BILBAO
Un golpe seco, directo a la boca y parado –por decirlo de alguna manera– con los dientes. Corría el verano de 1962 y el dictador Francisco Franco disfrutaba del verano en San Sebastián a bordo del yate Azor. De repente, tropezó. En cuestión de milésimas de segundo, su cara fue velozmente hacia una barandilla. O mejor dicho, la barandilla impactó directamente en su maltrecha dentadura, considerada por quienes le atendían como su punto débil. Durante los años posteriores perdería varios dientes, al punto de quedarse única y exclusivamente con un colmillo original.
Según un pormenorizado informe elaborado por el teniente coronel retirado Francisco Bendala y divulgado por la Fundación Nacional Francisco Franco, el dictador tuvo innumerables problemas con su dentadura que le acompañaron desde la juventud y se intensificaron en la última etapa de su vida.
De hecho, la maldición dental parecía inherente a su uniforme. "Franco había sufrido en sus tiempos de África la extracción de varias muelas; y ello por procedimientos de los de entonces, ojo al dato. Consta que durante la II República sus problemas bucales no hicieron sino consolidarse. También que durante la guerra fueron los bucales los únicos males que padeció, a los que tuvo que enfrentarse el doctor García de la Cruz, odontólogo de Salamanca", escribe Bendala.
En octubre de 1942, un dentista de origen judío, Jacobo Sherman, "apreció la mala situación de la boca del Caudillo –le faltaban algunas piezas, le sobraban otras y tenía algunas infecciones graves–, iniciando su tratamiento que se prolongaría hasta 1950, consiguiendo una notable mejora".
La suerte, dentalmente hablando, no estaba de su lado. "En 1954 volvieron a intensificarse los problemas bucales, teniendo el doctor Sherman que extraerle varias piezas sustituyéndolas por otras de oro". A tal punto llegó la cosa que en 1956, el doctor Juan José Iveas, médico de El Pardo, se especializó en Estomatología para ayudar así a Sherman a "atender al Caudillo". No valió de mucho: "en 1959, año en el que Franco sufrió una leve gripe, Sherman tuvo que actuar de nuevo sobre varias piezas dentales", señala el militar.
La situación empeoraba con los años. En 1962, con setenta años cumplidos, "le faltaban catorce piezas y varias de las sustituidas por Sherman requerían nuevas actuaciones". Diez años después le quedaban, según el recuento de Bendala, "siete piezas dentales originales". En abril del año siguiente perdió otras tantas.
Tabique desviado
En el libro “Cuarenta años junto a Franco”, Vicente Gil –médico de cabecera de Franco entre 1939 y 1974– daba alguna otra pista sobre esos problemas bucales. El especialista asegura que su paciente “estuvo por primera vez al borde de la muerte” a principios de la década del setenta, cuando sufrió una infección por hongos en su boca. En ese libro publicado en 1981, Gil incluye extractos de una entrevista que había ofrecido Ivea a “Sábado Gráfico”, en la que relataba que aquella infección podía resultar “de suma gravedad en la senectud, máxime en pacientes de respiración bucal”.
Tras destacar que “el Caudillo adolecía de una desviación de tabique, razón por la que tenía ese particular modo de hablar”, el médico aseguraba que Franco “soportó con resignación” el tratamiento, “con lágrimas como puños, pero sin un solo quejido”.
El 19 de julio de 1974, luego de mantener una entrevista con el entonces príncipe Juan Carlos, sufrió “una grave recaída en sus dolencias bucales que obligaron al doctor Iveas a extraerle, el día 23, dos de las tres únicas piezas dentales originales que le quedaban en una operación delicadísima y de alto riesgo debido al ya de por sí delicado estado de salud del paciente”, apunta Bendala.
Ya entonces con un único diente original y “haciendo alarde de su acendrado sentido de la responsabilidad”, no dudó en asistir aquel día a “la corrida de toros de la Beneficencia a fin de evitar excesivos rumores sobre su salud”. “A partir de aquí, los problemas bucales fueron los menores, pues cedieron protagonismo a los que en unos meses le llevarían a la sepultura”, señala el autor.
El único diente original que Franco se llevó a su tumba fue un colmillo
El estomatólogo Julio González Iglesias profundizó sobre este asunto en “Los dientes de Franco: patobiografía del general Francisco Franco a través de las revelaciones de sus dentistas” (Editorial Fénix), un libro que vio la luz en 1996. Este profesor de Odontología constató que el único diente original que Franco se llevó a su tumba fue un colmillo, concretamente el canino superior izquierdo. El resto eran postizos.
Orinó rojo
Más allá de los problemas dentales, el artículo de Bendala incluye algunos otros datos llamativos sobre la no tan "legendaria salud" del dictador. Cuenta, por ejemplo, que el 1 de abril de 1939, considerado el "Día de la Victoria" por el régimen, el dictador “estaba aquejado por una aguda amigdalitis” y su termómetro llegó a marcar los cuarenta grados.
Asimismo, relata que en junio de 1950 “sufrió una grave afección de porfinuria”, definida en este mismo artículo como una “excreción urinaria de porfobilinógeno característica de porfiria aguda, que da origen a una orina de color rojizo” debido a una “afección originada por mal funcionamiento del hígado”. Entonces le atendió el doctor Carlos Giménez Díaz, “ya muy famoso por entonces, quien consiguió hacer remitir la enfermedad”.
"No sabía toser"
Por su parte, Gil asegura en su libro de 1981 que la salud del dictador, más allá de esos episodios, “no podía ser mejor”. “No sabía hacer gárgaras, ni toser, lo cual descubrí con el paso de los años al tener que tratarle algún catarro. Para él resultaba peor la eliminación de una pequeña flema que cualquier leve enfermedad".
"Su buena salud la mantuvo a pesar de que un periodo muy importante de su vida lo había pasado en condiciones poco higiénicas, tanto corporales como alimenticias”, rememoraba el médico, quien destacaba además que “fue un hombre que jamás fumó ni bebió”. Con sus dientes, en cambio, no hubo tanta suerte.
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