bruselas
Actualizado:El euroescepticismo, término acuñado por primera vez en 1985 por el periódico británico The Times, ha sido tradicionalmente asociado al Reino Unido. Su primera expresión práctica llegó de la mano de Margaret Thatcher en su famoso discurso de Bruegel. Y la puesta en marcha culminó con el Brexit. Desde el rechazo a la Constitución europea en Países Bajos y Francia hasta el del Tratado de Lisboa en Irlanda el fenómeno de oposición a la integración europea ha vivido diferentes episodios. Pero es en la actualidad, con las fuerzas populistas, euroescépticas y de extrema derecha ganando poder en las capitales y en las instituciones cuando el "soft euroescepticismo" se está abriendo paso poniendo en riesgo la supervivencia del proyecto europeo tal y como está concebido.
Los expertos Taggart y Szczerbiak distinguen entre "hard euroescepticismo" y "soft euroescepticismo". El primero tiene por objetivo último la oposición a la pertenencia al bloque comunitario. La mañana del 23 de junio de 2016, Europa amaneció perpleja con el hito que acababa de producirse: por un margen muy estrecho, los ciudadanos británicos votaban a favor de abandonar la UE. Eran tierras inexploradas. El otro lado del canal de La Mancha emprendía un futuro incierto, mientras que en esta orilla, la UE perdía a su principal poder militar, el 15% del PIB y uno de los sillones del Consejo de Seguridad. Por su parte, el segundo, el euroescepticismo blando, es uno reformista que hace aflorar los intereses nacionales. Y este es el que está predominando en la actualidad.
Abascal, Le Pen, Orbán o Meloni ya no recogen en sus programas la promesa de sacar a España, Francia, Hungría o Italia de la UE. Si la líder de la extrema derecha soñaba con el Frexit desde 2014 y prometía un referéndum en el país galo al estilo del británico, pocos años después reconocía haber "aprendido de los errores" y querer "reformar las instituciones europeas en profundidad" desde el interior. El primer ministro húngaro también ha reconocido en varias ocasiones que no tiene intención de que Hungría, uno de los países más beneficiados por los fondos de cohesión, diga adiós al bloque comunitario. Y Meloni ha abandonado sus proclamas de salirse del euro.
Este cambio de postura se explica en buena parte a que el experimento del Brexit no salió tan bien como los Nigel Farage y Boris Johnson prometían. Tras su desmembramiento de la UE, la isla ha hecho frentes a escasez de mano de obra, a disrupciones en la cadena de suministro, a tropiezos económicos y a un sinfín de escándalos en el liderazgo tory, que culminaron acorralando al ex alcalde de Londres. El Brexit demostró que fue fuera del bloque comunitario puede hacer mucho frío.
El Brexit demostró que fue fuera del bloque comunitario puede hacer mucho frío
El contexto global tampoco ayudó. A la pandemia del coronavirus le ha seguido la guerra en Ucrania, que ha disparado el precio de alimentos, energía y combustibles y ha hecho tambalear los pilares del orden multilateral nacido de la Segunda Guerra Mundial. En estos tiempos, la UE ha adoptado medidas sin precedentes, como el Fondo de Recuperación Europeo, y se dispone a llevar a cabo la mayor intervención del mercado eléctrico de su historia. Unos cortafuegos que han favorecido su integración y que han acercado el proyecto a los ciudadanos europeos. Por todo ello, las fuerzas euroescépticas han visto en el abandono de la UE una apuesta arriesgada e impopular en este momento.
Pero ello no se traduce en que sus intenciones hacia la UE sean más benévolas. Los planes del nuevo euroescepticismo pasan por debilitar el proyecto europeo desde dentro. Hacer una UE menos burocrática y con menos competencias. Una Europa donde desaparezca el principio básico de solidaridad y de unidos en la diversidad. Porque el núcleo principal es el de los intereses nacionales. Todo ello se resumen en el mantra que el PiS, Vox o Fidesz llevan alabando desde hace tiempo: una Europa de pueblos soberanos.
