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Todo empezó en agosto del 2016, en un partido de pretemporada de la NFL (la Liga Nacional de Fútbol Americano). Los Green Bay Packers de Wisconsin contra los 49ers de San Francisco. Antes del partido, como siempre, el himno nacional del país, The Star-Spangled Banner, lo llaman.
Un quarterback de los 49ers, Colin Kaepernick, negro, se niega a erguirse durante el himno, como todo el mundo hace. Él permanece de rodillas, bajo la atenta mirada de millones de espectadores que ven el acto por cable. En una posterior rueda de prensa, dice el jugador: “No voy a ponerme de pie para mostrar orgullo ante una bandera de un país que oprime a las personas negras y de color. Para mí, esto es más grande que el fútbol y sería egoísta por mi parte mirar a otro lado. Hay cuerpos en la calle y hay gente que está siendo pagada y que se escapa del asesinato.” Hay pocos quarterbacks negros en la liga profesional de fútbol. Ya ha pasado un año de lo ocurrido con Colin, fue el año en el que el movimiento Black Lives Matter se hizo global.
Colin Kaepernick, el cual recibió insultos y amenazas de muerte por parte de los seguidores de la NFL, fue considerado un “traidor” nacional. No en vano, se convirtió en el referente de un movimiento en el deporte americano que ha llegado hasta el estrato político. Ya en ese momento, el actual presidente de EEUU Donald Trump dijo, en referencia a Kaepernick, que los propietarios de la NFL debían sancionar y expulsar a aquellos jugadores que demostraran tal acto de rebeldía contra la identidad nacional. Sea como fuere, Colin Kaepernick no renovó su contrato con los 49ers. Hoy, la disputa sigue y trasciende.
Rencillas del pasado/presente
Siempre es buen momento para Trump para rebuscar en el pasado y no hay mejor espacio que Twitter para difundir el pregón (siempre en Twitter, siempre hay momento, hora y oportunidad de escribir al mundo en abierto). El viernes, Trump vuelve a exigir el suspenso inmediato de todos aquellos jugadores de la NFL que “faltan el respecto a su bandera”. El sábado, en Alabama, empiezan las amenazas en un mitting: “Los índices de audiencia están por los suelos. Partidos aburridos, sí, pero muchos no van porque aman nuestro país. La liga debería apoyar a EEUU”, decía. No contento, espeta así ante su audiencia: “Saquen a ese hijo de puta del campo ahora mismo”.
Fue el propio Trump que ese sábado, abusando de nuevo de su cuenta de Twitter oficial, retiraba la invitación a Stephen Curry a la Casa Blanca, la estrella de la NBA y jugador de los Golden State Warriors, campeones de la última temporada. Curry quería protestar contra las palabras del presidente no asistiendo al evento (una tradición, más bien). Trump contestó al jugador, privando a este último, cree el mandatario, de “un gran honor”. En Twitter, también, Curry suelta: “¡Ir a la Casa Blanca era un placer hasta que llegó usted!”; los Warriors irán a Washington pero a celebrar la diversidad, dice el equipo en un comunicado. Hasta la leyenda de Lebron James aplaude a Curry y a su equipo, y la NFL sigue en su línea.
“TAKING KNEES”, fiebre del sábado simbólico
Después de los dardos del presidente, el sábado se convirtió en un día donde el deporte, donde la Liga Profesional de Fútbol Americano, hizo frente en masa a la política por primera vez. Jugadores, entrenadores y dueños de equipos, en sus partidos, durante el himno nacional, se arrodillaban o se cogían de los brazos como símbolo. Otros ni siquiera aparecieron en el campo. Era el inicio de la tercera jornada de competiciones: Los Ravens de Baltimore, los Jaguars de Jacksonville, los Steelers de Pittsburgh, los Patriots de Nueva Inglaterra. Muchos de sus miembros copiaron el gesto de Kaepernick.
Roger Goodell, comisionado de la NFL, expresaba en un comunicado dirigido a Trump que sus comentarios (tildados por muchos de los jefes de grandes equipos como expresiones que fomentan la división entre las personas) eran “una desafortunada falta de respeto por la NFL, nuestro gran deporte y todos nuestros jugadores, así como una falta de comprensión por lo que representan las franquicias y los jugadores en nuestras comunidades”.
Bruce Maxwell, de los Oakland Athletics de las Grandes Ligas de Béisbol, era el primero que el sábado hizo que el símbolo traspasase los límites de la NFL en pleno directo. Se arrodilló también cuando sonaba el himno. "No hay un mejor unificador en este país que el deporte y, desafortunadamente, nada más divisorio que la política. Creo que nuestros políticos tienen mucho que aprender del trabajo de equipo y de la importancia de trabajar juntos hacia un objetivo común", decía el dueño de los Patriots de Nueva Inglaterra, Robert Kraft. Y es que Kraft aportó en su día una buena contribución monetaria a la campaña del nuevo presidente de EEUU.
No es causal que Stevie Wonder hiciera lo mismo durante el Global Citizens Festival en pleno Central Park el sábado (también). “Esta noche, me arrodillo por América”, decía mientras su hijo le ayudaba a hacerlo. Martin Luther King lo hizo entonces, muchos años antes. Es un símbolo con precedentes que solo busca protestar contra la brutalidad policial y el racismo que mató a miles de personas en 2016 en EEUU. Y ya de paso, también demostrar al Gobierno que sus mensajes de odio en nombre de la patria van a hacer que ellos, tras arrodillarse, se levanten con más fuerza.
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