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El verso suelto del socialismo rima en asonante. A veces, cuando habla, parece el último mohicano de cierto PSOE, cuyas capitulares se han ido desliendo a medida que transitaba la democracia. Llegado el otoño, hasta la P luce difuminada, pero Antonio Miguel Carmona (Madrid, 1963) no ceja en su empeño de subirse al postrero bote del Titanic. Exdiputado regional y concejal en el Ayuntamiento de la capital, más que a la contra, rema en solitario. Apoyó a Tomás Gómez como secretario general del PSM, y Sánchez lo descabalgó. Luego fue el candidato a la Alcaldía, si bien tuvo que hacer la campaña por su cuenta, como aquel Borrell. Cuando iba a rebufo de Aguirre, vio cómo Carmena lo adelantaba por la izquierda, y así. Pese a que le han quitado la portavocía en el salón de plenos, este profesor universitario de Economía advierte de que guarda una bala en la recámara. Raudo en la réplica, la mano de Carmona siempre acaricia la funda del revólver, aunque los recuerdos de su infancia amainan sus respuestas. Se le ve relajado, mas él lo achaca a la falta de café. Antes de sentir el roce de la primera pregunta, desenvaina.
Pues...
Vengo de Haití. Las ONG me llamaron para denunciar la situación vergonzosa de un país al que no llega la ayuda internacional. He visto a niños desnudos corretear sobre los escombros de sus casas. El 40% no tiene asistencia sanitaria ni educación primaria. La mitad ha sufrido alguna agresión sexual. Te aseguro que he estado en el centro de la miseria y del hambre.
En marzo también viajó a Lesbos.
Allí estuve con los pastunes, que me relataron historias de guerra que no puedo repetir, porque se las conté a un amigo periodista y se fue a vomitar al servicio.
¿Lo invitan?
Todos los viajes me los pago yo. Cuando estudiaba, hacía reportajes internacionales para pagarme los estudios, aunque sólo me daba para el tabaco. Estuve en Libia, donde entrevisté al coronel Gadafi para el diario Ya. También escribí para El Independiente desde el Sáhara. Fui un aventurero y he viajado muchísimo. Sin embargo, como discípulo de José Luis Sampedro, terminé convirtiéndome en economista.
¿En qué calle de Malasaña nació?
En la calle Madera, adonde llegarían inmigrantes como Esperanza Aguirre, si bien los acogimos con los brazos abiertos.
¿Un niño feliz?
Sí. Siempre jugando al fútbol en la plaza de Barceló, en la de Santa María Soledad Torres Acosta y, sobre todo, en la del Dos de Mayo, que me vio crecer. Allí metí mis mejores goles.
¿Gato, gato?
Mi madre es de San Miguel del Robledo, antes llamada Arroyomuerto, una aldea muy pobre de Salamanca donde mi abuelo ejercía de jornalero y pastor. En cambio, mi padre es madrileño, aunque nació en Alicante de casualidad. Él trabajó como profesor mercantil y ambos regentaban una tiendecita de lámparas en la Corredera Baja de San Pablo.
¿Tiene hermanos?
Soy hijo único, que se sepa.
¿Colegio público?
En aquel entonces no había suficientes colegios públicos, por lo que estudié en el Alamán, pero luego me licencié en la Complutense. No obstante, mis primeros pasos los di en el Colegio de las Tres Aves Marías, que eran unas señoras que daban clase a los niños pobres. Nosotros no lo éramos, aunque también pasamos por etapas duras.
¿A qué olía aquel Madrid?
A chapa, a balón, a arena mojada…
¿Había menos peligros antes que ahora?
Los mismos. Me acabo de reunir con la asociación de bebés robados, y eso sucedía antes… Quizá por ser nieto de un pastor, tengo una cierta propensión a la defensa de mi clase. El nieto del pastor se hizo profesor de Economía y oficial del Ejército del Aire [abre la cartera y muestra el carné, caducado hace tres años]. Siempre he conservado esa raíz y, cuando visito países muy pobres, tengo la sensación de estar con los míos.
