dice que si pudiera removería la tierra con la boca y escarbaría con sus propias manos hasta rescatar a su padre.
"Quiero escarbar la tierra con los dientes, / quiero apartar la tierra parte a parte / a dentelladas secas y calientes. / Quiero minar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera / y desamordazarte y regresarte". Esos versos de Miguel Hernández resonaban con cada golpe de pico y pala en la primera excavación de una fosa común en el cementerio de Alicante, la última provincia que se mantuvo leal a la República y sobre la que el franquismo se cebó una vez terminada la contienda, aplicando una política de represión, de violencia institucionalizada, para vengar a sus muertos.
Ya no era un bando contra otro, sino una ofensiva -o una feroz revancha- contra los vencidos que desembocó en persecuciones y detenciones. Juicios sumarísimos, sin más pruebas que la palabra de quienes acusaban, que sentenciaron a muerte a oponentes y desafectos al régimen -o simplemente sospechosos-, llegándose a cometer, según el historiador Miguel Ors, 735 fusilamientos en la posguerra.
Un reguero de pequeñas lápidas en lugares difusos salpica el césped de la explanada. Bajo los pies 38 fosas que albergan a unos 500 difuntos desperdigados y desvencijados por defender de los golpistas lo votado en las urnas. Al otro lado una placa en memoria de otra masacre, la de los ataques sangrientos e indiscriminados de los 71 bombardeos fascistas que padeció esta ciudad durante la guerra, y a tan solo unos pasos el que fue el sepulcro, en rojo y negro, de José Antonio Primo de Rivera antes de que lo trasladaran al Valle de los Caídos. A modo de memorial, un vidrio deja ver en su interior la bandera falangista bajo una gran cruz.
Un equipo de ocho arqueólogos, antropólogos, restauradores e historiadores comenzaron a picar el perímetro para recobrar la dignidad enterrada. "Tratamos de reparar algo que no se ha arreglado durante muchos años", comenta Álex Calpe, codirector de ArqueoAntro, la empresa que se encarga de la prospección y que cuenta con 10 años de experiencia en actuaciones de este tipo, entre otras, en el camposanto de Paterna, conocido como el paredón de España, donde han excavado una decena de fosas y han exhumado a cerca de un millar de víctimas.
La Conselleria de Calidad Democrática financia estos trabajos para exhumar a 11 fusilados
Con un presupuesto de unos 13.000 euros, la Conselleria de Calidad Democrática financia estos trabajos para exhumar a 11 fusilados por la dictadura franquista entre mayo y junio de 1940 que habían sido encarcelados en el antiguo reformatorio de adultos, o prisión de Benalúa, donde murió el poeta oriolano en 1942, consumido por la enfermedad. Se cuenta que no pudieron cerrarle los ojos ni velar el cadáver porque en las tapias del cementerio seguían los fusilamientos. "Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida", reza la tumba de Miguel, que yace junto a su mujer e hijo a la sombra de tres palmeras siempre con flores.
Familiares de represaliados asistieron con gran expectación y emoción, sintiendo que se hacía justicia tras 81 años, 46 después de la muerte de Franco. "Por fin, abuelo", exclamaba María Jesús Pérez Galant, refiriéndose a Ginés Pérez Egidio, un jornalero que militó en el Partido Comunista y marchó con el Ejército popular. Le ofrecieron irse de España para evitar posibles represalias, pero decidió que no tenía motivos para huir. Lo detuvieron en retirada mientras regresaba a Dolores para encontrarse con su familia.
Encarna, su mujer, fue a visitarlo a la cárcel. Le dijeron que no volviera más. Lo fusilaron el 25 de mayo de 1940. Con tres niños, en su casa se impuso el miedo y el silencio. Aprendieron a callar, pero nunca olvidaron. Se aferraron a la búsqueda de sus restos. Su hijo mayor, que era la memoria de la familia, siempre dijo que no se moriría hasta tener los huesos de su padre. Los tres fallecieron sin conseguirlo.
"Nosotras, las nietas y bisnietas, no conocimos a Ginés, pero lo llevamos dentro", explica Daniela Ferrández, su tercera generación. Se remueve, afirma, cuando retumba el recuerdo de su abuelo Jesús, que solo tenía tres años cuando asesinaron a su padre, de su vida de carencias: "De huerta y piel morena, de hambre y de ilusión truncada", continúa.
