Washington DC
En Estados Unidos hay tiroteos masivos casi a diario. En los 365 días de 2018, un total de 340. Números y estadísticas, como los de las 14.708 muertes por disparos el año pasado o los más de 28.000 heridos, entre ellos menores y bebés, según Gun Violence Archive. Aalayah Eastmond pudo ser uno de ellos, pero el cuerpo sin vida de un compañero de clase le sirvió de parapeto durante el ataque a una escuela de Parkland, en Florida, del que hoy se cumple un año. El tirador, Nikolas Cruz, un antiguo alumno de la escuela, armado con un rifle de asalto, acabó con la vida de 17 personas, 15 de ellas estudiantes. Uno de ellos era Nicholas Dworet, cuyo cadáver sirvió de escudo a Eastmond.
Un año después, los tiroteos y la vida siguen en Estados Unidos. También para Aalayah. “Por supuesto que no es fácil”, reconoce a Público. “Tienes que ir día a día, lo que no queremos es que aquel momento tome el control de nuestras vidas. Es algo por lo que tuvimos que pasar, es un trauma y nos perseguirá el resto de nuestras vidas”. Pero seguir adelante no significa olvidar. Imposible. “Pensé que iba a morir”, admite, y llamó por teléfono a sus padres en lo que pensó que era una despedida. Este jueves de aniversario, piensa pasar el día con los compañeros y la profesora con la que compartió el horror que irrumpió a tiros a primera hora de la tarde en clase de Historia del Holocausto.
De Parkland surgió un movimiento estudiantil que logró algo casi insólito: que el debate sobre las armas no desapareciera una vez enterrados los cuerpos. A pesar de lo que pueda parecer desde España, en Estados Unidos el derecho a poseer armas prácticamente no se discute. Se debate, a lo sumo, sobre si un arma como la que portaba el atacante hace un año debería o no prohibirse. “No necesitamos armas de guerra en la calle”, resume Aalayah. Cruz utilizó un AR-15, una semiautomática utilizada en varios de los tiroteos más mortíferos de Estados Unidos. Solo está prohibida en siete estados.
De un año a esta parte, la única medida tomada por Donald Trump en materia de control de armas ha sido prohibir los llamados 'bump stocks', complementos que convierten las armas semiautomáticas en automáticas. No se usaron en Parkland, pero sí en el tiroteo que dejó 58 muertos y cientos de heridos en octubre de 2017 en Las Vegas.
El presidente ha hecho oídos sordos a las protestas de los estudiantes y llegó a sugerir que para asegurar los centros escolares se debía armar a algunos profesores. “No tiene absolutamente ninguna empatía”, dispara Aalayah. “Ni siquiera tuvo el atrevimiento de llamar a los padres de algunas de las víctimas de mi colegio. Nunca se ha acercado a esta comunidad, aunque la mayoría de nosotros no lo queríamos aquí”, confiesa. Cuando recibió en la Casa Blanca a algunas de las víctimas, el presidente llevaba apuntado un “te escucho” en sus notas de mano.
Algo más de un mes después del tiroteo, los estudiantes lideraron un movimiento que llenó de manifestantes Washington DC y otras ciudades del país con la convocatoria de la March for our lives (Marcha por nuestras vidas). Desde la calle se gritó que ya era suficiente y se pidió la reacción de las instituciones. “Cautivó a mucha gente porque éramos jóvenes y acabábamos de vivir un tiroteo en la escuela”, explica Aalayah.
A pesar del drama (y de su juventud), recibieron ataques e insultos en las redes y desde la ultraderecha mediática se les presentó como marionetas del Partido Demócrata en pleno año electoral. “Creo que la cuestión de la violencia con armas y de la legislación para prevenirla no tiene nada que ver con partidos políticos. Afecta a todos con independencia de su posición política”, se defiende Eastmond. “Si te preocupan las vidas, buscarás un cambio con independencia de tu color político”.
En Parkland no ha hecho falta que llegue el aniversario para acordarse de lo sucedido. El edificio en el que se produjo la masacre permanece vallado y la presencia de guardias armados por el campus “nos recuerda cada dos segundos” el día del tiroteo. Antes que en armas, Aalayah, que a sus 17 años está en el último año de instituto, invertiría en consejeros estudiantiles “al menos tanto dinero como el que invierten en endurecer la seguridad de la escuela”, lo que, según ella y diversas organizaciones de derechos civiles, fomenta una tendencia que en Estados Unidos se conoce como school-to-prison pipeline.
Es decir, que entornos más punitivos castigan con mayor severidad pequeñas infracciones y esto incrementa las posibilidades de que alumnos procedentes de entornos sociales más desfavorecidos acaben en la cárcel. En opinión de Aalayah, más allá del debate sobre las armas, “el gran tema es la salud mental. Ayudaría a muchos estudiantes que pudieran hablar no solo de su futuro en la universidad sino de lo que les sucede en la vida real”.
Fuera de los límites de la escuela, la acción política se ha quedado muy corta. Aunque la recién estrenada mayoría demócrata en la Cámara de Representantes ha permitido organizar una sesión del Comité Judicial dedicada a la prevención de la violencia con armas, lo que allí se discute fundamentalmente es la posibilidad de exigir una revisión de antecedentes para los compradores.
“Conozco muchos políticos que están a favor, pero también a muchos otros que no porque sienten que a un ciudadano que cumple con la ley se lo va a poner más difícil. Pero no comprendo ese punto porque, si eres un ciudadano que cumple con la ley, una revisión de antecedentes no te va a afectar”, reflexiona Ahlaya Eastmond, que aportó su propio testimonio en la sesión. El resultado de la iniciativa es incierto. La mayoría republicana en el Senado hace improbable que ni siquiera esta medida tan básica se apruebe.
Aalayah, que quiere estudiar Derecho y no descarta intentar ser congresista en el futuro, acabó los cinco minutos de su intervención secándose discretamente las lágrimas, compartió no solo su vivencia de hace un año en el instituto, sino que denunció la protección legal que tienen las empresas de armamento frente a las demandas y defendió “una reforma integral del sistema de justicia que afronte los problemas estructurales de desigualdad en el sistema”. Estas desigualdades explican, según su visión, que las minorías, especialmente los afroamericanos como ella, se vean más afectadas por la violencia armada. Siendo una niña, un disparo por la espalda acabó en Brooklyn con la vida de su tío, Patrick Edwards. Tenía 18 años.
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