Hoy, la clase obrera son las cajeras de supermercado, los teleoperadores, las dobladoras de ropa…
Los periodistas…
Etcétera. O sea, los nietos precarizados, muchos con formación y estudios, de aquellos obreros cualificados.
Hemos pasado de la proletarización a la precarización. En estos momentos, hay una sobreexplotación laboral. El sistema se alimenta de ejércitos de parados, que presionan los salarios a la baja. La tensión de siempre es favorable a la desigualdad. La izquierda fracasó al perder el pulso de la precarización, de modo que ahora engordamos las cuentas de resultados y las de explotación.
Sus banderas se han descolorido menos que las del PSOE. Pregunto.
¿Qué quieres decir?
Lo que he dicho.
[Risas]
Si alcanzase el poder, ¿llevaría a cabo lo que dice?
Sin duda alguna. Estoy trabajando sobre la abolición de la pobreza, una propuesta que le planteé a Zapatero, y le gustó mucho. En España, tenemos recursos suficientes para acabar con ella. La pobreza es la falta de alimentos, de sanidad y de vivienda, que incluiría la pobreza energética, entre otras. Hay tres millones de pisos en España y, al tiempo, gente que no puede pagárselos. Son recursos escasos para usos alternativos que se distribuyen mal. Hay que intervenir y crear una ley que expropie buena parte de las viviendas de los bancos. Sólo en la ciudad de Madrid, existen cuarenta mil pisos vacíos que pertenecen a la banca. Por lo tanto, es necesario expropiar el usufructo, y eso se lleva a cabo mediante un decreto.
O sea…
Hay que incautarse de los pisos vacíos de los bancos para crear un fondo de alquiler barato para la gente que lo necesita. Ahí tienes la solución. Es la izquierda posible. Lo que pasa es que, si los bancos influyen en los ministros, sean de un color o de otro, al final quienes gobiernan son los primeros.
¿Está a la izquierda del PSOE?
No, yo me considero de izquierdas. En el caso del aborto, soy muy liberal, porque la mujer debe ser libre. En materia de inmigración, debemos hacer un esfuerzo, porque aquí caben muchos más.
Jugó en el Real Madrid, aunque usted es del Atleti…
Sí, pero me fichó el Madrid. Jugaba de 9 en los prejuveniles y me hacía mucha ilusión que mi familia pagase una entrada para ir a verme. En todo caso, sigo siendo del Frente de Liberación Panadero Díaz.
Bajo la camiseta blanca, llevaba una interior rojiblanca...
Alguna vez pensé hacerlo. Años después, le pedí a Florentino Pérez que me buscara la ficha, pero las habían destruido. Además del fútbol, siempre me han gustado el ajedrez y la aviación. Con doce años, fui campeón de ajedrez en mi colegio. Aunque parezca muy presuntuoso, me encantaba ganarle a los mayores.
¿Es presuntuoso?
Sí.
¿Soberbio?
Mucho, sobre todo cuando hablo de economía.
Sin embargo, tiene fama de buen profesor.
Sí, pero ese punto de soberbia se debe a que una parte de mi formación es norteamericana. Luego vienes a España y te encuentras con catástrofes... Allí se aprende mucha más economía. No significa que, porque sean los Estados Unidos, sólo te enseñen capitalismo.
Otra de sus pasiones es volar. Comentaba antes que pertenece al Ejército del Aire. ¿Hizo las milicias?
Soy alférez y reservista voluntario. Hice la mili en Tierra, me saqué la licencia de piloto por mi cuenta y luego me apunté en el Ejército para tener aviones a mi disposición. Ojo, soy piloto y oficial del Ejército del Aire, porque si juntas ambas cosas parece que vuelo en un F-18, cuando en realidad yo piloto avionetas.
Si pudiese, ¿hubiera sido objetor de conciencia?
Los del Ejército del Aire somos muy singulares: somos más del aire que del Ejército. Nos gusta más volar que desfilar.