Este trauma heredado ha ido conformando su identidad. Se doctoró en Historia y usó lo aprendido en la academia para encontrarse. En los últimos años fue recogiendo información de más de 150 consejos de guerra y juntando pequeñas biografías que revelan una panorámica más completa.
"No debemos transmitir esa carga a nuestros hijos", manifiesta su madre, María José Pérez Galant, a lo que su hermana María Jesús añade: "Queremos romper esa cadena y cerrar un ciclo de duelo", así como "desterrar el silencio como patrón de aprendizaje y actitud de vida, para reconstruirnos cada una de nosotras con otros valores y formas de convivencia".
El segundo día de excavación coincidió con el aniversario del 23F. María Jesús pensó en su abuela Encarna, de semblante triste, "una mujer dura a la que le dio un síncope aquel día de 1981 pensando que todo iba a volver a repetirse", y en todas aquellas vidas señaladas por ser viudas de un rojo: "Las valientes madres desgarradas por el dolor y la soledad, que aprendieron a llorar en la oscuridad y sacaron adelante a la familia en medio de estigmas, pobreza extrema y represión".
A la abuela de María Ramos Castaño, viuda de José Castaño Soriano, le raparon la cabeza y la pusieron frente al paredón para simular su fusilamiento. Volvieron a raparla y la metieron en la cárcel de Orihuela, "hasta que la mujer no esperó una tercera vez y se marchó exiliada a Francia", rememora su nieta.
En la familia de Luis Sebastián tenían prohibido mencionar la desaparición de su tío Vicente Gamuz Andreu, pero sus sobrinos nunca dejaron de buscarlo. Solo su madre se atrevía a hablar de ese joven de 24 años al que acabaron matando tras declararlo enemigo del régimen por estar afiliado a UGT.
Al cuarto día aparecieron a metro y medio de profundidad miembros amputados procedentes del hospital y restos infantiles. Todo acorde a la documentación y al registro del cementerio. "Hay una primera capa de enterramientos de fetos y bebés fallecidos a los pocos días de su nacimiento entre 1963 y 1964", detalla Calpe.
La sorpresa llegó cuando a la semana siguiente hallaron un ataúd de pequeñas dimensiones que en lugar de restos óseos contenía dos fragmentos de losa que simulaban el peso de un bebé, una prueba, según la consellera Rosa Pérez Garijo, de "otra serie de delitos de lesa humanidad, como fue el robo sistemático de bebés" durante la dictadura, por lo que su departamento ha llevado el caso a los juzgados.
Ante un volumen mayor al previsto -en total 50 exhumaciones infantiles-, los trabajos continuarán la próxima semana. También han encontrado los restos de dos adultos, "con la casualidad de que uno de ellos llevaba la cartera con su documentación", declara Calpe, que a tres metros de profundidad empieza a percibir cambios de texturas y colores: "Estamos cerca del nivel de 1940 que buscamos".
"Empezamos siendo seis familias y ya sumamos más de 120 en solo seis meses"
Mientras, en estos 15 días el cementerio se ha convertido en un lugar de encuentro donde varias familias han compartido sus luchas -de tesón, valentía y resistencia- hasta ahora enmudecidas. A la fosa 10 la han denominado X porque es la de todos. "Estamos unidos por una causa común", incide María José, que también preside la Asociación de Familiares de Represaliados por el Franquismo del Cementerio de Alicante: "Empezamos siendo seis familias y ya sumamos más de 120 en solo seis meses".
Para identificar los restos es imprescindible seguir localizando a familiares y cotejar sus muestras de ADN con el banco impulsado por la Generalitat. Por eso pide la colaboración de diputaciones y ayuntamientos y que estos medien en la solicitud de subvenciones. "Nuestra intención es abrir todo", insiste.
Muchos aguardan su momento. Fani de Haro busca a su abuela y bisabuela, cada una en parcelas distintas. Soledad Amorós Girona pertenecía al primer sindicato de mujeres de Almoradí, el de las obreras de las fábricas conserveras, cuando llegó el golpe militar y se enfundó el mono de miliciana. Cuando concluyó la guerra el nuevo régimen no pasó por alto a aquellas mujeres de armas tomar, tan alejadas del modelo que se quería imponer.
