MADRID
"El humanismo me obliga a compartirle esta historia", comienza. Es 1772 y el oficial de marina Barthélémy Castellan du Vernet suplica por carta al ministro real de la marina francesa. Está enfermo y este es su último intento de limpiar la conciencia y poner fin a una atrocidad que arrastra desde hace once largos años.
En el recuerdo que le persigue, los vientos soplaban entre 15 y 20 nudos y el navío francés L'Utile, perteneciente a la Compañía francesa de las Indias Orientales, transportaba en la bodega a 160 esclavos de contrabando desde Madagascar a la isla de Mauricio. Hacía solo unos meses que había zarpado desde Bayona. Los dos mapas del barco no eran claros sobre la ubicación exacta de la diminuta Isla de Arena (Île de Sable, en el francés original) a la que se aproximaban y, en plena noche, terminaron por encallar en su arrecife de coral. El capitán, Jean de Lafargue, tuvo un ataque de nervios. Du Vernet asumió el mando.
"La llegada del día y el avistamiento de tierra, que disminuyeron nuestros terrores, no aminoraron la furia del mar", escribió el responsable del cuaderno de bitácora Hilarion Dubuisson de Keraudic. "Estábamos aterrorizados porque la popa destrozada del barco, en la que estábamos parados, se abría y cerraba a cada rato, cortando a más de una persona en dos".
Tras esas horas angustiosas, el barco giró hacia la orilla, permitiendo a los marineros tirar de él hasta la isla. Al menos veinte miembros de la tripulación habían muerto. Al igual que unos setenta y dos esclavos que habían quedado atrapados bajo cubierta, incapaces de abrir unas escotillas que habían sido cerradas con clavos. La pesadilla no había hecho más que empezar.
Los náufragos recuperaron lo que pudieron de los restos de L'Utile y construyeron campamentos que separaron a los esclavos del resto de la tripulación. Keraudic describiría con total espontaneidad cómo racionaban el agua negándosela a los malgaches. Y cuando, tras dos meses de supervivencia extrema, los blancos tuvieron listo el barco improvisado con el que se disponían a volver a la civilización, dejaron a los negros en tierra. Pero Du Vernet les prometió volver.
Más de dos siglos después de ese abandono, el exoficial de marina y arqueólogo submarino Max Guérout escuchó la historia por azar. Se la contó un técnico de la estación meteorológica que hoy es la única construcción en la Isla de Sable, ahora rebautizada como Tromelin. Un islote de arena de menos de un kilómetro cuadrado, situado al este de Madagascar, administrado por Francia, pero reclamado por Mauricio.
"Cuando trabajamos sobre el tema de la esclavitud, casi nunca contamos con los testimonios de los propios esclavos. Nosotros realmente no les hemos dado voz. Pero hemos tratado de dar al público elementos objetivos, tanto históricos como arqueológicos, que permitan entender lo que sucedió", explica Guérout.
Entre 2006 y 2013, su equipo realizó cuatro expediciones a Tromelin organizadas conjuntamente por GRAN (Grupo de Investigación de Arqueología Naval) y el INRAP (Instituto nacional de investigaciones arqueológicas) y apadrinadas por la UNESCO dentro del programa La Ruta del Esclavo, fruto de una propuesta de Haití y países africanos para contribuir a romper el silencio que rodea a la trata de esclavos. Encontraron un territorio hostil de difícil acceso, fuertes vientos, escasa vegetación y una fauna representada por pájaros y tortugas verdes que llegan para depositar sus huevos en las playas arenosas.
Antes de los viajes de Guérout, las voces del naufragio de Tromelin habían sido las del capitán Lafargue, el oficial Du Vernet y el cronista de a bordo Keraudic. Pero la investigación del equipo hizo resurgir de las arenas el mensaje de los 80 esclavos abandonados en Tromelin.
"Se les negó su humanidad, se les transportó como a animales, pero se organizaron, crearon una pequeña sociedad y consiguieron sobrevivir", reflexiona Guérout. "El simple hecho de que se organizaran así es un desmentido formal de la gente que les esclavizó".
El equipo de Guérout localizó en Tromelin los cimientos de unas viviendas adaptadas a los fuertes vientos del islote, radicalmente diferentes de las construidas en su Madagascar de origen. Desenterraron utensilios que habían sido reparados una y otra vez por los náufragos abandonados; encontraron un horno comunal, así como los restos de tortugas, aves y peces que cocinaron. Pero el símbolo más evidente de esa pequeña sociedad fue el fuego. Lo mantuvieron vivo ininterrumpidamente durante los quince años que duró el abandono.
Previo al viaje, Guérout también había recuperado cartas, registros y documentos históricos que completaban la crónica histórica de lo que ocurrió y le impulsaron a emprender la expedición arqueológica.
