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Memoria Pública El asalto minero en Mieres, primer episodio de lucha en la calle desde la Guerra Civil

Más de 5.000 personas se manifestaron en pleno régimen franquista contra los despidos en la cuenca minera asturiana. Fue la primera vez que obreros, estudiantes, mujeres, niños y ancianos se enfrentaron a la Policía en la dictadura.

Imagen de la comisaría tras el asalto.

“El día 12 de marzo de 1965 en Mieres (Asturias) se convocó a las cinco de la tarde una manifestación. Son obreros y estudiantes, mujeres, niños y ancianos, que gritan todos a coro sentimientos muy humanos”. Así comienza el testimonio de uno de los hechos más sonados en Asturias ocurridos mucho antes de la muerte de Franco: el asalto a la comisaría de la localidad en protesta contra los despidos en la cuenca minera asturiana.

“Desde abril del 62 en adelante, con miedo pero sin perder la perspectiva, ya no se paró de luchar”. Las palabras de Laudelino, miembro del PCE en la clandestinidad y uno de los participantes en el asalto, resumen a la perfección lo que fue la lucha obrera en las cuencas mineras asturianas en el ecuador y final de la dictadura.

La importancia de esa movilización se debe a que es el primer enfrentamiento con las Fuerzas de Orden Público desde el final de la Guerra Civil. Una lucha que se produce en la calle, no dentro de la mina. El historiador Pablo Alcántara, investigador de estos hechos, recuerda a Público que fue "la primera vez que se convoca una movilización de masas en la ciudad de Mieres desde el inicio del franquismo”.

Noticia publicada en 'The New York Times'.

Noticia publicada en 'The New York Times'.

Entre 1957 y 1964 se abre una etapa de movilizaciones en Asturias. Las desconocidas huelgas del silencio. Alcántara relata que este episodio histórico fue de tal magnitud que llegó a las portadas de The New York Times: “Asturian Miners rush Police Station” (“Mineros Asturianos se abalanzan sobre el puesto de Policía”).

“Se conocen así las huelgas mineras porque quien las convocaba lo hacía simplemente no cambiándose de ropa en el vestuario o dejando la lámpara para bajar a la mina en su sitio, y los demás le seguían, sin mediar palabra”, señala el investigador. Estas revueltas supondrán un duro golpe para el régimen franquista, deseoso de entrar en la Comunidad Económica Europea.

Una vía insólita: el diálogo

Estas huelgas tienen tal impacto que la temida Brigada Político Social y los cuerpos de seguridad optan por la vía de la represión (detenciones, intimidaciones, citaciones a comisaría, registros, despliegue policial en la calle, censura), pero fracasan en su intento de frenar la resistencia. Optan en este contexto por una incipiente vía de diálogo. “Fue la primera vez que un ministro de la dictadura, José Solís, Secretario General del Movimiento y Delegado Nacional de Sindicatos, se  desplazara a Asturias y acabara recibiendo a comisiones de obreros en torno a una mesa de negociaciones”, aclara el historiador.

A partir de agosto de 1962, la dictadura vuelve a los métodos represivos. Se crea la Comisión de Despedidos formada por 450 mineros que habían sufrido las consecuencias del régimen, desde detenciones hasta destierros a otras zonas de España y cárcel. Sin embargo, la Comisión de Despedidos era escuchada por el régimen, por lo que se reunía semanalmente en la Casa Sindical de Mieres con el Sindicato Vertical. El 9 de marzo de 1965 hay una asamblea de la Comisión a la que asiste Severino Arias, minero y portavoz de la lucha.

"Fue la primera vez que un ministro de la dictadura, José Solís,  acabara recibiendo a comisiones de obreros"

La policía franquista olía el ambiente a huelga y las detenciones se pusieron en marcha durante la noche del 10 al 11 de marzo. Los compañeros de aquellos mineros y sus mujeres sabían que estaban custodiados en los calabozos del Ayuntamiento de Mieres.

La manifestación clandestina se iba forjando. Según apunta Alcántara “se recurrió sobre todo al boca a boca entre las personas de las diferentes organizaciones”. También se utilizaron otros métodos. El minero Gerardo Iglesias recuerda así el suceso: “El día concreto estábamos montados en una Vespa dando vueltas por Mieres. Empezamos tocando las palmas y diciendo a la gente que se fueran para la Casa Sindical”. Una hora antes de la manifestación comenzaron a llegar taxis, autobuses de la cuenca minera de Langreo, de Gijón. Todo estaba preparado.

Según datos de la Brigada Político Social de la época se concentraron frente a la comisaría de Mieres en pocas horas entre 1.000 y 1.500 personas. 5.000 manifestantes eran los datos aportados por la oposición antifranquista. Los testimonios de los que vivieron aquello en primera persona eran, sobre todo, de euforia. “Fue una manifestación de miedo. Nunca se vio nada igual”, relataba Pilar Alonso Cachero, mujer de un minero. “Aquella manifestación no se vivía desde los tiempos de la Guerra Civil. Yo nací en el 33, pasé la posguerra, pero manifestaciones como aquella nunca vi”, cuenta otra mujer, Primitiva Sánchez.

