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Actualizado:En agosto de 1936, poco después del comienzo de la guerra civil, las tropas franquistas del general Yagüe entraron en Extremadura con la finalidad de unir los territorios del norte y del sur que el bando sublevado ya había conquistado. Lideradas por el conocido como el carnicero de Badajoz, los golpistas provocaron una de las mayores matanzas de la contienda bélica con, según las estimaciones de los historiadores, unos 4.000 muertos.
En ese contexto de masacre, miedo y horror, Criselda Flores, que apenas tenía cinco meses, vivía con su familia en Jerez de los Caballeros, un pueblo de Badajoz. En una entrevista con Público, cuenta la historia de su infancia, la de su padre, desaparecido durante 25 años, y cómo su familia se enfrentó a aquella situación. A día de hoy, vive en una residencia de mayores en Madrid, donde ha tenido la oportunidad de escribir sus memorias.
Cuando Criselda no tenía ni un año, su padre, a pesar de que "todo el mundo le decía que no lo hiciera", se metió "en cosas de política". Con la Guerra Civil ya iniciada, la vida de la familia Flores cambió para siempre: "Mi padre se fue a vivir a una cueva, donde no le encontraron. Nadie podía acercarse por allí, solo un guarda que le hacía llegar la comida y medicina que le daba mi tío", explica la mujer, que resume en sus memorias: "Temía más a los horrores y a las torturas que a la propia muerte".
Criselda Flores: "Mi madre sabía que mi padre estaba vivo, escondido en algún sitio, pero empezó a vestir de negro y no abría la boca del miedo que tenía"
Tras vivir las consecuencias de la masacre liderada por el carnicero de Badajoz, la familia de Criselda, en el punto de mira de los golpistas, tuvo que enfrentarse nada más acabar la guerra a la persecución y el hostigamiento del franquismo. "La Guardia Civil pasaba mucho" por casa de los Flores. "Mi madre siempre lloraba y yo le decía: 'no llores más, por favor'", rememora Criselda, que cuenta que incluso llegaron a vivir episodios con policías irrumpiendo en su vivienda y apuntándoles con pistolas.
Estaba claro a quién buscaban. "Mi madre nunca contó nada porque tenía mucho miedo", recuerda Flores. En esa situación, la familia se separó y el hermano de Criselda, un año mayor, se fue a vivir con su tía materna, Concha. El padre de Criselda trataba de seguir en contacto con su hijo, con el que intentaba reunirse por las noches. Sin embargo, la familia le obligó a poner punto y final a los encuentros por miedo a que le detuvieran y, junto a él, cogieran a todos los demás.
Una economía familiar complicada
Criselda apenas tenía cuatro años cuando les quitaron la casa. "Mira qué casualidad, se la quedó uno de los hermanos de los Portillo, la familia para la que terminé trabajando", cuenta. A partir de ahí, vivieron "de un lado para otro", alquilando habitaciones o en sitios donde les dejaban quedarse. Así hasta que cumplió 11 años, cuando se fueron a trabajar como sirvientas a Madrid.
"Mi madre vendía cucharadas de azúcar y café en sobres, que en aquellos tiempos eran una peseta", comenta Flores, que explica que mucha gente les dejaba a deber "porque no tenían dinero". Ellas tuvieron más suerte y no pasaron hambre gracias a la ayuda de su tía, que "era de dinero y tenía un cortijo muy grande", y les daba comida, tanto para comer como para vender.
Criselda Flores: "Mi padre se metió en política, pero no lo mataron porque no lo encontraron nunca"
"Mi madre sabía que mi padre estaba vivo, escondido en algún sitio, pero empezó a vestir de negro y no abría la boca por el miedo que tenía", expone Flores. La muerte de su padre no se confirmó hasta 1961, tras casi 25 años desaparecido, cuando el guarda que le escondió durante la guerra y la posguerra preguntó al hermano de Criselsa: "Pedro, ¿tú quieres saber dónde está tu padre?".
La familia viajó de Madrid a Jerez de los Caballeros para sacar los restos del padre. A la pregunta de por qué no trataron de localizarle antes, Criselda es clara: miedo. "Sabíamos que a las mujeres podían raparnos y pasearnos por el pueblo si hablábamos de estos temas", explica. Y, precisamente por ese miedo compartido, tenían claro que el guarda no contaría nada hasta que se jubilara y el régimen permitiera "hablar de estas cosas".
Los restos del padre estaban en un charco de barro, donde "había vaquillas, cerdos y de todo". Creen que murió de una neumonía mientras se bañaba en un lago cercano, pero nunca supieron exactamente qué ocurrió. Sea como sea, Criselda tiene claro que su padre fue una suerte de superviviente de las torturas del franquismo: "Mi padre se metió en política, pero no lo mataron porque no lo encontraron nunca".
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