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Un combate de boxeo de Mickey Rourke y conciertos de Michael Jackson y U2: el subidón en 1992 del alcalde del PP de Oviedo

Hace treinta años, Gabino de Lorenzo contrató a la superestrella de Hollywood para que se paseara sobre un 'ring' en la capital asturiana, en un combate emitido por Telecinco y presentado, entre otros, por Loreto Valverde. Según publicó 'LNE', el consistorio aportó 18 de los 20 millones que costaba el cache de Rourke.

Un instante del combate entre Mickey Rourke y Terry Jesmer en el año 1992 en Oviedo
Un instante del combate entre Mickey Rourke y Terry Jesmer en el año 1992 en Oviedo. Telecinco

Oviedo, 12 de diciembre de 1992, sábado por la noche. Los espectadores del Palacio de los Deportes de Ventanielles aguardan un combate tan peculiar como mediático. Sobre el ring calienta ya Terry Jesmer, un desconocido canadiense en el ocaso de una carrera no demasiado lustrosa —17 victorias y 30 derrotas—. Jesmer propina puñetazos al aire, va ataviado con lo que parece una camiseta ancha de color amarillo, aunque una mirada más atenta revela la inscripción Hotel España. Esa vestimenta anticipa la solemnidad de esta pelea: ha agujerado una toalla del hotel donde se hospeda.

El público ruge cuando aparece en escena su rival, el verdadero protagonista: guantes rojos, calzón amarillo y azul, brillante y espectacular, marca Versace. Entre vítores, sube al cuadrilátero el hombre que todos quieren ver pelear, aunque en realidad no es un boxeador profesional, sino un actor. Y no uno cualquiera: es una superestrella de Hollywood.

Mickey Rourke saltó a la fama, ya rebasada la treintena, por su papel de Chico de la moto en La ley de la calle, película dirigida en 1983 por Francis Ford Coppola. En esa década encadenó varias actuaciones meritorias, granjeándose al mismo tiempo el cariño del público y el respeto de los mejores cineastas. Sin duda, el mayor hito en su carrera fue Nueve semanas y media, que en 1986 subió la temperatura de los cines de medio mundo gracias al tórrido romance que protagonizó con Kim Bassinger, y que lo catapultó al estatus de sex symbol. Adrian Lyne, el director de aquella película, dijo que si Rourke hubiese muerto en 1987, después de estrenar El corazón del ángel, ahora sería un fenómeno más grande que James Dean.

Pero no, Mickey Rourke no murió. Atrás quedaron los ochenta, las salas llenas y su nombre en los repartos junto a Robert De Niro, Jeff Bridges o Faye Dunaway. A principios de los noventa, a punto de cumplir cuarenta años, donde empezó a aparecer su nombre fue en veladas boxísticas. Para muchos, verlo sobre el ring representaba la imagen perfecta de su decadencia, aunque para él aquello suponía una vuelta a los orígenes.

Su padrastro, un policía de Miami Beach, aplicó la mano dura metafórica y real, y maltrató tanto a su madre como al joven Mickey, que encontró refugio en el gimnasio. Allí aprendió defensa personal y se enfundó los guantes. Puso tanto empeño que a los 12 años ya ganó su primer combate. Siguió peleando casi una década, hasta que un médico le recomendó tomarse un año de descanso tras una conmoción cerebral. Fue entonces cuando comenzó a actuar, y después de concatenar pequeños papeles logró labrarse un nombre en la industria.

Pero el boxeo siempre estuvo ahí. Por eso, cuando se perdió el respeto como actor —según sus propias palabras—, buscó de nuevo cobijo sobre el ring. Esa segunda etapa arrancó en 1991 en Florida, donde se celebraría también la tercera pelea. Entre medias, una velada en Tokio. El cuarto combate fue en 1992 en un lugar que, a buen seguro, hasta pocos días antes de llegar no sabría ni situar en el mapa —y quién sabe si tampoco después—.

Rourke pasó un fin de semana en Oviedo. El viernes acudió al Teatro Filarmónica para la multitudinaria proyección de Homeboy, la única película escrita por él mismo, donde encarnó a un púgil autodestructivo llamado Johnny Walker —sí, casi como la marca de whisky—. Al finalizar la película, el público le brindó una ovación. Fue un día movido. También posó para una foto que terminó en la portada de La Nueva España (LNE): a un lado, Rourke, con chaqueta de cuero, sonrisa amplia y puños en alto, y enfrente, en idéntica actitud pugilística, el culpable de su presencia en esa ciudad: el alcalde.

Los combates en instalaciones municipales ovetenses llevaban prohibidos ocho años, desde que accediera al cargo el antiguo regidor, Antonio Masip Hidalgo, del PSOE. Pero la restricción quedó revocada con efecto inmediato en cuanto tomó las riendas Gabino de Lorenzo —Gabino a secas, como sería siempre conocido—, una decisión que no debió sorprender a nadie porque, antes de lograr la alcaldía con el Partido Popular, había sido presidente de la Federación Asturiana de Boxeo.