Descubrieron que la embarcación que los náufragos habían improvisado para huir de la isla había llegado a Mauricio cuatro días después de partir de Tromelin. El capitán Lafargue había muerto en el viaje y Du Vernet tuvo que enfrentarse al gobernador de Mauricio, furioso porque hubieran traficado esclavos de contrabando. La petición de Du Vernet de que enviaran auxilio a la isla fue denegada una y otra vez, resultando en el peor castigo colateral posible. La solicitud de rescate cayó en el olvido en el contexto de la guerra de los Siete Años entre Francia e Inglaterra y la quiebra de la Compañía francesa de las Indias Orientales.
Once años después del naufragio, la plegaria en forma de carta de Du Vernet fue escuchada al fin y, tras varios intentos fallidos de llegar a la isla, finalmente un barco de nombre Dauphine, liderado por un capitán de apellido Tromelin, hizo tierra en la entonces aún Isla de Sable el 29 de noviembre de 1776. Solo quedaban vivas siete mujeres y un bebé varón de ocho meses.
Más de dos siglos después del rescate, Guérout recibiría esta consulta:
-¿Puede un esclavo llevar el nombre del barco que le transporta?
Se la hacía una joven francesa de origen mauriciano.
-No lo sé, pero en el marco de nuestra historia, a la abuela del bebé que fue rescatado le cambiaron su nombre original por el de Dauphine, el del barco que salvó a los supervivientes.
En este punto, Guérout hace una digresión: "En las prácticas de la esclavitud se cambiaba el nombre de los esclavos. Pocos se paran a pensar lo que esto significa, pero es violento, porque se les pide borrar completamente su pasado".
-Pero, ¿por qué me haces esa pregunta?
-Porque mi abuela se llamaba Utile, como el barco que naufragó en Tromelin.
"La joven era muy, muy reservada. A mí me pareció interesante que la palabra Utile existiese como nombre en Mauricio, pero ella no nos quiso dejar investigar. En ese momento tomé conciencia de que el trauma puede mantenerse incluso tres o cuatro generaciones después del hecho que lo provoca. En ocasiones, el trauma de los esclavos se ha transmitido de generación en generación".
Como quien despierta de un coma en un mundo enteramente nuevo, las siete supervivientes del abandono en Tromelin naufragaron como esclavas y volvieron a Mauricio como mujeres libres, aunque ciudadanas de un país que no aboliría la esclavitud de forma definitiva hasta 1848. Guérout cree que debieron de mezclarse con la comunidad de esclavos liberados de Mauricio y que sus descendientes probablemente viven allí a día de hoy.
A raíz de su intercambio con la joven mauriciana que pudiera ser una de ellos, Guérout reflexiona: "Si al principio me interesé en la esclavitud con una mirada de historiador y arqueólogo, luego volví a mirar de otra manera. Me di cuenta de que es importante hablar de la manera más objetiva posible para tratar de aliviar a un número de personas que todavía están cargando con este trauma".
Xabier Alberdi, director del Museo Marítimo Vasco, quiso exponer el trabajo del equipo de Guérout en San Sebastián tan pronto lo vio en el museo de Bayona. Lo ha conseguido este febrero, con una exposición que estará abierta al público de manera gratuita hasta el 9 de enero de 2023. Y con una aportación significativa.
La exposición de Bayona sumaba a la original una investigación sobre el origen local del capitán y los armadores del Utile. Pero no decía nada sobre este lado de la frontera. Así que en Donosti profundizan en la escala que hizo el Utile en Pasajes, de donde partió al Índico con ochenta toneladas de hierro y un buen número de tripulantes vascos. "Entre los muchos idiomas extraños que escucharían en aquel islote los esclavos de Tromelin, es probable que también estuviera el euskera", dice Alberdi. Aclaran también que la del Utile no es la única conexión del Cantábrico con la trata de esclavos, ya que en un barco hundido en Getaria en 1501, la historiadora Ana María Benito halló los restos de las esposas de cobre con las que se les sometía.
Pero Alberdi alerta a quien quiera hacer una lectura moral del pasado: "Esta historia es de mucha actualidad, porque hoy en día también olvidamos en el mar a miles de personas que viajan en patera y estamos inmersos en un sistema del que participamos y en el que lo permitimos. Aquellos marineros eran hijos de su época, como ahora lo somos nosotros de la nuestra".
Guérout reflexiona en voz alta sobre lo aprendido estos años y, sin querer, transforma este reportaje sobre los esclavos olvidados de Tromelin en la historia de las ocho supervivientes de Tromelin. "Si me interesé por esta investigación, fue porque la fuerza de la historia me permitía obtener los medios para llevarla a cabo. A todos nos atrae la historia. Pero siempre trato de convencer de que la puerta que es la historia nos permite interesarnos por lo que de verdad importa, que es la supervivencia y el comportamiento de los esclavos malgaches".
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