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MADRID. - Los reflejos maoístas parecen haber ganado intensidad en la China de Xi Jinping. Sin embargo, lejos de responder a una adscripción ideológica sin matices a dicho ideario, son otras las claves que inspiran esta adhesión. A tal efecto habría que tener en cuenta, en primer lugar, la reconocida utilidad del maoísmo como instrumento para reivindicar la frugalidad del Partido en tiempos en que la lucha contra la corrupción capitaliza la agenda.
Por otra parte, en la esfera política e ideológica, el maoísmo confiere recursos para revitalizar las células del Partido y asegurar el cierre de filas propio y de todo cuanto se mueva en torno a él, desde el ejército a las organizaciones sociales. La recuperación de piezas de los años cuarenta relativas a los métodos de trabajo, por ejemplo, contribuye a destacar la uniformidad del pensamiento y la lealtad al liderazgo superior. Xi, que ha introducido en sus discursos numerosas referencias a Mao, busca en él un reforzamiento de la idoneidad de unas políticas que así encuentran menos resistencias.
En segundo lugar, cabe hacer mención a la necesidad de efectuar guiños constantes a un neomaoísmo que socialmente vive momentos de claro repunte al tiempo que se acentúa la represión y el control de las voces disidentes de izquierda. No falta quien vaticine que un neomaoísta podría ganar unas elecciones abiertas en la China de hoy. Mao sigue siendo para muchos el símbolo de una sociedad más justa e igualitaria.
El movimiento de los neomaoístas se nutre de la imagen promovida por el propio PCCh como fuente de su legitimidad pero también de una realidad socioeconómica que pese a los avances registrados en numerosos órdenes adolece de una profunda desigualdad. La corrección en el modelo introducida en tiempos de Hu Jintao, quien reivindicó la “armonía social” a la vista de la rampante injusticia derivada de décadas de desarrollo en las que primó la eficacia, cotiza a la baja en el mandato de Xi por más que Li Keqiang abandere nuevas cruzadas a favor de la erradicación de la pobreza.
Por otra parte, Xi, encumbrado como secretario general del PCCh, presidente de China, de la Comisión Militar Central, Comandante en Jefe, presidente de los grupos dirigentes principales de la reforma y ahora también núcleo de la dirección del Partido, no es ni mucho menos ajeno a un resurgir del culto a la personalidad que inevitablemente recuerda a Mao. Por más que el PCCh asegure ahora que combatirá toda propaganda adulatoria y que cualquier exaltación debe basarse en hechos probados, como se destacó en la sesión plenaria de octubre último, la acumulación de cargos y el envite permanente a destacar la excelencia del liderazgo evocan otra época y sugiere un alejamiento de la institucionalidad en aras de enaltecer la figura de un líder fuerte convertido en algo más que el primero entre iguales.
En febrero de 2015 se reunieron secretamente en la provincia de Hunan un numeroso grupo de comunistas chinos de adscripción maoísta que apelaron a una nueva revolución para acabar con la “restauración del capitalismo” en el país. Sin duda, el paso dado por estos colectivos advierte de una fuente de inestabilidad para el régimen mucho mayor que la disidencia centrada en la reivindicación de los derechos humanos y las libertades públicas o cualquier “revolución de color”. En caso de crisis provocada por el colapso de las reformas, este flanco de izquierda si puede tener una oportunidad de ganar posiciones influyentes en el seno del Partido. Los llamamientos de Xi a Mao, incluyendo la invocación de la “línea de masas”, como maniobras de distracción a duras penas lograrían aplacar y neutralizar este movimiento.
El PCCh dejó claro en 1981 su valoración de Mao, equiparándolo con la que él mismo hizo de su Revolución Cultural: 70 por ciento de acierto, 30 por ciento de error. Pero el Partido siempre defendió que sus aportaciones fueron muy superiores a sus errores y que en ningún caso procede una condena similar a la efectuada por el PCUS respecto a Stalin. En el marco del 80 aniversario de la Larga Marcha, Xi se hizo eco de dicha premisa, reiterando no solo la condición militante del PCCh frente a los complicados desafíos de hoy sino el hilo de continuidad entre el maoísmo y el denguismo. Nada se contrapone a nada y en ese contexto el recurso a Mao, aun sin participar al completo de su ideario y sin pasar por alto su condición de víctima personal del maoísmo, sirve a Xi para reclamar a todos, neomaoístas incluidos, unidad y lealtad total al Partido para culminar el “sueño chino”.
Culturalmente, la habilidad oriental para gestionar sin quiebras lo uno y su contrario es bien conocida. Reclamar mayores dosis de maoísmo en lo ideológico y más mercado o economía privada en la economía no supone en estos lares una contradicción irresoluble. Para Xi, la obsesión por acaparar la autoridad en detrimento del liderazgo colectivo puede añadir sobrecostes a la estabilidad y derivar en una institucionalidad diferente que aleje a China del Estado de derecho que dice perseguir. Sea como fuere, la mejor manera de contrarrestar una hipotética regresión ideológica consiste en avanzar en la democratización y en el impulso social, respuestas indispensables para afrontar las complejidades de la China actual.
* Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China. Acaba de publicar China Moderna (Tibidabo ediciones).
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