Arranca la pelea entre Rourke y Jesmer. El público no solo lo integran concejales del PP, funcionarios, empresarios y parte del famoseo local; también hay verdaderos aficionados al boxeo —hoy mismo, más tarde, se celebrarán combates profesionales—, así que tardan muy poco en percatarse de la pantomima. Los pitos arrecian. Hay gritos, muchos gritos que claman tongo. Los que antes vitoreaban al actor, ahora la toman con él. La estrella de Hollywood, en actitud desafiante, no se corta y dedica al respetable múltiples cortes de manga, además de llevarse los guantes a sus genitales.

Aquellos gestos no pudieron disfrutarlos únicamente los presentes en Ventanielles; también quienes seguían desde sus casas la retransmisión de Telecinco, que a su vez distribuyó la señal por dieciséis países. El evento conmemoraba el tercer aniversario del programa Pressing Boxeo, y la gala la presentaron Jaime Ugarte y el desaparecido Xabier Azpitarte con la ayuda de Loreto Valverde. La velada arrancó con un inclasificable número pugilístico-musical a cargo de la bailarina Heather Parisi, que se contoneaba sobre el ring al ritmo de You Can Leave Your Hat On, canción popularizada en la voz de Joe Cocker y que formó parte, precisamente, de la banda sonora de Nueve semanas y media. Más tarde, también actuaron —en riguroso playback— las cantantes Samantha Fox y Grace Jones.

La pregunta es obvia: ¿quién pagaba la fiesta? Según publicó LNE, el caché de Rourke ascendía a 20 millones de pesetas. Por decisión del alcalde, y a pesar de la oposición de otros grupos municipales, el consistorio de Oviedo aportó 18 de esos millones, mientras que la tele y los patrocinadores cubrieron el resto.

Gabino no desaprovechó la presencia de las cámaras. En su entrevista en directo se mostró agradecido "a Telecinco por haber tenido la deferencia de escoger esta ciudad". Cuestionado por las críticas de otras formaciones políticas, respondió: "Ellos tienen la libertad de expresarse, esto es lo grande de la democracia, pero al final los que el pueblo ha elegido libremente para que gobiernen una ciudad son los que tienen que tomar las decisiones, y a mí me han elegido para eso". Finalmente, después de lamentarse por el período en el que Oviedo no acogía combates, el alcalde volvió a justificarse: "A mí que no me echen en cara el dinero que cuesta porque esto es una inversión que luego repercute favorablemente en la ciudad".

Por entonces, Gabino estaba a punto de cumplir cincuenta años y llevaba apenas dieciocho meses en el cargo. Arrancó fuerte, con actos fastuosos e inimaginables, ya que pocas semanas antes llevó a Oviedo nada menos que a Michael Jackson. Sí, el rey del pop actuó en el estadio Carlos Tartiere. En el mismo escenario, al año siguiente, cantaron también los irlandeses de U2, ya convertidos en uno de los grupos más famosos del mundo.

Gabino mezcló esa espectacularidad con la rehabilitación de buena parte de la ciudad, todo ello sin descuidar la campechanía que tanto se valoraba en la política española. El resultado, después de aquel primer mandato, fueron cuatro mayorías absolutas consecutivas. En 2012, durante su última legislatura —ya gobernando en minoría, posiblemente como consecuencia de la irrupción de Foro Asturias, el partido de Álvarez Cascos—, fue nombrado delegado del Gobierno y abandonó la alcaldía.

Hoy, con la perspectiva que dan las tres décadas transcurridas, quizás pueda establecerse aquel simulacro de combate como el colofón simbólico de un año clave en la historia de España: 1992, el año del subidón, de la Expo y los Juegos Olímpicos, pero también de los primeros escándalos de Felipe González y del rey Juan Carlos. En aquel mes de diciembre, una ciudad al norte del país se sumaba a la fiesta y reclamaba su sitio.

Rourke peleó cuatro veces más hasta 1994 —acabó imbatido: seis victorias y dos empates—. De su paso por Oviedo, más que su pericia como púgil, lo que mejor se recuerda son sus correrías por las discotecas de la mano de Poli Díaz, que también andaba por allí. A esa singular pareja no les faltó nada de lo que quisieron, y quisieron bastante.

Casi dos décadas después, un Mickey Rourke de rostro irreconocible alcanzó la redención actoral gracias a The Wrestler, la película de Darren Aronofsky. Con su interpretación de un luchador venido a menos consiguió el aplauso de la crítica, un Globo de Oro, un Bafta y una nominación al Oscar.

Rourke danza por el ring entre silbidos. En un arreón final, castiga con varios golpes el rostro de Jesmer, que arroja la toalla antes de que termine el cuarto y último asalto. El actor baja del cuadrilátero, pero el abucheo generalizado no se detiene. Al ver la reacción del público, le pregunta a su entrenador: "Pero, ¿qué esperaba esta gente, que me pegase en serio?".

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