La guerra de Ucrania ha consolidado el modelo de hegemonismo que defienden Estados Unidos y sus socios, tanto Estados como corporaciones multinacionales, y que apuesta por patrones de seguridad y economía basados en el choque de bloques y la demonización de los contrincantes para lograr un modelo unipolar de poder.
El nuevo año comenzará con más de diez meses de combates en Ucrania, decenas de miles de muertos, el desgaste de la potencia agresora, Rusia, y la cohesión de Europa Occidental contra Moscú. El presidente Vladímir Putin no podría haberlo hecho peor a la hora de intentar supeditar a un país que hasta 2022 no tenía la menor fuerza en el destino de Europa y que ahora se sienta a la misma mesa que los países más poderosos del planeta. No cuenta en este empoderamiento de Ucrania que su economía se haya derrumbado, que millones de personas hayan abandonado el país ni que su partición sea muy probable salvo que en Rusia ocurra una hecatombe.
Los últimos bombardeos masivos en Kiev y las principales ciudades de Ucrania no apuntan a que tal implosión de Rusia se vaya a producir pronto. Por el contrario, la guerra amenaza con perpetuarse, sin que nadie dé un paso en firme hacia una negociación.
Rusia y China, los rivales a batir en la carrera hacia el mundo unipolar
Ucrania es ahora muy importante, pero no por su posición geopolítica, sino como campo de batalla con los países que siguen el modelo unipolar liderado por Estados Unidos en un bando y Rusia en el otro. Y Moscú aparece como defensor de un multipolarismo hipócrita que utiliza agresivos patrones imperialistas soviéticos para defender su poder.
El problema para ese modelo unipolar liderado por Estados Unidos, sus amigos de la OTAN y sus aliados en la cuenca del Pacífico, es que Moscú está resultando un hueso muy duro de roer en Ucrania y con su resistencia a las sanciones. Al tiempo, otros países incluidos en el nuevo eje del mal de Washington tienen la fuerza suficiente como para hacer fracasar el hegemonismo occidental o cuanto menos retrasar su imposición a nivel mundial.
La situación actual de China es muy complicada, debilitada por la crisis económica internacional y sus propios y muy graves problemas financieros, comerciales, inmobiliarios, de desempleo y, sobre todo, sanitarios. El levantamiento este mes de diciembre (y a consecuencia de las protestas multitudinarias ocurridas en buena parte del país) de las severísimas restricciones impuestas durante tres años para combatir la pandemia de la covid ha derivado en un desbordamiento sin precedentes de la enfermedad, con millones de casos registrados cada día. Los daños en el deficiente sistema sanitario chino serán demoledores y hay un gravísimo riesgo de que la economía del gigante asiático roce de nuevo el colapso al que su aislamiento radical desde principios de 2020 parecía abocarla.
Pero aún así, China cuenta con un entramado muy complejo de relaciones económicas, dentro y fuera de su territorio. Si no sucumbe al desafío de la inmunidad natural al coronavirus apoyada por una vacunación extensiva y generalizada, que, incomprensiblemente, no se ha llevado a cabo en estos años de confinamiento, China podría levantarse con un ímpetu que precisará de un imparable crecimiento económico. Y ese crecimiento tendrá que sostenerse en el exterior, algo que molesta mucho a unos Estados Unidos dispuestos a aprovechar mejor que ningún otro país las debilidades que la pandemia ha dejado en sus contrincantes.
La Cumbre de la OTAN definió el nuevo hegemonismo estadounidense y todos acataron
La Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid en junio de 2022 dejó clara la nueva situación de poder internacional, favorable a Estados Unidos y aplaudida con entusiasmo en Europa por gobiernos tanto de derechas como de izquierdas. Washington, gracias a la guerra de Ucrania y la falta de visión de Moscú, eliminó las brechas entre ideologías en Europa y todo el mundo se apuntó al belicismo liderado por la Casa Blanca contra el Kremlin.
Si no hubiera tantos motivos espurios detrás de este toque de clarín, habría tenido sentido ético el cierre de filas proucraniano, pese a que torpedeaba el pacifismo defendido por la izquierda europea durante décadas. Pocos fueron los partidos progresistas, y su voz apenas se dejó oír, que denunciaron los intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos en Ucrania, las relaciones mafiosas de algunos miembros de la familia del presidente Joe Biden con la clase empresarial ucraniana o el enriquecimiento de las compañías productoras de armas y de gas estadounidenses con la guerra.
La Cumbre de Madrid definió el nuevo concepto estratégico de la OTAN con Estados Unidos en su puente de mando. Lo dijo en el marco de la Cumbre el propio Biden: "Estados Unidos se encuentra, más que nunca, en la mejor posición para ejercer su liderazgo mundial". Esta doctrina de defensa y seguridad unipolar condenó a Rusia por la invasión de Ucrania y amplió los intereses de la Alianza mucho más allá de las fronteras europeas.
