¿Cómo ha llegado Europa a ser tan dependiente del gas ruso? Es una de las grandes cuestiones que han circulado desde el inicio del milenio por no pocas cancillerías occidentales, que no han encontrado una respuesta nítida a la persistencia de Berlín, primero, durante los dos mandatos del socialdemócrata Gerhard Schröder (SPD) y, luego, con los cuatro de la conservadora Angela Merkel (CDU).
Esta incógnita se queda corta al plantearla en términos de realpolitik tras el estallido de la guerra de Ucrania: ¿es factible que el viejo continente corte el cordón umbilical energético que le mantiene unido con el Kremlin? Un decálogo con lecturas geopolíticas y tesis económicas y energéticas explica el complejo laberinto confeccionado por Vladímir Putin con la inserción del gas y del petróleo siberiano como arma diplomática arrojadiza contra Europa para forzar divisiones internas y que se ha convertido en una coacción exterior de primera magnitud en manos del Kremlin.
1. El atractivo del gas ruso.
Eficiente y fácil de transportar, iba a ser la llave para el cierre nuclear y del carbón; especialmente, en Alemania. El gigante Gazprom abastece la tercera parte del gas que consume Europa, sin cuyo flujo la economía del club comunitario podría entrar en recesión. El grifo ruso ha regulado la oferta de los yacimientos del Mar del Norte controlados por Reino Unido y Países Bajos.
Tras la guerra de Ucrania, la UE quiere cerrar dos terceras partes del grifo ruso para finales de 2022. Idea impulsada por el decreto de Moscú de exigir los pagos en rublos para eludir la sanción occidental sobre el uso de dólares y otras divisas y el parón de suministro de Rusia a Polonia y Hungría. Los temores de varios socios europeos, incluidos los de Alemania, no han impedido que Berlín se decante finalmente por el veto energético a Rusia.
2. Juego de vulnerabilidades
Los campos de gas siberianos son las mayores reservas globales. Moscú empezó a exportar a Polonia en los cuarenta y a los satélites del Pacto de Varsovia en los sesenta. Desde la extinción de la URSS se construyeron gaseoductos que atravesaban territorio de Ucrania. Pero la espita del gas con Kiev se interrumpió a mediados de la primera década de este milenio. El Kremlin adujo que Ucrania actuaba de controlador y modificó su mapa de redes de transporte y Moscú volvió a manejar el tránsito energético en Europa. En otoño pasado, el precio se triplicó y los inventarios cayeron en picado en el mercado interior. También, de forma notable, por el encarecimiento de los costes de reanudación del flujo del gas del Mar del Norte tras la crisis sanitaria.
Vladímir Putin hizo pivotar sus ventas hacia Asia. Europa busca suministros de África y Asia Central y acelera su taxonomía verde para desplazar hacia las renovables la alta dependencia energética de Rusia. Ucrania se une a este complejo puzle geopolítico. Porque, a pesar de la invasión de su territorio, por él transita casi la tercera parte del flujo de gas ruso hacia Europa. Gazprom envió a la UE y a Rusia 117.000 millones de metros cúbicos de gas en 2021, afirma Bloomberg con datos de BCS Global Markets. Dentro del acuerdo de cinco años entre Moscú y Kiev suscrito en diciembre de 2019 y que, por tanto, expira en 2024. El presidente Volodimir Zelenski admite la tentación de no renunciar a unos réditos de 7.000 millones de dólares anuales por tarifas de tránsito del gas.
3. Alemania es el eslabón más débil.
No el más dependiente, que se localiza en la esfera báltica de la UE. Pero sí el socio más sensible por ser la locomotora de la economía europea y el adalid de las emisiones netas cero de CO2. Y la nación de mayor consumo de electricidad. Ha aprobado una estrategia para generar todo su mix energético de fuentes renovables en 2035, pero todavía adquiere el 40% del mismo del gas ruso por la desescalada del carbón y la energía nuclear en su recibo de la luz. Desea acabar con la losa de Rusia a mediados de 2024.
Italia irrumpe como otro de los flancos vulnerables, al recibir en 2021 el 40% de su demanda de fuentes rusas, si bien se está asegurando inyecciones de gas de Argelia, país con el que tiene dos grandes conexiones de gaseoductos.
Polonia, que genera la mayor parte de su electricidad con carbón, se suma a esta terna, especialmente, tras el bloqueo ruso, a la espera de que, en octubre, se enchufe el nuevo gaseoducto que le une con Noruega.
Bulgaria busca elevar el gas azerí a través de cauces griegos, mientras Francia y su potencial nuclear está entre las menos dependientes del gas ruso, que sólo supone el 17% de sus compras energéticas.
El escollo esencial de Berlín es que la decisión de ruptura con el gas ruso podría desencadenar una recesión mayúscula, de mayor dimensión que la prevista por los daños colaterales derivados de las sanciones a Rusia por la guerra en Ucrania en una economía que sólo creció dos décimas entre enero y marzo, que venía de marcar números rojos en el último tramo de 2021 y que acaba de recortar su crecimiento del 3,6% al 2,2% para este ejercicio, aunque algunos think tanks del país auguran un repunte de apenas un 1,8% en 2022.
