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Concha y las mujeres que sufrieron toda una vida de maltrato: "Ahora con 70 soy feliz y lo seré los años que me queden"

Cuando recibió su primera bofetada, su padre le dijo que era una "tontería". Como Concha, toda una generación de mujeres mayores han sufrido el maltrato en la sombra. Una violencia prolongada, invisibilizada y normalizada por la sociedad.

Dos mujeres mayores caminando, en Madrid. E.P./Gabriel Luengas
Dos mujeres mayores caminando en Madrid. Gabriel Luengas / EUROPA PRESS

Más de 40 años sufriendo el maltrato continuado del que debía ser el compañero de vida. Una vida marcada por una educación en la que a ellas se les decía que todo mejoraría si callaban. Violencias relegadas al ámbito de lo privado y que poco se han contado. Un silencio de portazo y marcas, visibles e invisibles, que carga toda una generación de mujeres víctimas de violencia machista mayores de 60 años. 

Concha inhala y exhala antes de contar. Esta es exactamente su historia, 38 años de todo tipos de violencias que ejercía su marido contra ella: lesiones, maltrato psicológico, violencia vicaria, control y aislamiento, relata.

Concha interponía denuncias, pero siempre cedía a las súplicas de él y las acababa retirando: "Te decía que lo sentía mucho, te compraba flores, lo típico...". Pero en 2015 dijo basta. Su "se acabó" pasó por mantener aquellas denuncias. Tenía 64 años.

El periplo judicial duró algún tiempo más, primero la separación civil en la que le dieron el usufructo compartido de la vivienda familiar: "No pude entrar en la casa hasta 2016, estuve en ella unos meses pero cuando eso acabara no tenía donde ir. Me tuvieron que acoger mis hijos", recuerda.

La dependencia económica, la falta de alternativa habitacional, el aislamiento social, la educación patriarcal y el miedo son los cimientos por lo que las mujeres mayores no denuncian y acaban normalizando la violencia. 

Ella tenía el apoyo incondicional de su hija e hijo, que vivieron y sufrieron aquella violencia durante todos los años de vida de su padre. "Mi hija acabó plantándole cara a su padre, lo denunció. Lo hemos pasado todos, pero el chico no lo aguantó", relata Concha. Su hijo, el pequeño, murió de un infarto después de una vida de golpes y amenazas de su padre.

"Aguanté por ellos [por los hijos de ambos], pero al final él los maltrató también", relata Concha con 70 años

Sin embargo, muchas mujeres de su edad se ven sin alternativa habitacional o sin sustento económico y alargan la separación. Pesa también el miedo, las trabas burocráticas y el hecho de poder generarles problemas a los hijos. En el caso de Concha, fue por esto último: "Aguanté por ellos, pero al final él los maltrató también. La gente me decía: Pero cómo vas a dejar a tu hijo sin padre", explica.

Después de la separación llegaron los juicios por lo penal. A él le pusieron varias órdenes de alejamiento: "Siempre las incumplía, me amenazaba, venía con otros a perseguirme, intentó atropellarme, era un infierno". Por aquellos incumplimientos y ante el peligro de que asesinara a Concha, él entró en la cárcel. Murió en prisión pocos meses después; tenía tres años más que ella en aquel momento, 65. 

Concha decide contar lo que vivió en este reportaje con motivo del inicio de la semana más importante para el movimiento feminista, la del 8 de marzo. Ahora ella tiene 70 años y lleva trece separada. Años en los que ha empezado a hablar cuando antes no podía, ha forjado amistades y ha conseguido salir adelante económicamente.

Es una de tantas mujeres mayores que viven durante largos periodos de tiempo, incluso toda su vida, en relaciones de maltrato. Ocho de las 58 mujeres asesinadas en 2023, según las estadísticas oficiales, tenían más de 60 años.

Un ejemplo fue el de Ana Orantes, que vivió cuatro décadas de violencia hasta que su marido la asesinó con 60 años

Un ejemplo claro de esto fue Ana Orantes, que vivió cuatro décadas de violencia hasta que su marido la asesinó con 60 años, después de contarlo en televisión. Según un estudio de 2019 sobre las mujeres mayores de 65 años víctimas de violencia machista —un trabajo de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género en conjunto con Cruz Roja—, el 40% de las mujeres encuestadas llevaba 40 años o más sufriendo violencia; el 27%, entre 20 y 30 años. 