La OTAN impulsó en Madrid una hoja de ruta que sigue paso a paso los intereses de Washington en la región de Asia Pacífico. Calificó a China como un "desafío" para los intereses del bloque, con una llamada a la alianza militar con Corea del Sur y Japón, contrincantes de Pekín en el este de Asia y portaaviones de la estrategia estadounidense. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, resumió este pensamiento: "China no comparte nuestros valores y, como Rusia, busca minar el orden internacional basado en la ley".
El doble rasero occidental y los agujeros del mundo unipolar
La doble vara de medir de Stoltenberg obviaba, claro está, conflictos como los de Yemen, Siria, Palestina, Irak, Afganistán o Libia, con millones de muertos y donde la implicación directa o indirecta de Estados Unidos y sus aliados árabes ha sido equiparable a la brutalidad rusa en la guerra de Ucrania.
Y aunque se denuncian las vulneraciones de los derechos humanos en Irán, otro miembro destacado de la lista negra postulada por Estados Unidos, al tiempo se olvidan abusos semejantes contra mujeres y migrantes que ocurren día a día entre los amigos árabes del Golfo Pérsico. Las denuncias a esas violaciones de los derechos humanos manchadas de corrupción y despotismo que abrieron el Mundial de Fútbol de Catar fueron finalmente barridas de los titulares por el entusiasmo ante la magna competición deportiva.
Son muchos, pues, los agujeros en las estrategias del unipolarismo. La salida de las tropas estadounidenses de Afganistán ha dejado un país sumido en el caos y la represión talibán, especialmente contra las mujeres. En América Latina, las avalanchas de migrantes debido a los desastres económicos convierten la frontera de Estados Unidos con México en uno de los lugares con mayor número de violaciones de los derechos humanos del planeta.
Si miramos hacia ámbitos geográficos como el africano, donde la OTAN también manifestó en la Cumbre su interés de establecer cortafuegos, a pesar del fracaso en el Sahel, podemos ver un continente convertido en tablero de juego para las grandes corporaciones y sus ejércitos de mercenarios, rusos y chinos incluidos.
Por otra parte, son muchos los países del llamado "Tercer Mundo" que rechazan el aislamiento internacional de Rusia y no acaban de condenar la invasión ilegal de Ucrania. Por una parte, siguen abasteciéndose del gas y el crudo rusos, y eludiendo las sanciones a Moscú. Pero también hay un rechazo implícito a la "superioridad moral" que abandera Europa para defender a Ucrania mientras oculta los intereses reales de su nuevo paradigma económico y de seguridad.
En cuanto a China, maneja la carta de Taiwán con una potencial capacidad de desestabilizar medio planeta. Washington se ha comprometido a defender esa isla, pero sabe que la implicación estadounidense en una eventual invasión china sería directa y no por medio de una guerra "proxy" o de delegación como ocurre en Ucrania.
En una declaración demoledora de la Embajada china ante la Unión Europea, emitida al concluir la cumbre de la OTAN en Madrid, Pekín acusó a la Alianza Atlántica de ser uno de los principales focos de inestabilidad del mundo, con referencia a las actuaciones en Afganistán, la antigua Yugoslavia o Libia. "¿Quién ha desafiado la seguridad global y minado la paz en el mundo? ¿Hay acaso alguna guerra o conflicto en el que la OTAN no haya estado implicada a lo largo de los años?", señaló la representación china.
Y agregó que la OTAN, "el mayor bloque militar del planeta", con su concepto estratégico "plagado de retórica de la Guerra Fría y de sesgos ideológicos" persiste en la confrontación de bloques más de tres décadas después de la caída de la Unión Soviética.
China tiene sus propios intereses, algunos de ellos tan deleznables como los de la OTAN y Estados Unidos. Pero en esta declaración de hace medio año, Pekín denunció con mucha precisión esa doble moral europea, ya evidenciada por algunos de los propios dirigentes del viejo continente. Solo hay que recordar el pensamiento expresado en octubre pasado por el alto representante para Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, durante la inauguración del curso piloto de la nueva Academia Diplomática Europea en el Colegio de Europa en Brujas (Bélgica).
"Sí, Europa es un jardín. Hemos construido un jardín. Todo funciona", dijo el jefe de la Diplomacia europea. Y añadió sin sonrojarse lo más mínimo: "El resto del mundo, la mayor parte del resto del mundo es una jungla. Y la jungla podría intentar invadir el jardín. Y los jardineros deberían encargarse de eso". Según el político español, "los europeos deben estar más comprometidos con el resto del mundo. De lo contrario, el resto del mundo nos invadirá". Estaba todo dicho.
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