4. La diplomacia de Putin se desplaza a Asia.
El Kremlin ha dejado el bypass energético europeo a su suerte y ha virado su política exterior energética hacia China, con la que ha sellado un pacto de suministro masivo de gas natural estratégico y por valor de 400.000 millones de dólares. Sólo le bastó activar la carta turca -y sus gaseoductos por el Bósforo- cuando Berlín canceló, incluso sin inaugurar, el Nord Stream 2. Aunque sigue dando validez al acuerdo verbal con Atenas para construir otra tubería que atraviese suelo turco, el llamado Turkish Stream, e impulsa la terminal de gas con la que pretende conectar con el lejano Oriente, en concreto hasta Corea, en un plan que persigue unificar líneas de abastecimientos a uno y otro lado del Paralelo 38.
Sin embargo, desde el mercado ponen en duda la eficacia de esta estrategia, porque algunos de ellos "ofrecen serias dudas sobre su valor económico", advierte Ed Chow, experto del Center for Strategic and International Studies a Foreign Policy, para quien Putin "también juega a aparentar el control de la situación". Está en juego la validez actual de la energía como herramienta de política exterior rusa, aclara.
5. ¿Hasta dónde llega la dependencia energética europea de Rusia?
Las compras energéticas procedentes de Rusia rebasaron en 2021 los 108.000 millones de euros, cifra ostensiblemente por debajo de los 173.000 millones que se registraron en 2012, año en el que la diplomacia de la energía de Putin se instaló en todo su esplendor en el club comunitario.
Rusia es por la energía el quinto mayor socio del sector exterior europeo y el tercer mayor suministrador de su mercado interior, según datos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE). En el decenio 2011-2021 las ventas rusas han pasado de suponer el 77% del total de la factura energética europea al 62%, si bien la diversificación de destinos por parte del Kremlin ha sido fulgurante. En 2019, exportaba petróleo, de cuya materia prima ostenta las segundas mayores reservas del planeta, a 48 países, según explica Al Jazeera de fuentes de la OPEP.
6. ¿A cuánto asciende la prima de guerra europea por la energía rusa?
Según Josep Borrell, el jefe de la diplomacia europea, en los primeros dos meses y medio desde la invasión, los socios de la Unión han sufragado con 35.000 millones de euros al Kremlin por su suministro de energía y con otros 1.000 millones adicionales a Ucrania, el valor de sus envíos armamentísticos a Kiev. Datos que Borrell expuso en la Eurocámara para acelerar el veto energético a Moscú e impulsar el envío de material de Defensa a Ucrania.
7. ¿Podría subsistir Europa sin el gas ruso?
La disyuntiva parte de si la UE posee la capacidad y la habilidad de garantizarse inyecciones adicionales de gas. Es lo que mantiene a los mercados a la expectativa, midiendo cada palabra de Putin, explica The Economist, quien incide en que no le ocasiona ningún escrúpulo reactivar el volumen del grifo.
Desde Oriente Próximo, con Qatar a la cabeza, y el Magreb, con Argelia, que envían ya más del 8% y del 5% respectivamente de los flujos gasísticos, se podría conseguir contratos más suculentos. Pero Asia sigue siendo un rival duro. La firma financiera Alliance Bernstein recuerda que absorbe casi las tres cuartas partes del gas licuado que se vende en el planeta, mientras regiones como América Latina duplicó en 2021 sus necesidades de compra de gas, en el continente asiático ha cundido un fervor por llenar los inventarios y en Oriente Próximo, donde sus economías han puesto una marcha más, crece una demanda que ya aumentó en un 4,6% la pasada década; antes de la crisis del coronavirus.
En este contexto, Bruselas ha desempolvado proyectos caídos en un limbo o que trata ahora de acelerar, como el Southern Gas Corridor con el que sueña despertar de la dependencia de Rusia, o dar más calibre al Gaseoducto del Adriático por el que actualmente transitan 10.000 metros cúbicos desde el campo Shah Deniz de Azerbaiyán o al Interconector Grecia-Bulgaria para que el antiguo socio del bloque soviético adquiera el 33% de su mix energético de gas azerí y acelerar la construcción de los 1.900 kilómetros de la tubería que alcanzaría Israel para recibir energía de sus vecinos de la península Arábiga.
8. ¿Salvará Asia a Putin del posible veto energético occidental?
La respuesta no es sencilla, ni resulta categórica, pero desvela algunas claves. EEUU, Reino Unido y Australia alumbraron este veto dentro de las sanciones occidentales, al que Europa estudia su incorporación después del presunto genocidio de Bucha y de la interrupción del flujo de gas ruso a Polonia y las presiones de sus socios bálticos. Algunos analistas ponen el dedo en la llaga: los gaseoductos rusos estaban diseñados para abastecer Europa; en ningún caso los mercados asiáticos. Y dos de sus clientes más consumistas, Japón y Corea del Sur, son aliados occidentales.
