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Ángel Viñas (Madrid, 1941) mira hacia atrás en La forja de un historiador (Crítica), las memorias de un economista que terminó escribiendo y haciendo historia gracias a una circunstancia accidental: trabajar, en un momento determinado de su vida, en la embajada española en Bonn.
En su nuevo libro, investiga sobre su propia persona y, para ello, explica el método de trabajo que lo ha llevado a profundizar sobre el oro de Moscú, los pactos de la dictadura con Estados Unidos o la fortuna acumulada por Franco tras la guerra civil, por citar tres asuntos que analiza en esta entrevista.
Los frutos de esas pesquisas fueron Oro, guerra, diplomacia. La República española en tiempos de Stalin, En las garras del águila y La otra cara del Caudillo. Mitos y realidades en la biografía de Franco, todos publicados por Crítica, que ahora brinda al catedrático emérito de la Universidad Complutense la oportunidad de contarse a sí mismo.
Usted era un economista que se metió a historiador gracias a otro economista, Enrique Fuentes Quintana.
Yo trabajaba en el Fondo Monetario Internacional en Washington, pero no me gustaba y asumí una plaza de consejero comercial en la embajada en Bonn, donde era el último mono. Fuentes Quintana, presidente del Instituto de Estudios Fiscales, me encargó un estudio sobre las relaciones económicas hispano-alemanas y, cuando se lo entregué, le encantó.
Sin embargo, yo le dije que era una chorrada. Entonces le propuse investigar por qué Hitler había entrado en la guerra civil a favor de Franco. Ahí empezó todo. Luego, me dijo: "Tengo otro encargo para usted: el oro de Moscú".
¡Con un gran mito del franquismo hemos topado!
Al principio no tenía ni idea, pero en los archivos del Banco de España descubro que no solo es el oro de Moscú, sino también el oro de París, del que nadie había dicho ni una palabra. Luego, accedo al dosier Negrín y hago un estudio técnico contable del oro de Moscú.
Sostiene que no fue una decisión suya, sino del Consejo de Ministros de la República, que dio su autorización al presidente Francisco Largo Caballero y al ministro de Hacienda, Juan Negrín. ¿Cómo desmontó el mito?
El oro de Moscú es un mito que la dictadura había mantenido desde la guerra civil, aunque se viene abajo estudiando los papeles que Negrín legó a su muerte, en 1956, al Gobierno de Franco. El régimen lanzó las campanas al vuelo y se refirió exclusivamente al acta de depósito del oro en Moscú.
Sin embargo, silenció todos los demás documentos y montó un pollo para su consumo interno, porque la amenaza de recurrir ante el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya fue una mentira podrida [entre otras razones, como ha recordado en ocasiones Ángel Viñas, porque en 1939 "el ministro de Asuntos Exteriores dirigió una carta al Secretariado de la Sociedad de Naciones para denunciar la adhesión de España al Acta general para el arreglo pacífico de las controversias internacionales"].
¿Pero qué había de verdad y mentira?
Todo era mentira. La única verdad es que la República depositó aproximadamente el 75% de las reservas de oro del Banco de España en Moscú y que, al cabo de un recuento que se hizo con mucha celeridad, se estableció el acta de recepción.
Inmediatamente, el Gobierno republicano empezó a girar órdenes de pago contra el valor del oro, hasta que se agotó el depósito. Aunque se compraron armas, se ha silenciado que la mayor parte del depósito se dedicó a obtener divisas para financiar las importaciones necesarias para el sustento de la población.
Otro mito franquista: "La guerra era inevitable". Y una realidad: pudo durar menos.
El franquismo ha sostenido que la guerra era inevitable para prevenir la sovietización de España. Es el mayor mito de toda la historia de España. La guerra no fue inevitable, sino que se quiso. ¿Y quién la quiso? Una combinación de monárquicos —alfonsinos y carlistas— y un sector del Ejército debidamente intoxicado, con la ayuda de Mussolini, no de Hitler.
Le comentaba que usted ha planteado varias circunstancias que alargaron la guerra, desde la falta de visión estratégica y la impericia de Franco para dirigir grandes unidades —por ejemplo, cómo influyó la liberación del Alcázar de Toledo en la toma de Madrid— hasta el rechazo a la propuesta del teniente coronel Juan Yagüe de avanzar desde Lleida hasta Barcelona. Al final, prefirió las naranjas valencianas.
