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La guerra de Ucrania ha llegado a una nueva fase, con anuncios del Gobierno de Kíev y de la inteligencia occidental que hablan de una inminente contraofensiva ucraniana sobre el 20% del territorio que controla ya Rusia. Sobre el terreno y más allá de la grandilocuencia de la propaganda bélica, la realidad parece ser otra: la de dos ejércitos exhaustos por una guerra que ya se prolonga cinco meses, con operaciones de desgaste que, por el momento, parecen favorecer a la maquinaria militar del Kremlin. Rusia parece más preparada para este tipo de contienda ralentizada e imparable como un incendio, al tiempo que no tiene las premuras que la paralela guerra económica está marcando para Ucrania y sus aliados occidentales.
Las noticias del frente bélico parecen acompasarse a las decisiones tomadas en los gabinetes de poder en Europa y Estados Unidos para afrontar la agresión rusa. Este viernes la Comisión Europea ha presentado la propuesta de alargar medio año más las sanciones ya en marcha, hasta enero de 2023. Al tiempo se ha propuesto prohibir la importación de oro ruso, medida que sigue al acuerdo ya alcanzado por el poderoso G-7 para suspender esas ventas de oro rusas. Estos pasos, que sin duda enfurecerán más a Moscú, se han tomado con la espada de Damocles de la suspensión total de los suministros de gas rusos oscilando sobre la maltrecha economía europea al borde de la recesión. Los ecos de los cañonazos en el Donbás no se escuchaban esta semana en Bruselas porque los políticos europeos están ensimismados sobre la forma de abatir a Rusia en el tablero de ajedrez de la economía obviando lo más evidente: Ucrania es ya un estado fallido, colapsado política y financieramente, donde los ingentes recursos que está aportando la Unión Europea de sus propios y depauperados almacenes se derraman en una guerra que se vaticina muy larga.
Ucrania solo resiste ese esfuerzo militar con la inyección de armas y dinero de Washington y Bruselas. ¿Pero está capacitado Occidente no solo para resistir, sino para imprimir un giro sustancial a la guerra que ponga punto final al lento, pero inexorable avance ruso en el este y sur del país sin ahogarse en ese esfuerzo y en los peores momentos para la economía europea del último medio siglo? ¿Puede Europa parar la expansión del incendio ucraniano más allá de las fronteras del viejo continente y atajar la terrible hambruna que se avecina en el cuerno de África, donde son indispensables los cereales rusos y ucranianos que no se están exportando? ¿Se puede ganar la guerra económica y atajar la infección de la imparable inflación en Europa mientras fracasa la respuesta militar a Rusia? Las respuestas no son, ciertamente, muy halagüeñas.
"Rusia no tiene coraje para admitir la derrota" y sus militares "ya no tienen poder estratégico, carácter o comprensión de lo que están haciendo aquí, en nuestra tierra. No hay un ápice de coraje para admitir la derrota y retirar las tropas del territorio ucraniano", aseveró hace unos días el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, en un mensaje dirigido al exterior, aunque en el exterior ya pocos crean sobre la capacidad actual del ejército ucraniano para revertir a medio plazo las conquistas rusas, que ya alcanzan una quinta parte del territorio de Ucrania, en el este, en la zona de Donbás, y la franja costera que lleva a la península de Crimea, anexionada ilegalmente por Rusia en 2014 y convertida en un amenazador bastión militar sobre el Mar Negro y el sudeste de Europa.
Victoria rusa en Lugansk
Hace unos días, Rusia completó, con la toma de Lysychansk, el dominio de la provincia de Lugansk, y se afianzó en su ofensiva para apoderarse de todo el Donbás. La captura rusa de la última ciudad bajo control de Kíev en Lugansk fue un hito en esta guerra, pese a su alto coste en vidas y material militar, y ha abierto el camino para nuevos avances del ejército ruso hacia Bakhmut, Sloviansk y Kramatorsk. La superioridad rusa se está demostrando en las pequeñas ofensivas. No hay grandes batallas, pero el avance es implacable, pedazo a pedazo de territorio ucraniano.
Rusia controla más de dos tercios de la región del Donbás. En esta zona del este de Ucrania se desató la guerra en 2014, tras la revolución antirrusa de la plaza de Maidán, en Kíev, y cuando paramilitares separatistas prorrusos apoyados por Moscú trataron de establecer un gobierno autónomo en las zonas de Lugansk y Donetsk. Es en esta última provincia donde se han abierto nuevas puntas de lanza de la ofensiva rusa tras la sumisión de Lugansk.