La fusilaron el 3 de febrero de 1942, con 25 años, por formar la milicia femenina, dar mítines e insultar a gloriosos generales del movimiento -especialmente al caudillo-, según los informes de Falange. Su hija aún no había cumplido los 5 años. Aquella niña, que se crió con sus abuelos paternos, mantuvo durante toda su vida las ganas de recuperar sus restos.
Era la madre de Fani. Ella y sus tres hermanas han comenzado a indagar en su propia historia, llena de recovecos y pliegues desconocidos, como esa foto doblada que permaneció oculta durante décadas dentro de la figura de una virgen, la imagen heredada de Soledad vestida de miliciana.
Solo un mes y medio antes de que la ejecutaran, moría su madre, Teresa Girona Mateo, mientras cumplía condena por adhesión a la rebelión. Por una "hemorragia aguda consecutiva a úlcera de estómago", indica el certificado de defunción, aunque Fani no puede evitar pensar en las duras condiciones que padecería aquella mujer de 64 años.
En la familia de José Manuel Benavent Peñalver varias generaciones tienen presente al tío Rafael Peñalver Fernández. Miembro del comité local de la CNT en Orihuela, estuvo un par de meses escondido en una mina de mercurio hasta que lo delataron y lo acusaron de ayuda a la rebelión.
Como en la prisión de Alicante se servía una sopa que más bien era agua sucia, su hermana, madre de José Manuel, solía llevarle comida y ropa limpia. En una de esas visitas pidió permiso para llevar al niño de Rafael. Una semana después fue con Manolo, de 18 meses.
—Su hermano ha sido trasladado —le dijeron nada más llegar.
—¿Dónde?
—A un lugar de donde no va a volver.
—¿Cómo? ¿Qué? —preguntó sin querer creer.
—Que ya está enterrado —le respondieron de mala gana.
"Lo habían asesinado ese mismo día, el 7 de agosto de 1940, un San Cayetano -mi madre recordaba las fechas por los santos-, y se encuentra en la fosa 27", lamenta José Manuel, que recalca que "los tiraron como cerdos". Sin nombre ni tumba, no existían. Eran desaparecidos.
Los supervivientes, mientras, fueron humillados, pisoteados, repudiados y perseguidos. En los fríos años de la posguerra, con la miseria por costumbre, los padres de José Manuel también fueron condenados a muerte, una pena conmutada a 30 años de prisión que después fue rebajada a 12 a cambio de tierras. "Unos señalaban; si había dinero se salvaba la vida", aclara.
A él lo expulsaron del colegio con 9 años "por ser hijo de un rojo". Vio muchas veces a su madre temblar de miedo, incluso bien entrada la democracia, en 1991, tras un encontronazo con un vecino de los que delataban. "En sus últimas horas de vida, hace 27 años, nos hizo prometerle que traeríamos a su hermano con la familia", prosigue.
"Tener un lugar donde llorarles es una cuestión de humanidad"
A sus 75 años, sigue luchando por lo que hasta ahora parecía imposible y ayuda a otros a localizar a los suyos, para rescatar los restos de a quienes arrebataron la dignidad. "Sin rencor y llevando con orgullo mis apellidos", insiste. Como el abuelo de Fernando Martínez, Agustín Ribera Segura, que a punto de cumplirse su sentencia de muerte escribió a su esposa para decirle que no le había hecho mal a nadie: "Al menos mi muerte no es deshonra ni nuestros hijos habrán de avergonzarse de su padre. Yo perdono a todos y lo mismo quiero que hagáis tú y nuestros hijos".
Y "sin siglas políticas", concluye María José, que cree que "tener un lugar donde llorarles es una cuestión de humanidad". "Se abre la tierra para cerrar heridas", añade su hermana. Porque como dice Daniela, "las raíces por fin rompieron el suelo y aquellas semillas que enterraron germinan, abriéndose paso entre la capa de piedra que lo mantiene todo bien atado".
Es "el corazón la tierra, / el corazón de los que malhirieron", dejó escrito el poeta del pueblo para hablar el lenguaje ahogado de los muertos.
*La Asociación de Familiares de Represaliados por el Franquismo del Cementerio de Alicante anima a la ciudadanía a consultar en su página de Facebook los listados de represaliados, de diferentes puntos geográficos del país, o a ponerse en contacto a través del email [email protected].
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