Mientras, China está inmersa en un aterrizaje de su economía que no parece tan suave como aventura Pekín, pese al repunte del 4,8% del PIB en el primer trimestre. Evolución que pone en duda el mercado por los notables confinamientos en Shenzhen (su centro tecnológico); Shanghái (financiero y portuario) y en la capital del país, su sede administrativa.
"Si Europa avanza en la prohibición, no veo a las naciones asiáticas capaces de absorber toda su demanda energética", explica Hari Seshasayee, analista del Wilson Center a Al Jazeera, para el que, de producirse un escenario de embargo duro en Europa, "Rusia podría verse en la urgencia de recortar en un 30% su producción de petróleo" o de levantar la obligación de recibir rublos por sus envíos de gas a la UE, en el supuesto de que el veto no sea férreo.
Aunque otras fuentes como Lidya Powell, del think tank indio Observer Research Foundation, no descartan a Reuters que Moscú emplee descuentos, en términos crediticios, a refinerías y petroleras para hacer más atractivo el crudo ruso.
9. ¿Es Argelia el as en la manga de Europa?
Robert Quinn afirma en Modern Diplomacy que confía en el factor Argel. Sin embargo, establece varias cortapisas e incógnitas a despejar. Entre otras, que la diversificación de fuentes energéticas de las principales economías europeas -hacia Qatar y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), esencialmente- choca con la táctica del triunvirato franco-alemán-español de connivencia con la resolución autonómica del Sáhara de Marruecos, su rival geoestratégico regional. Si bien los vínculos con Roma y con Atenas y las necesidades de negocio de Argel amortiguan esta tendencia. También las revisiones recientes de los contratos por parte de los Gobiernos de Italia, España y Grecia.
El escollo que desvela Quinn es logístico, con cierres de gaseoductos, como el que atraviesa suelo marroquí en dirección al Estrecho de Gibraltar y en cierto modo también técnico, por las dudas sobre la habilidad argelina de añadir más gas licuado a sus conductos de salida. Ya ocurrió en el pasado, sin la guerra de Ucrania de por medio, con el tercer suministrador de gas de la Unión; sólo por detrás de Rusia y de Noruega. Con 34.000 millones de metros cúbicos en 2021. La parada comercial europea exigiría un aumento de entre el 12% y el 38% de pedidos argelinos antes de la llegada del invierno, cota que Argel dice poder aportar vía Italia desde sus nuevos yacimientos del centro y del sur del país. Pero sin cooperación de las energéticas de la UE este esquema operativo suscita incertidumbre. Además, la inestabilidad interna ya fraguó un intento similar en 2019 y, por si fuera poco, su alianza con Rusia -en el mercado del gas y en el terreno de la seguridad- parece demasiado estratégica como para irritar a Moscú, su principal abastecedor de armas.
10. La diplomacia energética del Kremlin ha mostrado su eficacia
Forma parte del arsenal de poderes coercitivos con el que Putin ha logrado dividir a Europa en instantes culminantes de la historia reciente. La inculcó en la política exterior rusa desde casi el momento en el que accedió a la jefatura de Gobierno de la mano de Boris Yeltsin. Y con ella llevó el precio del barril de crudo a los triples dígitos al inicio del siglo, hasta los 140,7 dólares en julio de 2008, en la antesala de la quiebra de Lehman Brothers, pero con señales claras ya de la crisis subprime en EEUU, y a dar el salto desde el mínimo de 12,2 dólares de abril de 2020, cuando arreciaba la gran pandemia a superar de nuevo los 100 dólares en el tramo final del pasado año; antes de decretar la invasión de Ucrania.
El corte de suministro del gas a Alemania y Ucrania en los primeros años del milenio, también ha sido determinante para confeccionar el mapa de conductos energéticos con Europa y forjar la dependencia de Berlín. La oferta al Schröder para incorporarse nada más dejar de ser jefe del Gobierno alemán al consejo ejecutivo de Gazprom formó parte de su táctica diplomática.
La ocupación de Crimea en 2014 marcó otro paso decisivo en esta idea motriz de Putin. Las arcas federales rusas incrementaron sus recursos con los que ha rearmado un Ejército que ahora está invadiendo Ucrania, asegura Susi Dennison, del centro de investigación paneuropeo ECFR, que denomina como "diplomacia heavy metal" por su capacidad coercitiva. La amenaza militar, las declaraciones oficiales de doble filo, el manejo del precio de la energía en Europa y su agresiva toma de decisiones configuran una multiplataforma instrumental con la que ha intercedido en el referéndum del brexit o en la victoria de Donald Trump en 2016, precisa e, incluso, "intentos de fragmentar la OTAN y la UE", con la que ha llegado a hacer prevalecer los lazos bilaterales en detrimento de las decisiones colegiadas de sus vecinos europeos. Y que se propaga actualmente con las divergencias sobre Hungría y Polonia en el entramado institucional europeo o las dudas, cada vez menos persistentes pero que aún colean, de los socios escandinavos sobre su adhesión a la Alianza Atlántica.
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