Después de que la segunda fase de la guerra movilizara al ejército ruso sobre el Donbás y se olvidara de sus iniciales avances hacia Kíev y en el oeste de Ucrania, Rusia ha actuado como una máquina de cortar césped sobre las zonas controladas por las fuerzas ucranianas: ataques de artillería y misiles masivos y continuados, y toma de pueblo tras pueblo de una manera sistemática e imparable. Al tiempo paró sendos contraataques ucranianos en torno a la ciudad de Jerson, que abre las puertas de Crimea, y en Jarkov, en el norte del país, la segunda urbe más importante de Ucraniana.
Tercera fase de la guerra
Ahora, la inteligencia occidental habla de la entrada en una tercera fase de la guerra, en este mes de julio, con una inminente contraofensiva ucraniana en Jerson que no acaba de concretarse y con los dos ejércitos casi agotados y sin capacidad para asestar golpes sonados que pudieran llevar a un alto el fuego y unas negociaciones con visos de cierto éxito. Esta semana, la viceprimera ministra ucraniana, Iryna Vereshchuk, en declaraciones a la televisión, llamaba a la población de Jerson y de otras zonas del sur de Ucrania, como Zaporizhia, a abandonar esas localidades ante la inminencia de esa contraofensiva de las fuerzas de Kíev que la segunda autoridad del país no quiso concretar cuándo se produciría.
Según explicó en el podcast War on the Rocks el experto estadounidense Michael Kofman, director del área de estudios rusos en el think tank CNA (Center for Naval Analyses), la clave está en cuánto tiempo pueden aguantar militarmente cada una de las partes y cómo pueden reponer su fuerza humana, algo en estos momentos mucho más importante que las ganancias territoriales de cada ejército. La captura rusa de Severodonetsk y Lysychansk fue un duro revés para las fuerzas ucranianas, pero también las victoriosas tropas rusas pagaron un alto precio.
La clave está en cuánto tiempo pueden aguantar militarmente cada una de las partes y cómo pueden reponer su fuerza humana
Ucrania posee ya cohetes de largo alcance suministrados por Estados Unidos, los llamados HIMARS (High-Mobility Artillery Rocket Systems), con los que podría torcer el brazo ruso y atacar con éxito su logística y el suministro a las tropas. Pero también podrían servir para apoyar la citada contraofensiva en la zona de Jerson y así amenazar Crimea y lograr una diversificación de las fuerzas rusas hacia el sur, aliviando la presión sobre la zona de Donetsk.
La cuestión, según Kofman, estaría en la capacidad de Ucrania para usar ese armamento occidental con precisión (hay dificultades para preparar a los artilleros con estos misiles de alta tecnología) sin que sea destruido por Rusia (ya está ocurriendo) y, además, movilizar un número sostenible de tropas para garantizar la ocupación de zonas ahora dominadas por los rusos. Esto ya no está tan claro. Y es también el problema con el que se encuentran las fuerzas rusas. En este sentido, la batalla de Kramatorsk y Sloviansk, dos ciudades pequeñas, pero convertidas en sendos bastiones del ejército ucraniano, podría reclamar un coste en efectivos que Rusia no podría soportar, salvo que el presidente Vladímir Putin ordenara la movilización general y el reclutamiento forzoso.
Ucrania, al borde del desmantelamiento económico
En estos momentos, Rusia afronta unas dificultades económicas de una envergadura que no se conocían desde la caída de la URSS. Pero el caso de Ucrania es peor, mucho peor, con su economía básicamente desmantelada por la invasión rusa. La exportación de grano se ha bloqueado y la propia producción de cereales ha caído en picado, con un panorama muy negro de cara a la alimentación este otoño e invierno de la población, que habrá de depender de la asistencia occidental. Ello llevará a elevar el coste de la ayuda europea a Ucrania a unos niveles difícilmente soportables. Precio que se dispara si se añade el del armamento y munición suministrados.
La clave estará en el comportamiento de Rusia en caso de que logre tomar todo el Donbás. ¿Seguirá la guerra en dirección del río Dniéper para asegurar una zona de contención frente a sus territorios conquistados?¿O accederá a un alto el fuego? ¿Y el Gobierno de Zelenski? ¿Estará dispuesto a negociar con más de una quinta parte del territorio de su país en manos rusas? ¿Y la Europa debilitada por la recesión? ¿No presionará por un final del conflicto antes de que la recuperación económica de la Eurozona sea una quimera? Muchas preguntas de nuevo y pocas respuestas en un conflicto cuya solución es, cada día que pasa, más incierta.
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