BEIRUT.- De la Siria antes de 2011 apenas queda nada. La guerra ha asolado un país milenario por el que han pasado un sin fin de civilizaciones que han dejado su legado en forma de arte y arqueología. En los últimos meses, la violencia, que ha causado cientos de miles de muertos y millones de desplazados, ha empezado a cebarse también con la riqueza cultural de Siria, que está viendo cómo se destruye los recuerdos de su historia.
La destrucción de monumentos y ciudades históricas por parte del Estado Islámico ha sido una de las políticas de los yihadistas desde que comenzaran su conquista del Califato. Palmira es el mayor ejemplo de ciudades sirias declaradas Patrimonio de la Humanidad que han sufrido la barbarie de los terroristas. Miles de civiles han sido asesinados y gran parte de sus ancestrales ruinas y riqueza arqueológica ha sido destruida.
Pero no es sólo Palmira. Ya pasó con Hatra, situada al norte de Irak, con más de 2.000 años y también declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Al igual en la ciudad asiria de Nimrud y con el Museo de la Civilización de Mosul. También en Malula, un pequeño pueblo de Siria a 50 kilómetros de Damasco, igualmente considerado Patrimonio de la Humanidad por sus innumerables ruinas y monumentos.
Este enclave cristiano, situado en el monte del Qalamoun fronterizo con Líbano, fue invadido por bandas del Frente Al Nusra, organización asociada a Al Qaeda que opera en siria y Líbano, en septiembre de 2013. El ataque de los yihadistas le costó la vida a varios de sus habitantes. Lo destrozaron todo durante el asedio. Atacaron las iglesias, los monumentos e, incluso, quemaron varias casas. Finalmente, tras los enfrentamientos entre los combatientes y las fuerzas del régimen de Bashar al Asad apoyadas por grupos de autodefensa, los terroristas fueron expulsados.
Iconos recuperados
Dos años después de la invasión, la población tiene motivos para sonreír. De esta ciudad, uno de los pocos lugares en el mundo donde se habla arameo, son los padres de Anna Massaad. Esta joven siria de origen español recuperó hace apenas un mes la puerta, de unos 1.700 años de antigüedad, del monasterio greco-católico de San Sergio y San Baco. Junto a esta reliquia, los habitantes también han celebrado la devolución de su emblemática estatua de la Virgen María. Iconos de una ciudad histórica que se creían perdidos para siempre.
El ataque a Malula le costó la vida a varios de sus habitantes. Los yihadistas arrasaron las iglesias, los monumentos y quemaron varias casas
Anna Massaad nació en España, pero con apenas ocho años se mudó a Siria junto a su familia hasta que el estallido de la guerra les obligó a huir. Ahora vive en en Beirut: "Me vine a vivir a Líbano para sentirme un poquito más cerca de casa", dice. La casa de su abuelo fue quemada durante el ataque del Frente Al Nusra a Malula. Allí había pasado los meses de verano durante su infancia.
"Hemos vivido siempre como hermanos con los musulmanes que vivían en el pueblo. En Siria no había diferencias entre unos y otros antes de la guerra. Todavía no me explico cómo les lavaron el cerebro de esa manera para que atacaran a sus vecinos de toda la vida", se lamenta ante el avance de los yihadistas.
Un casero religioso
La historia de la recuperación de la puerta del monasterio comienza cuando Anna empieza a trabajar en Beirut y alquila un piso en un barrio a las afueras de la ciduad. "Cuando le dije a mi casero que era de Malula no se lo podía creer. Me sacó una foto y me preguntó que si significaba algo para mí. Entonces me emocioné y le contesté que era la puerta de la Iglesia de San Sergio, la que robaron los yihadistas cuando nos atacaron", cuenta.
A través de la ciudad de Arsal, una pequeña localidad libanesa de mayoría suní y que ha sido durante toda la guerra siria lugar de apoyo a los rebeldes en contra de las fuerzas de Al Asad, los combatientes del Estado Islámico pasan a Líbano las antigüedades que roban durante sus ataques.
La puerta de Malula acabó en manos del casero de Anna. El libanés resultó ser bastante religioso y le dijo a la joven que le regalaba la reliquia con la condición de que regresara a su sitio. "Fue un momento mágico". Anna había recuperado parte de la historia de su pueblo por una tremenda casualidad del destino, o como dice ella, por su fe y por el amor que tiene a su tierra de origen.