Entre las opciones de Franco, una era ir contra Barcelona, como quería Yagüe, quien había percibido que el Gobierno de la República estaba cayéndose y su mando militar, en el caos. Era el comienzo del colapso. Sin embargo, Franco dilata la decisión sobre el avance de sus tropas y al final se inclina por Valencia, que no lograron tomar [hasta meses después].
Con su decisión de alargar la guerra, Franco pretendía afianzar su liderazgo, pero ¿no tuvo también la intención de castigar al bando republicano, tanto al Ejército como a la población sometida?
Franco nunca tuvo interés en hacer una guerra rápida para que, al terminarla, los monárquicos le disputaran el poder. Una vez que alcanzó la máxima cumbre en 1936, no quiso apearse de ella. [El castigo al bando republicano] era la consecuencia lógica. Para él todos los republicanos son comunistas, anarquistas, socialistas, malhechores y malos españoles, por lo que hay que castigarlos debidamente.
¿Y así se desarmó, literal y metafóricamente, a la izquierda española?
La izquierda española se ve privada de sus cuadros dirigentes intermedios porque no pueden huir tras el golpe del coronel republicano Segismundo Casado, que precipita un final desastroso para la República. Todos los planes de Negrín para evacuar a esos cuadros se vienen abajo, porque Casado ni los conoce, ni sabe cómo hacerlo. Es la última traición a la República.
Si el fantasma del comunismo que agitaba Franco no era tal, ¿cuáles eran las verdaderas amenazas?
Es muy simple: los monárquicos querían restablecer la monarquía, debidamente fascistizada, porque tenían el apoyo de la Italia de Mussolini. En realidad, el fascismo español se forja en la guerra. Antes del 17 de julio de 1936, Falange eran cuatro gatos, aunque habían crecido en la primavera.
Reino Unido no intervino en la guerra y hasta sobornó a generales franquistas para que España fuese neutral durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Abandono o traición?
El Reino Unido tenía intereses políticos, geoestratégicos y económicos en España. Hablar de traiciones de Estado es muy complicado, porque Londres defendió sus intereses tal y como el Gobierno de la época, que era muy conservador, los entendía. Ahora bien, eso provocó que Reino Unido fuese el genio malo de la República. Porque la dejó abandonada a su suerte y consiguió, a duras penas, que Francia lo siguiera.
¿Considera a Franco un cambiachaquetas: de Berlín y Roma a Washington?
¡Pues claro que era un cambiachaquetas! El único interés de Franco es mantenerse en el poder. Cambia de chaqueta y se queda tan pancho, aunque no lo hace de manera inmediata. Porque, en primer lugar, Franco no es un imbécil. Y en segundo lugar, está asesorado por personas que tampoco lo son. Serán de ultraderecha, pero no idiotas.
¿Qué tendría que haber pasado para que los republicanos ganaran la guerra?
Los republicanos no podían ganar la guerra porque todos los astros del cielo se habían conjurado en contra de ellos en septiembre de 1936. Y eso lo vio Azaña…
¿Entiende la conspiración contra la República como una involución eterna de una España que históricamente rechazaba el progreso?
Hay un sector de la sociedad española que ha rechazado el progreso desde principios del siglo XIX. Sin embargo, España no es una excepción en Europa, porque la ultraderecha y las amenazas de involución se dan en Francia, en Italia, en algunos países del Este y ahora quizás también lo estamos viendo en Portugal.
¿Cómo analiza el repunte ultraderechista en España, concretamente entre los más jóvenes?
La juventud es materialmente influenciable. Los métodos son diversos, pero en todas las épocas los jóvenes han sido influidos por factores que dejan un poco incólumes a los mayores. En este caso, internet, la tecnologización de las comunicaciones y la proliferación de los bulos son un factor determinante, además de la rebeldía propia de los jóvenes, que puede ser canalizada de diversas formas.
Pasó en los años treinta, no solo en España, sino también en Italia, Francia o Alemania. Es normal, sobre todo cuando el sistema no responde rápida y eficazmente a las expectativas de esa masa juvenil. Y aquí, en un país con una tasa de paro brutal y donde la vida se ha encarecido tanto, hay mucha gente que es influenciable en un sentido o en otro, también en el sentido de la rebeldía.
No sé si catalogarlo como un mito, pero en el bachillerato no estudiamos la guerra civil ni el franquismo, porque nunca llegábamos al final del libro de Historia.
¡Claro! Y a tenor del PP no lo estudiarían jamás o lo enseñarían de una manera sesgada. ¿Por qué cree usted que hay una oposición tan brutal a la Ley de Memoria Histórica y ahora a la Ley de Memoria Democrática? Explicar la historia no es adoctrinar. Si yo me dedico a estudiar el pasado, francamente no tengo tiempo para mediar en las querellas del presente.