"Aquella manifestación no se vivía desde los tiempos de la Guerra Civil", cuenta Primitiva Sánchez

En apenas dos horas se produjo la llegada hasta la comisaría desde la Casa Sindical llegando el famoso asalto. Cuando ya había miles de personas concentradas se intentó entrar en el recinto,. No había nadie en el interior. Entraron varios hombres y mujeres, pero fueron sobre todo las mujeres las que dieron mítines animando a la gente a movilizarse, por los presos, por los detenidos y los despedidos. Según la Policía, “se profirieron gritos pidiéndose libertad y sindicatos libres”.

Se decidió ir hacia a la comisaría para buscar a los detenidos de la Comisión de Despedidos “Comenzaron a llegar más dispositivos policiales de Oviedo, Gijón y León” afirma Alcántara. “Los gorros de los guardias se lanzaban al aire, las mujeres tiraban zapatos a los policías” narra el minero Constantino Alonso González, alias “Tinín”.

La crónica de Mundo Obrero titulada ‘La gran manifestación de Mieres’ relataba como miles de manifestantes se congregaron ante la comisaría. “Un policía se dirigió a ellos desde un balcón diciéndoles: “¿Qué queréis?” Una mujer se quitó un zapato y se lo arrojó. Y como si hubiera sido la señal del asalto docenas de zapatos volaron hacia el balcón y los manifestantes se lanzaron escalera arriba para liberar a los detenidos”.

El papel de la mujeres en el asalto

Estado de una de las puertas tras el asalto.

Estado de una de las puertas tras el asalto.

Anita Sirgo fue de aquellas mujeres que vivió en primera persona las revueltas. “Yo fui a la concentración. Llevé un zapato, porque estaba harta de recibir toletazos, corrían más que yo. Ellos van a dar golpes, pero iban a oler mi zapato. Y lo lleve en un bolso, un zapato viejo. Cuando estaba en la concentración, estaba en las escaleras, fue mucha gente. Policía aún no había. Subimos un grupo de mujeres, íbamos a por los del Sindicato Vertical. Yo me caí por las escaleras. Cogí la bolsa con el zapato. Un Guardia Civil vino a por mí y le tiré el zapato a la cara y escapé. A otra la cogieron. Me tuve que esconder después en casa de una compañera”.

La policía cargó contra los manifestantes con porras, sin utilizar pistolas. Sin embargo, hubo varios manifestantes que sufrieron graves contusiones en la cabeza. “No hubo muertes de verdadera casualidad”, afirma el minero Rufino Ballesteros Iglesias. Al final de la tarde llegó la retirada y la marcha a pie. No consiguieron llegar a los detenidos. Los mineros, sus mujeres e hijos estaban, sin embargo, satisfechos de aquella batalla.

La represión posterior: 53 detenidos

“Gracias a la censura, el resto del país no se enteró del suceso.”, afirma Alcántara. Sin embargo, a través de la documentación consultada en archivos y hemerotecas se ha comprobado como el asalto fue mucho muy importante para las autoridades del régimen.

La misma noche del asalto, Claudio Ramos, jefe de la BPS en Asturias, volvió a la comisaría. Interrogaría a los retenidos de la Comisión de Despedidos, a los que se les acusaba de ser los cabecillas del Asalto. Se iniciaban las detenciones.

Severino Arias Morillo, portavoz de la Comisión relata cómo la misma noche del día 12 de marzo, “Claudio Ramos me dio varios puñetazos en el estómago y una patada en la espalda y al policía que estaba con él, le dijo de llevar a este ciudadano soviético a la celda. Él estaba muy cabreado y cansado. Y cuando estaba en el calabozo, me encontraron durmiendo, y eso le cabreó” aún más.

"Me mandaron quitar las gafas, porque las gafas no tenían la culpa, me decían. Y comenzaron a pegarme de hostias", narra Aquilino Fernández

En los días siguientes fueron detenidos varios de los participantes en la manifestación. Aquilino Fernández alias “Aquilino de Polio” fue uno de aquellos. Contaba como cinco días después fue detenido “Me interrogaron todo lo que quisieron. Y me llevaron a Oviedo”. Le propinaron golpes y palizas dentro del calabozo. “Estaba Ramos allí. Había algún policía que se hacía el bueno. Había uno que llamaban Palacios que primero me trató de buenas pero luego de malo. Un día abrieron la puerta y era Ramos que preguntaban si había ‘cantao’. Y si no cantaba, a la nevera con él. Me mandaron quitar las gafas, porque las gafas no tenían la culpa, me decían. Y comenzaron a pegarme de hostias. Los compañeros me decían que tenía la cara hinchada por los golpes”. Al tercer día Aquilino fue absuelto sin cargos.

La manifestación de Mieres del 12 de marzo se saldó con 53 personas detenidas. 35 de ellas fueron puestas a disposición del Juzgado de Orden Público, acusadas de delitos como “Sedicción” “Asociación Ilícita” y “Desórdenes Públicos”.

El juicio de los encausados por el asalto en Mieres se celebró el 16 de abril de 1966. Más de un año después por parte del presidente del Tribunal de Orden Público José Hijas Palacios. Juzgarían en total a 27 personas. Sin embargo, los policías armados que participaron en la represión fueron condecorados con medallas de distintivo rojo por la acción policial. Concretamente el teniente Tomás, el policía César Fernández Lombao y el policía Díaz Moreno.

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