El hombre se involucró con la causa. Quiso que se devolviera todo lo arrebatado al pueblo y a su gente. Consiguieron recuperar finalmente la puerta, 17 cuadros religiosos y tres cruces. La joven contactó con los Ministerios de Cultura y Turismo sirios. También con la Embajada de Siria en Beirut para facilitar el proceso del viaje hasta Malula con las reliquias. Ese fue el regalo de navidad que Anna hizo a sus vecinos, a la gente que conoce desde bien pequeña porque era donde pasaba las festividades, los puentes y los veranos.
"Imagina la emoción de los que tanto han sufrido por culpa de estos malditos bárbaros. Me pregunto dónde está el Vaticano o la UNESCO, me avergüenzo como española y europea, ¿cómo pueden guardar silencio después de todo lo que está pasando? Cuidar todas estas reliquias es la responsabilidad de todos", dice apenada.
"Genocidio cultural" en Oriente Próximo
"Ya fue terrible el expolio del Museo de Bagdad durante la Guerra de Irak. Ahora con Palmira, situada en lo que se denomina la ruta de la seda, punto de encuentro entre Oriente y Occidente, están cometiendo un terrible crimen contra la cultura", denuncia, por su parte, Raquel Crespillo. arqueóloga que ha trabajado en diferentes excavaciones y prospecciones arqueológicas.
"No podemos avanzar en la investigación y el estudio de otras civilizaciones si se permite que se destruyan de esta manera"
Crespillo también ha participado en exhumaciones de fosas comunes de la Guerra Civil Española. Se encuentra horrorizada ante el "genocidio cultural" que está viviendo Oriente Próximo en los últimos años. Para esta joven, este tipo de actos significa la pérdida de una parte de la identidad de la Humanidad. "No podemos avanzar en la investigación y el estudio de otras civilizaciones, que son la base de todo, si se permite que se destruyan de esta manera. Los líderes y las comunidades religiosas también deberían hacer más llamamientos e implicarse en proteger el Patrimonio Mundial", reclama.
Para Anna Massaad, en tanto, esto es sólo parte del problema. Dice sentirse muy decepcionada con los medios españoles que, según ella, han tratado con muy poca veracidad y respeto la información sobre el conflicto sirio. "A lo largo de este tiempo he contactado con muchos medios para contarles que es lo que estaba pasando realmente en Siria. Todos me contestaron lo mismo. Que no podían publicar nada que fuera a favor del régimen. No entiendo qué tipo de democracia es la que sólo permite que se hable de una parte de la historia".
La Siria antes de la guerra
Su indignación es fruto de la Siria que pudo llegar a disfrutar. "Conocí un país en el que todos los ciudadanos, independientemente, de nuestra religión o precedencia teníamos los mismos derechos. Yo soy cristiana y la familia de Al Asad es musulmana alawi. Jamás fuimos discriminados, al revés, fuimos protegidos porque éramos minoría. Una Siria en la que era delito que los niños no estuvieran escolarizados. Había trabajo, las universidades eran gratuitas para todos y de calidad. La cultura era un pilar fundamental. Así, por ejemplo, puedo decir que el régimen abrió dos institutos, uno de ellos dentro de la Universidad de Damasco, para preservar el arameo, el idioma de Jesús que todavía se habla en mi pueblo", comenta.
"Yo soy cristiana y la familia de Al Asad es musulmana alawi. Jamás fuimos discriminados, al revés, fuimos protegidos porque éramos minoría"
Según la joven, la guerra de Siria ha comenzado porque a Occidente no le venía bien que el país estuviera avanzando tanto en cuanto a libertades individuales y a derechos. "Jamás vi en Siria antes de la guerra gente pidiendo por la calle, me dolió volver a Madrid y ver a personas revolviendo en las basuras", continúa.
Asegura que se ha llevado a cabo una campaña de desprestigio del régimen por parte de gente que no tiene ni idea de lo que significa la libertad que tanto defienden. La joven reconoce que existe la corrupción gubernamental, pero se pregunta en qué país del mundo no la hay. Cree firmemente que Siria estaba avanzando mucho más con el hijo (Bashar) que cuando gobernaba su padre, Hafez Al Assad, al que si considera más represivo y dictatorial. De las cosas que más le molestan son pensar que países como Arabia Saudí tengan el descaro de "exigirle la libertad al pueblo sirio. Un país en el que las mujeres no pueden ni conducir", concluye.
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