Esta semana el diario Haaretz publicó una viñeta en la que aparecía Benjamín Netanyahu tendido en una cama de hospital, a punto de ser atendido por un médico. El primer ministro, sin embargo, decía que no quería ningún galeno que no fuera "terrorista".
Al lector israelí no le pasó desapercibido el contexto: en las últimas semanas Netanyahu está luchando por incorporar al voto árabe para las elecciones de marzo, algo que nunca había pretendido, y aspira a conseguir entre uno y tres escaños en esa comunidad que representa aproximadamente el 20% de la población.
Si consigue el objetivo es bastante probable que el bloque que lidera alcance 61 escaños, que le darían mayoría en la Kneset. Los sondeos que se vienen publicando indican que no es descabellado, y lo dan como posible para los cuartos comicios en que los israelíes van a votar en menos de dos años.
Si dentro de dos meses se da esa situación, Netanyahu despejaría varios escenarios que se le resisten. En primer lugar, y por encima de todo, el sombrío panorama que le espera en los tribunales debido a los casos de corrupción en que está implicado, puesto que si obtiene mayoría dispondría de una holgada capacidad de maniobra para neutralizar a los tribunales.
Después de una prolongada división y de un histórico porcentaje de abstención, en los últimos años los partidos árabes se han presentado bajo la llamada Lista Unida y han logrado reunir hasta 15 diputados, todo un hito para una comunidad discriminada en prácticamente todos los sectores, así como sometida al feroz nacionalismo judío.
En este contexto electoral, Netanyahu realizó la semana pasada una visita sorpresa a varias poblaciones árabes de la Galilea. En ciudades como Nazaret, Umm al Fahm y Al Tira, el primer ministro se hizo presente como por arte de magia llamando a la población a que vote al Likud. Como era de esperar, sus visitas no estuvieron exentas de altercados con la policía.
Con la insólita presencia de Netanyahu en la Galilea, la división árabe vuelve a estar en el candelero. De hecho, en noviembre y diciembre, unas semanas antes de la disolución de la Kneset, ya circularon rumores de que Netanyahu estaba a punto de desbaratar la Lista Unida, nada menos que por medio del partido islamista.
El máximo dirigente islamista, presionado por sus socios, salió en el Canal 12 confirmando que no descartaba apoyar al Likud: "Sé muy bien que Netanyahu me quiere engañar, pero es que yo también lo quiero engañar a él", se defendió con gran ingenuidad el líder islamista Mansour Abbas.
Las tensiones que está experimentando la coalición árabe son fuertes. El díscolo Abbas argumenta que los árabes deben negociar puntualmente incluso con el diablo para obtener ventajas concretas para su comunidad, mientras que sus detractores sostienen que cualquier acuerdo con Netanyahu lo acabarán pagando caro a medio y largo plazo, máxime viniendo de una persona a la que diariamente se acusa con razón de odiar a los árabes.
La astucia que Netanyahu ha mostrado durante muchos años está fuera de toda duda. La mayoría de los árabes son conscientes de esta circunstancia y advierten a Abbas que el primer ministro acabará dinamitando la Lista Unida como tras las últimas elecciones desguazó el llamado "centro-izquierda", prometiendo dar todo a Benny Gantz para después no darle nada.
Netanyahu es consciente de la enorme importancia del voto árabe dada la ajustada distribución de asientos en la Kneset. Si el Likud lograra arrancar uno o dos diputados entre esa comunidad, el parlamento podría desequilibrarse a favor de Netanyahu, y esto es lo que este persigue a sabiendas de que hasta el día de hoy hay gente del Likud, y no pocos, que consideran que la palabra árabe es sinónimo de terrorista.
El líder de la Lista Unida, el diputado Ayman Odeh, que está haciendo todo lo posible para mantener íntegra la coalición, declaró esta semana al portal Arab48: "Netanyahu no es solo un racista, también es un mentiroso. Ha sido autoridad desde hace 30 años, primero en la oposición, después como ministro de Finanzas y después como primer ministro. Ni él ni el Likud acaban de llegar a la política".
Y añadió: "Netanyahu es el hombre de la Ley del Estado-Nación (que discrimina a los no judíos), del acuerdo del siglo y de la política de demolición de casas árabes. Durante su mandato, la violencia y el crimen en la sociedad árabe han llegado a unos niveles sin precedentes. No ha conseguido eliminar a las organizaciones criminales y poner fin al crimen, y es responsable de todos esos temas".
Distintos analistas sugieren que Netanyahu busca crear confusión entre la población árabe de cara a las elecciones aprovechando entre otras cosas el insólito nivel de violencia que se está registrando en esa comunidad, del que los medios dan cuenta a diario y que los árabes achacan a un deliberado desinterés de la policía por todo lo que ocurre en la Galilea árabe.
En las próximas semanas se verá si el trabajo que está haciendo Netanyahu da sus frutos y la Lista Unida desaparece completamente o se fragmenta, como pretende el primer ministro. Las elecciones de marzo son las más importantes de los últimos dos años puesto que revelarán si el bloque de Netanyahu obtiene mayoría absoluta en el parlamento.
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