Dar es-Salam (Tanzania)
Aunque la ley y el Gobierno se empeñen en decir lo contrario, en Mugumu, una de esas aldeas que rodean el parque nacional del Serengeti, la mutilación genital femenina (FGM) sigue siendo una hemorragia generacional. No hay cifras oficiales, pero en la comunidad masái todavía son mayoría las jóvenes que son sometidas a esta práctica antes de contraer matrimonio. Lo que sí es seguro es que hay 250 menos de las que podría haber habido.
“En tres meses hemos rescatado alrededor de 250 mujeres”, asegura en conversación telefónica Janet Chapman, una de las responsables de la casa de acogida instalada en el pueblo desde 2014. A esta modesta construcción pensada inicialmente para 40 mujeres pero por la que el último año pasaron más de un centenar llegan cada pocos días chicas de toda la región “desesperadas” y “aterrorizadas” ante la mutilación.
Aunque fue legalmente prohibida en 1998, hay amplias zonas del país, especialmente en las tierras masái que se extienden hasta Kenia, donde la ley tiene poco que decir. “A nivel local la ley todavía necesita ser implementada”, asegura Jean-Paul Murunga, uno de los responsables de proyectos de la ONG Equality Now, que trabaja para erradicar la FGM en la zona. En las llanuras del Serengeti la tradición sigue mandando, y la tradición dice que las niñas tienen que ser cortadas antes de convertirse en mujeres.
Martha Daub tenía 14 años cuando fue sometida a este ritual. En aquel momento ni siquiera se lo cuestionó. Era lo que le tocaba a todas las chicas de su edad en la región del Kilimanjaro. “Por aquel entonces era obligatorio hacer el corte a todas las niñas antes del matrimonio y yo incluso me alegré de que me lo hicieran porque me quería casar. En nuestra cultura creen que si la mujer no es mutilada no encontrará marido”.
“No quería que dijesen que era una cobarde”
Aunque los dolores se prolongaron por más de un mes y pasó tres sin salir de casa, Martha no se quejó en ningún momento. “No quería que dijesen que era una cobarde”, relata en el testimonio recogido por Equality Now. Años después, cuando apenas contaba con 30 años, las ancianas de la comunidad le ofrecieron ser ella una de las mujeres que llevaba a cabo las mutilaciones. “Entonces lo vi como un gran honor”. Hacerlo le reportaba estatus y 30.000 chelines tanzanos, algo más de 10,7 euros, pero mucho dinero en un país donde el 70% de la población continúa viviendo con menos de dos dólares al día.
“Es difícil saber a cuantas chicas mutilé en total”, reconoce. Hoy que tiene 59, ya es abuela y trabaja para que no haya ni una más. Acude a la escuelas y a las comunidades para explicarles los riesgos y consecuencias que supone la FGM. “Les digo a las estudiantes que se resistan a ser mutiladas. Les hablo de los problemas que trae al dar a luz, de que pueden sangrar tanto que pueden morir o perder el bebé. También se lo digo a mis hijos: ¡no mutiléis a vuestras hijas”. Aunque la han amenazado por ello, Martha no se aparta de su camino. Ella es una de las abuelas conversas que predican contra la ablación. “Conozco los efectos de la FGM y no puedo dejar de luchar”.
Se estima que alrededor de 7,9 millones de mujeres han sido mutiladas en Tanzania, aunque la prevalencia ha ido bajando desde el 18% de 1996 al 15% recogido en el último informe de Unicef de 2013 en el que se concluye que las niñas tanzanas de entre 15 y 19 años tienen tres veces menos posibilidades de sufrir la FGM que las mujeres de entre 45 y 49.
“La ley ha ayudado a reducir el número de mutilaciones porque la gente tiene miedo de ser arrestada”
“La ley ha ayudado a reducir el número de mutilaciones porque la gente tiene miedo de ser arrestada”, señala Martha quien, junto a otras voluntarias de la Network Against Female Genital Mutilation (NAFGEM), sostiene una plataforma social para denunciar a quien continúa realizando ablaciones y ayudar a las jóvenes que huyen de sus casas ante el temor a ser mutiladas.
El apoyo comunitario se ha revelado como la herramienta más efectiva contra la FGM en esta región de Tanzania. Por eso, además de la casa de acogida, en Mugumu han puesto en marcha el proyecto Crowd2Map, una iniciativa para llenar los infinitos huecos blancos de la cartografía local. “Tener mapas permite a los activistas saber donde está chicas, especialmente durante la temporada de ablaciones”, señala Chapman. Hace unos meses, relata, recibimos un aviso de que una chica iba a ser mutilada, “si no tuviéramos el mapa llegar a la aldea es muy difícil”.
En apenas dos años han conseguido cartografía más de 70.000 metros cuadrados, 1,8 millones de edificios, 105.000 carreteras, 649 asentamientos, 1.240 escuelas y 348 hospitales. Más de 2.000 voluntarios de todo el mundo participan en el proyecto, más de 200 en el propio norte de Tanzania. Sirviéndose de software libre, los voluntarios internacionales van creando un ‘mapa base’ con los accidentes más relevantes, como ríos o montañas, que después los colegas locales van completando.
“En las áreas rurales no es fácil encontrar gente con teléfonos y los que lo suelen tener son sobre todo hombres. Nosotros”, prosigue Chapman, “queremos involucrar a las mujeres. Es la manera de empoderarlas. La idea es combatir los matrimonios infantiles y la ablación, pero también de empujar el desarrollo de las mujeres en estas comunidades”.
Gracias al apoyo de la Humanitarian OpenStreetMap y de algunas otras entidades internacionales han conseguido 60 teléfonos para repartir entre las voluntarias locales. Aunque en muchas zonas no hay electricidad y el transporte es a menudo un problema adicional, han conseguido cubrir ya el equivalente al 6% del territorio rural de Tanzania. El reto es ir más allá, “hasta cartografía toda Tanzania”, asegura Chapman. Si lo consiguen, el fin de la FGM estará un paso más cerca.
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