"La mujer más peligrosa de Europa"
Es este contexto de malestar social, incertidumbre económica y temor por la guerra que se libra en Europa el que sienta el caldo de cultivo para el crecimiento de los populismos y las fuerzas anti-establishment. "En Europa cada vez hay más gente enfadada. Nosotros también los estamos. Los burócratas de Bruselas deben comprender que no se debe jugar con el destino de economías nacionales enteras y de millones de personas", aseguraba este mismo martes el primer ministro húngaro Víktor Orbán.
La ultraderechista Giorgia Meloni, líder del partido post-fascista Hermanos de Italia, ha ganado los comicios en el país transalpino. Italia –tercera economía de la Eurozona y uno de los seis países fundadores– tendrá al Gobierno más ultra y euroescéptico desde la Segunda Guerra Mundial. La revista alemana Stern calificaba a la futura primera ministra como "la mujer más peligrosa en Europa".
Las elecciones en Roma llegan dos semanas después de que Suecia sacase las urnas. La extrema derecha de Demócratas Suecos se convirtió en la segunda fuerza más votada y su apoyo será crucial para alzar al Gobierno conservador comandado por Ulf Kristersson. Pocos meses atrás, el 43% de los franceses habían votado por Marine Le Pen y el ultranacionalista Orbán secundó su cuarta victoria electoral. En España, la presencia de Vox en un Gobierno autonómico se culminó con su entrada en Castilla y León y anticipa lo que puede venir en las elecciones generales del próximo año.
Qué está en juego
Bruselas mira con nervios y cautela la nueva era que abre el escenario italiano. Si el apoyo a estas fuerzas continúa creciendo, las elecciones europeas de 2024 dejarían un Parlamento Europeo mucho más radicalizado. Esta legislatura, los acuerdos a varias bandas entre bambalinas de populares, socialdemócratas, liberales, verdes e izquierda han permitido sacar adelante importantes legislaciones. El entendimiento fue clave para bendecir a Ursula von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea.
Las elecciones europeas de 2024 podría dejar un Parlamento mucho más radicalizado
Si el Gobierno tripartito de Meloni –escoltada por la Liga de Salvini y la Forza Italia de Silvio Berlusconi– sobrevive hasta ese momento, Italia tendrá la influencia para aupar a alguien de su cuerda a uno de los puestos top de las instituciones europeas. Además, la reconfiguración de las familias políticas podría hacer que las fuerzas ultranacionalistas –ahora divididas entre los no inscritos, los conservadores y el grupo de Identidad y Democracia– se fusionen dando lugar a una de las familias políticas con más peso de la Eurocámara.
En el corto plazo, la baza de Bruselas para contener la deriva es el dinero. La Comisión Europea no ha desembolsado todavía ningún euro a Hungría o Polonia de Next Generation EU. Y horas después de los resultados en Italia ha dado luz verde a la segunda remesa a Italia, por valor de 21.000 millones de euros. Es el precisamente el factor monetario el que hace que estos populismos recojan cable en su confrontación con los "burócratas de Bruselas". Pero entretanto, la situación interna sobre derechos humanos y valores fundamentales en estos países va decayendo.
Durante los últimos años, Hungría ha prohibido hablar de homosexualidad en las escuelas, ha penalizado la mendicidad y ha restringido la adopción a personas LGTB. Polonia ha puesto fin de facto al aborto libre y seguro, ha declarado pueblos libres de LGTBi o ha proclamado el Polexit legal estableciendo por primera vez la supremacía de su derecho nacional sobre el europeo. La Italia de Meloni ya cocina la criminalización de personas migrantes y la imposición de su visión de "Dios, patria y familia". Y todo ello pone en jaque la UE de derechos y libertades comunes y básicas que conocemos a día de hoy.
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