"La escalada del maltrato va en aumento en la violencia machista. Al principio, es psicológico y luego cada vez es peor, empieza el maltrato físico y económico, se suma la violencia sexual, etcétera. Esta escalada en aumento se añade a que estas mujeres llevan mucho tiempo en sus relaciones. Con ellas, el maltrato se cronifica y cuando se atreven a hablar, ya lo han sufrido en todos sus tipos", explica Natividad Hernández, psicóloga clínica especializada en violencia de género que atiende a mujeres mayores.

La traba de la dependencia económica

Hernández señala que, a diferencia de con las mujeres jóvenes, es mucho más difícil reparar el daño porque las dimensiones del maltrato son mayores. "El maltrato físico se da más en mujeres mayores. Hay que tener en cuenta que normalmente viven 24/7 con el maltratador, encerradas", señala. Es otra de las características de esta violencia. La construcción del modelo familiar heredado del franquismo y el catolicismo que implicaba una vida dedicada en cuerpo y alma al hogar.

Muchas de estas víctimas son amas de casa sin capacidad económica para salir de la espiral de violencia. Han dedicado toda su vida al trabajo de cuidados no remunerado y han soportado un dominio y control absoluto de sus vínculos sociales.

"Cuando me pegaron la primera bofetada, mi padre me dijo que era una tontería y yo ya callé", cuenta Concha

"Mi educación y la mentalidad de entonces me influyó. Cuando me pegaron la primera bofetada, mi padre me dijo que era una tontería y yo ya callé. Era aquella mentalidad, no les culpo pero era así", explica Concha, que asegura que "ahora no lo hubiera aguantado". "Con mis dos manos me pongo a fregar o a lo que sea y salgo antes", explica.

Concha se hizo cuidadora de niños y limpiadora para poder vivir. Después del divorcio, únicamente le quedaron 300 euros cada mes. "Tenía una situación económica muy difícil, salí de casa con unos cientos de euros que cogí de la cartilla, pero el resto era todo de él", cuenta.

El informe sobre las víctimas mayores refiere que el 75% de los hogares de estas mujeres está en riesgo de pobreza. Seis de cada diez mujeres señalaron que el agresor les negaba la autonomía financiera al impedirles tomar decisiones relacionadas con las finanzas familiares o realizar compras de manera independiente. Asimismo, el 55% no recibía dinero para los gastos del hogar, el 41% tenía su dinero apropiado por el agresor, el 34% no podía trabajar o estudiar fuera del hogar, y el 31% tenía sus bienes requisados.

"En el tema de la separación civil sobre todo está presente el disfrute del domicilio y la pensión compensatoria que suele ser muy baja y cada vez más reducida en el tiempo. Hay casos en los que las mujeres tienen patrimonio pero no liquidez porque no han trabajado fuera de casa y entonces el marido pone obstáculos para la liquidación de gananciales", explica Susana Martínez, abogada especializada en derecho en familia y violencia de género.

"Son procesos judiciales que pueden ser muy largos y ellas no tienen de qué vivir", continúa Martínez. Así, el agresor termina por judicializar todo para "seguir ejerciendo control económico" como una técnica más del maltrato.

"Ellas se ven abocadas a los límites de la marginalidad. Muchas dicen que no pueden denunciar porque económicamente no se lo pueden permitir", explica Martínez, que también es presidenta de la Comisión para la Investigación de los Malos Tratos a Mujeres.

Aislamiento social

"Otro obstáculo es que estas mujeres no tienen un círculo social tan amplio. Su vínculo es la familia. Con las mujeres jóvenes es diferente, tienen más redes. Se dan cuenta de lo que pasa y funcionan como voz de alerta amiga que les dice dónde están metidas", explica Natividad Hernández, sobre lo que le cuentan estas mujeres en consulta. El maltratador también controla los lazos afectivos hasta un punto de aislamiento que se mantiene en todos los años de convivencia.

Casi el 80% de las mujeres manifestaron que el agresor las ignoraba, limitando su contacto con amigos y familiares

"Además, entre ellas les da vergüenza hablar del maltrato. Había un ocultamiento y mucho miedo al estigma. Se llevaba el sufrimiento en el plano doméstico, el criterio era solucionar los trapos sucios en casa", apunta la psicóloga. De hecho, el estudio refiere que casi el 80% de las mujeres manifestaron que el agresor las ignoraba y trataba con indiferencia, controlando sus movimientos y limitando su contacto con amigos y familiares.