En alguna ocasión, las ha pasado canutas en pleno vuelo. Una épica que lo entronca con Aguirre o Rajoy, supervivientes de un accidente de helicóptero.
Comparar mi capacidad de volar con la de Aguirre o la de Rajoy es una ofensa [carcajadas].
Le pasa como al Atleti con la Champions: llega a la final de Lisboa, pero no remata.
Sin duda alguna. Tras las elecciones, Pedro Sánchez me felicitó por haber obtenido el mejor resultado en las cuatro grandes capitales. Sufrimos la oleada de la llegada de Podemos y, salvo honrosos casos, una bajada en todo el territorio nacional.
Excepto los quince concejales de Jaime Lissavetzky en 2011 y los dieciséis de Juan Barranco en 1995, usted batió un récord negativo: nueve concejales en 2015.
Obtuvimos el peor resultado de la historia en casi todo el territorio nacional, pero el de Madrid (15,28% de los votos) superó al de Valencia (14,07%), Bilbao (11,95%) y Barcelona (9,63%).
¿Hubiese sido distinto sin la irrupción de Ahora Madrid? Usted contra Aguirre.
El hundimiento del PSOE en términos nacionales no es responsabilidad de los candidatos, ni de las ciudades, ni de las regiones. En algunos casos, el peor resultado de la historia se convirtió en un Gobierno con el apoyo de Podemos, como ha sucedido en algunas comunidades autónomas. Casi todos hemos obtenido el peor resultado de la historia porque el PSOE ha obtenido el peor resultado de la historia, y el responsable fue la antigua dirección federal.
¿Qué le depara el futuro al partido? ¿Le parece bien que…?
Mucho mejor. Mi confianza en Javier Fernández [presidente de la Comisión Gestora] y en Mario Jiménez [vocal y portavoz de la misma] es enorme. Dos personas serias que están intentando que tengamos un congreso ordenado en el que participemos todos los militantes.
Eso lo dice porque no se llevaba bien con Sánchez y, además, porque la nueva cúpula podría recuperarlo.
Son dos cosas distintas. Mi oposición se debe a que Sánchez obtuvo el peor resultado de la historia en las municipales y en las dos generales. Todo se hizo muy mal. El responsable de una pésima campaña fue el jefe de la misma: su nombre es César Luena.
En su día, apostó por Tomás Gómez, pero fue destituido por Sánchez debido al sobrecoste del tranvía de Parla cuando era alcalde. Pese a ello, usted lo siguió apoyando en público.
Es un hombre con mucho futuro y con mucha fuerza en Madrid.
¿Todavía?
Sí. Respecto a Sánchez, puedo disentir en las cuestiones personales. No obstante, él me apartó de la portavocía [del grupo socialista en el Ayuntamiento] con el argumento de mi cercanía a Susana Díaz y me ofrecieron ser senador a cambio de que me callara. Eso no es hacer política.
Pero, de alguna forma, al final lo callaron.
Bueno, esperaban que dimitiera y ahora me tienen más vivo que coleando [sic].
Usted quería entrar en el Gobierno municipal, ¿no?
No me lo permitió Sánchez. Según le contó a amigos míos, su argumento fue que, si yo lo hacía bien, iba a tener demasiado poder y controlaría una parte del partido.
De hecho, ya había logrado ser candidato a la Alcaldía.
Fui un candidato sin campaña. Tuve que hacerla yo solo.
Y no dudó en disfrazarse de lo que fuera para competir con Aguirre de igual a igual. Es decir, peleó por la foto con las armas que tenía a su alcance.
Fui a por todas, pero solo. Con un equipo de magníficos asesores y sin el respaldo del PSOE. Y eso que, previamente, la mitad de la militancia me había avalado.
En 2000 se postuló como secretario general del PSM, aunque cedió y terminó apoyando a Rafael Simancas. ¿El Ícaro del socialismo madrileño o prefiere cargar la piedra de Sísifo?
Resistir es vencer. Frente a la falsedad, hay que dar la cara. Y frente a quienes casi han destruido el partido con su gestión, hay que ayudar a reconstruirlo, incluso tendiendo la mano a aquellos que se equivocaron.
