madrid
Estábamos en el día D, pero antes de la hora H se armaba una pequeña marimorena a la entrada del Palacio de Congresos de Barcelona, donde unas 6.000 mil personas se manifestaban contra la presencia del rey en la entrega de los Premios de la Fundación Princesa de Girona, que es su hija y también estaba. Hubo insultos, empujones, algo de pintura contra los Mossos, ruido de cacerolas, la tradicional quema de fotos y algún escupitajo de los concentrados que trataban de impedir el paso a los invitados. Dentro no sucedió nada digno de mención, salvo que habló la princesa Leonor en catalán para decir que lleva a Cataluña en el corazón, igual que su padre, que también la lleva, con lo que la carga será menos pesada. Por lo demás, una única alusión regia al conflicto en la calles: "En la realidad de hoy no pueden tener cabida ni la violencia ni la intolerancia ni el menosprecio a los otros".
Este fin de semana JxCat y ERC habían pedido a la Junta Electoral que se aplazara el acto o se amordazara al rey para que no hiciera otro 3-O y diera un mitin antiindependentista por su posible influencia en la campaña. Como era de prever, la Junta Electoral dijo nones.
Lo de la influencia es discutible pero electoralismo ha habido a raudales: de las propias fuerzas independentistas al sumarse a la protesta; de la derecha exigiendo al Gobierno que ponga orden; y de los comunes que, en su nadar entre dos aguas aunque más cerca de la Costa Brava, han planteado una reforma constitucional para que al rey no se le deje salir de Zarzuela en período electoral, no pueda hacer discursos políticos, se desnude financieramente hablando, y se prohíba a los miembros de su familia ser intermediarios de empresas y abrir cuentas en el extranjero. Ya puestos, han reclamado acabar de una vez con el delito de injurias y calumnias a la Corona. "Jaque al Rey", que proclamaba su candidato Jaume Asens.
Esperando la hora H hemos podido escuchar también esas barbaridades de Aznar que tanto echábamos en falta. Al estadista más grande que vieron los tiempos, hoy empleado a sueldo de varias multinacionales, su partido quería mantenerle escondido mientras durara la campaña y no ha podido porque las fuerzas de la naturaleza son incontenibles. Desmelenado, ha aprovechado su asistencia a un curso de liderazgo, que siempre ha sido lo suyo, para marcar el camino a seguir en Cataluña. ¿Cuál? El de Lincoln, que no aceptó la división de Estados Unidos y afrontó una guerra civil y 300.000 muertos. "No estoy diciendo –aunque sí que lo estaba diciendo- que se vayan a dar las mismas circunstancias, pero si queremos salvarlo, lo que no podemos hacer es convivir permanente con un golpe de Estado. Hay que derrotarlos". Así que, ya lo saben, vayan practicando con el Mauser ahora que pueden.
Y por fin llegó la hora H, esto es la del debate, donde la pregunta que se suscitó desde el comienzo es qué tipo de bolso usa Albert Rivera para que le quepan tantas cosas, desde un adoquín a toda suerte de carteles y pergaminos. Observar a nuestros cinco líderes quizás no sirviera para resolver el dilema de los indecisos ni para despejar la duda de si será posible que se forme Gobierno algún día, pero sí para ver en qué caladeros de votos están echando la caña de aquí al 10-N.
Sánchez, como tiene un gran fondo de armario, prescindió del traje izquierdista, que debe tirarle de la sisa, y se enfundó un terno moderado de los que se llevan para poner velas a Dios y al diablo. Glosó sus logros e hizo extraños anuncios como el de recuperar como delito la convocatoria de referéndums ilegales, algo a lo que su partido votó en contra hace unos meses, o el de crear una vicepresidencia económica para Nadia Calviño, como si así nos tuviéramos que sentir todos más tranquilos. Quiso ponerse en el papel de gobernante serio y, sin aclarar con quien pactará para seguir siéndolo y proponer que la lista más votada se llevara el santo y la limosna, pidió el voto útil, que en este caso no iba tanto dirigido a los electores de Iglesias como a los de Rivera, que según afirman las encuestas corren en desbandada. Posiblemente, su mayor mérito fue el de sembrar cizaña en la derecha y dar protagonismo a Vox, que es la cuña que más teme el PP.
Sánchez, como tiene un gran fondo de armario, prescindió del traje izquierdista, que debe tirarle de la sisa, y se enfundó un terno moderado de los que se llevan para poner velas a Dios y al diablo
Lo que pretendió Casado fue un cuerpo a cuerpo con Sánchez dando a entender que la partida se jugaba entre ellos, con algún mandoble a Rivera cuando se equivocaba de "adversario". Usó y abusó del conflicto territorial y trató de poner en aprietos al socialista con si España es una nación o quince. Estuvo ágil pero excesivo, y en esa metáfora suya de que habría que meter 1.000 euros en el sobre de las papeletas del PSOE para pagar su despilfarro se le fue la mano, viniendo del presidente de un partido tan sobrecogedor. En resumen, a Sánchez le dedicó los ataques, a Rivera su compasión y Vox su indiferencia.
Iglesias ganó otro debate que también se celebraba: el de la izquierda. Ahí está su fuerza y en seguir defendiendo contra viento y marea un Gobierno de coalición que Sánchez no quiere ver ni en pintura. Es consciente de que en eso si ha logrado imponer su relato: la responsabilidad de que no haya Gobierno y se repitan las elecciones es fundamentalmente del PSOE por negarse a aceptar la fórmula con la que sí comulga en seis comunidades autónomas. En su insistencia en que Sánchez oculta su disposición a pactar con el PP cree haber encontrado un filón. Para la galería dejó un cara a cara con Abascal a cuenta del españolismo del que salió airoso y un lapsus que dará que hablar.
De Rivera, para qué hablar. Está noqueado. De abjurar de un posible acuerdo con Sánchez, la caída en picado en los sondeos le llevó a ofrecerse como comodín y en eso sigue. Es difícil tomar en serio a alguien que denuncia la corrupción del partido con el que siempre se alía para gobernar, ya sea en Andalucía o en Madrid. Que uno de los gadgets que exhibiera fuera el sueldo que Abascal había obtenido de ese chiringuito en el que colocó Esperanza Aguirre y que ahora quiere cerrar junto a las autonomías en su conjunto dice mucho de su nivel de desesperación y de por dónde cree que se les escapan a chorros los votos.
Y ojito con Abascal y sus disparates, porque sin alzar la voz gana bastante y hasta nos coló aquello de la Falange de que sólo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria. Para dejar de dar miedo, le bastaba con no comerse un niño en directo y eso parece que sí lo consiguió. Sin apenas réplicas, logró colocar todos sus mensajes. Una cosa es evitar blanquear a Vox y otro muy distinta no parar los pies al líder de la ultraderecha cuando aboga por suprimir las autonomías, cuando acusa a los inmigrantes de violar a nuestras mujeres o de causar la ruina del país o cuando pide prohibir partidos políticos, trapo al que finalmente entró Sánchez. Esta gente tiene demasiado peligro como para que el resto se encoja de hombros.
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