MADRID
La guerra de Ucrania y el papel de la OTAN ha abierto debates muy importantes en la izquierda en todo el mundo. El papel agresor inequívoco de Rusia, ciertamente hace más difícil los discursos que señalaban a Estados Unidos y a sus organizaciones militares, como indiscutibles culpables de todos los males del imperialismo. Pero esta guerra, cuyo análisis requiere de un bisturí algo más preciso, ha demostrado también, en particular en las izquierdas europeas, lo difícil que es hacer política y lo difícil que es el trabajo ideológico cuando a la propia complejidad de la realidad se le unen un autoritarismo mediático creciente, un cierto ambiente "macartista" y una derechización social innegable.
En España en estos meses, el debate ha terminado con un clásico de los últimos años: Un todos o casi todos contra Podemos donde un amplio coro de intelectuales y referentes mediáticos progres reprochan al partido de Ione Belarra haberse posicionado contra el envío de armas y haber sido muy duro y crítico con la OTAN. Y entre los dedos acusadores, esta vez, no solo hay referentes intelectuales del PSOE o de las periferias ideológicas del PSOE que siempre han existido en forma de cuadros sindicales pragmáticos, nuevas izquierdas o viejos maratonianos que hicieron cientos de kilómetros delante de los grises. Está vez no solo está la progresía mediática en forma de jóvenes profes de políticas con zapatillas o de periodistas muy muy muy de izquierdas pero lo suficientemente prudentes como para que Ferreras les mantenga en la tertulia. Esta vez, los en otros tiempos pitufos gruñones de la izquierda clásica, están cobrándose su particular venganza y dicen con satisfacción: ahora el pitufo gruñón sois vosotros. Porque meterse con la OTAN ahora o criticar el envío de armas resulta antipático.
Pablo Elorduy, desde 'El Salto', lo escribía con claridad meridiana: "La antipatía que genera Podemos en este momento y el deseo de marcar distancia de sus compañeros de viaje en el Ejecutivo, Alberto Garzón y Yolanda Díaz —mucho más habilidosos a la hora de ponerse de perfil y con la virtud a ojos del establishment de no ser de Podemos— han hecho de la posición legítima de disidencia a la OTAN un pasaporte a la marginación política". No es menor lo que dice Elorduy: "Una posición legítima de disidencia te puede llevar a la marginalidad y a que te presenten como antipático".
Antipático es el adjetivo que más se usó contra Julio Anguita. Y no porque Julio fuera comunista. Cualquier democracia occidental que se precie tiene a sus comunistas simpáticos y reconocidos. Carillo nunca logró llegar al gobierno pero siempre recibió un amplio reconocimiento. Tampoco llamaban antipático a Anguita porque fuera marginal; Anguita fue el primer líder de la izquierda española en blandir los artículos sociales de la Constitución y en reivindicar la Declaración Universal de Derechos Humanos como programa político. Le llamaban antipático porque siempre le dijo al PSOE lo que era y porque criticó el proceso de construcción europea cuando la Unión Europea de Maastricht seducía incluso a los cuadros de CCOO; que se lo pregunten a Antonio Gutiérrez.
Anguita no sabía mucho de comunicación pero comunicaba como dios porque sabía mucho de ideología y hablaba de ideología. Y tuvo las agallas para poner pie en pared aunque la prensa progre le reventara. Recuerdo como en los guiñoles de 'Canal Plus', presentaban a Cristina Almeida como un Sancho Panza que expresaba el sentido común del pueblo y al bueno de Anguita como un Don Quijote, con buenas intenciones quizá, pero chalado.
La invasión rusa de Ucrania ha acelerado un proceso de derechización social y de violencia mediática contra los disidentes que llevarán a algunos en la izquierda a ocupar el lugar que amablemente les invitan a ocupar. Un lugar confortable que los escribas de la progresía definirán como un prodigio de la habilidad táctica. Puede que hasta Planeta les ofrezca un contrato para escribir un libro. Pero déjenme que les recuerde una evidencia que enseña la historia: desde la comodidad nunca se ha ganado.
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