Las fosas, ¿algo inédito a nivel mundial?
Por supuesto. La dictadura tuvo cuarenta años para festejar a sus muertos, sobre todo los de Paracuellos. ¿Cuándo se ha empezado a recuperar la memoria de las víctimas de la represión franquista? Porque las víctimas de la represión republicana, que la hubo, han sido honradas y el Gobierno franquista concedió a sus descendientes las compensaciones naturales.
"Rouba, mas faz", dicen en Brasil respecto a los políticos. ¿Franco robó, pero hizo cosas?
Franco no hizo mucho hasta 1959, gracias a una apertura limitada de la economía que le permitió montarse en el ciclo expansivo de las economías europeas y norteamericanas. Franco, como comento en La forja de un historiador, tenía unas ideas económicas de coña. Javier Tusell la describió como "economía cuartelera". Es decir, no sabía más que de la economía del cuartel.
Eso se reflejó en la legislación autarquizante, que mantuvo contra viento y marea prácticamente hasta 1957, cuando llegaron nuevas generaciones al poder, sobre todo del Opus Dei, que vieron que ese no era el camino correcto.
Pero lo que precipitó una decisión que ya venía cuajándose en ciertos sectores de la Administración, al menos desde 1951, fue que España se quedaba en una situación de impago total. No había divisas para hacer frente a las importaciones previsibles durante los próximos cuatro años.
Ante esa situación de impasse, a Franco se le arrancó como una muela sangrante el sí a la apertura, lo que permitió a España engancharse con el ciclo expansivo de la Europa occidental. Luego vinieron las remesas de los emigrantes, las inversiones de capital, el turismo...
Y, volviendo al dicho brasileño, ¿Franco robó?
Hombre, Franco robó lo suyo, pero sobre todo permitió que la élite del régimen robase todo lo que pudo. En 1940, Franco tenía una fortuna equivalente a unos 388 millones de euros. No está mal…
[Ángel Viñas alude en La forja de un historiador a los orígenes de la fortuna de Franco, entre ellos la venta de seiscientas toneladas de café donadas por el dictador Getúlio Vargas al pueblo español. La procedencia del dinero y sus inversiones —en una "propiedad rústica en los alrededores de Madrid", por ejemplo— ya figuraban en el último capítulo de su libro La otra cara del Caudillo. Mitos y realidades en la biografía de Franco (Crítica), titulado Franco se hace millonario en la guerra y en la posguerra de la represión.
En La forja de un historiador, redondea al alza la cifra que ofrece en esta entrevista y en La otra cara del Caudillo, unos 34 millones de pesetas de la época. "Naturalmente, el comportamiento financiero de Franco en aquella época fundacional —que alcanzó una fortuna en 1940 equivalente a unos cuatrocientos millones de euros, utilizando los coeficientes de conversión popularizados por el profesor y banquero José Ángel Sánchez Asiaín— era comparable, aunque a escala mucho más modesta, al de su secreto modelo: un tal Adolf Hitler", escribe Ángel Viñas]
Después de tantos libros, se ha propuesto hacer memoria.
Quería describir cómo trabajo y cómo he aplicado ese método, que he ido refinando a lo largo del tiempo, desde mi primer libro: La Alemania nazi y el 18 de julio.
¿Qué requisitos son necesarios para ser un buen historiador?
En mi caso, la curiosidad. Nunca he publicado un libro de historia general. Podía haber escrito uno sobre la dictadura franquista, por ejemplo, aunque me he negado porque soy muy curioso y me gusta descubrir vetas que nadie ha descubierto o no ha terminado de descubrir.
[Ángel Viñas cita durante la charla al historiador británico Martin Conway: "A él le aconsejó Richard Cobb, su director de tesis pero que no sabía nada del asunto que en ella se trataba, le dijo que se pegara a los documentos de archivo y que les siguiera adónde le llevaran. Luego, que escribiera. Me alegro mucho de, sin conocer tal experiencia, haberla aplicado al pie de la letra diez o doce años antes", escribe en La forja de un historiador].
Eso es lo que hice yo en 1971: "¡A los documentos!". La curiosidad es fundamental para el historiador, aunque también los conocimientos técnicos. Entonces, yo no los tenía en materia de historia, sino que los he ido adquiriendo después, en mi trabajo sobre el pasado. Naturalmente, ya tengo una cierta filosofía de la historia, pero eso ha salido de una manera empírica, escribiendo historia. El historiador no nace, se hace.
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