Concha dice que en su pueblo la mayoría de vecinos estaban con él porque "de puertas afuera era agradable y encantador", como suele pasar con los maltratadores. "No me creían hasta que vieron en qué acabaron las denuncias. Yo no se lo dije a nadie, ni siquiera les hablé del maltrato a mis padres. Lo sabía una vecina porque un día me intentó atacar con una barra de metal y pedí auxilio. Subió a ayudarme, pero yo le dije que no hablara nada de nada", explica.

El peso de la educación patriarcal

Las razones para permanecer en la relación abusiva varían según el informe: el 35% apuntaba al miedo a ser asesinadas, el 30% mencionó la aceptación social de la violencia en ese momento, el 13% señaló la falta de apoyo para denunciar y el 32% lo hizo por el bienestar de sus hijos.

"Encontramos también que han sido educadas en unos principios religiosos muy fuertes y en una sociedad que les decía que tenían que aguantar. Si pedían ayuda, no la encontraban en ningún estamento: ni jurídico, ni policial, ni de familia. La respuesta era: Hija, aguanta y cuanto más sumisa seas, será mejor", explica la psicóloga.

Hernández añade: "Ahora, cuando ya son mayores, les dicen que hay que denunciar y separarse. Cambian los principios, su esquema mental para las relaciones afectivas, pero sin soluciones reales", explica.

Muchas ni siquiera llegan a las ayudas y servicios públicos por normalizar la violencia. "Son muchos años de devastación personal. Por ejemplo, Ana Orantes ya era una mujer mayor en aquel momento y sufrió la violencia todos esos años. Mujeres como ella no llegan a los servicios asistenciales", apunta Celia Garrido, trabajadora social especializada en violencia de género. 

"Cuanto más mayor, más naturalizada tienes la violencia", apunta Celia Garrido, trabajadora social

"Cuanto más mayor, más naturalizada tienes la violencia. Y si la violencia es de baja intensidad, se acaban adaptando y ya no la perciben. Tienes que excavar para determinar la violencia y que se den cuenta", explica Garrido. 

Ayudas, denuncia y acompañamiento, factores clave

A la hora de denunciar, el punto indispensable pasa por fortalecer las ayudas. "Tiene que haber más recursos económicos por parte del Estado y luego hacer grupos de apoyo para que no se sientan solas", recalca la abogada Susana Martínez. En un repaso rápido a la interseccionalidad aplicada ahora a las leyes, a Martínez le faltan menciones a la edad avanzada. 

"En los últimos años se ha puesto el foco en las vulnerabilidades que supone ser menor de edad o tener discapacidad, pero no hay tantas menciones a la vulnerabilidad que puede suponer ser mayor y no se legisla atendiendo a esto para la protección de la violencia de género", termina.

Para Concha, la solución pasó por alzar la voz, mantener aquellas denuncias en marcha y acudir a un abogado que supiera cómo orientarla a la hora de relatar lo sucedido: "Es importante contar todo y que quedé bien claro en la denuncia, porque es lo que va a leer el juez".

Para ella, la Justicia y la Policía aún están a años luz de comprender y creer a las víctimas, sobre todo, a las mayores, a quienes preguntan incluso "por qué llevan años soportándolo". Pero Concha es clara y llama a que las mujeres no desistan en sus denuncias: "Es un camino complicado, pero hace falta".

"Ahora con 70 años soy feliz y seré feliz todos los años de vida que me queden", zanja Concha

En su caso también fue importante el fortalecimiento de la red de amigas. Después de denunciar se unió a una organización de supervivientes, Somos Más, y empezó a ayudar a otras mujeres, también muchas de su edad: "Existimos y sigue habiendo mujeres mayores ahora mismo en esta situación. Mujeres mayores que denuncian y que necesitan ayuda".

"Ahora con 70 años soy feliz y seré feliz todos los años de vida que me queden", zanja Concha.

"Tenemos una deuda con ellas"

"Los medios de comunicación y toda la sociedad miran para otro lado con las víctimas mayores. Hay estudios ingentes de adolescentes, redes sociales, acoso por internet, pero muy poco de las mujeres mayores como víctimas. Las hemos ignorado y tenemos una deuda con ellas. Están completamente invisibilizadas", explica Natividad Hernández.

La memoria, apunta, también es clave "a la hora de reparar todo lo sufrido". Atender al porque fueron, somos y porque somos, serán, un lema consolidado del feminismo.

Una deuda de reparación y memoria que solo se ha abierto tímidamente en casos muy conocidos como el de Ana Orantes, que cuenta con plazas, calles y jardines pero que todavía resulta insuficiente para nombrar a todas estas víctimas y supervivientes que nos preceden. "Es una generación que se va y hay que hacer más", dice Hernández.

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