Usted nos amenazó con otro Prestige ("Estamos sobrados de votos, y si hace falta hundimos otro barco"). Soliviantó a los gallegos y terminó dimitiendo en 2002 como diputado regional. Aquello sí que fue humor negro y no el de Guillermo Zapata.
Bueno… Unas personas a las que había denunciado por corrupción me grabaron por la espalda. Además, la frase fue malinterpretada, porque yo ironicé sobre lo que había dicho Aznar: los socialistas son capaces de hundir otro Prestige para ganar las elecciones. Me engañaron y dimití, aunque no debería haberlo hecho.
¿Cuáles son para usted los límites del humor? Porque usted pidió la dimisión de Zapata…
Herir a los demás.
¿Cuántas batallas le quedan por librar en Madrid?
Aunque suene a frase hecha, mientras haya alguien que lo esté pasando mal o exista un joven que pueda aportar su capacidad innovadora, siempre habrá batallas por librar. Hay que luchar hasta la muerte. Incluso, contra la muerte.
Por cierto, usted también es motero: ¿avión o moto?
Avión, por favor. Yo sería capaz de dormir en una avioneta. Bueno, ya lo he hecho.
¿Habría Carmona sin televisión?
Si tuvieras que apostar si he hecho el amor en una avioneta o no, ¿cuánto apostarías?
Esto no es el ¿Qué apostamos? [risas] ¿Habría Carmona sin televisión?
Las tertulias me agotan.
Me refiero a la proyección pública que le han dado los programas de debates.
Claro que me han dado mucha proyección mediática, pero también queman mucho. Hacen que te salgas de la realidad, porque hablas de la gente importante y no de la que importa.
Ha vuelto como tertuliano a laSexta Noche. ¿Presionó Sánchez a las televisiones para que no lo invitasen a sus debates?
Es lo que dicen, pero yo no me puedo creer que un compañero haga eso [risas].
¿Qué es lo que más quiere, al margen de Luis Pineda, el presidente de Ausbanc?
[Risas] Yo le hablo así a todo el mundo y, lamentablemente, intentaron sacar de nuestra conversación una frase que no había dicho. Lo que más quiero en esta vida son mis hijas.
Aunque es de Madrid, no deja de ser un afrancesado.
La historia de mi madre es muy bonita: la hija del pastor que, en 1936, cuando sólo tenía tres años, vio como unos señores con camisa azul llamaban a la puerta para llevarse a su hermano mayor por ser socialista. Mi abuelo se puso en medio para impedirlo y… ¡no pasarán! Luego mi tío se ocultó en la montaña y buena parte de mi familia emigró, por motivos laborales, a París. Soy heredero de la Quinta República Francesa y de la Constitución del 4 de octubre 1958. Y, por ello, jacobino.
¿Tendrían que haber rodado cabezas en España?
Aquí asistimos al constante triunfo de los conservadores y de la mediocridad.
¿Nos hubiese ido mejor con Pepe Botella?
Siempre que veo el cuadro de los franceses fusilando a los españoles, me pongo del lado de los nuestros. Sin embargo, muchos de ellos no sabían leer ni escribir, mientras que los franceses traían la Ilustración, aunque a punta de bayoneta. Me declaro heredero, amante y fan de Henri Beyle Stendhal, un soldado que combatió en España y que escribió Rojo y negro. Una obra política que refleja la Francia de las casacas rojas y la Francia negra conservadora. Siempre han vivido esa lucha, hasta que el rey Carlos X es depuesto en la revolución de 1830.
Históricamente, aquí se ha impuesto la opción tradicionalista sobre la liberal.
Casi siempre gana la opción conservadora, o sea, la más casposa. Parafraseando a Castelar, en España han triunfado los sudarios frente a las banderas de la libertad. Ahora bien, el problema no es que se impusieran los tradicionalistas, sino que la derecha española se ha caracterizado por ser profundamente mediocre.
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