Madrid
Como si hablaran al silencio y esculpieran el olvido. Así han trabajado en su última obra y durante meses los artistas Eugenio Merino y Miguel G. Morales, una oda a la memoria que los embates del bravo mar tampoco han conseguido sepultar.
Tras un profundo trabajo de análisis junto a historiadores, consiguieron ubicar el punto exacto en el que Domingo López Torres, reconocido poeta tinerfeño, fue tirado al mar en 1937 tras sufrir la represión franquista. Ahora, allí, en las profundidades del océano, en donde no llega la luz del sol que tantas caras abrasó, reposa una placa en su memoria. Lo han llamado Monumento a la oscuridad.
"Al final es un monumento a todos los desaparecidos, pero que también interpela a todos los monumentos visibles que aún perduran en el panorama español", indica Merino. Permanente y submarino, la simbología del proyecto grita hacia la superficie, las cruces que un día marcaron los caminos, y desafía las lógicas que han regido los monumentos hasta ahora en España, difusores de determinadas ideologías en el tiempo, "que siempre ha sido la ideología del poder. Punto", concreta el artista.
La oscuridad artificial, impostada y obligada que recorre la faz de las tierras españolas respecto a la represión de la dictadura franquista se conjuga aquí con otra natural, asumible, la del fondo del mar. "Al final esto es un contramonumento, una acción que lucha contra una forma de entender el espacio público y en el que siempre se han planteado las narrativas del poder", reflexiona Merino, quien ahora presenta el proyecto junto a Morales en la Bienal de Arte de Lanzarote y que se podrá visitar en la sala de exposiciones La Ermita de Tías hasta el 15 de octubre.
Pero Merino no es nuevo en esto. Su arte siempre dispara contra el blanqueamiento del horror dictatorial que asoló España durante casi cuatro décadas. Hasta hoy y desde su famoso Franco fosilizado en una nevera, síntoma de la pervivencia del dictador en nuestros días, presentado en la Feria ARCO de Madrid en 2012, no ha dejado de repensar la memoria histórica.
"Yo creo que el arte debe funcionar así, como una herramienta de transformación social, abriendo debates y fomentando la conciencia sobre estos temas", agrega.
Contra la extrema derecha, guerrilla artística
Este artista visual no es indiferente a la realidad social del país: "El ascenso de la extrema derecha, a la que se banalizan sus discursos y se convierten en masivos, aunque sea la derecha de toda la vida que ha llevado en su seno a la ultraderecha, hace que el artista tenga que ser más evidente en sus proyectos". Conciso y claro: "Cuando no hay nada que decir, pues ya está, pero cuando la cosa está menos clara, los planteamientos artísticos deben ser más de guerrilla".
Él, que siempre ha intentado que sus obras sean entendidas, y no al contrario, considera que los negacionistas de la memoria histórica son los descendientes de aquellos que se beneficiaron del franquismo. "Como artistas podemos trabajar sobre la recuperación de la memoria de los vencidos. Los vencedores ya convirtieron España en su propio museo del fascismo. Por eso, a veces tenemos que construir un monumento y otras veces derribarlo. Derribar es un acto de destrucción creativa de aquellos valores que la sociedad ya no acepta", desarrolla Merino.
Humor y censura
Más allá de sus apeos de labranza artísticos, este creador siempre ha sacado del estuche una herramienta extra, cincel para perfeccionar a veces; martillo para clavar, otras. El humor le permite decir determinadas cosas superando la barrera mental del espectador. "El humor siempre tiene que ser agudo, pero ahora con la extrema derecha lo que tiene que ser es más crítico", relata pensando en el ejemplo de Hermano Lobo durante la dictadura.
La censura es otra de las barreras que debe superar en su día a día. "Yo la veo muy presente, de verdad. Está la censura económica y, por ejemplo, la corporativa dentro de los medios de comunicación que dicen qué se puede tocar y qué no. También hay propaganda, que es otra forma de ocultar las cosas. Y también dentro de la institución del arte, ya que es la que suele hacer una preselección de artistas y obras y muchas veces parte de cierta censura", se explaya el artista.
Siempre antifascista
Monumento a la oscuridad permite una doble lectura, pues los cuerpos de decenas de migrantes están hundidos sobre las mismas aguas que durante décadas han arropado el cadáver de Domingo López Torres. Según Merino, eso es lo importante, "porque muchas veces hablamos del mar como fosa común, pero eso es una manera en la que olvidamos quién está allí, un lugar en el que se diluye".
Y así, sin diluirse, Merino enfatiza que "antifascista hay que ser siempre", y aterriza esa idea en el presente y en su profesión: "Yo creo que el arte no debe quedarse en un punto intermedio. Hoy en día, en la cultura nos encontramos muchos lugares intermedios como si ahí estuviera la razón, pero no debe existir un lugar intermedio para determinadas ideas. En esta lucha por los derechos humanos, la igualdad y crear una sociedad más libre hay cosas por las que el artista no debería pasar".
Además de ser claro en todos estos aspectos, a los que Merino suma los derechos de las personas migrantes y del colectivo LGTBI y la lucha contra la gentrificación, "el artista no debe participar de todos esos procesos", recalca. Él, que lo conoce bien, declara a Público que "aunque hay posturas antagónicas en el mundo del arte y la cultura, en general son bastante conservadores".
Discursos minimizados en el arte
El mundo del arte y la cultura, pronuncia este madrileño que nació el mismo año en que murió Franco, no se encuentra tan alejado de la política. "En España se habla mucho del libre mercado, pero aquí importa la política. El libre mercado me dejaría hacerme rico con una pieza de Franco, pero en España tenemos un capitalismo de amiguetes, un mercado libre inexistente repleto de corrupción", añade.
A él, por Franco en la nevera le denunciaron. Peor es lo que le sucedió a su compañero Santiago Sierra con la obra sobre los presos políticos, que fue retirada directamente de ARCO años después.
Estos casos más sonados tan solo son dos de una larga lista que apenas nadie conoce. "Es difícil encontrarlos porque los conocemos de tú a tú, pero son muchos, y si los uniésemos seguramente veríamos un patrón, el de aquellos artistas que cuestionan elementos relacionados con la monarquía o las políticas exteriores de sus países", explica.
Se refiere a aquellas obras que en lugar de tratar la conquista de América como un descubrimiento, se atreven a tildar aquello de genocidio. Esos son los discursos minimizados en el mundo del arte.
Los intocables, como si una película de superhéroes se tratara, también tienen cabida en España. Aquí, según Merino, son la monarquía y la religión: "Hemos hablado tanto de ellos que ya hasta nos olvidamos, pero la realidad es que la religión y el poder que tiene es algo demencial. Lo hemos normalizado y es una cosa que convierte a España en un país medieval. Entre la monarquía y la religión, imagínate". Imagínate, dice el artista. Habrá que hacerle caso.
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